Carlos Barbarito (Argentina 1955)

Barbarito Carlos
Entrevista de Alfonso Peña con Carlos Barbarito. También presentamos una muestra de su trabajo poético.

 

 

Carlos Barbarito

El escritor Alfonso Peña publicó en el 2008 la primera entrega de Cartografía de la Imaginación dedicada a artistas costarricenses. Ahora, inicia la segunda entrega de artistas latinoamericanos con esta entrevista al poeta Carlos Barbarito, poeta que conocemos desde Éxodos y trenes —desde hace ya más de veinticinco años— y que nos acercó a una poética que esbozaba un talento amargo, impermeable al positivismo de factura social que replicó tantas voces en esa época, y que avizoraba un testimonio de evidencia impopular, más afincado en la esencia del mundo como fracaso, como zona de la nigredo alquímica, que solo el poeta puede reflexionar, sentir, invadir con su conciencia torturada.
Carlos Barbarito, a nuestro entender, es una de las voces más originales de la poesía de América Latina. Como él mismo lo indica en esta entrevista, compone y recompone un solo poema, que puede ser leído como una historia espiritual de estancias simbólicas, de evocaciones que son tanto realidad física como aposento interior, y que, pese a su inefable ritmo lúcido y funeral, trasluce una verdad deslumbrante donde solo podemos reconocer en pocas líneas la noche del mundo, como lo entendía el filósofo Hiedegger.
El estilo de Barbarito es inconfundible, como diría un clasificador pedante de modos literarios. Pero no tenemos otra forma de expresar esa afluencia de palabras desnudas hasta el hueso, que muestran, ¿por qué no?, un exceso de videncia, una exacerbación del ojo clínico. 

Guillermo Fernández

 

“Mis poemas están llenos de contrasentidos, de opuestos, de dudas”.

Alfonso Peña
Alfonso Peña

CONVERSA CON ALFONSO PEÑA

 

Carlos, vamos a conversar en relación a tu libro de próxima publicación Oscura verdad bajo el cieno. Contanos cómo se desarrolló el proceso creativo; la gestación en términos de estructura y contenido.

Dije en más de una ocasión que no escribo casi nunca a partir de una idea. Se trata de sensaciones que me llevan a sentarme ante el papel en blanco (es un decir, son contadas las veces que no recurrí a la máquina de escribir y, ahora, a teclado y pantalla). Me explico: siento algo, en lo más profundo de mí, y me digo a mí mismo: es el momento de escribir. Por lo general, el poema sale de una vez, y debo corregirlo poco y, a veces, nada. Cuando escribo me concentro de gran manera, como si fuese un equilibrista que camina sobre la cuerda sobre el abismo. Soy, siempre lo fui, un maníaco de la precisión, esa precisión la voy encontrando a medida que avanzo sobre esa cuerda: –un desliz, un error, puede hacerme caer –.

Dije también que siempre estoy escribiendo el mismo e interminable poema. Creo que a lo largo de los años gané en madurez, en eficacia; pero, en el fondo, sigo dando vueltas a ese eje o espina dorsal que viene desde el primer poema, el que escribí un día de lluvia, hace por lo menos treinta y cinco años. Aunque el proceso viene desde antes, desde siempre; desde aquellos días en los que copiaba las letras de los diarios y los dibujos de las revistas, encontraba un maravilloso mundo en las imágenes de las barajas y soñaba con ser astronauta. En aquellos días, sin que yo lo supiera, se formaba el poeta. No se trata este proceso de un lecho de rosas; siempre fui, y por aquellos años más, muy delgado y recuerdo momentos en los que todo era un arduo – y suicida – combate contra mi cuerpo, que yo consideraba endeble, hasta despreciable. Incluso, lo digo en un viejo poema, me negaba a comer. Una locura. Luego entendí que por ese camino sólo se va hacia la muerte y fue la poesía lo que me salvó, me sostuvo en jornadas terribles –mi infancia no fue buena, le decía hace poco al amigo Nicolás González Varela–.

Nunca pude –tal vez nunca quise– narrar, contar cosas. Y eso que, como lectura, la poesía llegó a mi vida mucho después de Verne, de Carroll, de Salgari… Desde pequeño leo enciclopedias y diccionarios, cosa que aparece muy nítidamente en mis poemas –hay allí referencias a flores, piedras, animales y lugares reales o imaginarios –; incluso a mi poesía acuden lecturas en apariencia alejadas al mundo poético, asuntos de  física,  biología sobre todo. Un aspecto esencial en mi vida es la sensación de soledad que, desde niño, intento contrarrestar a través de la amistad, la comunicación con los otros. Se trata de una soledad interior, espesa, consistente. Siempre la sentí y la siento. A veces me gana y me toma por asalto. Sobre todo cuando ando solo por la calle ella triunfa en la partida. En mi adolescencia adquirió su máxima potencia; por entonces creía que jamás tendría casa y familia, incluso que moriría joven –esto, tal vez, era el resultado de mis lecturas de los románticos–. Sin caer en el lugar común del vate, atributo del poeta en el que no creo, en mis primeros poemas, allá por los setenta, hay anticipaciones ante las cuales quedo perplejo. Por ejemplo, hablo de la muerte de un hijo, cosa que sucedió, se trató de una hija, fallecida al nacer. A esa hija hago veladas o no tan veladas referencias en varios de mis poemas.

Jamás escribo con la idea del libro. Escribo poemas y en algún momento siento que hay material para un libro. Reúno los poemas. Pienso en un título. Aquí, en la elección, pueden darse varias alternativas: que el nombre me llegue de golpe, mientras hago otra cosa, o que encuentre luego de muchas cavilaciones. Un detalle no menor, que se está dando en los últimos poemas,  es que oigo el primer verso en circunstancias alejadas de la escritura; varios de mis poemas recientes surgieron de esa voz que me dictó el verso inicial mientras yo paseaba al perro y miraba los edificios en construcción frente a mi casa. Ahora, si la pregunta viene por el lado de asuntos o temas, me rindo. Alguien dijo una vez que el tema es el aspecto menos poético de un poema. Y así es. Así como alguna vez el arte plástico se separó de lo literario –estaba lleno de referencias literarias–, procuro que eso le suceda a la poesía. Los surrealistas hablaban por un lado de poesía y por el otro de literatura. Hago mía esa división. A veces creo acertar, a veces no. Es un propósito, con sus triunfos y fracasos. De todos modos, con Cocteau, creo que la única estética posible es la del fracaso. El éxito es un fetiche mediático. Porque fracasamos seguimos escribiendo, aunque todo nos empuje hacia el dolor. Debo decirlo, cada poema –aunque miope y rengo, cachorro frágil que no sabe sostenerse sobre sus propias patas–, es una oportunidad ante la locura, el sufrimiento, la muerte.

Me parece registrar que en el volumen no se pierde tu estilo, más bien se acentúan ciertos rasgos bien definidos en tus libros de los últimos años.

De siempre, amigo Alfonso, de siempre. Lo que sí es que están más precisados, más adecuadamente ubicados y expresados. Son los mismos rasgos, pero expresados a través de figuras mejor delineadas. Los poemas de los años primeros no son más que bocetos. Hace tiempo que logré superar esa instancia y conseguí pintar, por fin. De los más de treinta años que lleva mi quehacer poético, por lo menos en veinticinco sólo obtuve bocetos, esbozos más o menos conseguidos. Hace poco, entonces, que pinto cuadros –perdón a los amigos pintores por invadir su territorio–.

Tengo la impresión de que la desesperanza campea entre el andamiaje del libro: Por el canal más estrecho, un pez sin ojos. Por el canal más ancho, un ciervo sin ojos. Es una recurrencia a lo largo de tu poesía.

Se trata de escepticismo. Soy un individuo escéptico. No escapo de las generales de la ley del lugar y sociedad de donde provengo. Lo habrás notado en el tango. Soy, somos, antípodas –los que nacimos y crecimos en la llanura pampeana, en ciudades de esa planicie inmensa– de quienes, como vos, nacieron y crecieron en el Trópico. Parece tonto esto, pero tal vez pueda explicarlo: te veo con camisas coloridas; los porteños y bonaerenses en general identifican al negro como color de la elegancia. Sarmiento dice en su Facundo que el negro es señal de civilización, no el rojo de la vestimenta de los gauchos. Esta influencia europea, que no se detiene sólo en la ropa, es aún notable entre nosotros.

Retorno al asunto del escepticismo. Ni optimista ni pesimista. Escéptico: alguien que, como dice el diccionario, profesa incredulidad o duda acerca de la verdad o eficacia de alguna cosa. A lo largo de mis poemas esa incredulidad o duda es visible y manifiesta. Nuestro común amigo Guillermo Fernández escribió con precisión acerca de esto; otros también lo hicieron. No quiero extenderme: en cuanto a las figuras de la ceguera, sobre todo de animales sin ojos o ciegos, es una obsesión. Siempre tuve temor a perder un ojo o ambos ojos. Una vez casi me sucede al intentar abrir un paraguas, la punta me dio cerca de un ojo. Fue un momento angustioso del que tardé en reponerme. Una amiga, en los ochenta, percibió en mis poemas esas figuras, que se repiten hasta ahora de un modo u otro. Incluso las citó como hegemónicas, materia principal en mis poemas. Yo creo que el tema central en mi poética, –habla aquí el autor, tal vez la persona que menos sabe aunque se trate de sus propios trabajos– es el tiempo. 

Cuando se incursiona en tus textos, se intuye una desnudez en el lenguaje que seleccionas para armar tu poesía. Se experimenta un contrapunteo entre los cuidadosos adjetivos; pese a todo, son directos como dardos venenosos.

Mi lenguaje poético es riguroso, ascético, despojado. Trato de no redundar, de no extenderme más de lo aconsejable. Siempre fue así. Jonah Gabry, quien analizó mi poesía como pocos, estableció una especie de contrapunto entre la poesía del barroco (o neobarroco, como él mismo bautizó a su poética) de Perlongher y la mía. Por un lado, opuestas; por el otro, muchas veces, coincidentes en ciertas atmósferas. Marcas generacionales, sin duda. Mis adjetivos… los uso a cuentagotas. Un adjetivo mal puesto puede matar al poema. Ni hablar de adjetivos en exceso. Trato de que mis poemas sean materias a las que el lector pueda tocar, medir, pesar. Por eso, sustantivos y pocos adjetivos. Que la cualidad la perciba el lector. Yo le propongo una materia, una sustancia. Cada verso que escribo es tan directo como críptico. Es dardo y es misterio. Un dardo misterioso.

El título del poemario alude a una referencia simbólica. El lector avisado tendrá que enfrentarse a una poesía hermética, plagada de símbolos, llena de acertijos. En última instancia, purificante. Sería esclarecedor conocer cuál es la relación que mantienes con tus lectores.

La poesía –cito de memoria a Cocteau– es como una casa que recibe a pocos y, a veces, a nadie. Orgullosa, hasta soberbia –los que hablan de la poesía como materia humilde se equivocan–, corre el riesgo de quedarse hablando sola, para nadie. Es entonces, un fenómeno riesgoso, arduo, dramático. Sumamente complejo. Si un poema se agota a la primera lectura, no sirve. Si se agota a la segunda, tampoco. Y a la tercera, tampoco. Un poema auténtico es una serie de estratos, de pliegues, de recovecos. Inagotable. Más que lectores, necesita buceadores, mineros, arqueólogos. Personas atentas, preocupadas, decididas a bajar, sondear, cuestionar. Desgraciadamente, en estos días no sobran. Miremos la historia de la literatura, por su propia disposición y conformación la poesía siempre fue para minorías, un arte de elite. De cada cien lectores de novelas, hay uno de poesía. En las escuelas la poesía se detuvo a fines del siglo XIX; aclaremos: Rimbaud y Baudelaire jamás entraron. Y del siglo XX, apenas Neruda, no me olvido de Darío. Y de todos, lo más accesible, sin ningún problema. En la escuela me hicieron odiar a la poesía, así como por lo general hacen odiar la ciencia y la filosofía. Así que pocos lectores, como todo poeta. Mi lector es aquel que dialoga conmigo, con mi obra. Claro, teniendo a la vista que trabajo con una arcilla orgullosa, diríamos exclusiva. Puedo decir que conozco al menos hasta los nombres de la mayoría de mis lectores. Con varios de ellos tengo, a través de mis poemas, profundas conversaciones.

En el poemario los versos están entrelazados por cadencias sonoras; cuando avanzamos en la lectura podemos experimentar instancias metafísicas e imágenes plásticas de gran contenido estético. ¿De qué modo logra el poeta integrarlas con los contrasentidos del mundo actual?

Mis poemas están llenos de contrasentidos, de opuestos, de dudas. Es raro que se encuentre en ellos una afirmación. Más bien, lo que predomina es la pregunta. Como ya dije, en la construcción de cada poema contribuyen mis lecturas y mis experiencias. Sostengo una relación duradera y rica con el arte plástico y la fotografía. Y con la filosofía, sobre todo Kierkegaard y Wittgenstein. Guillermo Fernández, creo, habló de un estilo bíblico; es verdad, mi estilo tiene como fuente fundamental el de las traducciones españolas, sobre todo del Antiguo Testamento. Hay en mi poesía una influencia del discurso bíblico cuyos alcances ni yo mismo logro estimar. Sobre todo del Génesis, del Levítico y del Apocalipsis. La relación de mi poesía con el estado de las cosas es, siempre, problemática; pero no olvido que mi poesía es fruto de un tiempo y un lugar determinados. Nunca algo desgajado, separado.

Desde Éxodos y trenes tu poesía me pareció vinculada a la alquimia y con una alta dosis de energía secreta, dirigida a mentes y engranajes celestes. Eso me lleva a preguntarte: ¿En los años recientes Carlos Barbarito se reafirma en el péndulo o su poética toma otro rumbo?

La alquimia es una lectura eterna para mí. En mi biblioteca hay numerosos libros sobre el tema. Con el amigo, poeta y pintor, Alejandro Puga hablamos mucho sobre este asunto. Sobran los ejemplos de apelaciones alquímicas en mis poemas. Sobre todo la figura de la mujer y el dragón, que cito una y otra vez y siempre le encuentro nuevos aspectos. Me apasiona el tema de la piedra filosofal y su obtención. Un poeta es, entre otros varios oficios, un alquimista. En mi caso me gusta la imagen que aparece en el Mutus Liber, la de la obtención del coloide rubí. Se extienden sábanas para recoger el rocío nocturno que luego  es transformado en el laboratorio. En cuanto a mí, creo que siempre se trata del mismo rumbo. Hay tempestades que obligan a la nave a tomar otro diferente, pero inevitablemente hay un retorno al camino original. No olvides que el capitán y único tripulante de esta embarcación es alguien obsesivo. Y neurótico.

La edición de Oscura verdad bajo el cieno posee la particularidad de que es un libro electrónico, bajo el sello editor Letralia. ¿De qué modo percibes esta publicación de tu poesía dirigida a los cibernatutas?

Como una alternativa. Tal vez más amplia en cuanto a audiencia. Y mayor repercusión. La sola idea de que alguien, en Estambul o Londres, pueda leerme, ya me excita. No me olvido, es un medio más barato. No utiliza papel, para fortuna de los árboles y de nosotros.

Te amo –pero todo es sigilo y es borde, / Pulpa sin atributo, alquimia / de polvo y óxido de llaves –. Con este verso –al igual que otros– podemos rastrear el amor en tu libro. Se siente una especie de renovación erótica y amorosa. Háblanos de ese tema.

Lo amoroso aparece en diversos pasajes de mi obra desde 1984. Se concentra en mi Bestiario de amor, y vuelve a dispersarse de allí en más. De todos modos, siempre, lo erótico no es fin en si mismo, es una vía hacia ciertas verdades, ciertos saberes. Lo mismo con cada elemento al que recurro. En este sentido, lo carnal, el deseo, el amor poseen la misma importancia que las referencias a piedras, plantas, animales y estrellas. Todo conduce a otros planos, otras instancias. Hablando en términos alquímicos, el plomo, el azogue y el alcohol son elementos que representan, al mezclarse, aspectos de la verdadera obra que tiene lugar en lo íntimo del alquimista.

En Internet tienes un blog en constante y permanente actualización. Eres un artista que se ha identificado de un modo ágil con ese ámbito. Danos tu opinión sobre la importancia actual y futura que tendrá Internet en el mundo de la producción de ediciones electrónicas y su contrapeso con la industria editorial en papel.

Nunca dejé de seguir la innovación tecnológica, y me serví de ella. Como Rimbaud, pienso que hay que ser absolutamente moderno. La tecnología como herramienta y no como fin. Internet será esencial en el futuro y, en ciertos aspectos, ya lo es en el presente. Me entero de que se leen más diarios en pantalla que en papel. Quizás, pronto, un diario en papel sea sólo un recuerdo, algo del pasado. Mi hija se ríe al ver mis discos en vinilo y al oír mis historias de revelado de fotografías e impresiones en esténciles.

Soy bibliotecario. Amo los libros en papel, sobre todo los que se publicaron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Recuerdo cuando contemplé, a través del cristal, códices e incunables en el Vaticano. No sé qué les sucederá a los libros en formato tradicional; por las dudas colaboré en un proyecto de Luis Camnitzer, en exposición en la Biblioteca Nacional de Argentina, que se llama El último libro.

 

2 comentarios

  1. JOSE ANTONIO SABELONADA