Acerca del autor
Guillermo Fernández (1962, San José, Costa Rica). Ha sido editor y profesor, entre otros oficios. Escribe poesía, cuento y novela. Obras en narrativa: Efecto invernadero (cuento, 2002), Hagamos un ángel (cuento, 2003), Babelia (novela, 2006), y Nebulosa.com (novela, Editorial Costa Rica, 2007).
Escribe artículos de opinión y comentarios de libros en diversas revistas y periódicos del país.
Los poemas seleccionados pertenecen a los libros de poesía Atrios (Editorial Costa Rica, 1994), Para días posibles (Editorial de la Universidad Nacional, 1998) y Danzas (Editorial de la UNED).
ESTIGMA
¿Cómo puede crear un hombre
en estas circunstancias?
Sin siquiera un espumoso inicio de amor
que acabe con el aleteo de una golondrina.
La roca será muy útil para los basamentos,
pero su rostro irritado,
¿enardecerá la fruición en el amante?
¿Al indigente le añadirá algunas monedas?
Todos saben que mientras llueve
crece la lujuria, el sueño.
Pero en esta alma, la perfidia
podría reducir el mundo
a un despreciable carbón.
¿Para qué entonces la búsqueda del poema?
El amor es como el vello incipiente
de un infante.
EXPOSICIÓN
Como bailarines que saltaran al foso de la noche.
Casi orondos.
Viejos apenadísimos.
Empresarios apenadísimos.
El pintor se encorva apestando dulzura.
¡Clic!
Y una espesa miel serpea en el ambiente.
Y cuando ya no se puede hablar de asuntos interesantes.
Cuando la voz es un externo cloquear por el ruido,
entra la niebla:
sin mirar un cuadro, pues ya los ha comprado todos.
Sin saludar a nadie, pues ya los ha comprado a todos.
Más tarde, entra la niebla.
AKUTAGAWA
(Después de una lectura de Los engranajes)
Lo que nadie sabía era que,
tras la naturaleza palpable
o el esmalte exterior, el odio del dios
de la venganza afilaba sus cuchillos.
Y cada gesto
encubría la verdadera catástrofe,
que solo se descubre por el peligroso contemplar
y cuando éste nos rebasa, socavando las líneas
de un mundo amortajado.
La enfermedad crece
o la inocencia se agudiza,
poniendo ese horror al desnudo
de lo que sospechosamente vivo
se adhiere a la nada.
Cuando la locura nos toca el hombro
con un semblante convexo
-opíparo semblante del alrededor-,
el cautiverio infernal niega los visos.
Pero la capacidad por resistir admite ropajes
y en ello, ¿estriba la falacia?
Porque solo unas cuantas disipaciones se operan
a través de la tribulación.
Y está bien que tomemos un libro por la noche
aunque los enormes visitantes se aglomeren.
Está bien que nos afane la actividad
o la envolvente costumbre.
Ya que necesariamente lo opuesto es irse para abajo,
como un lingote.
Caer con el peso de alguna convicción;
al empuje de lo que hasta ahora ha sido vedado
y de aquello tumultuoso que nos persigue.
CALMA
Es esta calma la que acosa.
Ni los hombres luchando con sus fantasmas.
Ni los niños que temen los sueños del abismo.
Es la calma sin paz la que acosa
con sus dientes de fino pedernal.
Primero con una ilusión de placer,
en la que cada objeto resume una proporción perfecta
con tu equilibrio.
Y luego con la idea de que un exceso de orden
solo anuncia una extinción irrevocable:
ese sonido del desierto sin lindes…
Es mejor la lucha acérrima de los hombres.
Huir de la calma con la boyante pasión
de quien todavía necesita el tormento.
USTED VIAJA
Usted viaja conmigo en el mismo autobús.
Los rostros aledaños le producen natural antipatía,
mientras sudan este invierno desabrido.
¿Tendrán historias? ¿Buscarán una verdad?
¿Se creerán llenos de buenas intenciones?
¿Por qué cuando bosteza uno, otros también lo intentan?
Usted tiene la sospecha.
Y como yo se aburre de los bultos
que copian una vida.
En un instante peligroso nos miramos:
¿Y ese quién será?
El autobús se arrastra: triste galeote
en un mar de fachadas sin brillo,
cavernaria réplica de un rinoceronte humillado
que bufa, tose, rogando, como tal vez nosotros, menos peso.
SIN SECRETO
Hasta el horrendo sonido
que emite la mosca en las fauces de la araña
es algo cruel.
La invisible tela construida para el macabro efecto.
Las patas del devorador: insidiosas, flexibles, ágiles.
Tantos millones de evolución para que tanta fiereza y súplica
emerjan ahora en una grieta de la ventana.
Creo que nunca seré tan feliz
como este viejo terror sin secreto.
MI AMOR
Mi amor yo lo he pedido al bosque
y no al vaho de la ciudad
ni a las historias de los libros.
Nadie me dijo que vendría.
No hubo un solo profeta.
Allí, entre grandes hojas,
rodeado por albas, chupaflores,
trinos, lluvias, vientos,
adquirió cara de niño
cuerpo de roble, voz de cigarra.
LOS DÍAS ME ROBAN
Los días me roban con sus garras
las briznas de tu ser
que me dejaste del último encuentro.
Su gran envidia poda
los retoños que tu abrazo replegó en mi traje.
Las huellas de tus besos se resisten en mi boca
como peces fríos
en charcos que deshace el sol.
Y de tu piel retengo una lejana tibieza,
un roce de pluma
que me eriza en las calles donde persigo
la mágica puerta inexistente.
De tu mirada defiendo trozos
de ciudades glaucas,
en cuyos surtidores se bañan los pegasos.
Y del timbre de tu voz me quedan notas
con las que puedo reconstruir
los días azules de los valles.
ENTRE LA HORRENDA MULTITUD
Entre la horrenda multitud
deseo que una mano tuya me palpe.
Si imagino ser tocado
me enternecen las escaleras
y en las vitrinas veo peces
con bellos colores perdidos.
Sé que nadie tiene sinfonías,
pero acaso la risa de un vendedor semeja
un ridículo violín que me ampara.
Sé que la historia de existir
a veces no tiene ese gran sabor
de huracán, crecimiento, furia,
pero si no pierdo tu sensación,
entre la ropa llevo un incendio
que sube hasta mi cabeza
y me hace ver otras ciudades.