Anouk Guiné escribe sobre Matadoras.
Nuevas narradoras peruanas –editada recientemente por Estruendomudo–.
Una publicación de corte feminista en una tradición masculinista de la literatura.
MATADORAS: ENTRE LIBERTAD SEXUAL, QUEJA AL MACHISMO Y SUFRIMIENTO
Anouk Guiné
La antología Matadoras – Nuevas narradoras peruanas, recientemente editada por Estruendomudo, resulta ser feliz e inconscientemente feminista.
La historia literaria fue escrita en clave masculina, con un canon literario del mismo corte. Esto implica la invisibilización y el silenciamiento de la literatura hecha por mujeres y cuyo trabajo sería «irracional», «no profesional» y «no serio». No es que las prosistas fueron pocas por décadas, sino que su aparición editorial fue muy tardía por las razones que acabo de dar.
Considerada como «subliteratura», no es de extrañar que muchos hombres no lean a las mujeres, y que por lo general éstos falten a eventos relacionados con la literatura femenina. Este estado de cosas no se desmintió en la presentación de Matadoras el 23 de octubre 2008 en París -con el editor Álvaro Lasso y dos de las autoras antologadas, Grecia Cáceres y Nataly Villena- donde los varones, en particular los narradores peruanos y latinoamericanos que viven en la capital, brillaron por su ausencia, mientras nunca faltan a tal evento cuando se trata de uno de sus pares.
Felicitemos a A. Lasso quien, lejos de cualquier intento de ghettoización de la literatura femenina, da voz a 13 narradoras y nos ofrece una antología de alta calidad. Esperemos que sea un punto de partida para sacar a luz los textos de otras narradoras. Esta tarea es fundamental si se quiere poner fin a la amnesia de género en la literatura, si las mujeres quieren inventar espacios que escapen a los canones masculinos, o si quieren penetrar terrenos invadidos por los hombres sin tener que justificarse, y si quieren que su existencia deje de ser definida por referencia a los hombres.
Por cierto, las 13 Matadoras no tienen encima la mirada de un hombre cuando escriben. Nos lo comprueban al transgredir las normas en cuanto crean a partir del sujeto mujer, un sujeto «completo», mientras la masculinidad se revela «incompleta» como en Casa de estrafalario, el muy sensual cuento de Katya Adaui.
Hay en esta antología tres grandes ejes que hacen que sea inconscientemente feminista. Primero, la expresión sumamente libre, liberal y libertina de la sexualidad, segundo, la queja explicita al machismo, y tercero, el sufrimiento femenino. Estos temas se entremezclan y articulan a lo largo de la antología.
En Corte a Sofía, de Alicia Bisso, el personaje principal «se entrega al sexo con personas nuevas», y busca a su ex novio «sólo para tener sexo». Es mejor «no esperar nada de nadie», «por más que digan lo que sea, por más que te hagan el amor con esa misma fuerza… Olvídalos. No son más que eso. Hombres que comparten contigo una o dos noches y ya». «El típico cabrón que va de ligue en ligue», dice Rossana Díaz en La lucha contra el estornino.
En Al frente, de Nataly Villena, se deja a un peruano «vividor» y «borracho» y se viaja por España hasta Marruecos, una frontera que se vuelve también sexual al descubrir que uno de los personajes es una lesbiana que volverá a ver a su ex novia en Tánger. En esta zona fronteriza e impersonal del Mediterráneo, cerrada y abierta a la vez, las protagonistas se ven perdidas pero iniciando una nueva historia. «Al frente, todo aquello que habíamos perdido nos aguarda».
La homosexualidad también está presente en el cuento de Mónica Belevan, Trouvez Hortense, a través de la voz de Rimbaud en Adén.
La protagonista de Mate de Coca, de Susana Noltenius, se libera de un marido egoista. Al visitar la Casa de las Vírgenes del Sol, confiesa: «Me inquieta la idea de ser elegida para algo tan infame como el encierro», y expresa la libertad vivida con su amante: «yo yacía sobre su cama, él a mis pies… deslizó sus manos, sus labios y su cuerpo por mis piernas, mis caderas, abdomen y pecho». «No le incomodan los líquidos de nuestros cuerpos corriendo entre nuestras piernas».
Claudia Ulloa nos lleva por una sexualidad libertina en Línea: «Con el punzón (de una navaja) me dejó en la piel un rasguño muy leve, que me mató de placer… me metí a la ducha y vi la línea que él había dejado sobre mi cuerpo… Era una línea larga que iba desde mi garganta hasta el pubis y se unía a la línea de mi sexo». Al día siguiente ofrece públicamente su cuerpo en plena calle.
Para Grecia Cáceres, en Una Pena de Amor, la protagonista maldice al que la dejó: «Que le haga su show a las otras, a las que no saben aún lo que es un machito de su especie, que te aplasta y no le importa lo que sientas, que te toma y que te suelta…» «Nadie te dice nada y un buen día te encuentras aplastada en el asiento trasero de un carro, medio vestida, incómoda… no siento nada, sólo espero que pase el bolondrón… ¿Tú quisieras eso para tu cuerpo? Terminar toda adolorida, en posiciones absurdas, en lugares peligrosos, temiéndole a todo, pensando en el embarazo aunque según él se sale antes».
En Callejón oscuro de María Luisa del Río, una mujer cansada de su pareja cuenta: «Esta mañana me ha pedido que lo espere con el almuerzo listo, pero en lugar de meter los tallarines a la olla… me he entretenido con una película porno que encontré entre su ropa. Lo he sentido llegar… Ha caminado hacia la cocina y no ha encontrado nada, se ha molestado y nos hemos mandado a la mierda. He tirado la puerta, he salido a la calle… y me he subido a una combi para irme a cualquier otro pueblo de la cordillera».
La soledad y el maltrato a sí misma son otros sufrimientos presentes aquí, una soledad que puede «clavar» como «un cuchillo muy filudo» (Bisso). Algunas mujeres mueren y renacen al ritmo de sus casas, como en La casa muerta de Alina Gadea, y en Las dos orillas de Giselle Klatic. «Más tarde pensaría que doña Isabel había depredado la casa como una mujer que se infringe un castigo a sí misma, cortando su preciosa melena al ras del cráneo o pintándose toda la cara con lápiz de labio frente a un espejo para humillarse cruelmente a sí misma», escribe Gadea. La casa «parecía muerta. Yo había querido morirme junto con ella, abandonarme en su abandono… La casa agonizaba y me pedía que la rescate, que me rescate a mí misma», dice la madre en duelo de Klatic.
Culpabilidad, falta de confianza y desesperación son otros de los sufrimientos. Deprimida por su sobrepeso, sus arrugas y cañas, la protagonista de Díaz «no es nadie» sin antidepresivos. El Aliento de Karina Pacheco empieza con el suicidio de una mujer joven que se dispara en el corazón. Y Monserrat Alvarez, en Este cuento se autodestruirá en X minutos, habla de la feminización de la pobreza a través de una intelectual que plantea el suicidio, la prostitución y el trabajo doméstico como alternativas laborales.
Esperemos que más voces de mujeres sigan liberándose, y que antologías de este tipo florezcan en Perú.
Revista Sieteculebras, n. 25, noviembre 2008
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