Dos notables representantes de la poesía venezolana: Rafael Cadenas y Alfredo Silva Estrada nos hablan de su obra desde la mirada y las interrogantes de los poetas y periodistas Leonardo Padrón y Jacqueline Goldberg. Una muestra amplia de la poesía de Venezuela ocupará el dossier de La Otra número 2, a punto de salir de prensas
Rafael Cadenas
La vida es la protagonista
Leonardo Padrón*
La poesía de Rafael Cadenas no pasa impunemente por los ojos de quien la consume. ¿No es esa la consecuencia primera de toda gran poesía? La suya tiene el don de remover arena humana allí donde muchas veces evitamos detenernos y de esclarecer el camino hacia certidumbres mayores y, por lo tanto, perturbadoras. Es incuestionable: la poesía venezolana necesitaba los manuscritos de este ciudadano tan suficientemente herido y atraído por la vida. Creo que no es vano afirmar que si no existiera la obra de Cadenas nuestro mapa literario tendría un rincón oscuro, un salto en el tejido, una laguna insalvable.
No seríamos los mismos lectores que hoy somos sin habernos asomado a ese discurso que sólo propone una ambición: recuperar la nitidez del ser humano. De eso se trata cualquiera
de sus títulos. A eso apuntan Los cuadernos del destierro, Falsas maniobras, Memorial y Gestiones (por nombrar un puñado). Cadenas -su poesía, sus ensayos, sus jirones- ha insistido en una obsesión: reconciliarse con el acto mismo de estar vivos. No es una hipótesis mía. Lo ha dicho con todas sus letras: «el hombre ha perdido la poética del vivir». Y en muchas ocasiones se empina un poco más: «Vivir en el misterio: frase redundante». A
veces, cuando asume el tono del aforismo, pareciera que busca convencernos.
Pero no se trata del sabio que pontifica, al contrario, es el derrotado que desgrana sus únicas dos o tres frases posibles con la boca llena de espinas. El lo ha expresado sin neblina alguna: «La vida es la protagonista», no el hombre, ni su obra, y mucho menos sus ideas. Las palabras simplemente pueden servirnos para labrar el camino que nos devuelva a nosotros mismos. Es justo por eso, por esa premisa conceptual, que su poesía, para abolir el yo, se afana en el yo; es por eso que su persona esquiva la luz de los cenitales y su sombra niega el aplauso. ¿Cómo consentir un halago o alguna conclusión si aún estoy perdido dentro del mundo? parecieran decir sus páginas, con cierto pudor.
A Cadenas hay que leerlo dos veces en la vida: en la juventud y en la soledad (las otras diez veces son consecuencia, maravilla, devoción). La primera lectura nos regala una complicidad: son las que a cualquiera de nosotros, seres corroídos por el temor, tipos de brújula y sin ganas de tenerla, perfectos irresponsables, botarates afectivos, hijos del desasosiego, nos hubiera gustado escribir ante la requisitoria de estar vivos, ante la prueba, ardua siempre, de respirar. La segunda lectura nos otorga una revelación: el sitio donde realmente se hospeda el misterio. Y entonces su poesía adquiere estatura filosófica, estos es, se hace más poesía aún.
Cadenas ha sido quizás, de todos nuestros poetas, el que ha construido con mayor tenacidad un cuerpo reflexivo, no sólo desde libros como Anotaciones (un enjambre de fragmentos exquisitos y luminosos), Realidad y Literatura, o Apuntes sobre San Juan de las Cruz y la mística, sino desde cualquiera de sus poemas. Su poesía es más forma del pensamiento. O para decirlo de una manera brusca: es un poeta que no busca deslumbrar sino revelar. Sus páginas son la persecución de una ética del vivir. Desde el desarraigo, desde la acera de los desahuciados, con las manos ateridas de frío y en un áspera intemperie
no ha hecho otra cosa que interrogarse (e interrogarnos) sobre el hecho «nimio» de estar vivo. Cadenas es un antihéroe, como lo somos casi todos los ciudadanos con cédula de identidad y tristeza en los ojos. El se explora, se suprime, se recoge, se abstiene. Con ese talante de burlado, con esa mirada de tardío, de perplejo e inocente. Con sus líneas que hablan de torpes intentos, de tanta inutilidad para el destello, del fracaso como rutina, de jornadas de borrasca y desazón. Cadenas ha asumido una travesía a través de sus propios huesos para encontrarse con una rotunda certidumbre: «Ser viviente. Es un modo de estar al que no se accede sin trabajo, un temple que cuesta». Y tiene una sola valija en el viaje: el idioma. Es su crudo y lujoso instrumento. Para él lo cotidiano es el texto real del misterio, la respiración es una noticia insoslayable. Y en ese sentido el poema se convierte en un medio para develar el sentido de las cosas. Por eso, su poesía es cada vez más magra, más despojada. Importa más su decir que su música. No apela a la trampa de la ambigüedad (muy socorrida en innumerables poetas), o a las consabidas cabriolas del lenguaje. Mientras más desnudo sea el verbo, más cercano a la verdad. Sus poemas son, no otra cosa, sino apuntes sobre la realidad. Y la realidad es la que nos debe maravillar. Muchas veces escamoteamos esta idea, nos alejamos de ella, nos buscamos en lo oculto. Pero la poesía de Cadenas, por el contrario, nos devuelve al sentido original de la experiencia.
Quizás estoy derramando agua sobre el agua. Los lectores de poesía de esta comarca sabemos muy bien cuán decisivos son los libros de Rafael Cadenas. Sabemos que hay muchos poetas en este país, buenos y malos, pero son pocos los imprescindibles. Estamos,
quién lo duda, ante uno de ellos. Y digámoslo: la mejor manera de celebrar a un poeta es leerlo con afán, deteniéndose en sus rincones, colocando la mirada donde él, en el poema, logró hacerlo, calcar el instante, y así, entenderlo, descubrirlo. En un país signado por la incertidumbre, balanceándonos entre la zozobra y la vigilia, quizás valga la pena recuperar la voz de nuestros grandes poetas. Y yo sugiero hoy a Rafael Cadenas, no como el único, pero sí como alguien que nos puede acompañar a reconciliarnos con el compromiso de estar
vivos. En su poesía no triunfa la belleza, sino la verdad. Y últimamente nos está haciendo falta mucha verdad. Una exigencia más ardua con el rostro que nos devuelve el espejo. Un compromiso mayor con el amanecer.
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*Poeta, ensayista, libretista de telenovelas.
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