En torno a Testamentos, de Juan Manuel Roca

Testamentos
Testamentos
Carlos Andrés Almeyda escribe un texto titulado “Monedas irreales que circulan mejor en otro mundo».

 

 

 

«Monedas irreales que circulan mejor en otro mundo»*
Carlos Andrés Almeyda Gómez1

Testamentos
Juan Manuel Roca
Editorial Norma
La otra orilla
Bogotá, 2008
123 páginas

Juan Manuel Roca Foto: JAL
Juan Manuel Roca Foto: JAL
Como si saldase una deuda pendiente ya tiempo con algunos temas y lugares de su poesía, Juan Manuel Roca (Medellín, 1946) acomete en este volumen de poemas, Testamentos, no una visita al cementerio como espacio narrable -Véase su libro Cristal de Roca (2006)- sino más bien una especie de declaración de principios en la medida que cada poema revela los intereses estéticos que llevaron a este autor a plantearse un camino posible desde la poesía. A través de la reconstrucción metaficcional, acude, algunas veces, a la voz espectral de Sherezada para obligarle, de algún modo, a continuar ante el Califa Harum Al rashid, comendador de los creyentes, en su oscilación entre el Logos y el Thanatos. Desde otro extremo de la ficción es ella el objeto del lenguaje, no su canal: «Si calla Sherezada, un río sin orillas y sin agua se hará afluente del desierto» («Fábula de la palabra»).

Varios museos ocultos encallan así en esa otra orilla de la poesía. Se trata de una serie de poemas en prosa y verso, casi relatos fantásticos, en los que circunda nuevamente la poética de espacios y referentes del mito, acaso esos puntos de encuentro con el talante expresionista visto en su libro La farmacia del ángel, o tan sólo al visitar los territorios del poema «Museo de los poetas», ávido de acentos surrealistas y colosal hasta el patetismo, como la colección de tesoros del Ciudadano Kane:

Hay espejos que duplican los rostros de Narciso. Y una parvada de poetas que se niega a cualquier llamado del silencio. Hay un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección, un azaroso bodegón que envidiaría Duchamp, obra de un conde fraudulento («Museo de los poetas»).

En más de un sentido, el juego onírico que esos espacios ancestrales refieren, las grandes elevaciones, los espejos, la posibilidad de la inexistencia (desde aquel Nadie que habita en la otredad y/o la multiplicidad los espacios imaginados o reales) hacen que una geografía paralela pueda incluso crear una lengua, redefinir los vectores del único universo conocido: «…traer rosas del jardín de Nadie es una clara expresión para hablar del comercio de aire» («Museo de Nadie»). Luego, esas latitudes pueden renombrarse, reconfigurarse. Catatonia es, por obvias razones, una patria familiar:

En mi país, Necrópolis y Museo se confunden. Si llega a Catatonia no le extrañe ver estatuas de héroes que nunca fueron a la guerra

(«Museo del país de Catatonia»).

Testamentos
Testamentos
La segunda parte de su libro, reúne ya los testamentos que, en general, denuncian los afectos e inquietudes capitales en la obra de Roca, desde Georg Trakl, Degas, Kafka, Durruti, Rimbaud -visitando de paso algunos pliegues de la ficción en los que, por ejemplo, Sherezada guarda en un cofre «el cuento / De la mujer que salvó su cabeza»- hasta llegados aquellos poemas que vienen al encuentro de personajes y poemas anteriores, la mujer que lava el agua, o el legado inexistente de Nadie, aquí la imagen del flautista de Hamelin, el testamento de un agudo erradicador de plagas:

Les recomiendo

Demandar de sus señores

Que se vayan por sí mismos.

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*Del poema «Testamento del autor».

1 (Bogotá, 1979) Director Periódico Lecturas Críticas.