El colombiano-chiapaneco Ricardo Cuéllar habla de su investigación sobre uno de los poetas mexicanos más leídos y más queridos por el pueblo y los universitarios. Es una transcripción de una entrevista en Radio XERA de Chiapas.
ENTREVISTA A RICARDO CUÉLLAR VALENCIA
En radio XERA desde los Altos
Fredy López Arévalo
Los amorosos callan. El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, los que cambian, los que olvidan. Su corazón les dice que nunca han de encontrar; no encuentran, buscan. Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando por no salvar al amor. Les preocupa el amor. Los amorosos viven al día, no pueden hacer más, no saben. Siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte. Esperan, no esperan nada, pero esperan. Los amorosos saben que nunca han de encontrar.
–Hola, muy buenas tardes. Soy Fredy López Arévalo. Ésta es la media hora para el arte: la crítica literaria, la poesía y la música. Hoy está en el estudio el poeta, amigo, ensayista colombiano, Ricardo Cuéllar Valencia, catedrático de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Chiapas, para hablar del gran poeta chiapaneco Jaime Sabines, justo en este 2009 que se ha declarado su año en el décimo aniversario luctuoso. Estamos en la cabina de la XERA desde los Altos. El poeta se ha preparado durante muchos años estudiando la obra de Sabines y tiene un libro inédito que debe ser publicado. Hemos optado por hablar de Sabines este día para recordarle a nuestro auditorio algo de la creación literaria de nuestro poeta. Para eso estamos aquí. Bienvenido, Ricardo, muy buenas tardes.
–Buenas tardes, Fredy, muchas gracias por invitarme… En efecto, el fragmento del poema que has leído de Los amorosos, es uno de los 18 poemas de su primer libro, Horal, que ya lo había escrito Jaime Sabines a los 22 años, se ha convertido, señala la crítica, en un clásico que trata del amor en lengua española. Un muchacho que a los 22 años logra un poema como éste quiere decir varias cosas: principalmente que ya había alcanzado madurez intelectual, porque la forma en la que está escrito poco tiene que ver con lo que habían publicado, sobre el amor, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Pablo Neruda, entre otros, lo mejor de la tradición en lengua española en la primera mitad del siglo xx. Habla una voz nueva, diferente, y en esa medida es posible que no sea simplemente un joven sino un poeta con voz propia el que toma la palabra. Eso de la juventud es un poco fetichista, pero hablemos de Los amorosos. En cierto sentido Horal fractura la poesía amorosa tradicional, incluso la vanguardista, donde ya no es el hombre que está admirado y encantado con la presencia de la mujer amada, sino que revela verdades radicales. Los amorosos siempre habrán de estar solos. El amor de una pareja termina en un momento dado, el amor no es eterno, pese a las buenas intenciones de todo tipo. Esta concepción sabiniana del amor está cambiando por completo la idea de la poesía amorosa en nuestra lengua; ya en las cartas que escribió a Chepita, editadas recientemente, varias de ellas contemporáneas de Horal, uno se da cuenta cómo Jaime está en una lucha permanente para tratar de decir las cosas de una manera distinta. Sabemos que en los primeros años de su vida en la Ciudad de México él asistía a los círculos literarios debatiendo con los poetas consagrados y, principiantes, enseñando lo que trataba de hacer: una poesía diferente. En el tercer poema de Horal, Amargo animal… va a darnos el tono de su nueva poesía, intimando de otra forma, deseando encontrarse no él mismo solamente, sino con la condición humana. Y destaca que ese amargo animal es el de todos los tiempos, prenatal, pre-sustancial. De tal suerte que la preocupación sabiniana no es una soledad individual, de tipo romántico tradicional, es exactamente existencialista, hedonista moderna, pero, además, está tratando de conectarse con la soledad esencial de la condición humana como lo anunció el alto romanticismo europeo. Yo creo que esos tonos son los que el joven ya está buscando. Lo más trascendental es: el encuentro con el hombre en su profunda naturaleza humana. De manera que serían dos polos sus iniciales búsquedas: la soledad esencial, pre-sustancial y la nueva idea del amor que va a recorrer sus versos a lo largo de toda la obra. Obvio que existen antecedentes o, como se dice desde la crítica literaria, relaciones intertextuales.
–¿Cuándo te encuentras con el poeta Jaime Sabines? ¿Cuándo Ricardo Cuéllar Valencia se encuentra con la poesía Sabiniana?
–Mira. En Manizales un grupo de amigos editamos una revista que se llamaba Aire Roto, por allá en 1977 y ahí publicamos unos fragmentos de Autonecrología del poeta Jaime Sabines. Alguna vez fui a Bogotá, por el año 75, y me encontré con una Feria del Libro. Caminaba con mi amigo Juan Manuel Roca y de repente vi dos libros que me llamaron la atención por sus títulos, Yuria, de Jaime Sabines, y Vendimia del juglar, de Marco Antonio Montes de Oca. Antes de empezar a ojearlos me dice Juan Manuel: Ese libro de Sabines es muy bueno. Compré los libros, los leí, me encantaron por la novedad de sus metáforas, los ritmos y la belleza con que fueron escritos. Muy distintos cada uno: uno expresionista y el otro barroco. Poco tiempo después tuve a la mano Recuento de poemas y me fascinó. Es un libro de renovación del lenguaje poético de nuestra lengua, impresionante. No sólo es un nuevo respiro que logra para la poesía sino la búsqueda del cuerpo renovado, del nuevo cuerpo, que era una de las preocupaciones de mi escritura poética de esos días, de modo que encontrarme con la poesía de Sabines fue dar un salto muy grande hacia adelante en la escritura poética. Siempre me ha acompañado.
En una ocasión estábamos en la Ciudad de México Rodrigo Núñez de León y yo, invitados a un homenaje a Joaquín Vásquez Aguilar en la Casa del Poeta Ramón López Velarde. Asistimos con David Huerta, Elba Macías, Adolfo Castañón y se me ocurrió decirle a Rodrigo, al salir del acto, que me presentara a Jaime Sabines; le dije que yo lo quería entrevistar; ellos eran amigos desde Chiapas. Lo llamó y le dijo: Ricardo Cuéllar Valencia lo quiere entrevistar, es el autor del ensayo que salió en la revista La palabra y el hombre sobre su poesía: Aproximaciones a la poesía de Jaime Sabines. Le respondió el maestro: “Sí, lo he leído. Lo conozco. Tráigalo.” Así fue como llegué a la casa de Sabines al día siguiente. Nos saludamos. Ya estaba mal de sus piernas. Tuvo el noble gesto de parase apoyado en las muletas y extenderme su mano. Me invitó a sentarme a su lado, en una silla de mimbre. Pareció como si siempre nos hubiésemos conocido. Nos fuimos tratando, de inmediato, como dos viejos amigos, con gran empatía. Nos pusimos a platicar de Colombia. Me dijo que recién casado se fue a pasar su luna de miel a Bogotá y que estuvo fascinado conociendo el Cerro de Monserrate y otros lugares; también que había un muchacho que tenía un programa de radio en Cali, quien leía su poesía. Le dije: Usted es bastante leído en Colombia. Hay mucho lector de su obra en todas las ciudades. Yo traía la solicitud de los directores del Festival Internacional de Poesía de Medellín para que Sabines fuera a leer allá, pero finalmente las quejas físicas no lo dejaran llegar al Festival, para sus lectores colombianos y los poetas asistentes hubiese sido una maravilla. Él lo deseo pero no pudo. Así fue como nos conocimos.
La entrevista fue muy interesante porque yo le pregunté, principalmente sobre la poesía chiapaneca. Creo que es la única entrevista que se le hizo sobre los poetas chiapanecos, no conozco ninguna otra, y he leído por lo menos unas 25. Le pregunté por los poetas que lo anteceden y algún respeto y admiración sentía por Rodulfo Figueroa y Duvalier; mas, sin embargo, no me dio mucho gusto su mención de Ramón Roserberg Mancilla, a quien leyó y se lo aprendió de memoria, decía poemas de él en la cantina y exclamaba: esto sí es poesía, cuentan sus amigos, de esos días. Se me hizo muy extraño. Su grado de admiración por Rosario Castellanos, su íntima amiga y compañera de generación, fue muy especial. Son los dos que logran romper con la tradición, con la escritura poética mexicana. A Rosario Castellanos no se le ha estudiado como poeta; se le ha reivindicado escasamente como novelista sociopolítica, que es muy importante, pero para mí trasciende más la obra poética. No se le ha estudiado, de verdad.
La poesía de Jaime Sabines empieza a estudiase, pero más se le ha difundido, que bueno; se le han hecho homenajes; en mi libro de investigación sobre su obra recojo más de 100 textos donde se habla de su obra poética desde distintos puntos de vista: homenajes al amigo, textos afectuosos; hay ensayos bastante lúcidos. Por supuesto, los de las españolas son trabajos que lo reconocen con análisis esclarecidos resultado de tesis doctorales; tuve acceso a varias de ellas. Referente a los escritores mexicanos no hay poeta que no haya escrito sobre Sabines.
Las entrevistas son 16, ordenadas y clasificadas; armo también una poética tomada de poemas, entrevistas y discursos donde Sabines habla sobre la poesía. Concibo una antología de poesía amorosa, erótica, mística; apenas algunos mencionan la poesía mística de Sabines. Hablo en el ensayo introductorio de la lucha feroz contra metafísica desde el primer libro y la subversión de la mística de la poesía en lengua española, en ciertos momentos de la obra poética de Jaime Sabines.
–Poeta, desde la perspectiva académica, ¿cómo se aborda la poesía de Sabines, en tus cursos académicos? ¿Esta educación es parte de la formación de los universitarios?
–En efecto. Imparto un curso Literatura hispanoamericana actual. La trampa es la palabra actual. La cuestioné porque no se trata sólo de los jóvenes sino de lo que es actual y plenamente vigente. Para no ir muy lejos, empecé el curso con un análisis del primer libro de Sabines, Horal, y del primer poema de Rosario Castellanos, Trayectoria del polvo. Vimos otros poetas hispanoamericanos. Cerré el curso con la poesía de Juan Bañuelos y Joaquín Vásquez Aguilar.
Di un curso, el año 2008, sobre literatura chiapaneca y me dediqué un poco a la obra literaria y retórica de fray Matías de Córdoba, Rodulfo Figueroa y Armando Duvalier e hicimos homenajes públicos, en la Facultad, a esos escritores. De eso se trata, de profundizar, en mis cátedras, en las obras de los escritores que más conozco, que más he estudiado, y desde la Facultad de Humanidades, desde Chiapas, espacio donde se deben impulsar los estudios sobre la poesía de Jaime Sabines, y otros. Considero, con toda claridad, no seguir esperando que la UNAM, el Colegio de México, la UAM nos enseñen los libros que ellos hacen sobre Sabines y Rosariio, sino que aquí, además, contamos con ventajas precisas e ineludibles: el privilegio y la cercanía de pensarlos con más verdad, con esa verdad que hace posible la territorialidad vivida, asumida, las amistades como testigos reales de la sobrevivencia y, por supuesto, todo lo que implica el ethos.
Desde Chiapas, se entiende mejor la poesía de Sabines, más que desde cualquier otra parte. Hay un sabor, hay un aire chiapaneco en su obra, una forma de ser de la palabra, sin caer en chovinismos y menos en localismos, pero quien vive aquí entiende el tono de la voz del chiapaneco, y Sabines lo hace poéticamente inconsciente, de manera magistral; allí está el calor de Tuxtla, esa parte tropical se encuentra en Tarumba, sin hablar de la subversión de la mística y la lucha feroz contra la metafísica, que es fundamental y decisiva para la nueva poesía escrita en la lengua española. Se trata de analizar e interpretar el texto, verso a verso, revelando las figuras literarias recurrentes, los ritmos y los sentidos profundos, humanos, filosóficos y literarios, obviamente de la poética allí subyacente.