Originario de Quintana Roo, ha merecido diversos premios nacionales por su obra poética, entre los que destaca el Jaime Sabines, 2007.
Javier España (Quintana Roo, México, 1960)
Obtuvo el Premio especial de literatura “Antonio Mediz Bolio”, otorgado por el Gobierno de Yucatán y el Instituto de Cultura del mismo estado por el poemario Presencia de otra lluvia en 1987; asimismo, el Premio hispanoamericano de Poesía para niños, otorgado por la Fundación para las Letras Mexicanas por el libro La suerte cambia la vida en 2004. Obtuvo, también, el Premio Internacional de poesía “Jaime Sabines”, en el 2007, con el libro Sobre la tierra de los muertos, otorgado por el CONECULTA de Chiapas; de igual forma, el Premio Nacional de cuento “Beatriz Espejo” 2010, otorgado conjuntamente por el instituto de cultura de Yucatán y el Municipio de Mérida, por la obra Prometeo de la calle 51. Entre sus libros de poesía destacan: Tras el biombo (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1991), Travesía de fuegos perseguidos (UNAM, 1993), Tributo del viandante (Instituto mexiquense de cultura, 1998), Azul deseo de la esfinge (Editorial Mantis, 2000), La suerte cambia la vida (Fondo de cultura económica, 2005), Sobre la tierra de los muertos (CONECULTA, Chiapas, 2007), entre otros. Ha publicado el libro de ensayos Rumores a deshora, 2011 y participado en el colectivo Los frutos de la voz, 1997.
1
EN DOBLE día, doble muerte, garra
asida en el espejo tributario.
En doble rito, pretender el alba,
rasgar nuestro pasado con el tedio.
En doble fingimiento de la furia,
quisimos ser pero fraguamos nada.
En doble templo erguimos la escritura:
una, fue luz; otra, sentencia en humo.
En doble verso se condena el otro,
fosforescencia breve entre dos noches.
2
VISLUMBRAMOS el pánico del día
desde solar ceguera que nos llaga.
Toda culpa consuela a falsos hijos,
agridulces victorias que embalsaman
la inclemente mentira de decirnos.
Nada es aquí, sino el escarnio.
De noche, Alejandría es cualquier sitio,
ominosa balanza de virtudes
que entreteje el sudario de los huesos.
Allí nació la muerte, allí su historia,
desde el humo rojizo que nos ciega.
Nadie es la luz, sino la sangre.
3
CORREN LOS niños por la plaza vieja,
aderezan el aire de la tarde.
No puede ser –maldigo– tanto miedo;
complicidad de ciegos proclamando
su fe de ser la descendencia muerta.
En medio de la calle muero en otros,
atenazo los días indefensos.
No quiero describir el estertor,
mi cuerpo deshojado por el frío.
Pero es siempre la cita con el fuego.
Tocan puertas los siglos, las pasiones.
Se calcina una lluvia desde lejos.
No hay escondite cierto para nadie.
Borro la voz, tan frágil, de mi azogue:
sol nocturno que habita tras los labios.
4
TODO ES suplicio en torno a la promesa.
Incineramos páginas del tedio
para acallar el eco del quebranto.
En el tumulto de los dones frágiles
se incrusta la ironía y su presagio:
serpiente que disputa su dominio.
Escombros y pavor, la descendencia.
En sola adversidad de lo erigido
se disipa la luz que no perdona.
5
INSEPULTO ES el credo de la historia,
grita crimen a crimen su legado.
En certero dictamen de ser sangre
abdica a paraísos de la noche.
No sostiene a la sombra ningún faro
ni el perdón es umbral para la espera.
No se posterga más lo presentido:
epílogo del humo en la escritura.
En nocturno intersticio de palabras
se disuelve el fragor del infortunio,
dádiva de la nada, silabario,
esperma minuciosa de la muerte.
(Del libro Sobre la tierra de los muertos)
SIN DECIR
Qué muerte sin decir,
sin artificio o mago
que bosqueje la estela
de los cuerpos azules.
Allí, cuando la flama
de un relámpago ciego
divulga profecías
de antiguos vigilantes.
Oh, el eco de ciudades
crea imágenes, ansias,
desnudas osamentas
de nombres recobrados.
LA NADA DEL PRESAGIO
La luz apaga los umbrales
del nosotros, en pérdida ulterior.
No hay castidad que borre su castigo
ni premisas en puerta quebrantada.
Un resplandor tardío se desliza
al intacto morir de los oráculos.
Paginación insomne se doblega
a la nada infalible del presagio.
NAUFRAGIO
Levísimo es el roce de los actos,
destellan las heridas en silencio.
Una boca es un río sin memoria,
donde el náufrago dicta su otra muerte:
el círculo que rompe su neblina.
¿Qué tacto no es un ser agonizante?
¿Qué ausencia no es vivir en el azul?
¿Dónde la luz no engendra su penumbra?
IDENTIDAD
De nada se ilumina el germen.
Su trizadura es la apariencia
forjada entre vagidos.
La obesidad de sus escombros
se urde de velos irreales
y cohabita en la fe de su violencia.
Donde el degüello es síndrome de sales,
la posesión oculta los secretos, el delirio,
la herida que se fuga en halo.
(Del libro Azul deseo de la esfinge)
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AVIDEZ VIGÍA
En lo más alto de una prédica
se empuña el credo clandestino:
vuelve, corrompe la inocencia
hasta el silencio que lo oculta.
En el azar del lance aguarda
la boca pronunciar tus senos,
erguir el poderío en ansia,
tejer la piel de nuestro instante.
Desde el atisbo del retorno
se agita la avidez vigía,
porque morir es más promesa
que pretender la vida sin memoria.
ENGENDRAR NO ES EL FUEGO
Engendrar no es la cópula secreta
sino el blando gemir de la ironía.
Ni consuelo ni olvido son los límites
que coagulan distancias, duermevela.
Engendrar es recinto, noviciado
del temblor en la red más torturante.
De soberbia que nace con el miedo
es el estigma en un nosotros turbio.
Engendrar no es el fuego para el acto
que bifurca el destino en sepulturas.
Voluntad en monólogos silentes
degüella la inocencia de ser frutos.
AL LÍMITE DEL AGUA
Al límite del agua, labios;
al borde de los labios, lluvia;
al canto de la lluvia, nada.
El azar es camino y fuego.
Este verso desnuda su ramaje,
noches y noches mueren sobre hiedra.
No hay hojas indecisas en el vuelo,
vida apenas en el silbo solitario.
Es sordo el sobresalto, ausencia sola,
¿insomnio?, ¿así de casto lo perdido?,
¿olvidan los amantes cerraduras?
vida apenas promete la palabra.
LLUVIA DEL VERANO
Apuntalo mis huesos en el humo,
miro al polvo tejer invocaciones.
Nada a salvo. Morada de un cortejo
que apresa al goce nómada en ceniza.
Cumple el relámpago su aroma altivo
donde la acequia muere vigilante.
Adúltera es la lluvia del verano
que abisma en el dolor su persistencia.
PARAJE
Por un ágata acuso tu legado,
paraje de estupor en el azar
donde el incendio líquido del pubis
se esculpe en el santuario más vacío.
En mis manos abreva a plenitud
el verso cenital de los crepúsculos:
pasto de sangre y musgo para el sueño,
raíz que nace en ríos fragmentados.
¿Fallece, acaso, el agua en sus orillas,
o aguarda en su rumor otro naufragio?
Si el instante propicia tu cintura,
¿por qué gime el silencio en la palabra?
(Del libro Neblina para cegar ángeles)