Generosa entrevista de Gelman al escritor y periodista Margarito Cuéllar. La poesía es un árbol sin hojas que da sombra y los amigos ¿son las hojas del árbol que abona sus raíces?.
Juan Gelman: “La poesía es un árbol sin hojas que da sombra”
Hay un poma que Gelman (Buenos Aires, 1930) escribió a finales de los años cincuenta o principios de los sesenta; se llama “Condecoraciones”, y dice: “Condecoraron al señor general,/ condecoraron al señor almirante, / al brigadier, a mi vecino / el sargento de policía, // y alguna vez condecorarán al poeta / por usar palabras como fuego, / como sol, como esperanza, / entre tanta miseria humana, / tanto dolor / sin ir más lejos.”
Poesía andariega la de Gelman, cuya obra ha recibido los reconocimientos más importantes, entre ellos el premio Juan Rulfo (2000) —hoy FIL de Literatura en Lenguas Romances—, el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2005) y el premio Cervantes (2007).
Recuerdo a Gelman extasiado ante la generosidad de los indígenas oaxaqueños en Poetas del Mundo Latino 2000. En Zacatecas, con su jarrito de mezcal al cuello en la tradicional callejoneada del Festival de Poesía Ramón López Velarde. En el Colegio Civil de Monterrey y más tarde en la cantina La Nacional, en una cena interminable y cálida. En la sala Manuel M. Ponce durante la presentación de un libro de Ledo Ivo. En una cena memorable, en restaurante cercano a su casa, con Ledo Ivo, Alfredo Fressia, Rogelio Cuéllar y José Ángel Leyva.
El 18 de julio de 2008, en el Centro Cultural Universitario Colegio Civil de la Universidad Autónoma de Nuevo León, Gelman se hizo presente en el lanzamiento de su libro Los otros, puesto en marcha por Alforja Ediciones —hoy La Cabra— y la Dirección de Publicaciones de la UANL.
Los otros reúne poemas de los años sesenta y ochenta, escritos por Gelman y firmados por Sydney West, Yamanokuchi Ando, John Wendel, José Galván y Julio Grecco.
Desde Violín y otras cuestiones (1956), la poesía no ha dejado de fluir del manantial Gelman, cuya presencia en México ha dado a la palabra un impulso vigoroso.
¿Un premio como el Cervantes cambia la perspectiva de un poeta como tú?
Los premios, desde luego, son reconocimientos, alientos, ayudan a que la obra se conozca más. Pero, como de costumbre, no estiran por uno. A mí no me cambia la perspectiva de ningún tipo. Por supuesto, estoy agradecido por haberlo recibido. Como te decía, hay gente que se puede emborrachar con los premios, pero no es mi caso. Yo me suelo emborrachar con tequila, con amistad, el amor y otras cosas. Desde el punto de vista del trabajo, como bien sabes, es muy difícil, no cambia nada, uno no es mejor ni peor poeta antes o después de recibir un premio. Los premios no escriben por uno.
¿Cómo sientes este trabajo que has armado bajo el título de Los otros?
En realidad quien preparó ese intento fue José Ángel Leyva. Esa fue su idea, a mí me pareció muy bien y entonces él hizo todo el trabajo. A mí me gusta porque creo que hay una selección de atmósferas bien hecha, teniendo en cuenta que cada uno de los inventados tiene voces algo diferentes. Es la primera antología con estas características.
¿Los otros es una asamblea o una charla contigo mismo?
Tengo que admitir que existen. Con Sydney West me han pasado cosas muy divertidas, porque se publicó en Buenos Aires en el año 69 o 70. Yo trabajaba en una revista semanal. Como sabés, en todas las redacciones hay el culto, el que lo sabe todo. Un mes después de la aparición del libro se me acercó un compañero, el culto, y me dice: “Juan, no voy a hablar contigo de los poemas de Sydney West porque ya sabemos qué grande es, pero estuve checando las traducciones y son impecables”, me dijo. Estuvo padre eso.
Pero eso no fue lo único. Hace poco me enteré que en España, ya sabes que Visor publicó un CD con poemas míos, un amigo entró a una librería de Valencia y el vendedor le dice: “mire, le tengo que aclarar que no son poemas de Gelman, son poemas de un tal Sydney West, sólo que él (Gelman) los dice, yo ya les hice la advertencia a cuatro o cinco clientes”.
Lo máximo para mí es que van a salir a fin de año en Londres traducidos al inglés. Entonces el señor Sydney West entra en su idioma después, muchos años después de haber sido traducido.
¿Hay diferencias y similitudes entre Gelman y los otros?
Yo creo que por supuesto soy el mismo. En mi opinión creo que son sinónimos, no heterónimos como los de Pessoa. En particular los dos que aparecen en Hacia el sur, te habrás fijado que tienen mis iniciales, nombre y apellido además; tienen el mismo tono que los poemas anteriores y posteriores, pero en todos ellos está el mismo poeta.
¿Piensas en el poema primero y luego lo firma el otro?
En general ha ocurrido así. No es que me fabrico a un personaje interiormente ni nada. Simplemente escribo textos y bueno, ya ves lo que ha pasado con el señor Sydney West.
¿En qué etapa del proceso creativo te ubicas ahora?
Sigo escribiendo. Hay una continuidad con el libro más reciente que se publicó, pero algo diferente. Las obsesiones son pocas en quien escribe. Siempre pienso en la imagen de Sor Juana, quien definió la belleza, a mi juicio de un modo perfecto: cuando dice que es una espiral, es decir, no es algo cerrado, como decían algunos poetas ingleses del siglo XV que alababan el círculo. Es algo abierto que cada vez se abre más. En ese sentido es una búsqueda, una escritura.
¿Cuál es el papel del lector en este círculo?
Hacer otro libro cuando lo lee. El lector lo lee y lo convierte en otro libro. Es el gozo de la poesía. Cuando lee descubre en sí mismo cosas que no sabía que tenía. En ese sentido es la lectura de la poesía es autobiográfica.
¿Qué pasó por tu cabeza la primera vez que saliste de Buenos Aires?
Pensé que volvía pronto. Eso es lo que pasa con todo lo que es exilio. Pensé que no iba a durar mucho el asunto el asunto y duró casi 14 años.
¿Qué pensaste cuando volviste? ¿Cómo viste tu país?
Había cambiado y yo también. Habíamos cambiado los dos. No es que me compare a un país, quiero decir que todo había cambiado. Yo no hice ninguna peregrinación por los viejos lugares, pero cuando de casualidad pasaba por ahí había dos cosas. La primera: como el café donde aprendí a jugar billar se había convertido en un supermercado. Era un café con historia tanguera.
¿Cuál es tu vínculo con la fauna poética latinoamericana?
Lamento mucho la muerte de Montejo. Me parece un poeta extraordinario. Luego hay una poeta uruguaya que es Ida Villariño. Está el poeta peruano Carlos Germán Belli y el otro peruano al que quiero mucho, Antonio Cisneros. En Brasil está Ferreira Gullar. De México siento gran afinidad con poetas como José Emilio Pacheco, Rubén Bonifaz Nuño y otros. Es una poesía de primera línea.
¿Cómo empezó ese acercamiento?
Con el idioma; comenzó con los poetas españoles. Cuando pude avanzar en edad me interesó más leer la poesía Latinoamérica. En Argentina tuve un maestro que se llamó Raúl González Tuñón, un gran poeta, también. Para mí una gran enseñanza fue la de César Vallejo.
¿Qué ha significado México para ti?
En primer lugar México me ha dado México, que no es poca cosa. Fui recibido con mucha generosidad. Encontré amigos, sobre todo uno que es un verdadero hermano, Marco Antonio Campos; luego amigos muy queridos, desde Alí Chumacero hasta José Ángel Leyva, pasando por Eduardo Hurtado y tantos otros. Eso a mí, a la edad en que llegué a México, me parecía imposible, y fue posible.
El otro tema es que México me dio una paz que me ha permitido seguir adelante. Estamos hablando ya de veinte años. Ya me voy a quedar aquí, pero ya todo el tiempo, de antes y después.
¿Cuál ha sido tu apuesta con la poesía?
Tratar de atraparla.
¿Y eso se logra?
Yo creo que no, pero uno se pasa la vida tratándolo; tal vez sea por eso que uno sigue intentando escribir.
¿Hay una definición de poesía que resulte satisfactoria?
No hay, la poesía es indefinible. Recuerdo un coloquio que se hizo en París; asistieron más de cien poetas, cada quien con su definición. No había dos iguales.
Hay una definición de José Emilio Pacheco muy linda, a mí me gusta; dice: La poesía es la sombra de la memoria. A mí la que me gusta es la definición propia: La poesía es un árbol sin hojas que da sombra. Pero la poesía es indefinible. Se hacen aproximaciones, descripciones. La poesía no se deja definir.
El poeta puede hacer su definición si quiere, lo cual no significa que sea certera. En esa especie de Congreso de París se publicó un tomazo, enorme, grande, creo que tenía 30 centímetros de largo y unos veinte de ancho, gruesísimo. Yo creo que la poesía por eso se mató de risa.
¿Cuáles son ahora tus libros de cabecera? ¿En qué autores te ocupas?
Estoy leyendo bastante ensayo y bastante historia argentina, tratando de explicarme algunos fenómenos.
El poeta va haciendo su propia enciclopedia de nombres, ¿no Juan?
O tu propia biblioteca, si querés.
Y su propio panteón.
Bueno, la muerte es así, yo creo que siempre tiene fisuras.
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