Uno de los alumnos más destacados del gran pintor mexicano, David Alfaro siqueiros, y un artista plástico que supo construir el andamiaje de su propio discurso estético.
Guillermo cumple siete decenios de vida en este 2009, y lo celebra con la aparición de un gran libro publicado por La Cabra Ediciones. Aquí algunas imágenes del pintor nacido en Durango y adoptado desde la infancia por Monterrey.
El gozo estético en Guillermo Ceniceros
José Angel Leyva
A veces me pregunto ¿cuál es el lugar de nacimiento de Guillermo Ceniceros? ¿Será un pueblo maderero de Durango, la dinámica ciudad regiomontana, la región menos transparente del aire o cualquier espacio del mundo donde halla visto que su ser se asienta? Creo en verdad que, como hombre, tiene varios lugares de origen, pero como artista su alumbramiento fue en la FAMA. Sí, nada menos que en la FAMA (Fabricación de Máquinas, de Monterrey), esa empresa-escuela que le dio la oportunidad de estudiar dibujo industrial, para más tarde impulsarlo hacia los caminos de las artes plásticas. Su conciencia estética nació justo en una atmósfera fabril, en el concierto del diseño, las herramientas, la funcionalidad de las cosas y las proyecciones humanas en las máquinas. Tal vez porque ese nacimiento ocurrió en dicho ambiente, es que la racionalidad, la intuición y los impulsos simétricos de Ceniceros adquieren con muchísima frecuencia y naturalidad un espíritu renacentista, aun cuando su reino es de este mundo revolucionado por las comumicaciones. Es decir, siempre encuentra uno la intimidad del artista, del individuo, inmersa en una imagen cercana del universo, o la compleja soledad de los hombres resuelta en el encuentro con la naturaleza, con su historia, consigo mismos. La sensibilidad humanística haciendo girar la esperanza tecnológica. Resulta pues interesante venir a hablar acerca de un libro dedicado a la obra y a la vida de un artista que halló aquí, en Nuevo León, las primeras puertas de la FAMA. Un libro editado por el Banco de Comercio Exterior, pero, además y sobre todo, concebido en Monterrey.
En el vasto terreno en que se asienta el libro de Guillermo Ceniceros, alcanzamos a disfrutar una panorámica de su versatilidad técnica, constructiva, imaginativa, creadora. Vemos pasar imágenes representativas de su actividad en los muros, la tela, el papel, los tórculos, el metal, la madera. Presenciamos la relación del artista con la materia y la herramienta; visualizamos diálogos y luchas simultáneas por dominar la sustancia y moldearla a los deseos, a las formas que se demandan o se intuyen, se olfatean, se perciben entre las sombras y las luces del ejercicio plástico: allí donde reside el accidente provocado, fundado, conversado; donde asoma el asombro.
Búsqueda y experimentación son piedras angulares en el quehacer estético de Ceniceros, son principios rectores del talento y la habilidad con que elabora su discurso, a la vez que fuerzas generadoras y regeneradoras que lo empujan a abrir puertas y más puertas. El gran descubrimiento es el arte, la inconformidad de la forma, la insaciable búsqueda y la mirada siempre igual y siempre distinta del mismo fenómeno: la vida. De allí nace la presencia casi irrenunciable de la figura en su obra, de la concepción que la anima. Lo humano se revela en lo geométrico, en la textura, en el dibujo, en la mancha, en el diseño, en el silencio, en el plano decorativo o en la más profunda de las abstracciones. Aun en esos cuadros en donde somete a la vista a una pesada rigidez y a un mutismo desértico, a la soledad más pétrea, hay con mucha frecuencia el movimiento interno de la claridad y la insinuación de figuras femeninas.
Pero en su lenguaje plástico, la levedad es una cualidad dominante. Los personajes, en su mayoría femeninos, son portadores del gesto fundamental de la extrañeza, de la instrospección, de la seducción como dominio del mundo simbólico contra el poder del universo real. La figura femenina, los valores escondidos o velados de la mujer, adquieren a través de la gravedad pictórica un carácter onírico, se presentan en fondos, más que atmósferas, que desnudan el asombro de quien emerge de su propio sueño. El gesto se mueve en la ambigüedad de lo que viene o de lo que va. El movimiento es una preocupación o una tendencia innata en Ceniceros, porque sus figuras o sus atmósferas poseen de manera natural una dinámica que evidencia una actitud o una virtualidad circulante, flotante, levitante o en perpetua vibración, incluyendo a las imágenes rocosas. La seducción, tal como la concibe Jean Baudrillard, aparece en el universo estético de Ceniceros con el carácter de la apariencia, del artificio, de un lirismo insinuante que se desprende en una figura solitaria o en conjuntos móviles y combinatorios que invocan la imaginación y el juego. Lo femenino es luz.
En su andamiaje discursivo el dibujo es esencia y cualidad que florece, que se deslinda o se entraña en el color. La línea es sortilegio en la manos de Ceniceros. Pero muy poco nivel alcanzaría el dibujo como virtud si no entrara en el conocimiento y en las exigencias de la geometría. No es difícil entonces advertir en sus series «Juegos gráficos», «Latidos concéntricos», «Espejos sonoros», «Espejos comunicantes», y en general en su obra mural, la vocación y el gusto por el equilibrio, por la profundidad de los planos, los efectos tridimensionales, los reflejos, las simetrías, las correspondencias, los efectos visuales, en suma: las proyecciones de lo humano en el orden cósmico o en la armonía del ser. Esa misma definición focalizada por Miguel Angel, Durero, Leonardo Da Vinci, Escher, Picasso, Siqueiros. La técnica y la sensibilidad, el arte y la ciencia, el pensamiento y los sentidos, la destreza y la disciplina, se conjugan en los espacios y en el tiempo del artista, en su búsqueda perpetua de la estética de los sueños, de la comunicación.
Lo monumental requiere, además de la audacia y la imaginación, de apoyos y cálculos firmes para sostenerse, para no extraviarse en la fantasía de Babel o para perder el sentido de su relación con las cosas y el entorno. El muralismo de Guillermo Ceniceros se construye con partes de grandes dimensiones, como un discurso elocuente que se distancia de la hipérbole pedagógica o doctrinaria, y se aproxima a las recapitulaciones de la civilización, a las huellas del homo sapiens, al vestigio rupestre de la sublimación, a la flor y el canto de los códices mesoamericanos y al surtidor intelectual de la historia personal y colectiva, a un presente en expansión sobre el planeta y el mañana. La muralidad de Ceniceros son crónicas sobre los muros, pasos del tiempo y la esperanza, reflexiones de un transeúnte en la historia o simplemente el encuentro con el gozo estético.
GALERÍA DE GUILLERMO CENICEROS
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