Floriano Martins abre un diálogo con este poeta y artista plástico portugués ¿Cómo se sucede la música, el verso, la forma, el color, la memoria, el deseo? Aquí una muestra de sus versos (en español) y de sus pinturas.
Nicolau Saião (Alentejo, Portugal, 1946) es poeta y artista plástico. Participó en muestras de Arte Postal en países como España, Francia, Italia, Polonia, Brasil, Canadá, Estados Unidos, y Australia, además de haber expuesto individual y colectivamente en lugares como París, Lisboa, Porto y Sevilla. Organizó con Mário Cesariny y Carlos Martins, la exposición “O Fantástico e o Maravilhoso” (1984), abierta en el Teatro de Xabregas y en la Soc. Nac. De Bellas Artes (habiendo traducido diversos autores incluídos en el libro –catálogo) y con João Garção, la muestra de mail art “O futebol” (1995). Actualmente es responsable por el Centro de Estudios José Régio, adscrito a la Casa-Museo. Tiene colaboraciones diversas en la prensa cultural en varios países, siendo ejemplos Colóquio Letras (Portugal), DiVersos (Bruselas), Albatroz (París), Agulha (Brasil), Mele (Honolulú) y Espacio/Espaço Escrito (Badajoz). Concibió, realizó y presentó el programa radiofónico “Mapa de Viagens” (Radio Portalegre). Está representado en antologías de poesía y pintura. En 1992 la Asociación Portuguesa de Escritores le atribuyó el premio Revelación/Poesía al libro Os objectos inquietantes (Editorial Caminho). En los años 90 orientó y dirigió el suplemento literario Miradouro, que salía en Notícias de Elvas. Con João Garção y Ruy Ventura coordinó Fanal, suplemento cultural publicado mensualmente en O Distrito de Portalegre, de marzo de 2000 a julio de 2003. Autor de libros como Os objectos inquietantes (1992), Flauta de Pan (1998) y Os olhares perdidos (2001).
Alegría
Un jardín, casas
y gente: una
epidermis sobre
la Tierra. La crispación
de una presencia inesperada.
La tristeza perfecta
de un árbol o de un
bicho sobre el muro.
El sonido ausente
de años y años: aquello de que
es hecho
un riguroso
sufrimiento.
La ventana
A veces el poeta saca
cosas de la ciudad: un muro, la sombra
de un muerto, colores que lo obligan a quedar ligeramente avergonzado. Dicen
que es operación vulgar esta investigación
de memoria rendida en geografía
adormecida. Mas el poeta insiste: saca
por ejemplo una ventana. Saca tres o cuatro
bellísimas piernas de mujer, un sentimiento
un olor, endomingados recuerdos
en suma: elementares presencias
comunicadas entre los años. Saca la ventana. Y coloca
la ventana en diversos puntos
del Universo: aquí ve un río
allá siente a través de la ventana gritos y risas
y después la ventana aletea
con las manos y la cabeza del poeta dobladas
como perdidas
solemnemente atentas
en la noche ardida. La ventana se reparte
por países y por rostros. El poeta pierde
la ventana de vista. La ventana desapareció.
La ventana reposa en las paredes
la ventana se le pega a la ropa, la ventana
obliga al poeta a pestañear. La ventana tal vez
sea menos o más que un simulacro
de animales que viajan en el triángulo de los techos
en el impenetrable reflejo de las madrugadas
en la palma de la mano de alguien que ya no puede
abrir o cerrar una ventana.
La ventana se construye
poco a poco, la ventana dice
millares de palabras inventadas
y desnudas, es una imagen
en equilibrio sutil. La ventana es ahora
casi puerta, parece hecha de
altas meditaciones familiares. Ni precisa ser
ausencia, como un retrato
que sale de nosotros para todas las calles
donde irrumpe un perfil ennegrecido
donde alguna otra vida se acojió.
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