Desde otro tiempo, donde la herida lanza pedradas contra el abismo y no hay silencio más fatuo que aquel que agota la memoria. Como un relámpago nocturno, igual que una luciérnaga en medio de la oscuridad, con el tacto debil, con la palabra quemando el augurio, escribe el poeta Jorge Valbuena. Presentamos a continuación una muestra de su trabajo literario.
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Coordinadora de la sección: Stephanie Alcantar
Señales de humo
Desde esta esquina podemos escuchar los recuerdos
Verlos pasar rodando como piedras lanzadas desde otro tiempo
Hasta este invierno
Que nos incinera
Esperamos que las tormentas pasen despacio
Que se replieguen en sus alas movedizas
Y hagan su estorbo en la cornisa de estas sombras
Mordemos el tímpano de la historia
Padecemos el dolor de las crisálidas al nacer
Enhebramos el chillido en las lápidas que cubren las cabezas
No hay afanes para vivir
No hay vicios que esperen
Ni desesperos más fatuos
Que esta sobriedad
Somos una legión de dolores cuaternarios
Puestos a prueba en el frío de este siglo
Que renueva los suspiros y los congela
En el ciclo vital del sufrimiento
Desvanecidos y secretos
Escuchamos los recuerdos doblar las esquinas
Husmear estos viejos adoquines
Rondar con sus pasos de elefante
Las cicatrices
Del viento
Endemia
En los escaparates de la memoria
los huesos abundan
las llagas han rebosado el miedo
el olvido ha hecho un cementerio
de cenizas.
Los ojos
cansados de repetirse
niegan su reflejo
se invaden de moscas,
tallan una aurora vieja.
La ceguera mengua con el viento
al atardecer
trae la hojarasca del silencio
bautizado
como único recuerdo moribundo
que nos arde en los colores de la piel.
Ángeles nocturnos
Desnudos de abandono
La noche nos acumula entre sus cuerpos
Gélidos de tiempo y de sombras
Armados de lluvias pasajeras
Secretos bajo el árbol negro
…
Aún vivos
Viejos
Desde la memoria que roen los relámpagos
Austeros
Desde el despertar
No es este el cielo de agujas
Que oscureció
Es otra antigüedad tras el cerrojo
Otras pupilas que se observan bajo una masacre
De luciérnagas
Manos que empuñan la lengua sideral
La astrosa urgencia de olvidar despacio
Ahogándonos de oscuridad
Lamiendo el polen de las madrugadas
Doblando la esquina perpetua
Empiezan a enfriar los huesos
Caen los párpados
Los gallos entierran su plumaje
Mienten tres veces
Picotean a la luna
Alguien fermenta en su inanición
A esta hora profunda
Bosteza el abandono en la raíz de tu vientre
Cruje la canícula
Bajo las cenizas
El fuego comienza a cicatrizar
Desencuentros
Camino buscando el primer paso
la salida al comienzo
el instante que enciende
la luz oscura.
Todo me devuelve al fin
a tus ojos regresando con el viento
a tu voz callando mi nombre
a tu espera en el vacío.
Llamo a la noche
y prolongo tu retorno
limpio tus huellas con mi sombra
inundo tu luz con espejos rotos
desfigurados desde el nacimiento
antes de ser reflejo
o cristal roto
tiempo roto.
Pienso en desnudarte
así, fragmentada en el hielo
poseída por mis cauces secos
inerte en el origen de la lluvia,
gota a gota
irme en tu mortal orgullo
Ascendiendo a tus pensamientos
que amanecen
en el instante último
en que la luna agota su luz
para que seas esta hoguera.
Arquitectura de viento
a la intemperie
siempre a contraluz
he convertido tus muros en ocasos
los amaneceres son tus puertas
las ventanas sordas de la brisa
sólo el tiempo mantiene en el silencio
la tempestad de su reloj de arena
sólo la luz busca su orilla
en el centro del fuego
siempre a la intemperie
en este desierto vacío donde habitas
los espejismos de un recuerdo derrumbándose
Los colores de la sed
Sabía Arturo Cova
que el lugar donde guardaba el cuchillo
era del mismo color de su piel.
Esperaba que el dolor se durmiera en la sangre
que pasara de sol de los venados
a selva de réquiem, caucho calcinado,
y ese vaho de mujer
con la savia del llanto
soportando el fango del camino,
las palabras áridas de olvido
y una caricia de fuego
que nacía en el fondo de la tierra…
Sabía Arturo Cova
que esa ira era
una semilla sembrada en un revólver
en mitad de la vía
de un disparo eterno.
La ardiente oscuridad
Hemos muerto.
Todos en esta casa han abierto las ventanas
han dejado libre al silencio
y al tiempo que nos busca.
Las viejas grietas
buscan su desembocadura.
las sombras rasgan las paredes
de su incertidumbre.
El aire, viciado de recuerdos
asfixia los platos vacíos.
El cielo ha olvidado su nombre
y quiere bebernos en su tempestad.
Caen las plumas de sus nidos
y las cáscaras de sus vuelos.
Hambrientos de olvido
oscurecemos
Lamemos la cornisa de las tardes.
En esta casa
invadida de pájaros de humo
sólo la noche
nos sepulta.
JORGE VALBUENA
Cundinamarca, Colombia, 1985. Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana. Su primer poemario: “Presos”, recibió el premio Departamental de Poesía de Cundinamarca en el año 2008. El mismo año “Los arados del parpadeo” fue merecedor del Premio de Poesía Revista Surgente. Su obra “Péndulos” fue reconocida con el primer puesto en el concurso Bonaventuriano de poesía en el año 2010 y su poema “Abismos del silencio” fue ganador en el concurso nacional de poesía “Palabra de la memoria”. Participó en el XIV Encuentro Internacional de Poetas en Zamora, Michoacán, México. Colabora como corresponsal en la revista RED DOOR de New York. Es promotor de lectura y escritura en La Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá. Actualmente forma parte del colectivo literario La Raíz Invertida.
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