Gabriel Chávez Casazola

Entrevista a Jotamario Arbeláez

Gabriel Chávez Casazola
Gabriel Chávez Casazola

El nadaísta colombiano responde a los cuestionamientos del poeta boliviano Gabriel Chávez Casazola.

 

 

 

 

Jotamario Arbeláez:
«Los Nadaístas nos propusimos fracasar. Unos
triunfaron pero otros fracasamos en el intento»

Gabriel Chávez Casazola (*)

Afirma un amigo que los bolivianos somos asincrónicos al tiempo de los movimientos poéticos. Tal vez eso explique que allá por 1990, un puñado de recién estrenados escritores, juntos y revueltos en la ciudad de Cochabamba -que Unamuno creyó especialmente propicia a la imaginación- hayamos descubierto, con un júbilo digno de nuestra condición primeriza, al Nadaísmo y sus p(r)o(f)etas.

Conseguir sus textos no era fácil en un país que había decidido ser mediterráneo espiritualmente para hacer juego con su condición geográfica. No llegaban muchos libros de poesía y menos de autores ni canónicos ni comerciales (cosa que ahora, la verdad por delante, no ha cambiado demasiado). No estando disponible aún el salvavidas de internet, era la magia de las propias palabras la que nos proveía, como ahora quiero pensarlo, mientras paso revista a aquellos años atravesados por las cubiertas naranjas de la edición que Carlos Lohlé -que solía también entregarnos a Kazantzakis- había publicado de la Obra Negra.

Sin duda, este descubrimiento boliviano de los nadaístas fue un tardío Tabor, aunque vista la eternidad de las cosas poéticas y considerando que el tiempo, como dice Borges que dijo Macedonio Fernández, es una falacia, eso nos importó un bledo. Adanistas del nadaísmo, que por entonces llevaba ya tres décadas de andadura de las que hicimos caso omiso, leímos, releímos y paseamos por calles y plazas a Gonzalo Arango, Jotamario Arbeláez, Armando Romero, Elmo Valencia y otros de la tribu, tal como si acabaran de venir y revelarse al mundo.

Luego, el tiempo mismo se encargó de demostrarnos que Borges (o Macedonio Fernández, que para el caso es igual) estaba equivocado. Dejamos de ser recién estrenados escritores y, a media jornada o jornada completa, también de ser escritores. Expulsados de la ciudad de la imaginación por la flamígera del pane lucrando, más revolcados que revueltos y más ajenos que juntos, hicimos nuestras propias andaduras, escoltados, eso sí, de algún modo secreto y a la vez evidente en nuestra poesía y en otras destilaciones, por la jubilosa memoria de las cubiertas naranjas del ‘incunable’ -que alguien tuvo a bien decomisarme y debí reemplazar por la edición de Plaza &Janés- y el memorioso júbilo de las ilegales fotocopias de los otros nadaístas, de quienes jamás llegamos a ver un libro impreso.

Pasaron los 90, pasaron tres cuartos de esta década sin nombre (la siguiente será la de los 10, pero ¿y ésta?) y el Nadaísmo cumplió 50 años. La verdad no había caído en cuenta de estas bodas sin oro -ya les decía yo que los bolivianos éramos asincrónicos al tiempo de los movimientos poéticos-, hasta que me lo hizo notar el mismísimo Jotamario Arbeláez, cuando coincidimos, para alegría mía, en la Bienal del Libro de Fortaleza, en Brasil, a la que ambos resultamos invitados este pasado noviembre.  Como de aquellos polvos vienen estos lodos, de ese encuentro nació esta entrevista, que a manera de postrer examen de conciencia se publica a pocos días para la muerte del Nadaísmo, prevista -Jotamario dixit- para el 31 de diciembre de 2008, salvo error u omisión.

 

Jotamario Arbeláez y José Ángel Leyva
Jotamario Arbeláez y José Ángel Leyva

Gabriel Chávez: -Han pasado 50 años -se dice fácil- desde que Gonzalo Arango ‘desenfundó’, como dices tú, el nadaísmo. ¿Te imaginabas entonces que la (a)ventura sería tan larga?

Jotamario Arbeláez: -Gonzalo se definía como «poeta, y eterno de algún modo.»

En una entrevista lejana, Amílcar U declaró: «El nadaísmo es una cosa eterna que apenas lleva 5 años.»

Para conmemorar la desaparición del «profeta» escribí el réquiem: «Gonzalo Arango. 20 años en la eternidad».

X-504 había inscrito. «La eternidad tiene tiempo de esperarme».

Elmo Valencia consideraba el nadaísmo la antesala del fin del mundo.

Armando Romero sentenció. «El nadaísmo podrá morir, pero sus gusanos son inmortales.»

Sin embargo, en el primer manifiesto, redactado cuando todavía éramos contingentes, se había previsto:

«¿Hasta dónde llegaremos? El fin no importa desde el punto de vista de la lucha, porque no llegar es también el cumplimiento de un destino».

Después de dar 50 vueltas al sol con los pies en la tierra movediza de la poesía, y con la mitad de los fundadores en el subsuelo, podemos notificar que llegamos, y nos pasamos.

-La revolución -política, sexual y de las percepciones- que ustedes enarbolaron hace medio siglo, siendo pioneros también en esto, ha tenido unas derivaciones, por decir lo menos, inquietantes. ¿Será esto un fracaso? Y si así fuera, ¿le preocupa el fracaso a un nadaísta -si por definición no debería hacerlo?

– Hicimos la apología de lo que se consideraba delito con la esperanza de que ese delito derivara en la legalidad y la norma. Elogiamos la marihuana incipiente y se consolidó el narcotráfico. Cantamos la lucha del guerrillero heroico y a la guerrilla se le coló la heroína. Magnificamos la sexualidad desbordada y reventó el sida. Haber perdido estas tres monumentales  batallas no es una derrota. Nos propusimos fracasar. Unos triunfaron. Y otros fracasamos en el intento.

-Hay quienes afirman que el nadaísmo ha sido el movimiento más importante en la historia de las ideas en Colombia. ¿Concuerdas con esta apreciación? ¿Y cuál crees que fue y es su importancia en la literatura colombiana y latinoamericana?

– El nadaísmo no puede haber sido el movimiento más importante de las ideas en Colombia porque en Colombia las ideas no tienen historia. No tratamos de imponer nuevas ideas sino sacar a los colombianos de la idiotez. El nadaísmo no tiene en sí ninguna importancia, aparte de la que le ponen las jóvenes víctimas de la doctrina y los críticos ya cacrecos que en 50 años no pudieron exterminarnos. En medio siglo, fuimos el único movimiento que se movió en Colombia. De los 13 poetas iniciales ha muerto la mitad más uno. De los sobrevivientes ninguno padece ni gota de reumatismo ni de resentimiento. El nadaísmo no ha hecho nada memorable, salvo hacerse olvidar.

-En la Bienal del Libro de Fortaleza, este pasado noviembre,  se planteó la posibilidad de inscribir al nadaísmo como parte de una ‘segunda vanguardia’ en el siglo XX. ¿Por ahí van los tiros?

– Nos presentamos como vanguardia al despuntar los 60s porque nunca hubo vanguardia en Colombia. Y mucho menos la habrá después de nosotros. Para nosotros la vanguardia quedó atrás. Como la protesta. Como la piedra. Como el escándalo. El único mueble que conservamos es una silla zen de tres patas. Sobre la que por turnos saboreamos el té.

-¿Qué queda del nadaísmo? ¿De veras lo sepultarán los nadaístas vivos este 31 de diciembre, como anunciaste?

– Es mi propuesta, que los demás nadaístas estudian en sus retiros espirituales. La de aplicarle la eutanasia. Y no porque esté sufriendo ni sea enfermo terminal como nuestros últimos enemigos. Creo que mejores batallas se podrían seguir librando con el cadáver. Pero en el testamento de Gonzalo Arango leemos: «No hay que luchar, ni por la vida».

-¿Recuerdas cómo te hiciste nadaísta? ¿O los nadaístas no se hacían sino que nacían?

Me hice nadaísta porque no pude ser otra cosa. Para maquillar mis fracasos de adolescente. Asumí ser poeta para poder acreditar una actividad en los registros de los hoteles. Lo que me hacía aún más sospechoso que declararme simplemente vago. Cuando me publicaron el primer poema supe que había firmado mi condenación eterna. No me quedó más remedio que persistir. Y el remedio fue milagroso.

-¿Todavía conversas con Gonzalo Arango? ¿Si es así, qué se dicen, muerte de por medio?

– En un sueño, recién desaparecido, Gonzalo, refugiado en el Tibet, me preguntó: «¿Qué harás cuando se acabe el nadaísmo?». «Escribir la historia del nadaísmo», le respondí desde el Titicaca. «La historia sagrada se escribe sola», dijo en voz baja, y se transformó en un cerezo.

-¿No te incomoda estar asociado, casi sin solución de continuidad, al nadaísmo? ¿Cómo es Jotamario Arbeláez -hombre y poeta- fuera de los márgenes de este movimiento (si tales márgenes existen)?

– El nadaísmo es mi marca de fábrica. Una marca muy cotizada pero invendible. Por eso tuve que hacerme publicista por el camino, para financiar la bohemia de los versos impublicables. Y periodista, para deslizar la poesía entre mis crónicas. En el nadaísmo nunca hubo márgenes, ni siquiera de error. Porque nunca dos nadaístas pensaron lo mismo.

-¿Por qué ser poeta y serlo, peor todavía, en estos tiempos? ¿No sería mejor abstenerse de tal despropósito?

– El poeta no puede serlo sino en los tiempos que le son propios. Para sacar avante el mundo o para ponerle problemas. La poesía no da tregua. Pero de no haber sido elegido por la poesía, con qué gusto habría sido amante latino.

-A la mayor parte de los poetas de hoy sólo los leen otros poetas. No es tu caso, ya que tu poesía llega a una silva de lectores de varia inventio. ¿Cuál es la fórmula?

– Cuánto no daría porque esos que cuentas como mis numerosos lectores de varia inventio, fueran mis amigos poetas. De cada poeta, por lo general sus colegas le leen los dos o tres primeros poemas que escribe y creen que ya saben lo que vendrá. Un truco puede ser repetir los poemas en cada libro. Así los desprevenidos y nuevos lectores se maravillarán de cómo va progresando.

-Pocos pueden contar que han ganado un premio de 100 mil dólares por un libro de poesía. ¿Te sorprendió la noticia del «Valera» en ‘paños menores’? ¿Qué noble uso le estás dando al monto del premio, si no es indiscreción preguntártelo?

– Los voy a invertir en una «pirámide», con la seguridad de duplicarlos en el corto plazo. Para allí sí poderme dedicar de lleno a la prosa. Si los pierdo, no habré perdido nada. Tengo poemas aptos para un próximo concurso.

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(*) Poeta y periodista boliviano.  casazola@hotmail.com

Nadaísta para siempre

Ahora que mi padre se fue de parranda a la otra cara del
aire, y que mi madre y mis hermanas viven de su retrato y
orgullosas esperan que yo también vaya tomando el tono sepia
de los viejos daguerrotipos,
ahora que tengo bolsillos de sobra para manducar por todos los
hambrientos del mundo y no proveniente de herencias ni de
contrabando de coca mas he perdido el apetito,
ahora que nada me falta sino la desesperación tan querida y
aquella soledad que poblaba mis páginas de criaturas de carne y humo,
ahora que calzo y visto de las vitrinas que me tientan, que bailo y
bebo de las manos y de los pies de las danzarinas incorpórea
incorporadas a mi vida en calidad de serpentinas,
serpentinas de paraíso que no de fiesta ni aquelarre,
ahora que han descendido las gradas de palacios y vaticanos todos
los césares y todos los píos, que han entrado en liquidación
intocables y tradiciones y
que lo único que resta de venerable es el pobre santo de
plomo que hundido en la verdura hasta las narices pone
los huevos de la revolución apoyado en la cruz de su metralleta
bajo tranquilo del avión sin soltarme del pasamanos,
me aventuro por las calles rabiosas de multitud y me hago
perseguir por las miradas ojiverdes de la ley del más fuerte,
hago gimnasia en las esquinas, esquivo los embates del toro,
me hago el loco a término fijo.

Paño de lágrimas

Padre

Con esta mano que me diste

Bendigo el mundo que me diste

Gracias te doy por la obra de tus manos

Y por la obra de tu amor

Desde mi nacimiento no tuvo paz tu pie sobre los pedales

Y la música de tu máquina de coser arrulló mi infancia

Y te debo no sólo el ánima que ambula con sus tejidos corporales

Sino el ropero que me has hecho

Soy un hombre de paño gracias a tus desvelos

De ti heredo la talla y el modo de amarrarme los pantalones

Tú me diste las primeras puntadas de mi amor por la poesía

Brindo por ti con un dedal de vino!

Un largo inacabable

es tu bondad

Tus reglas siempre rectas

fueron dóciles

Con tu tiza también se escriben

páginas den la humilde historia

Montado en una aguja entrarás al Reino

más veloz que en ningún camello

No perdemos el hilo de tu cariño

Nos unimos alrededor de tus tijeras

Jotamario Arbeláez,

 

 

Jotamario Arbeláez, Foto de JAL
Jotamario Arbeláez, Foto de JAL
Jotamario Arbeláez (1940), poeta y publicista de origen caleño, formó parte del movimiento nadaísta, el mismo que se trasladara a Cali con el propósito de sustituir el busto de «María» la de Jorge Isaacs por uno de Brigitte Bardot.

Desde la publicación de su primer libro El profeta en su casa (1966), Jotamario demostraría toda la ironía y mordacidad que aprendiera con sus lecturas de los surrealistas. En 1980 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Oveja Negra y Golpe de Dados, con Mi reino por este mundo (1981).
Así mismo ha publicado El libro rojo de rojas (1970), escrito en colaboración con Elmo Valencia; la antología Doce poetas nadaístas de los últimos días (1986) y El espíritu erótico (1990), antología poética y pictórica realizada junto con Fernando Guinard.

En 1985 ganó el Premio Nacional de Poesía Colcultura con «La casa de la memoria» y en 1999 el mismo premio, esta vez del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, con «El cuerpo de ella». Como publicista, ha participado en el diseño de las campañas de Belisario Betancur, Alvaro Gómez y Andrés Pastrana. En el 2008 ganó el premio  Víctor Valera, en Venezuela por su libro Paños Menores publicado en Alfoja Ediciones, col Azor, 2003, México DF.