Nicanor Parra,
José Emilio Pacheco,
Evodio Escalante,
Alí Chumacero,
Marco Antonio Campos.
José Ángel Leyva
Nicanor Parra: “Corrupción sustentable, venceremos”
Entramos en la fase vacacional, para quienes gozan de este derecho disfrazado de privilegio, sobre todo en nuestros países latinoamericanos, donde lo derecho no es parejo, y el estado de derecho es un estado de precariedad y corrupción. Hace unos días tuve la fortuna de conocer y conversar con el antipoeta Nicanor Parra. Con sus 95 años a cuestas se mueve y piensa con el resorteo de un atleta, con la capacidad de atrapar moscas y liebres al vuelo. Gracias a José María Memet nos recibió en su casa, a Susan Heimlich y Carlos Cantuarias y a mí. No puede uno estar cómodo en la vida sin cruzar unas palabras con semejante personaje. No voy a hacer la crónica de ese encuentro, la dejo para más adelante; me comprometo con lo lectores de La Otra-Gaceta para contarles sobre esas dos horas de charla en La Cruces, donde por cierto descansan los restos de otro grande de la poesía, Vicente Huidobro.
Una de las primeras frases que soltó el creador de los artefactos poéticos cuando abrió la puerta de su casa fue: “Corrupción sustentable, venceremos”. Sí, la corrupción nos está carcomiendo las entrañas. La situación política en México y el avance de un pernicioso espectro al poder me hace suponer que Nicanor Parra estaba disparando el dardo al nervio. Quizás pensaba en su propio país, pero nada comparable con nuestra nación, donde la izquierda está conformada por priistas conversos y estalinistas feroces incapaces de hacer la mínima autocrítica, complacientes con sus caudillos y faltos de imaginación para enfrentar al contrincante. La derecha es lo que Nicanor expresa socarrón: corrupción sustentable. Ese algo que llevan bajo el brazo quienes cambian de partido y de consignas como si fuera un recurso natural no renovable: corrupción. Un bien nacional que nos hace mucho mal.
José Emilio Pacheco. Setenta años
Nuestro gran erudito y polígrafo, que encarna la tradición de Sor Juan Inés de la Cruz, Carlos de Sigüenza y Góngora, Alfonso Reyes, Salvador Novo, Octavio Paz, Rubén Bonifaz Nuño, José Revueltas, Eduardo Lizalde, por mencionar algunos nombres, es reconocido con el Premio Reina Sofía a las letras este año en que arriba a los 70 años de edad y el país le brinda una serie de homenajes. Lo mejor de México no son sus playas ni sus mariachis, ni su tequila ni sus economistas, es su cultura, y en particular sus escritores. José Emilio es la prueba.
PD: Lo peor de México son sus políticos y las dos televisoras comerciales que embrutecen, no se diga sus telenovelas.
Evodio Escalante, Premio Ramón López Velarde, Jornadas Lopezvelardeanas en Zacatecas.
Uno de los críticos más notables en México es sin duda Evodio Escalante. Fiel a su principio ejerce la pluma sin rubores y sin miramientos. A veces, como sucedió recientemente con nuestro querido amigo, el poeta Javier Sicilia, afecta nuestras emociones y simpatías por los destinatarios de sus ejercicios críticos. Pero uno sabe que su oficio no admite concesiones, aunque pueda estar equivocado, porque alguna vez el propio Evodio reconoció que no hay escritor más solitario que el crítico. A veces admirado, pero casi siempre temido y odiado. Escalante al menos es respetado y, claro, querido por quienes somos sus amigos. Por eso celebramos ese reconocimiento propulsado por el zacatecano José de Jesús Sampedro.
Alí Chumacero, la salud, salud
Alí es un joven de 91 años, poeta sin prisas y sin pausas. La diabetes le anda haciendo bromas pesadas. Pero sabemos que está convaleciendo. Sus lectores y amigos, en honor de esos tragos prohibidos alzamos la copa y le decimos, querido Alí, te recordamos siempre, por ello te decimos, salud, mucha salud.
Marco Antonio Campos en La Otra.
(texto leído en Zacatecas y en la presentación en la Casa del poeta “Ramón López Velarde, Ciudad de México, de este número tres de La Otra dedicado en parte a Campos)
Aunque La Otra es aún joven como para saber de las juventudes de los otros, La Otra celebra con gratitud las aportaciones de los demás. Uno de esos otros es Marco Antonio Campos, viejo y novedoso actor cultural en la escena nacional e internacional, poeta, cronista, traductor, entrevistador, ensayista, narrador y por si fuera poco viajero irredento. En mayor o en menor medida estamos en deuda con Marco Antonio Campos por su vocación promotora y divulgadora, organizativa a favor de la literatura no sólo mexicana ni iberoamericana, sino universal. Son pocos los reconocimientos que ha tenido este personaje tan empeñado en hacer de los otros su propia reflexión, aunque también haya quienes son depositarios de su más alta animadversión, a los cuales, hay que reconocerlo, les es fiel. En Marco la gratitud no se exige, pero se espera.
Cuando El Equilibrista publicó la trilogía de Francisco Hernández, él me confesaba en una entrevista que su poema sobre George Trackl se lo debía a Marco Antonio Campos, a quien yo sólo conocía por sus escritos en el Unomásuno y por algunos de sus poemas. Además de haberlo visitado una ocasión en sus oficinas del Periódico de Poesía, pues yo trabajaba en una de las revistas de CONACYT, que se hallaba ubicado donde ahora es el edificio de Universum, allí en CU. Esa ocasión fue imposible establecerme en su memoria, pues carezco de la virtud de la fijación. Mi timidez entonces contrastaba con su estruendosa extroversión y una charla estridente o estridentista, con Evodio Escalante, a quien yo había acompañado. Cada chispazo de sarcasmo, imposible de comprender para un testigo ajeno al mundo de ellos, era celebrado por Marco Antonio, el Pollo Campos, con golpes de puño sobre la palma de su mano.
Esa fue la primera vez que lo conocí de forma anónima. La segunda ocasión fue en una librería y cafetería, donde ahora el principio parece ser, si busca un libro, no pregunte, mejor búsquelo usted mismo. Acababa de regresar de una larga estancia en Austria. Allí sólo atestigüé su crónica de viaje. No recuerdo ahora cuando en realidad comenzó la amistad entre Marco y yo. Tal vez no tuvo principio y por lo mismo espero que no tenga final.
Los diálogos con Marco han fluido como canicas de agua, es decir de vidrio: locas y certeras, alegres y sonantes. Nos une la irreverencia y la fidelidad a los amigos, una idea amplia y precisa de la dignidad y la justicia, pero sobre todo un culto por la gratitud. La belleza de Colombia y la inteligencia de los cuerpos de las colombianas, que suelen ser, como bien lo confirma nuestro común amigo Juan Manuel Roca, cuerpos muy talentosos. Nos une con ese país un mismo sentimiento de admiración y perplejidad por la semejanza con el nuestro, saben y gustan bailar y cantar sobre el entarimado de la tragedia. El vallenato es para Marco la versión caribe del tango. Con Marco el humor define a nuestros amigos comunes, tan afanosos como antisolemnes. Esta mesa (estaban Juan Gelman, Hugo Gutiérrez Vega, Héctor Carreto, y Juan Domingo Argüelles que había mandado un texto) es un ejemplo de esos afectos admiraciones compartidas.
Pero en el fondo, Campos es un discípulo del romanticismo, un convencido de que no hay obra sin biografía y su apuesta es por naturaleza trascendente. Solitario rema bajo el temporal y no se afilia a grupos, logias, cofradías, tribus, hace de su individualidad una estrategia colectiva. No ha pasado más de un par de meses que una amiga poeta me decía: “Cómo ha crecido la obra poética de Marco Antonio Campos.”
Quedé en silencio, extrañado ante el comentario y luego me pregunté a solas: “Una obra escrita en el pasado ¿crece o comienza a ser leída?” Es paradójica esa ignorancia del poeta y su obra en un promotor cultural y literario como Campos. Pero es comprensible cuando la vocación del organizador y orquestador es cederle el escenario a los demás actores y hablar de ellos y sus obras, sin la falsa modestia de quien sabe que su trabajo literario se cocina aparte. ¿Habrá otros escritores que además de promoverse y cultivarse a sí mismos revelen y enseñen la importancia del Marco Antonio autor?
La obra poética de Campos se entrevera con su insaciable capacidad lectora y revisora de sus maestros, de sus referentes literarios, locales y universales: Ramón López Velarde, Manuel José Othón, Tablada, Octavio Paz, Juan Gelman, Alí Chumacero, Hugo Gutiérrez Vega, Eduardo Lizalde y ese alter ego de Marco, Rubén Bonifaz Nuño. En otro extremo más cercano a él están Francisco Cervantes y Francisco Hernández.
Desde sus primeros versos, escritos a fines de los años sesenta y publicados en 1970, el poeta Campos da la nota en ese tenor de lo que sentencia Ernesto Mejía Sánchez, 1978, en el prólogo de uno sus primero libros: “MAC es un poeta –ya es bastante–; pero también un poeta culto, lo que es más peligroso y menos poético, según algunos asnos con letras, que lo quisieran intonso, zafio, y tocando toda lira por casualidad (…) Este muchacho quiere sufrir y lo conseguirá. No hay remedio contra esas cosas; es la inminencia de la catástrofe.”
Marco es un poeta mexicano consciente de que no hay más lucidez de la identidad y de la pertenencia que valorando el ancho mundo. Su poesía es un tránsito perpetuo, un canto de nostalgia por lo que fue o por lo que pudo ser, una declaración desde la infancia para saber que no hay más patria que el poema, más hogar que la palabra. Es cierto, ahora lo confieso, la poesía de Marco Antonio Campos se hace visible, se advierte con claridad entre la jungla de las letras, sus aportes a la cultura mexicana también, porque esos sí crecen con el tiempo.
Un comentario