Gelman por Campos

Marco Antonio Campos, además de poeta es un acucioso ensayista y crítico. Su amistad con Gelman y la lectura sincera de su poesía le permite descubrir la intimidad dialógica de “Carta a mi madre”.

 

 

 

 

 

CARTA A MI MADRE (1)

 

Gelman - Campos

 

Juan Gelman representa una duplicidad no infrecuente entre los poetas: un hombre vital y lleno de buen humor que escribe en la desolada soledad poemas desgarrados o de honda melancolía. Dentro de los muchos poemas conmovedores de Gelman, Carta abierta, para el hijo ultimado por los militares en 1976, y Carta a mi madre tocan especialmente sus instrumentos de cuerdas en el escenario del corazón.

 

En 1982 Gelman vivía en Managua. El correo a Nicaragua era lentísimo porque pasaba por los Estados Unidos.  En un día Gelman recibe tres cartas: una, de la consuegra, que lee primero, donde la señora le cuenta que ha visto a su madre en un hogar de ancianos, y la ha encontrado activa, organizando conferencias y ordenando la biblioteca; la segunda, de su hermana, quien le informa que su madre ha muerto, y la tercera, de su propia madre, donde le habla de sus recuerdos lejanos y la que termina diciéndole: “Te dejo porque estoy cansada…”.

 

Dos años después, trabajando en el Palais des Nations, la ONU europea, escribe afiebradamente el poema, el cual deja en un cajón y olvida. Tres años después, al abrir una gaveta, lo encuentra, lo pule y lo recorta (era demasiado largo) y lo publica en Buenos Aires en 1989 en la editorial Tierra Firme.

 

“Lengua descuartizada, agramaticalidad, sintaxis retorcida, trastocación de los pronombres”, escribe Evodio Escalante como rasgos característicos del lenguaje gelmaniano. No es ajeno a esto Carta a mi madre. Poema profundamente trístido y tiernamente entrañable, escrito dejando caer del corazón descorazonado una gota de sangre tras otra, contribuyen a su lectura lenta y concentrada los versos separados por diagonales, las frecuentes preguntas, súbitos paréntesis seguidos de un paréntesis, los blancos entre cada estancia, y, claro, los neologismos, o si se quiere, los neogelmanismos. Escrito en vocativo, en un vos que al final se vuelve un usted, pese a argentinismos y neogelmanismos, el poema va más allá de eso y está hecho para conmover a todo el que sea capaz de sentir la poesía escrita en castellano.

 

El primer verso, decía Valéry, lo otorgan los dioses y después el poeta se las arregla como puede. En el caso de Carta a mi madre diría que son los dos primeros versos que entran de inmediato en la casa quebrada del corazón:

 

Recibí tu carta 20 días después de tu muerte y
cinco minutos después de saber que habías muert o

 

Entre nosotros, me vienen a la memoria del siglo anterior algunos hermosos y emotivos poemas de mexicanos a la muerte de la madre, donde las notas que suenan incesantes son de tristeza y  ternura. Recuerdo los sonetos de Torres Bodet, un largo fragmento de “Notas para un árbol genealógico” de Margarita Michelena, y poemas de Jaime Sabines (“Doña Luz”), de José Carlos Becerra (“Oscura palabra”), de Homero Aridjis (“Asombro del tiempo”), de Efraín Bartolomé (“La casa sola”) y de Jorge Esquinca (“Consolament”). De la poesía latinoamericana, con lo primero que asocio, es con el soneto de Drummond (“Carta”), donde le cuenta a la madre muerta que ya no sueña, y con los piezas líricas de Vallejo en Trilce y su inolvidable primer poema en prosa de Poemas Humanos (“El buen sentido”), escrito en un París ”muy grande y lejano y otra vez grande”. El caso de Neruda es distinto: su verdadera madre fue la madrastra, o como él decía cariñosamente, la mamadre, una combinación acaso –creemos- de mamá y madre.

 

Por lo escrito sabemos que la madre de Gelman, Paulina Burichson, nació en 1897 en Balta (Ucrania), era judía, hija de rabino, y en su primera juventud tenía el cabello negriazul. Lúcida y laboriosa hasta el final, soportó tres operaciones contra el cáncer y murió a los 85 años. El amor del hijo desde niño, o quizá desde el vientre mismo, se buscaba -se dio- por separaciones. Temprano el niño se rebeló contra la madre, quien nunca le puso la mano encima, pero sabía pegar con el alma. No pocas veces las separaciones son las mejores armas para amarse entre madre e hijo cuando no hay posibilidad de diálogo y de entendimiento en la convivencia frecuente. Mientras más lejana en el mundo se halle la madre, mientras más claro sea el desencuentro, más se ahonda y se halla próxima en el alma del hijo. La madre espera en los últimos años a Juan, quien parece exiliarse y morirse varias veces para volverse a exiliar y morir y volver a exiliarse, y lo sigue esperando sin saber a menudo dónde está y ni siquiera si está, o sabiéndolo en la consolación apenas por las escasas cartas que se cruzan.

 

Algunos momentos del poema se acercan al llanto. Citaré dos. Uno, cuando Gelman precisa que la imagen que más persiste de ella es la de una fotografía, imagen fotográfica que a su vez lo lleva a evocar trece años antes la atrocidad sangrienta de las órdenes zaristas para exterminar libremente judíos, es decir, el pogrom:

 

Odessa, 1915, tenés 18 años
estudiás medicina, no hay de comer/ pero a tus
mejillas habían subido dos manzanas (así me lo
dijiste) (árbol del hombre que da frutas)/ esas
manzanas ¿tenían rojos del fuego del pogrom que
te tocaba?/ ¿a los 5 años?/ ¿tu madre sacando de
de la casa en llamas a varios hermanitos?/ ¿y muerta
a tu hermanita?

 

Y dos líneas más adelante:

 

¿qué es esta herencia, madre/ esa
fotografía en tus 18 años hermosos/ con tu largo
cabello negriazul como noche del alma/ partida
en dos/ ese vestido acampanado marcándote los
pechos/ las dos amigas reclinadas a tus pies/ tu
mirada hacia mí para que sepa que te amo
irremediablemente?

 

O también, cuando desde la casa sin puertas ni ventanas del exilio, Gelman, en  un par de líneas, resume su nacimiento, la muerte de la madre y un amor doloroso que le da la seguridad de que ya no serán ni separados ni divididos:

 

vos me acunaste/ yo te ahueso/ ¿quién podrá desmadrar
al desterrado?

 

De Carta a mi madre podría decirse lo que Borges escribió sobre Cortázar: “El estilo no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida”.

 

 

 

(1) – Epílogo al libro Carta a mi madre, Monte Carmelo, México, 2007.

 

 

Gelman invitacion los otros