No hay tos, sálvese quién pueda. José Ángel Leyva

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La influenza porcina provocó mucho ruido mediático, miedo y estupor, pero también puso a prueba a la sociedad mexicana, que actuó con madurez ante el peligro y contuvo la pandemia. ¿Qué lectura harán los políticos de este fenómeno? Hay quienes hablan de un pueblo obediente. Otros vemos una sociedad capaz de tomar decisiones y rebasar a los políticos y gobernantes que no la merecen. ¿Qué tiene de literario o cultural el tema?.

 

No hay tos, sálvese quien pueda
José Ángel Leyva

 

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Con esa expresión de «no hay tos», solíamos y solemos los mexicanos expresar que no hay problema, no tiene importancia eso que, de una u otra manera, significa el conflicto. En las circunstancias actuales de contingencia sanitaria, por la influenza porcina, queda al descubierto –en los últimos 30 años– una cosa que por segunda ocasión nos conmueve: los habitantes de la Ciudad de México responden con madurez y sentido de responsabilidad ante la tragedia, la primera fue en 1985. Es esta concentración humana tan irreal y tan inhumana, tan plural y contrastante, la más politizada en el país. Gracias a ésta, a la sociedad capitalina, se rompió la inercia de más de 70 años de dominio priista y por primera vez otras fuerzas, de izquierda y de derecha, pero más de la primera, han gobernado esta zona metropolitana. La disputa por el voto y por la clientela política ha sido brutal. Tan brutal que se ha perdido el sentido de para qué se buscaba el poder en esta megalópolis. Hemos visto con profunda consternación cómo se han antepuesto los intereses tribales ante la urgencia de cambios sustanciales en la calidad de vida de estos habitantes que hoy se conducen responsablemente ante el riesgo y el ataque de esa nueva cepa porcina de la influenza. Como si respondiera al foco infeccioso señalado por esa caricatura de Magú en La Jornada: el cochinero electoral de Jesús Ortega y de Alejandro Encinas.

No ha pasado el peligro, el riesgo está latente. El miedo y la ignorancia son los principales enemigos ante la presencia de la cepa de la influenza, A H1N1, que echó raíces en México y viaja en primera clase por el mundo. Es interesante ver el escenario del nuevo terrorismo y descubrir reacciones bajo el lema de «sálvese quien pueda». Se habla mucho del mal trato de los chinos a los mexicanos por razones sanitarias, pero se dice poco de los gestos latinoamericanistas de gobiernos en países hermanos como Cuba, Argentina, Perú, Ecuador. El cierre de fronteras ante la contigencia vecina dice mucho del verdadero sentido de la política internacional. Al cerrar aeropuertos argumentando la seguridad nacional de carácter sanitario y desoir las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), significa que no hay confianza en ese organismo internacional que sugirió no cerrar fronteras porque eso no reduce el tránsito de la infección. ¿Quiénes viajan en avión a Cuba, Perú, Argentina, Ecuador? Al cerrar la cortina y darle la espalda a un problema epidemiológico, de manera específica a un país al que se señala como foco de infección, se dejan de lado los otros focos exportadores del virus. El 11 de mayo, México reportaba 1 626 casos de personas infectadas y Estados Unidos 2 254. Claro, en México el número de muertos por esa causa es de 48, contra tres del vecino del norte. ¿Por qué no se tomaron las mismas medidas contra la mayor potencia del mundo? ¿Por qué no se cancelaron los vuelos de Estados Unidos? Entonces, ¿es una medida sanitaria o una acción política miope y torpe y, hasta cierto punto, discriminatoria ante un país atribulado por la recesión económica, producto justamente de su vecindad y su dependencia del coloso del norte;  de una sociedad machacada por la violencia del narco y su poderío militar, derivado del fuerte mercado estadounidense y su exportación soterrada de armamento para las más innobles causas; de un pueblo amagado por la corrupción, la pobreza, la frustración política? No hay tos, diremos luego, son medidas X y Y de gobiernos heroicos, responsables, no contra un pueblo, no eso no, sí contra un virus, y si acaso contra un gobierno derechista que ahora pretende capitalizar la ganancia política del miedo.

Lo cierto es que la sociedad mexicana no cree ni confía en sus gobiernos, en sus instituciones y mucho menos en sus políticos. ¿Por qué habría de creer en las explicaciones «sanitarias» de otros gobiernos que arguyen razones de control sanitario para una sociedad, pero no para otras que representan mayores intereses económicos y políticos? México, el pueblo tradicionalmente más abierto al exilio y a las contigencias de sus vecinos, a sus desastres y guerras, es visto circunstancialmente como un peligro, no como un hermano. ¿Desde cuando los hermanos cierran las puertas de su casa a los hermanos enfermos y las dejan abiertas al rico de al lado, que también padece la misma enfermedad?

Con ese embate mediático es imposible no creer en el espanto. El miedo es la mejor arma para ganar adeptos e identificar enemigos, los otros siempre serán la sombra del terror. Cualquiera se puede convertir en la amenaza del mundo. Lo fueron los rusos, los japoneses, los chinos, los musulmanes y en general los pueblos árabes, los terroristas de aquí y de allá, pero pueden serlo también los mexicanos, a quien Estados Unidos ha impuesto muros para frenar la migración generada por el desastre rural, por la violencia y la inseguridad, por el fracaso económico y político. Los nuevos enemigos de Estados Unidos podrían tener muchas caras, incluso máscaras, como la de ese personaje de Burger Boy que representa a un ridículo mexicano al lado de un vaquero sublimado. No se dice que México pueda ser una amenaza por su inmensa cultura, por su historia, por su dignidad para resistir la influencia, y la influenza que viene de Estados Unidos. Nunca se manifiesta la notable diferencia cultural de este país con un fuerte pasado indígena y español del vecino del norte: «Tan lejos de Dios y tan cerca de Los Estados Unidos».

Lo que nos salva de la malas influenzas, hay que decirlo fuerte, es nuestra cultura, es una sociedad humillada por una clase política que no ha estado a la altura de las circunstancias, corrupta y embustera, ignorante, que no ha comprendido la señal de ese conducta madura, comprometida cuando se trata de responder con disciplina y orden a una contingencia. Esta casta de profesionales de la simulación y la demagogia debería entender que un pueblo así tiene todo para emprender una proyecto de nación, para jugársela en favor de un proyecto político y cultural, para dar el salto de la transición política a la acción constructiva. El desprecio por la cultura y la inteligencia que ha demostrado, ya no digamos la derecha, sino esta «izquierda mexicana» no es inocua, ha recibido y recibirá respuestas por parte de un electorado que sigue esperando programas y políticas coherentes con «lo que el pueblo manda». Por lo pronto, allí está la mejor prueba de una sociedad capaz de controlar a un enemigo invisible y desconocido, la influenza porcina, pero ¿hasta cuándo dirá «no hay tos» al abuso y la indolencia?  La violencia del narco, de la delincuencia común y organizada, la desconfianza en las instituciones y en sus representantes, la aparente inutilidad de la política son las endemias visibles que no matan ni infectan a unos cuantos; son miles los muertos en las calles y en el campo, miles los agravios que se quedan en la impunidad, miles las jóvenes mujeres sacrificadas sin  identificar a los malos bichos que ejercen su virulencia contra ellas, al abrigo de un sistema de justicia enfermo y decadente que, ahora sí, como dicen a menudo los conductores de radio y televisión, es una terrible «inflluencia» porcina a la que sí debe temer el mundo y generar la estampida del «sálvese el que pueda».

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  1. JOSEPH MORENO