El periodista Imanol Caneyada entrevista a Prieto, autor de la novela “Crímenes en el crepúsculo”, quien afirma de entrada: “Las palabras en México no tienen consecuencias. Cuando se dicen unas cosas y se hacen las contrarias, el cuerpo social acaba envenenado.”
Entrevista con el autor de “Crímenes en el crepúsculo”
Una sociedad sin palabra, una sociedad canalla
Las palabras en México no tienen consecuencias. Cuando se dicen unas cosas y se hacen las contrarias, el cuerpo social acaba envenenado: Francisco Prieto
Por Imanol Caneyada
Si fuera un personaje de novela decimonónica, lo describirían como rubicundo. Tiene alma de jainista aunque se declara un escritor católico que brega con las paradojas y contradicciones de la fe desde su literatura y desde el mundo. Francisco Prieto es uno de esos extraños novelistas a los que les importa más la congruencia estética y ética que el reconocimiento, el aplauso y la fama. Nunca le rehuye a una buena charla que acostumbra a enriquecer con un caudal de conocimientos abrumador. Camina como un pastor por el Pirineo, como si siembre hubiera una oveja descarriada a la que perseguir. Todavía, después de más de tres décadas, acude a su cátedra en la Universidad Iberoamericana y viene de presentar su más reciente novela, “Crímenes en el crepúsculo (Editorial JUS, 2009), en la FIL de Guadalajara, en donde se dan cita todos los que tienen un nombre en este mundo de letras y vanidades. Pero alguien como Paco, que tiene dejes ibéricos en su acento por ilustre ascendencia, puede pasar la prueba de las adoraciones con su alma de asceta y salir indemne, consciente de que su literatura no vende diez millones de ejemplares, que su literatura es, más que todo, la posibilidad de una ingrata búsqueda.
Acaba de presentar su más reciente novela "Crímenes en el crepúsculo" (editorial JUS, 2009) en la FIL de Guadalajara. Los honores los hizo Vicente Leñero quien, al igual que usted, se identifica como un escritor católico. ¿Qué significa en el México del siglo XXI ser un novelista católico en la tradición de Graham Greene o François Mauriac?
Te busqué porque ya te había encontrado, escribió Pascal. Cuando era un joven en Francia luché contra la presencia de la fe. Quería deshacerme de ella, luchar contra lo que hicieron conmigo el círculo de familia, los sacerdotes, etc. Un día, muchos años más tarde experimenté el vacío pero no quise reencontrarme con Dios como lo haría un derrotado. Así hasta que descubrí que Cristo era un derrotado en su naturaleza humana que increpaba al Padre y en el Padre reconocía su pequeñez y su grandeza y que por ello mismo en ese diálogo su existencia tenía sentido. Cristo, en la Cruz, se dio cuenta de que había sido feliz. Me fui dando cuenta que mi fe no dañaba a nadie, que no podía ni se debía tratar de imponerla a nadie, sino vivirla y hacer mi ruta desde ella. Creo que mi agonía –en el sentido unamuniano– es chiquita si la comparamos con la de la inmensa mayoría de los más humildes de este país. Murieron más de depresión que en los combates en el lejano siglo XVI: habían perdido sus señas de identidad. La independencia quiso quitarles su lengua y casi lo logró, la Revolución, en su nombre, los redujo de la manera más cínica: las palabras por un lado, los hechos por otro. Creo que asumirse católico es estar vinculado con ellos: compartir, desde la presencia inexorable y cotidiana de la muerte, la esperanza; vivir comprendiendo el camino de la Cruz.
En la nación guadalupana, en uno de los países más creyentes del mundo, curiosamente, el canon de escritores católicos es escaso o, por lo menos, poco difundido. Como si la tradición literaria mexicana los excluyera. ¿A qué se debe?
De hecho, los católicos escritores de México, que no son pocos a diferencia del resto de Iberoamérica, como me hacía notar un buen amigo, Kart Kohut, estudioso de las literaturas de por acá, escriben, en general, como si no lo fueran, como si vivieran en Europa en la Edad Media y buena parte del Renacimiento, cuando todos los eran. Yo no entiendo cómo se puede vivir desde la fe y escribir una literatura que no esté en guerra con el mundo en el que nos encontramos, que no enfrente el mal o se realice como si el mal no existiera o fuera cosa de poca monta. Hay, sin embargo, escritores en México de mi tribu: Rafael Bernal, del que no se hablaba en vida, Vicente Leñero, Jorge Portilla, que murió hace dos años en el silencio de los medios a pesar de haber publicado en Joaquín Mortiz en los buenos tiempos de don Joaquín Díez-Canedo; Ignacio Solares y Javier Sicilia.
Volviendo un poco a la FIL y al oficio del novelista; cada vez es más frecuente escuchar y leer señalamientos que apuntan a que la Feria se ha convertido en una insoportable pasarela de vanidades de las vacas sagradas de las letras. Usted, un escritor de extraordinaria modestia y sentido humanos, ¿qué percepción tiene al respecto? ¿Cuá ha sido su experiencia? ¿Se ha convertido el novelista en una vedette mediática?
Fui a la FIL porque busco a aquellos, no importa que sean pocos, que pueden hallar motivos de encuentro en mis libros, de aliviar su soledad, de entrar en guerra conmigo. En esta ocasión lo más hermoso fue hallar personas que en Guadalajara y en pueblitos cercanos a Guadalajara escuchan por radio mi programa “Huellas de la Historia” y que llenaron el salón. Una de esas personas, de Tlaquepaque, pintó un cuadro que me regaló y es una bella pintura. Esas personas no me habían leído y compraron dos o tres de mis libros. Del medio literario estuvo Alberto Ruy Sánchez. En cuanto a los presentadores, Vicente Leñero no pudo presentar el libro por causas de fuerza mayor pero lo hizo Felipe Garrido, que no es creyente y que entendió mi novela con no pocos matices y hallazgos que fueron una revelación para mí ya que soy de esa raza de escritores febril, instintiva… No puedo negar que soy un lector de Pío Baroja, que fue mi gran compañero en la adolescencia y que lo sigue siendo y que, por cierto, no era creyente. Di entrevistas, pocas, a medios de Guadalajara. La FIL le hace sentir a uno, en esa inmensidad de libros, que uno es como la Tierra en la vía láctea, un puntito, y que vale más escribir porque es para uno una necesidad, porque no se sabría vivir de otro modo, porque hacer novelas es un modo de poder vivir a sabor la cotidianidad so pena de perder las alegrías de vivir procurando ser una “star”.
Sigamos con las paradojas. En uno de los países con menor índice de lectura se organiza una de las ferias literarias más importantes del mundo hispanohablante. ¿Cómo, entonces, beneficia un evento de esta magnitud a la gente? ¿Es ingenuo pensar que la lectura es promovible, contagiable?
En México impera la paradoja. Si La Rochefoucauld dijo que hay personas que no se habrían enamorado si nadie les hubiese hablado del amor, no tiene por qué extrañarnos que se vaya a la FIL sin ser lector, que se compren libros para adornar paredes, etc. México ha sido una nación firmadora de grandes y benéficos protocolos –de paz y antinucleares, en pro de las personas con discapacidad, etc.-, que luego no se cumplen o se cumplen a medias.
Su más reciente producción literaria, "Crimenes en el crepúsculo" es una novela a tres voces que aborda un delito que en México está a la alza: el secuestro. Una novela trepidante que nos ubica en el centro de una práctica execrable, humillante, atroz. ¿En qué clase de sociedad nos hemos convertido?
Una sociedad que no es fiel a la palabra empeñada da lugar a las mayores canalladas. Dijo una vez Unamuno que si no nos peleáramos por las palabras, ¿por qué nos íbamos a pelear? Pero las palabras en México no tienen consecuencias. Cuando se dicen unas cosas y se hacen las contrarias, el cuerpo social acaba envenenado.
Uno de los personajes es un policía. La complicidad, la corrupción y la impunidad con la que actúan en la vida real se ha convertido en el problema principal del crimen organizado: ¿Cuál es la perspectiva de la novela al respecto?
La tercera voz de la novela es la de un ex jesuita, desengañado de casi todo, que se ha vuelto un espectador del mundo y un reportero de policía que observa la descomposición del mundo, un hombre un poco al modo de Cioran o de Montaigne, pero que no ha perdido la capacidad de impregnarse de los otros, la voluntad de comprender, que nunca “pecará” contra el espíritu. Alguna vez escribió Baroja a través de uno de sus personales, creo que de la trilogía “Agonías de nuestro tiempo”, que el jesuita, en el fondo, no tiene el propósito siempre de cambiar el mundo, pero siempre de hacerlo menos hediondo.
La literatura, en principio, no tiene por qué darnos lecciones de moral ni proponer soluciones ni salvar el mundo. ¿Cómo hace un narrador para no caer en esto cuando aborda un tema como el de "Crímenes en el crepúsculo"?
No soy ni he sido un novelista de tesis. En todo caso un moralista al modo en que lo entienden los franceses, en cuyo caso Gide o Mauriac son moralistas. Lo decisivo son los temas que se tratan, ir a fondo en lo que se trata, entender a los seres humanos que viven en la novela y a través de los cuales vive el autor.
Alguna vez leí, no recuerdo quién lo señalaba, que la buena literatura está publicándose en editoriales independientes como JUS o Almadía. Usted ha publicado con una trasnacional como Planeta y ahora con una casa modesta en cuanto a sus alcances comerciales. ¿Platíquenos de su experiencia en ese sentido?
He publicado, en efecto, en Planeta a través de Joaquín Mortiz. La editorial Joaquín Mortiz, antes de ser comprada por Planeta, cuando su fundador vivía, publicó mi primera novela – y luego otras- cuando no le publicaba a muchos que ahora publican en Planeta, Alfaguara, Grijalbo-Mondadori… La literatura que hago, que es la que sé hacer, no interesa a esas transnacionales, lo que yo hago no es lo que buscan pero si haces lo que tienes que hacer y no les gusta, sigue haciendo lo que tienes que hacer. Hay que pagar un precio y vale la pena porque la vida está en otra parte.
Por último, ¿qué sigue? ¿Qué proyectos, qué retos, qué búsquedas?
Ahora mismo pienso en el reencuentro de personas que a causa de movimientos sociales, habiéndose querido, ven venir la muerte cortados de aquellas con las que hubiera podido contar otra historia. Es un punto de partida en este momento y nada más.
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