De estirpe duranguense o duranguraña, Nino Gallegos vive entre la montaña y el mar. Reside en el puerto de Mazatlán y aún sueña con la serranía de Durango. Al lector le brindamos algo de su poesía.
En el país que no sabíamos de ti
En el país que no sabíamos de ti, todos confirmamos en la pila de los rescoldos, tu desaparición, mas no tu ausencia, ardiendo aún en la brasa de un fuego que nunca ha sido extinguido.
¿Cómo pudo suceder tal acontecimiento?, parece que el viento se ha quedado helado en la larga brisa de tu cabellera, tratando descarcharlo el sol con el último rayo sumergiéndose en el mar de los espejos, no pudiendo nadie olvidarte cuando te recordamos en la hora en que te perdimos y no poder encontrarte en el país que no sabíamos de ti.
Nunca pretendimos una labor filantrópica para hacernos mejor, porque tú siempre estuviste del lado de los marginados y alzados en el país que no sabíamos de ti y que está del lado izquierdo de tu corazón, haciendo más que nosotros circulando los poemas para todos aquellos que saben que son el pan del hambre de cada día, no importándote cuán distante es la levadura de la harina, el estiércol de los montes, el zarpazo de los jaguares, caminando y recorriendo cada espacio por las veredas y las aldeas con las palabras estampadas en las hojas de los árboles.
Cuando nos dijiste que te ibas, nomás se escuchó el crujir desde todas las raíces de todos los pinos, los encinos, las ceibas, las amapas, cimbrándose lo que tenía que temblar y abrazarse en lo que tenía que irse, dejándonos tremolando las quijadas con los dedos tamborileantes, no pudiendo ni siquiera detenerte porque te fuiste antes de que nos despertáramos ansiosos después de un sueño que se hizo realidad en ti y una ausencia en nosotros, no pudiendo hacerla presentánea hasta después que desapareciste en el país que no sabíamos de ti.
Lo que se quedó en el país que no sabíamos de ti, fue esta ausencia en nosotros, y el no poder desaparecer como tú, ingente e insombre, y a la vez sombría esperanza de los tantos y no poder saberte ni tocarte porque en el sabor salobre de las costas no es lo mismo el sabor a trementina cuando los árboles son talados con las sierras eléctricas de las desmedida explotación maderera.
Siempre a veces sé en el país que no sabíamos de ti, desgraciadamente, poca cosa, porque no es la misma neblina vertical y transparente de la sierra con sus campesinos que la neblina horizontal y espesa de la costa con sus pescadores, con una hora de diferencia y una misma historia, más tempranos y más tardíos, porque el sol siempre los levanta desde los desvencijados camastros de la marginalidad y se apuran y se alentan con un aliento que sabe a tierra con la arena del tiempo a destiempo rezagado en el país que no sabíamos de ti, umbrátil y taciturna, orillándome a la vera de los caminos y de las aguas y sentirte desembocar en mi boca y en la memoria como un largo viaje forestal y marino a nuestras casas.
Toda esta vida, la que pasó, y la que posiblemente nunca llegue futuramente, te he estado buscando en el país que no sabíamos de ti, ardua, redoblada e irresponsablemente queriendo localizarte por diferentes principios, medios y finales, y nunca ha sido posible porque nunca has estado en el porvenir, acaso allí donde nadie de nosotros te ve pero te está tocando, aunque uno de nosotros nomás diga que las sillas son para sentarse, y tú nomás crujas con el peso de quien sexenalmente te ocupa, siendo tú más que una silla, una mesa, un piso, un techo, unas paredes, unas ventanas y una puerta, porque entras, estás y sales sin que nadie de nosotros nos demos cuenta:
Eres en el país que no sabíamos de ti, la alforja y la quejumbre, la carne seca y el hambre, el camino y el cansancio, la tan lejos y la hasta cuándo, allí donde nadie supo y nadie sabe en el país que no sabíamos de ti, y que el impuro eco, la desenhebrada voz, el escupitajo seco, el polvo de la piedra desmoronada, son como los rayos sol, los golpes del agua y el viento.
Casi nada hemos aprendido en el país que no sabíamos de ti, saliéndonos de los centros urbanos para buscarte en las periferias rurales, pero como todos han cambiado de señas en sus domicilios emigrantes, nos hemos encontrado con que la vida buscada en otra parte es como andarse y no reencontrarse, cerrar una puerta para abrir otra puerta que da a la calle.
Y si esto es lo que hemos aprendido en el país que no sabíamos de ti, porque nada es mejor o todo es peor si no sabemos distinguir cuán distante es lo cerca de lo que se hacina en esas vastas planicies de terracería donde el polvo es el baño diario de lo que se va acumulando en esos domicilios desruralizados con direcciones que vienen desde todos los lugares y los lados: siempre se llega, se entra, se está y se sale sin darnos cuenta, porque esos rastros humanos de los otros son también en el país lo que sabíamos de ti, revolviéndose, revolcándose, reapiñándose.
Habiendo vivido todas las estaciones y las elecciones hasta antes y durante del año 2006, después hemos vivido en el país que no sabíamos de ti con la especulación de los precios y con la inflación de nuestro valor adquisitivo hecho bolas de hilo en la rasgadura de los bolsillos, queriéndonos menos y de(s)preciándonos más, tomando de las alas antes de caer Ángel González, para que me(-)nos escriba:
Tiempo inseguro,
dicen los pronósticos,
con toda la razón del mundo,
y saber lo que escribió sigue siendo el futuro en el país que no sabíamos de ti, pasando aún las aguas turbiamente contaminadas y corrompidas bajo los puentes de las instituciones oficiales de quienes ofician la misa en escena con la inmediatez de lo fáctico en las sombras y de lo mediático en las luces que en esta profunda marginación del claroscuro en que los demás son los otros en el país que no sabíamos de ti, pero que te disfrutamos con una mórbida y finita gracia por la desgracia en que:
Hay mañanas que no deberían amanecer nunca
para que la luz no despierte lo que estaba dormido,
lo que estaría mejor dormido
y aún en el sueño vela, acosa, hiere.
Y aunque todo es confuso, inconjunto y fragmentario en el país que no sabíamos de ti, todos, sobre todo, los excluidos, hacen como que se quedan y no van a ninguna parte con su carga de desmemorias, deshoras y pasiones reducidas a baratijas, mientras tanto, nosotros, los incluidos, a manera de convidados de piedra, departimos con el bicentenario y el centenario conmemorativos la blanca y verdeante rojiza que ondea en el zócalo de nuestras recurrentes independencias y degradadas revoluciones, en el fragor de nuestras conmiseraciones históricas, tratando de levantarnos en armas con los brazos cruzados, en tanto, en el país que no sabíamos de ti, algo poderosamente intangible se desdibuja por debajo de los párpados caídos y de los ojos cerrados:
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