Imanol Caneyada, narrador y periodista, sienta en el banquillo de las preguntas a este músico ochentero de origen argentino. No sólo para rockpoperos.
Entrevista con el cantante de Enanitos verdes
Cuatro Marcianos, cuatro Canteros
“Los músicos siempre tendrán su música, las disqueras comerciaban con ella”
Imanol Caneyada
Ha sido difícil redactar esta entrevista. Podrían haber sido cuatro: Marciano Cantero en su faceta de constructor de bajos, de amoroso artesano. Marciano Cantero y el análisis sobre lo que fue y es la industria discográfica. Marciano Cantero disfrutando como un debutante cada concierto de Enanitos Verdes y confesando que suenan bárbaro. Marciano Cantero y el rock en tu idioma ochenteno.Además del cotidiano artista al que le puede doler el brazo o la espalda, que tiene un hijo guitarrista heredero del talento, que toma un cortado, que habla de los efectos del té, que recibe con un beso a Rocío, su pareja.
Podríamos empezar con que estuvo ocho meses apartado del bajo por una dolencia en el hombro. El médico fue tajante: ni se te ocurra tocarlo en un tiempo. El peso, dice, tantos años cargando el instrumento, dice, terminó por joderle. Ocho meses que fueron un infierno para un músico que, a pesar de no tener que demostrar nada, le pega cinco horas al día al instrumento que Paul MacArny le presentó hace una eternidad, en su natal Mendoza, cuando era un chamaco, un pibe (Marciano registra todos los modismos) y supo, como se saben estas cosas, como una epifanía, que iba a ser músico.
El caso es que el fundador de una de las míticas bandas del rock en español, durante el tiempo que estuvo estacionado, se convirtió en luthier, en constructor de instrumentos.
Y escucharlo hablar de su búsqueda de un bajo más ligero (de las habituales 10 libras a las siete), verlo en plena mímica lijando el body o el nec, reflexionando sobre las diferentes maderas, sobre el ensamblaje de las piezas, sobre clavijas y cuerdas, nos hace recordar a esos sacerdotes místicos de religiones paganas que ofician una misa al borde del éxtasis. Podría escribir una enciclopedia el bajista sobre la relación entre el peso, el tipo de madera y los graves.
Marciano Cantero es un tipo que respira, bebe, come y sueña música.
Y para colmo, suelta sentencias que un aprendiz de brujo debería anotar en una libreta. El maestro dice, por ejemplo: “Alder (una clase de madera), mapple (otra más) y palo de rosa es el sonido del rock”. Y quién puede contradecirlo si entre las uñas todavía trae clavada alguna astilla.
Marciano Cantero, ya lo dijimos, no tiene nada que demostrar a nadie. Ha logrado escaparse de los estereotipos e ir por la vida sin el aura de estrella. Con su paso lento y su verbo que es un torrente.
Después de tres décadas en la música, cuenta su reciente experiencia en Miami como si fuera la primera vez de cualquier cosa. Con esa emoción de haber descubierto el mundo.
Lo invitó, platica el mendocino, A. B. Quintanilla a grabar una cumbia con Voltio, un muchacho en la línea de Calle 13 que, explica el cantante emocionado, en cinco minutos escribe la letra y la música de una canción. Y el bajista le entró al reto y compuso su parte cumbiera, y la cantó, y se regresó a Hermosillo tan campante.
¿Pero cómo el líder (no creo que le guste el calificativo) de una de las bandas revelación del rock argentino en los 80 anda cantando cumbias?
La buena música
Porque se le antoja. Porque para el vocalista de Los Enanos no hay géneros malos o buenos, sólo buena o mala música. Para explicar esto, Marciano brinca del pasado al presente, de Argentina a la red. Hubo un país, el suyo, que en la década de los ochenta vivía convulsiones políticas y la música intelectual, la música de protesta y el rock significaban algo. Ahora los tiempos han cambiado. Y nos ilustra su teoría con el show de un humorista argentino, Diego Capusotto interpretando a una especie de Espinetta que reconoce que con su última canción no llenaban ni un café de mala muerte, y al meterle una estrofa cumbiera con una letra que dice ago así como mujer, me gusta tu mondongo, se convirtió en un éxito. Y confiesa que, de joven, a pesar de sentir que traicionaba algo, iba con un amigo disk jockey a ver como pinchaba discos bailables. Y luego menciona a David Bowie y el tremendo artista que es con su música ligera, sin más intención que la de entretener a la gente.
No se trata de ser Borges, dice, se trata de comprometerse a fondo con lo que uno hace, se trata de tener una verdad en lo que uno hace. Como el actor al que le crees cuando interpreta un papel.
La industria y la música en vivo
Al entrevistador le gustaría una declaración nostálgica del tipo cualquier tiempo pasado fue mejor. Y a pesar de que Los Enanos siguen llenando estadios, y Soda Estéreo regresa y suena en todas partes y Charly García se reinventa, Marciano cree que en la actualidad hay muy buena música, el problema es que la industria ha cambiado con la llegada del Internet.
Antes, una banda grababa un disco, lo promocionaba con una gira, vendía una serie de copias y ya. Ahora, después de un concierto, un fan se le acerca y le dice: Oye, ya bajé tu último disco. “¿Tú crees que ahora alguien va a pagar por un disco?”. Tan sencillo.
Los jóvenes, en la actualidad, acceden a la música mediante el Internet. Hay cualquier cantidad de buena música en la red, lo que se vino abajo fue la industria disquera.
Los 80, explica, se dieron en unas circunstancias específicas. Las disqueras se dieron cuenta que aquello podía pegar y le invirtieron en serio. Luego vino la guerra de egos, la payola, la competencia por los hit parade, las disqueras dejaron de ser dirigidas por gente que sabía del oficio y entraron los abogados. Y la industria se fue a la mierda.
Las disqueras están pagando el precio de los excesos que cometieron. Pero la música está ahí. Es cuando suelta otra de las sentencias para el aprendiz de brujo. Anoten: “Los músicos siempre tendrán su música, las disqueras comerciaban con ella”.
Entonces, qué hace que una banda trascienda los cinco minutos de fama y no desaparezca a los tres meses de colocar en el mercado un sencillo: la música en vivo. Ahí no hay trampa ni cartón. Las nuevas tecnologías pervierten la calidad del sonido, pero en un concierto a la gente le dices esto es lo que soy, esto es lo que tengo.
Son treinta años en el negocio y Marciano Cantero se emociona como un adolescente al evocar los últimos conciertos de la banda y reconocer con una modestia que conmueve que suenan cada vez mejor, bárbaro. Y nos recomienda el concierto en Los Cabos, que, obviamente, lo podemos encontrar en Youtube.
La música en vivo, a pesar de toda una vida en los aeropuertos, con todo lo que esto implica, cambio de horarios, comida, clima, a Marciano le sigue haciendo vibrar. El monstruo de mil cabezas rugiendo a los pies de la banda y los tres Enanos Verdes reventando los instrumentos (ya no está Piccolo en la batería, el nuevo, J. Morelli, se acopló a la perfección, confiesa) sigue siendo para el mendocino la prueba de fuego de una banda de rock
Benny Ibarra recordaba hace poco, nos ilustra Marciano, que los Enanitos, si las condiciones técnicas se daban, eran los únicos que no utilizaban el play back. Y Calamaro, el genial Andresito, insistía tiempo atrás que la manera de vender un disco, sea tradicional o en MP3, sigue siendo tocar en vivo.
Javier, el relevo
Marciano sigue conectadísimo con la Argentina. Viaja tres o cuatro veces al año. Da conciertos, convive con los amigos mendocinos que todavía conservan el asado al que llevaban a sus ídolos de juventud: Charly García, Espinetta, Miguel Mateos. Ahora ya colegas, sus iguales.
Pero el cantante de Enanitos regresa al sur para visitar a Javier. ¿Se imaginan a un rockero hablando de su hijo de 17 años con la admiración y el orgullo de un padre maravillado?
¿Se lo imaginan hinchando el pecho, sabedor de que el talento Cantero tiene ya su heredero?
El muchacho es guitarrista y posee ya un par de temas de su autoría de gran calidad, confiesa el mendocino.
¿Y no es orgullo de padre?
No, de veras, dice. E invoca a Rocío, su amor hermosillense, quien la otra vez escuchó las composiciones de Javier sin saber que eran del pibe y le encantaron.
Claro que Marciano ha tratado de disuadir a su hijo para que no se dedique a un oficio donde un día comes caviar con champán y al siguiente pizza con coca cola. Un oficio duro, donde se sufre.
Pero también recuerda sus propios inicios, cuando sus padres le decían que estudiara. Y estudió la secundaria, la prepa y entró a la universidad. “Pero llegó el momento que tenía que decidirme y se impuso la música”.
Y dice respecto de su hijo: “Cuando tienes un talento como él, cuando te apasiona algo, adquieres una responsabilidad”.
La emoción lo embarga, cómo no. Sabe, como artista, que desaparecerá algún día y quedará su obra. Sabe, en tanto humano, que partirá algún día y su hijo seguirá las huellas para dejar las propias.
Por ello tienen un proyecto a largo plazo de tocar juntos. Y mientras llega ese día, Enanitos Verdes prepara disco con temas nuevos, enfrenta futuras giras y entra poco a poco en ese territorio en el que han entrado otros abuelos del rock, donde parece que los pactos son con el diablo y la buena música.
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