Enriqueta Ochoa ve a y es vista por Jorge Lobillo

Enriqueta Ochoa
Enriqueta Ochoa

Lobillo, colaborador asiduo de esta publicación, nos manda desde Xalapa, Veracruz, México, un poema que Enriqueta Ochoa le dedicó antes de fallecer, y un texto sobre la obra de ésta.

 

 

 

 

EL AVISO

Para Jorge Lobillo

 

 

Jorge, me avisaron ayer

que hay un lugar vacante en otra escala,

esperándome.

Y desde que desperté he pasado mi escudilla

entre la muchedumbre de Dios

pidiendo una indulgencia para amortiguar los juicios

y asegurar mi absolución.

Sin embargo, sé que yo soy en el juicio

la barra de los jueces más severos.

¡La sentencia más dura será la de mis labios!

Por eso, lentamente he dejado caer la escudilla

y he empezado a contar mis ocios, mis trabajos y mis días.

Sé que tuve días de amor

en que mi cuerpo tuvo la sal

y el inmenso movimiento del mar;

días en que la red azul de mi sangre

salía, embriagada,

a cazarle la luz a la música del aire.

Días en que el vendaval me abatió

y fueron socavadas las raíces.

¡Ah, sólo fui naturaleza inestable,

agua incontenible debatiéndose,

rompeolas del viento,

desbandada tierra con alas!

Tuve días también de servidumbre clara

en que besó mi humildad las sandalias hermanas;

días en que la mirada obediente

antecedía, inclinada, mis pasos sigilosos entre rejas,

limpia la cal del muro

y fragante la tarima de cedro deslumbrado

que servía de lecho.

¡Qué afán por encontrarme

en el dédalo austero de mí misma!

Y hubo días en que al fin me encontré

y me vi un cervatillo jadeante,

en los ojos con lágrimas,

temblando de estupor,

mientras la befa humana

retumbaba en los ecos del bosque

y me cazaban.

Amé también los días de llovizna

que se hacían de espuma y de silencio,

en los que hasta el roce delicado del agua

me dolía en los nervios;

días color de lila,

compartidos con hermanos que eternizan el verso.

Y años, meses, días, cada instante

en que viví muriendo el amor,

respirándolo, irradiándolo,

despeñándome en un constante vértigo

desde las cimas a su centro.

 

Enriqueta Ochoa

 

 

 

LOS HILOS FECUNDOS DE UNA MISMA EXISTENCIA

Jorge Lobillo

Jorge Lobillo
Jorge Lobillo

En aquel entonces, cuando la conocí aquí en Xalapa en la década de los 60, Enriqueta Ochoa llegaba del  norte;  traía inmersos en ella dos desiertos, el más íntimo, el  de Coahuila y, el  más cercano, el de Marruecos, su divorcio y una hija, que tendría a lo sumo tres años: Marianne, de sombríos y hermosos ojos bien despiertos. Para mi juventud inquieta y desorientada, ambas inocencias indóciles significaron tomar una actitud seria y paternal.

Así las recuerdo…

Enriqueta  había descubierto el oro primigenio del instante en Torreón,  en 1928.

Pertenece a una generación de notables: Rosario Castellanos, Jaime Sabines,  Sergio Galindo,  Dolores Castro y Rubén Bonifaz Nuño, orgullo veracruzano que  todavía continúa acumulando luz al interior de sus ojos. Sin embargo, en atención a su cosmovisión y el dominio en su obra de vida y lenguaje, Enriqueta forma parte de un árbol que siempre da oportuna morada y donde resaltan los escritores mexicanos José Revueltas, Juan Rulfo, Elena Garro y  Juan Vicente Melo.

¿Quién de nuestros ensayistas jóvenes tendrá el genio y el ingenio de analizar las similitudes que guardan el paisaje rulfiano y el determinante en la poesía de la escritora norteña?

Encuentro más presencias afines  en  la luminosidad existencial de nuestra autora: la rusa Ana Ajmatova, la argentina Olga Orozco y la portuguesa Sophia de Mello-Breyner, sin olvidar que su propio maestro, Rafael del Río, ya percibía, en la turbulenta discípula,  afluencias  de Emily Dickinson y Elizabeth Barret Browning. Guardianas todas estas poetas  del fuego de la lámpara de Venus con el que han alumbrado  el sentido justo, es decir, las posibilidades, en todo tiempo, significantes de los vocablos. «La lucha contra el sentido literal de las palabras», concepto de José Revueltas para la poesía. Necesario es destacar esto,  sobre todo en un momento en que gran parte de los escritores en español elaboran un «lenguaje neutro», como afirma el autor peninsular Luis Mateo Díez. Reproduzco la integridad de sus aseveraciones:  «El arte en general está necesitado de vitalidad y se hace necesaria una cierta reconquista de la vida. El exceso de complacencia y de artificio ha dominado en los últimos años; el arte se ha cerrado en su propio territorio, se ha esclerotizado y es necesario romper con eso».

Hay más sobre el mismo asunto. El filósofo francés André Comte-Sponville, en una entrevista, dijo: «¿Qué entiendo por artista decadente? Todo el que piensa que el arte es el fin del arte, que el arte está por encima de la vida. Yo creo que los grandes artistas son los que nos remiten siempre a la vida, los que no quieren, como Mallarmé, abolir el mundo sino extraer de él su belleza y a veces su crueldad»:

Pero no es, desde luego, la vida lineal, horizontal, propicia más a la sociología y a la historia. No. Es un discurrir sin fechas que integra todo y, de igual modo, lo separa y lo rescata del fluir de la duración verificable y comprobada. La poesía auténtica no da lugar a dudas. La filósofa española María Zambrano afirma: «Los poetas más lúcidos saben que su nostalgia es de un tiempo anterior a todo tiempo vivido y su afán por la palabra, afán por devolverle su perdida inocencia».

De esta manera ineludible, Enriqueta Ochoa ha mantenido lazos  sagrados con diversos paisajes, lugares y  diferentes alumbramientos en donde siempre sostuvo miradas añorantes del resplandor de su tierra natal, del nacimiento futuro del hombre;  vislumbres emblemáticas que su asombro meridiano  hizo trascender y estar vigentes en la colectividad y en la intemporalidad del arte.

Alforja de Poesía No. 39
Alforja de Poesía No. 39

Enriqueta, durante algunos años, enseñó literatura española de los siglos de oro en la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana. En mi caso, fue maestra fuera de las aulas: en la cotidianidad de los días que  se sucedían plenos de generosidad, de predicaciones con el ejemplo y la enseñanza de sus descubrimientos en determinados autores, es decir » la propia grandeza que sólo puede admitir la de los demás». Y yo agregaría  la particularidad de los individuos. Éste sería un buen precepto para la educación, propósito tan en boga y tan lleno de significación mercantil utilitaria y,  por tanto, de deshumanizaciones.

De esta manera, Poesía Reunida*,  religa la vastedad de la memoria en su más claro y aprehendido movimiento;  y Enriqueta se ha vuelto originaria no sólo del norte, sino de todos los puntos de la rosa de los vientos, al despertar y entretejer los hilos fecundos y universales de una misma existencia: la de todos los hombres.

Puede descansar en paz.

* Ochoa, Enriqueta,  Poesía Reunida,  México,  Fondo de Cultura Económica, 2008.

Un comentario

  1. gildardo