Escritor y comunicador argentino, de La Plata, poseedor de un discurso ágil y sugerente, expone sus textos a nuestros, sus, lectores.
Horacio Fiebelkorn, Argentina, 1958. Nació en la ciudad de La Plata, vive actualmente en Buenos Aires.
Fue parte del grupo editor del tabloide de poesía “La novia de Tyson” a fines de los 90. Condujo los programas radiales “El cazador americano” y “La hora de los magos”, por radio Universidad de La Plata. Fue colaborador de la revista Humor Registrado en los años 80.
Integró las antologías “36 poetas” (La Plata, editorial La Comuna, 1998), “Poesía erótica argentina” (2002, Buenos Aires) y “Naranjos de fascinante música” (Poesía amorosa de La Plata, 2003).
Administró y abandonó el blog clubsilencio49.blogspot.com
Caballo en la catedral
I
Yo lo ví yo lo veo
Bajo la catedral masticando
Fotos viejas de comunion y tranvías
Ya están amarillas
En la catedral había un caballo y nadie me lo cree
Lo vi todo el tiempo correr ciego y soberbio en
La avenida de la sangre y el aceite
La huella de la tormenta le embarra los cascos
Y se le monta la luna que huye en los parques al galope
Ah la espuma rabiosa del yobaca en el mordido alambre
Un látigo afilado al bruto noble alucinado yo lo veo
A la bestia loca
Que se abra tu mano y quite
La cosquilla del lomo
A este animal absurdo
Sabe mejor el cuero con la sal del aire
La boca que devore el terror del caballo
Comerá de sus belfos
Cuando despierte el rocío
Junto al fuego
Que desmorona el templo
II
Mirá como trota la cabeza de Rodríguez
Jugaron un picado con su pobre emoción
Se le reventó la uva y lo envasaron
Y no hubo más cielo
Al palo mayor lo izaron
Todavía le colgaban las pelotas
Y al aire se le quemó el último pájaro
III
¿Otra vez ahí nene?
¿ No te cansa la crin sacudida el casco vigilante la piedra
Lavada resoplada? Fuiste
A visitarme a casa
Y yo no estaba
Pero igual te atendí
IV
Vos estabas cuadrúpedo
Cuando vimos el naranjazo del Speedy
Vereda a vereda en la 45
El naranjazo verde que se estrelló en la pared
Y aplastó una mosca
Venían de todos lados para verla
Y empujabas la bicicleta del paralítico
La empujabas un poco y seguía solo y podía
Levantar quiniela en casas de paredes celestes
V
¿Alguien vio a alguien como Teresita
alguna vez? Al menos una gota
en la blusa de Teresita queríamos
Hubo fiesta en su casa un día antes de Ezeiza
¿Qué pasa afuera que todavía no llueve
Como el día en que el padre de Bolita
Quedó borracho y seco en la rambla?
Flameó como Lawrence de Arabia
Después que los turcos le rompieran el culo
Bolita tenía la cabeza como un huevo
VI
Y llevaste a cabalgar al hijo del Ganso viudo
Tenía una bolsa con raras comidas
Un día con la novia se fumaron un malvón
Y se les puso de goma la mandolina en el Bosque
En la punta de sus dedos un fuego azul
Cuando el hijo del Ganso despertó
Ella era una fiesta
En los dientes de Mickey Mouse
VII
Todos decian que mamá estaba loca
Plantó maíz al lado del naranjo
En la vereda regó y regó
Y creció una caña y un choclito
La gente los autos pasaban y miraban y decían
"Mirá el choclito"
Casi un animal que sonreía
Hubo un tipo que lo pateó y lo destrozó
Como si cada grano
Lo siguiese puteando
Y a vos se te acabó el pasto y comiste de la muerte
Al galope por la destilería
VIII
Las chicas de enfrente se han puesto purpurinas
La cara les brilla como el teléfono de un carnicero
Yo las miro y pido tres deseos:
Quiero un besillo en la mejita
Y una sobija en la mandorga.
Una tormenta apacible
En las piernas mas lindas de la calle.
Para cuando seas un poco mas puta
Y no confundas catarro y pasión
IX
Yo lo vi yo lo veo
En el rio qué hago
Acá en la orilla
Del maldito rio
A esta hora de la noche cómo
Hice para llegar
A la orilla del maldito rio a esta
Hora de la noche cómo
Hago para salir de la
Podrida orilla del maldito rio
Es tarde y temprano y está rojo el ojo y la
Luna pincha como una tuna
X (adios )
Esta claridad
Un poco rara
Ahora todo parece en su lugar
Pies en la ventana
Ojos en la alcantarilla
Humo en los pulmones
Un camión en la oreja
Y una horrible canción entre el techo y las ramas secas
Ruidos y cabezas contra la pared
Cada cosa en su lugar
Esto desde luego
Si razonamos como el general Julio Argentino Roca
Que en mas de cien años
No ha cometido un solo error
Asi es la claridad
Rara y matinal
Pero a no preocuparse
Llegará la noche con su cristalería
A humedecer con su aceite mágico
La maquina del olvido.
(De “Caballo en la catedral”, 1999)
Kozmic blues
A distancia prudente de la Tierra,
Eros el asteroide lleva tatuados
los restos de tantísimos choques.
Gira desde hace 100 millones de años.
Podría provocar un desastre
si chocara con nuestro planeta, pero nunca
van a cruzarse sus caminos.
Alguien dijo: "Eros es un buen ejemplo
de la materia más antigua del sistema solar"
Cómo puede un cuerpo celeste tan pequeño
guardar tantas embestidas .
Huellas de impactos con otros cuerpos
a lo largo de 4.500 millones de años .
Los astrónomos no entienden nada.
Dicen que cuando los cometas
pierdan su capa de hielo
podrán convertirse en asteroides.
Perderán su brillo, y crecerá su apetito.
Hambrientos cuerpos del cosmos,
portadores de cada fuego
que haya reventado en su corteza.
Eros tiene algunas claves del origen
de la Tierra y el sistema solar y también
el secreto de algún encontronazo
que pudiera destruir el planeta.
El que lo bautizó
comprendió de qué se trata.
El que nombró de ese modo
al extraño cuerpo que lleva lo que somos,
lo que seremos y no fuimos,
en la curva profunda.
Retorno
Nocturno, por completo. La humedad
sigue su golpe de manos. El viento revisa
las nucas y gestos dispersos en los vidrios.
Una mirada más y serás un sospechoso. A un costado
aguarda un brindis de botellas ciegas. (Los gorriones
caídos que conté, uno por uno, como si fuesen
lo que queda de mis propias alas.
De espaldas a las luces
está insinuado el camino de retorno
a las hornallas, páginas en espera, el próximo
informe sobre el estado del tiempo.
Ambientación
Hay una mesa, un
espejo, un mantel sucio, la huella
de alguien en la pared. Hay
dedos ausentes en cada objeto
en el libro abierto, en la página 9.
Ropa colgada, bufanda. Sonidos
que nadie llama. El reposo del eco
retenido en su borde. Hay un lugar
que escapa del ojo, un crujir de maderas.
Pasos, una respiración,
una mano, una garganta que gime,
una descarga de sombra, un cabello que
cae, una escena inconclusa.
Hay quien se escucha a sí mismo
sin poder mirarse porque está
en zona muerta.
Cinco sobre el 75
I
Pudo ser una tarde, su ardor
bajo la lluvia. Las gotas
junto al cordón de la calle 17
no son lágrimas rojas ni
jugo de tomates. (Lo habían llevado
con los pies para adelante. No fumé
ni uno solo de sus Particulares 30 que dormían
entre las hojas secas.)
II
La calle bajo el pesado
manto de nervios. Y la explosión
suspendida en el espacio del miedo.
La mancha sin nombre, vagabunda
entre la carne cerrada y colgante
de Nuestro Señor. La calle humeante,
cemento sobre la espalda.
III
Replegada la boca
en su ansiedad invernal,
se muerde en cada pozo
con presunción culpable.
Ahora es cuando se desploma el ave.
(Mientras el pellejo te contiene y
asfixia. Tu voz
a un costado. La calle gris
al fondo.)
IV
Todo este aprendizaje, esta pequeña flor.
Ahora se sabe algo de la fiebre contra el vértigo
y la piel ahogada en la sábana.
Y por qué no de los cambios de estación y la
rotación de vías en los vagones, y la mejor
temperatura para servir el té.
V
Congelado el rumor en un resto de voces,
trata de huir por las ramas de un árbol cualquiera.
Horas y horas entregadas al diablo.
Las ruedas ciegas aplastan los sentidos.
El corazón es una bolsa que pierde
su carga de arena.
Algo que nadie cantará
y no merece un relato mejor.
Pobre Vaca
Pobre vaca
la que estaba cerca del mercado.
Ellos no saben faenar una vaca,
no saben matar una vaca.
Son cuatro en la mugre y quieren comer y
robaron una vaca.
Son cuatro cuchillos donde pega el chifle del sol
antes de la vaca.
Terneros que no saben mamar
bichos que no saben comer.
Tiemblan cuando la vaca grita en su primer puñalada.
Bocina: sangre en el ojo: lluvia
de tajos: laguna de sangre y bosta
donde los cuatro chapotean y gritan
más fuerte que la vaca.
(De “Zona muerta”, 2004)
El temporal levantó los techos
El temporal levantó los techos,
cambió los ruidos de lugar,
barajó caras, pasos, nadie
levantó la mano. Pronto llegará el frío,
más vale reunir hojas para el fuego
antes de acariciar los bloques húmedos
o dibujar una cara en la arena de la plaza.
A la hora del fastidio y los despertadores
la noche guardará su música para el cuadro siguiente.
Nada más que el agua bajo los pies que me llevan
a ninguna parte.
Todavía
Todavía está por responder una pregunta
hecha dos décadas atrás, que lo dejó
paralizado.
Con un poco de suerte, en quince años más
podrá explicar lo que le ocurre
esta misma noche.
Ella
Ella se acerca al rosal,
recorta con cuidado algunas hojas.
Luego va hacia el limonero en el centro del patio
y vuelve a entrar a la casa.
El pelo muy negro, las piernas muy flacas.
Algo la muerde hace tiempo.
A veces, cuando está sola,
mira el rosal por la ventana.
El sueño
El hombre que se sueña
en un coche en medio de la ruta,
advierte que ya no hay combustible
y se esfumaron el volante
y las puertas. No hay más salida
que despertar una y otra vez para huir
de ese auto sin nafta,
sin puertas ni volante.
Las escenas que van quedando atrás
bordean rosales y limoneros de los que cuelgan
algunas cartas y fotos que muestran
varios juegos de muebles,
un domingo de sol,
y autos usados de marcas diversas.
Sobre el tiempo que se pierde en buscar el tiempo perdido
Los discos de vinilo decían
“33 ½ r.p.m” aunque las bandejas
andaban siempre un poco más lento
o un poco más rápido. De modo tal
que la música nunca fue
lo que nuestro oído creía percibir. Y así
de las miles de veces que escuchamos
“A day in the life”, “Las cuatro estaciones”,
“Lady Jane”, “Los mareados” o
“Visions of Johanna” resultan
largas horas robadas por el tocadiscos
a la pieza original, o en su defecto
versiones prolongadas que agregaban
minutos a la música, voces más gruesas,
bajos más bajos, largos pasillos entre notas.
Acaso la única opción a mano para que vuelva
la música perdida sea girar el disco en sentido inverso
lo que permitirá escuchar,
encriptada y secreta,
la vieja canción del pelotudo.
Dice Berger
El tiempo no es
un flujo continuo sino
una secuencia irre-
gular de compases. Oír
con aten-
ción al silencio
tiene, entre un compás y otro,
un efecto
adelgazante y por eso
casi todos los bateristas son flacos.
Compases de una
moneda, voces, ale-
teos, frena-
das, lo que sea
que suene. Y no la esfera
que simula el fluir continuado
mientras el tiempo escapa
entre objetos y elude
cuerpos consumidos, flacos,
a mitad de camino
por el deseo de
captar lo que el silencio
parece no
decir.
Quién pudiera lograr una velocidad
Quién pudiera lograr una velocidad
negativa, o sea mayor al infinito.
Llegar a la esquina antes de partir
hacia la esquina. Que oigan lo aún
no dicho, ante la chance de quedar
sin voz. Esta cuestión de espacio
vacunará cualquier idea sobre el
tiempo, ya que por ahora
nada supera a Bertoldo El Feo
–Bélgica, siglo XII, jorobado,
lleno de bocios – que al responder
sobre la cosa más veloz dijo
“el pensamiento”. Más que la luz
aunque el cuerpo recomiende
calma, y no perder de vista
las luces lentas, lo espeso
del aire oscuro que anticipa lluvia.
Pero en caso de que escuchen
lo que todavía no dijiste, y den
por consumados los actos no ocurridos,
sería posible que un día te consideren
muerto y se limiten a esperar
que no llegues tarde a tu entierro.
No sea cosa que el tiempo y los relojes
cuenten versiones distintas.
Pero los bateristas
Pero los bateristas
también quedan sordos,
como los artilleros. Quedan
sordos, además de adelgazar
por atender al silencio.
Y no terminan de saber
si oyen el silencio entre las cosas
o no escuchan nada
porque están sordos, y al oír el suyo propio
creen percibir al que se esconde en cada secuencia
irregular de sonidos. Toman su tiempo
por el tiempo de todos
hasta que su música termina
y nadie pregunta qué hora es.
Un pájaro pega en el palo
Un pájaro pega en el palo.
En las avenidas, bajo los árboles,
en los caminos de cintura,
quieren saber qué pasa con el cruce
de un pájaro y un palo,
qué fue del pájaro después del palo,
qué quedó del vuelo, dónde
cayó lo que volaba, qué marca en el palo
dejó aquello que venía y sacudió el aire,
quién puso ahí ese palo, cómo fue,
de dónde vino lo que se estrelló.
Nadie vio nada, nunca se sabe
qué música suena
en el cuerpo de un pájaro
que pega en el palo.
Cada vez falta menos
Cada vez falta menos para
que anochezca entre bocinazos.
Para que acabe la canción y
se prenda la TV. Cada vez
falta menos, menos para el
camión de la basura.
Cada vez el sol y la basura
dorada. Pájaros blancos
en los que pega el sol de la
autopista. Cada vez falta
menos para verte allí. Falta
menos cavidad para que el hoyo
se agrande. Falta menos pero
faltan libretas para decir
lo que falta borrar. Falta
un nombre, dos, tres, montones
de nombres en la lista. Falta
menos para que oscurezca.
Menos en dar la vuelta
sobre la cabeza. Menos falta
para el tallo que nadie. Falta
cada vez menos, más,
menos que nadie, minutos,
cada vez, nada, un poco
menos, casi, cada vez falta
lo que falta, menos que menos.
(De “Elegías”, 2008)