Edmundo Valadés. El cuento de los cien años

José Ángel Leyva
edmundo-valadesEste 2015 conmemoramos el nacimiento de una de las figuras más generosas de la literatura mexicana. Generoso porque dedicó más tiempo a difundir y a enseñar el arte de escribir de los otros que a cultivar su propia obra. Su revista El cuento circuló por todos los países de América Latina y fue, además de una publicación periódica, un taller de creación literaria. ¿Cuántos escritores hoy reconocidos están en deuda con esa labor del maestro Valadés? En lo personal, tengo muchas deudas con él, y recuerdos muy gratos de su personalidad bondadosa y maliciosa a la vez. Esta es una entrevista realizada durante los últimos años de su vida. Un buen pretexto para recordarlo y celebrar su presencia en esta vida. Qué mejor que un tema como el erotismo, en el que Edmundo Valadés era un experto.

 

Edmundo Valadés. Poética de la sensualidad

José Ángel Leyva

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Edmundo Valadés
Edmundo Valadés fue uno de mis maestros más generosos. Fui a su taller de cuento durante tres años y después asumí la dirección, durante tres años, de uno de los talleres de creación literaria que hicieron para él en la Delegación Iztacalco. Director de la legendaria revista El cuento, su personalidad y su imagen correspondían a la de un hombre bondadoso, y lo era, pero también acusaba una picardía que daba a su amistad y a su magisterio un toque singular de gusto por la vida y la literatura. Esta conversación gira en torno a los temas principales de Valadés: la imaginación y la sensualidad.

La muerte tiene permiso, es la primera frase –título de una de sus obras narrativas medulares– que se le viene a la cabeza a quien escucha mencionar a Edmundo Valadés. Luego aparece el director de la revista El cuento (con sus más de 30 años de publicar las mejores piezas de este género literario). Después viene la figura del destacado periodista y del formador e impulsor de nuevos narradores en toda América Latina, ya sea a través de sus talleres de cuento, de sus antologías, de sus ensayos, de sus revistas. Lo que podría ser una conversación formal en torno a su carrera o a la literatura se desliza por la pendiente de la sensualidad, nos lleva inevitablemente a los terrenos donde la carne se despierta alucinada, gozosa ante el milagro de la vida. 1995 será el año de sus 80 años de existencia y de una larguísima estela de actividad literaria y de testimonios en el libro de la imaginación. Esta es la historia que despierta entre las imágenes femeninas de su estudio: Camille Claudel, Colette, Isadora Duncan, Katherine Mansfield, una numerosa colección de damas rubensianas y al fondo la sonrisa cómplice de Marilyn Monroe.

 

Hablemos de la infancia. De esos viajes fantásticos que Bruno Bettelheim nos dice que se pierden en el largo camino de la censura y de los convencionalismos. Esa infancia que muchas veces se recupera ante el estímulo sensorial de una cocina, de un árbol, de una voz, de una imagen o de un sueño. Usted comenta en alguna autobiografía que su madre lo ataba a la pata de la máquina de coser, allá en Guaymas, Sonora, para que no escapara de la casa; era apenas un niño de escasos cuatro años. Ya desde entonces anhelaba usted la libertad para viajar o imaginar.
Siempre he quedado de algún modo amarrado a las mujeres y siempre he buscado la forma de escapar de ellas. El escritor y el niño tiene en común la libertad, la soltura para construir mundos donde ellos son los héroes. Parten del deseo de transformar sus realidades, de ir más allá de los límites impuestos por el medio. Sobre todo cuando se percibe la hostilidad del mundo hay un impulso a escaparse hacia otras dimensiones menos dañinas.  Hay en  el hombre esa tendencia natural a salirse del régimen paterno, de la autoridad, para desembocar en los mares inciertos de la imaginación, de la aventura.
¿Pero qué es la libertad? ¿Cómo conjugar que el hombre sea libre y tenga un límite para no afectar a terceros, para respetar y  entender la libertad de los otros, para no imponerles nuestro sentido y nuestra definición de libertad? Un ejemplo burdo por su sencillez y por sus contenidos es ese fenómeno que cada día crece más: los nacos. Me aterra verlos actuar, moverse en mis proximidades. Los nacos son esas personas sin educación, de mal gusto, prepotentes, que por lo regular pertenecen a clases sociales acomodadas, y sobre todo a los nuevos ricos, lo cual les hace creerse intocables. La mediocridad y la insignificancia se transforma en agresión, en insulto permanente. El naco es ese sujeto que estaciona su carro en la línea intermedia para ocupar con su auto dos cajones en lugar de uno. Este detalle tan pequeño muestra la magnitud del espíritu mezquino que prevalece en nuestro medio. Ese ejemplo puede magnificarse y ser trasladado a otros casos, con personas que tienen poder y veremos que en términos similares actuar n impunemente. Dictadores, luchadores sociales, revolucionarios han sido seducidos por ese espíritu en el cual se pretende mostrarle a los pueblos la libertad que les conviene y en pro de esas consignas se cometen barbaridades, traumas históricos. La libertad seguir  siendo el tema central del hombre, su búsqueda incesante, su utopía.

Hay escritores que viven su oficio con una fuerte carga de dolor, como un sacrificio. Su obra es en sí la  ansiedad por la perfección, por la trascendencia. Hay  artistas que hacen de su vida una prolongación de la obra o su vida es en función de su trabajo y ellos mismos son personajes. En su caso yo veo, por el contrario, a un escritor optimista, lúdico, terrenal, que ve en la materia literaria una sustancia vital para aprender a vivir bien ¿No es así?
Relativamente, porque le he sido bastante infiel a mi profesión de escritor, le he dedicado más tiempo a otros asuntos. Puedo decir que soy un autor hasta cierto punto inédito, que lleva un caudal de experiencias, de relatos acumulados en la mente y no los ha trasladado a la escritura. En este sentido me resulta doloroso el ser escritor y no poder responderle a mis impulsos. Si me siento frente a la máquina de escribir y voy soltando mi imaginación sé que la recompensa ser  maravillosa. Es la conciencia real de estar creando algo verdadero. Pero algo falla a la hora de comprometerme en esta disciplina, me siento dominado por otras tentaciones.

¿Por qué siempre ha escrito cuentos?
Bueno, de joven escribí versos. Alguna vez me le acerqué a Xavier Villaurrutia y le mostré mis textos, pero él con mucha finura, con una gran delicadeza me hizo ver que yo no era poeta. Acepté sus palabras y ahora pienso que tenía razón, pero supe también que podía encontrar la parte poética en el lenguaje y en la esencia misma del relato. Alguna vez tuve un conflicto amoroso y escribí de nuevo algunos poemas para sacarme la espina. Entonces pensé que había algunas imágenes salvables, algunas figuras logradas, pero ahora que los leo descubro que son malos con entusiasmo. Hoy en día ocurre un fenómeno curioso, la prosa se trasmina a la poesía y la poesía se filtra en la prosa.

Alguna vez me contó usted una historia que transcurría en la ex Unión Soviética. En ella aparecía usted como un bailarín que desplegaba todas sus habilidades mundanas y una especie de bondad inexplicable. La fiesta lo hacía verse en una atmósfera voluptuosa y divina a la vez, era  ángel y demonio, poeta y personaje. ¿Qué relación tiene la fiesta con su visión de la vida?
Bueno, he llevado la fiesta en desorden. El baile y el licor son sus condimentos. Pero el baile también representa un propósito de realización existencial, de sentirse p jaro; de soñar siempre en compañía de una mujer. El baile tiene sus géneros, y cada uno de éstos define sus reglas, pero uno inventa y reinventa sobre ellos, imprime los rasgos de su personalidad en los movimientos corporales y en la ejecución de los pasos. Para mí es un juego de pareja, no puede ser de otro modo. Hay comunión de los cuerpos que al volar se apretujan, se hablan a través del tacto, iluminan sus mejillas una con la otra, y a veces, los labios buscan subrepticiamente las orejas. La mejor etapa de mi vida ha sido como una fiesta. Por eso no encuentro mejor frase que “ lo bailado nadie me lo quita”.

¿Qué sentido o sentidos ha privilegiado a lo largo de su vida en y para la imaginación y su cotidianidad?
El tacto. Este fue el sentido que primero despertó y me dió a conocer la fuerza de la sensualidad. Recuerdo que en mi infancia en el puerto de Guaymas, cuando después de los aguaceros se formaba un lodo muy fino en las calles de tierra, me quitaba los zapatos para entrar en contacto con la suavidad de la tierra. Ahora sé que la experiencia entre mis pies desnudos y el fango era de una enorme sensualidad, eran caricias anticipadas, anunciaciones exquisitas de lo que vendría después.
El olfato es maravilloso para la memoria. El contacto con ciertos olores nos traslada de inmediato a épocas y atmósferas antiguas, nos anima la nostalgia. El presente se transforma en un episodio irreal entre  im genes  del  pasado.  El  olfato  es  tan  importante  para  la  imaginación  que  representa  el fundamento de En busca del tiempo perdido, de Proust. El sabor ligado al olfato se potencia para erigir el edificio literario, evocativo de dicho novelista. Sin embargo, para mí el tacto sigue siendo la forma m s directa de entrar en comunión con el mundo, con el tiempo, con la terrenalidad.
Al hablar del tacto pienso en la tentación como algo que lleva en sí y de antemano una carga pecaminosa. El placer como la fuente cristiana de todos nuestros males. Digo cristiana porque es en el interior de esta mitología donde se encuentra la relación entre el placer carnal y la tragedia, entre el deseo y la horfandad.
Lo más abominable ha sido el dogma del pecado, la noción del placer como un acto trasgresor. La Iglesia persigue a la sensualidad como si fuera una bestia destructora, como si representara el origen de todos los males. En el lugar del deseo ha dejado una carga desastrosa para la humanidad; al prohibirle que cultive su capacidad para sentir placer ha motivado su agresividad. Sobre todo en el mundo católico se ha padecido la culpa, la vergüenza del deseo, de la necesidad de otro cuerpo. Se trata sí de la posesión de otro ser, pero sin esa losa histórica en nuestras mentes aflorarían sus propósitos verdaderos: amarlo, sentirlo, olerlo, saborearlo, disfrutarlo. Yo creo que son las nuevas generaciones las que han podido liberarse en gran medida de esa condena hacia el amor físico. Algo sublime que se da en la tierra no puede ser monstruoso. No puede ir en contra de dios el placer que dios nos dio. Hemos forjado una historia aberrante, incapaz de reconocer los atributos humanos, los valores profundos del hombre que lo pueden reconciliar con su pequeñez frente al universo. Nos hemos llenado de culpa de ser lo que somos, de sentir lo que sentimos. El deseo embellece, ilumina los cuerpos y las cosas, como el amor transforma nuestra visión de la vida.

En la historia del hombre y de la literatura el erotismo ha tenido sus épocas florecientes, pensemos en las fiestas dionisiacas de los griegos, en las épocas romanas de Pompella, en los goliardos del Medioevo, en el espíritu rabelaisiano del Renacimiento. El erotismo en la literatura y en el arte siempre se acompañó de la insinuación, de la sugerencia como la llave que abre el ímpetu de la imaginación y del deseo. Aun en escritores como Anaís Nin, Miller, D. H. Lawrence las escenas más fuertes están cubiertas por un velo suave que matiza la realidad. ¿Cree usted que el erotismo como tema se agote en la medida que ya no nos sorprenda en tanto que la descripción literaria vaya siempre más allá de la insinuación y nos muestre con lujo de detalles la carne y sus placeres?
No, no lo creo, pues mientras exista el deseo sexual en el hombre se crearán otras formas  de recrearlo. Lo que sí pienso es que es más fuerte el estímulo de la sugerencia que el de la descripción. Entramos ya en el terreno de la discusión entre lo pornográfico y lo erótico. Para mí sí existe una diferencia sustancial. La pornografía es explicativa, carente de inteligencia, de sensibilidad, pues va directamente a la descripción elemental de la mec nica sexual. Hay unos cuadernillos editados en España que al parecer circulan cada semana y que presentan ilustraciones de todas las formas posibles del acto sexual. Tal vez uno pueda ver cinco, o hasta diez, pero más debe resultar aburrido, sin capacidad para asombrarnos. En cambio la literatura o el arte que entran en los dominios del erotismo están obligados a emplear la imaginación, a estimularla en los lectores y los espectadores. El erotismo entonces juega con el asombro, con la novedad, con los espacios libres para crear y recrear la imagen poseida por la inteligencia y el deseo.
Recuerdo un viaje a París hace muchos años con un grupo de periodistas muy conocidos: Enrique Figueroa,  Jacobo  Zabludowsky,  entre  otros.  Fuimos  al  famoso  cabaret  "Crazy  Horse  Saloon"  y presencié uno de los espectáculos más eróticos y formidables de mi vida. Puedo verlo muy claro aún, la entrada donde había una cantina, más adelante la pista de baile, enseguida otro espacio con un pequeño teatrito donde había mesas para sentarse a beber. Nos instalamos precisamente en este último sitio, y desde allí, presenciamos el  show. Apareció una mujer que era ya en sí la encarnación del erotismo, la provocación de la fantasía. Con toda seguridad la habían elegido entre miles. Todo en ella era voluptuoso, sus cabellos, el color de la piel, el rostro, el cuerpo, los ojos. Inició su actuación con una pantomima en la que aparentaba ir acompañada de un hombre y poco a poco sus caricias los orillaban al acto sexual. El público masculino se observaba realmente perturbado. En el lugar de aquel hombre ficticio nos instalábamos cada uno de nosotros, nos veíamos en posesión y poseídos por tan bella criatura. Al mismo tiempo se escuchaban las risas casi histéricas de las mujeres. Cuando los varones veían por los suelos sus resistencias y estaban a punto de ser dominados por el impulso de subirse al escenario y violar a la actriz, entonces se cortaba el número y daba paso a un show cómico, que también era fabuloso. La risa servía de escape a la tensión provocada por el deseo. Cuando las carcajadas lo dejaban a uno sin aliento irrumpía de nuevo otra chica de las mismas características que la anterior e iniciaba su actuación. Se volvían a encender los apetitos sexuales y se repetía el corte y el paso a otra actuación cómica. El autor de ese espectáculo es un genio, se llamaba Alain Bernardin, el Rey del strip tease. Por cierto yo tengo un libro, titulado Gold Gotha, donde aparece una entrevista con él. El entrevistador es español, José Luis de Villalonga, quien hizo su fama conversando con personalidades del jet set.

Valadés se incorpora de su asiento y busca afanosamente en su amplia biblioteca el volumen. Lo encuentra y sin borrar la sonrisa y el brillo de su mirada que se avivan conforme avanza la conversación, lee de pie unos párrafos de dicha entrevista al Rey del strip tease:
"Mi concepto de mujer ideal no ha cambiado jamás. Me gustan las mujeres de piernas cortas, las rodillas bajas, los muslos apretados uno contra otro, sin río parisienne (así se define la separación de los muslos en términos del oficio), las nalgas combadas y redondas, el espinazo largo, los hombros angostos, el pecho bajo. Sí, ya sé, según los cánones de la belleza enunciados por Ruskin, acabo de describirle, palabra más palabra menos, a la venus hotentote. Pero si piensa usted en la definición que acabo de darle ver  que cada término, es decir, la configuración de tal o cual parte del cuerpo corresponde a la fase de un movimiento, cuya armonía es necesaria para la expresión escénica. Las mujeres  que  le  he  descrito  tienen  las  caderas  naturalmente  expresivas,  acentúan  sin  esfuerzo  el balanceo de su cuerpo, son perfectos metrónomos invertidos. El pecho bajo, por ejemplo, es un factor de equilibrio rítmico en los desplazamientos y los tiempos. Pero otro factor interviene también en el modo más importante, el rostro, sobre todo los ojos. Poco importa su color, pero deben ser bellos, muy bellos. Es una condición sine qua non. Sin la belleza de la mirada, pues una hermosa mirada quiere decir muchas cosas, no hay contacto, no hay complicidad entre la intérprete y el público. (…) Porque, finalmente soltemos la palabra clave, todas las mujeres son más o menos lesbianas."
Valadés cierra el libro y se acomoda de nuevo en el sillón.
Pero regresando a nuestro asunto sobre las diferencias entre erotismo y pornografía en la literatura, creo que éste es un ejemplo de lo primero, en el que la insinuación, la sugerencia ofrece un terreno para el juego con la imaginación. Lo segundo en cambio todo lo detalla; es como poner una lupa sobre la piel para observar la forma de sus poros.

¿Hay alguna novela o cuento que sea para usted el paradigma de esta diferencia?
No sé si sea el modelo, pero sí un texto inolvidable. Siendo un adolescente de apenas doce años, me hallaba en la biblioteca de unos tíos cuando descubrí detrás de ciertos volúmenes el libro Gamiani, que se le acredita a este escritor francés del siglo pasado, autor de obras voluptuosas y sombrías, Alfred de Musset. Se trata de una novela en la que la protagonista es una lesbiana que hace el amor con mujeres, hombres y animales. Para un chico de esa edad el impacto de una lectura como ésta es brutal. Es como un infierno delicioso, que nos quema y nos seduce a la vez. Pero realmente el libro que he sentido más logrado, el más sensual, el del más bello erotismo es El libro de las mil noches y una noche; no confundir con Las mil y una noches. Es una recopilación en el mundo  rabe de textos anónimos. La primera versión al inglés la hizo el escritor de apellido Gibbon, y poco antes de los años veinte hizo la traducción literal al francés el doctor Marbrus. Años más tarde el español Vicente Blasco Ibáñez dio a conocer la obra en su editorial Prometeo, en 23 tomitos, con un valor de 50 centavos cada uno. Recuerdo que yo vivía en Santa María la Rivera cuando los descubrí en el escaparate de una librería que frecuentaba. Mis tios me daban un peso de domingo, no sé si aún se le siga llamando así a esa cuota familiar. Le propuse al librero que cada semana le compraría uno hasta adquirir en su totalidad los 23 volúmenes. Se resistía, pero finalmente lo convencí. Ahora que lo pienso, de algún modo me adelanté al moderno sistema de venta que aplican las grandes editoriales para sus colecciones.
El mundo  árabe que nos enseña dicha obra es maravilloso. A tal punto que Alá  les promete a los fieles mahometanos que después de la muerte les esperan una mujeres llamadas huríes, incansables para el placer. El porvenir divino es el escenario del amor físico. Mientras que en el catolicismo lo que les espera a quienes busquen afanosamente la sexualidad es el infierno. Las mil noches y una noche es un canto popular, colectivo al erotismo, a los placeres de la carne. Es, la poética de la sensualidad.

Leyva
José Ángel Leyva

 

 

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  1. Sonoro Río