Jorge H. Cadavid, para referirse a la poesía de Gustavo Adolfo Garcés escribe: “Más allá de las palabras, la música; y más allá de la música, el silencio.
No la mudez que está antes de la palabra, sino el callar que la sobrepasa”
Comarcas bien situadas
Pequeño reino
Gustavo Adolfo Garcés
Cooperativa Editorial Magisterio/Ulrika Editores, Bogotá, 1998, 80 págs.
El presente volumen de G. A. Garcés recoge un par de textos de Libro de poemas (1987) y una selección generosa de Breves días (1992), por el que recibió el premio nacional Colcultura de ese año. Pero, además, Pequeño reino es el conjunto inédito que da título a esta antología y novedad: 41 poemas de solidez lograda a fuerza de restricciones, cortes, eliminación simple. Garcés, abogado de profesión, podría ser en su escritura un pico de oro más de los que Latinoamérica produce en cantidad, como el maní dulce. Sin embargo, sigue en poesía la línea de conducta verbal de otro abogado y grandísimo poeta: don Fernando Charry Lara. Enseñanza mayor: alejamiento del palabreo conocido, entrada en el reino de la exactitud. Dentro de esta ética verbal, Charry Lara pertenece a una familia poética distinta: su diálogo es con Gorostiza, Chumacero, Anguita y otros enamorados de la palabra hermosa y sugeridora. Por su parte, Garcés también continúa en la línea de oposición a la verborrea y se nos muestra devoto de lo minucioso. Y tiene otras cercanías: William Carlos Williams y los objetivistas estadounidenses, José Manuel Arango, Pacheco, Creeley, Ungaretti, la poesía japonesa y china… Pero los objetivistas, por ejemplo, tenían su lado flaco, pues todo ingenio visual (una cornisa con luz, la jaula abierta por donde huyó el canario, el motor descompuesto de una camioneta en el descampado, imaginemos) terminaba generalmente en poema. Garcés no sucumbe a tales tentaciones; todo lo contrario: su privilegio reside en el poder de observación y en la trascendencia que logra al construir sus fortalezas. La solución son las vivencias estáticas (si se me permite la metáfora), una noción de estar más que ser. La lectura de estos poemas se convierte en testimonio de la eficacia poética. Algo placentero me obliga a regresar a estos poemas, a revisar lo que es tan obvio en ellos, como si la obviedad fuese cosa sencilla: “Encuentro la palabra ojo / escrita al margen / de un poema” (Atención, pág. 67). Qué va, intuimos los grandes sudores que acapara un verso de fray Luis de León. Cada poema de Garcés se reduce a un simple acto de magia que se repite ante nuestros ojos por primera vez. ¿Cómo así? La clave ha de estar en el agua, en el fluir, en la vida que nace en lo líquido y vuelve a su informe consonancia con lo desconocido; atracción del desborde, aguja derretida y de nuevo hecha canción1. Curiosamente empieza con el poema La oración de Noé (pág. 11), donde las lenguas de los hijos han de hallar las palabras del amor; pero a su vez lo que insinúa por analogía es que el arca es como una lengua que navega en una saliva tempestuosa. En sus olas, en sus vientos: poema a merced de un destino ondulante. El tema se repetirá, de manera muy clara, en El poema: “Palabras que vacilan / en el paladar // dudas / en el cielo de la boca” (pág. 61).
Concentración, espera, tentación de decir, sometimiento. Un poema lo expresa mejor al reunir la blancura de la página con el líquido escondido en la prenda íntima de la mujer. El título (Blanco) se reitera en el poema, lo que da más énfasis al escondite:
El blanco lo aprendí
de las enaguas.
[pág. 36]
Reparemos en que la blancura oculta su ser en el deslizamiento, en la seda, en la catarata del placer: enaguas, arroyos, torrentes, emanaciones. Y sin embargo esta metáfora de lo que carece de forma, esa imagen de la consumación, tiene sus fronteras en la exactitud con que Garcés elige y orienta: el poema ha de ser como un contrato de vida, las mínimas cláusulas estipuladas y la interpretación al libre albedrío de quienes se internen por tales soberanías. Cada trazo ya insinúa una historia que se esconde o se despliega. Quietud agazapada y a punto de saltar:
un tigre enjaulado
[…]
es ruido que apacigua
su ferocidad
también mitiga
mis asuntos
[Giovanni Sacchetti, pág. 15]
Dicen que hay un lince
en un poema de Heine
carnicero y perspicaz
es también un ser delicado
[…]
el lince se desvanece
y el poeta cree verlo otra vez
[…]
dicen que el lince
hechizaba a Heine
[El lince de Heine, págs. 63-64]
pero es bueno ir a la cantina
para beber
y mirar la pantera del calendario
que no se inmuta en su árbol
en su día de sol
[San José del Palmar, pág. 68]
Al mismo tiempo, la mirada se sitúa en la otra orilla, donde las lecturas difieren ligeramente como las marcas de cerveza en un bar vespertino, a media luz. La poética de Pequeño reino se condensa en este dilema del destino, de los lectores:
La ansiedad
cuando el bus
bordeaba el precipicio
en un paseo de la infancia
es el asunto de un poema
de Rubén Darío Lotero
Gabriel Jaime Franco dice
que no le gusta el poema
porque le deja una sensación
de nostalgia inútil
a mí en cambio me encanta
porque me produce una inquietud
resbaladiza
[Poéticas, pág. 75]
Gracias a esta ironía —que no descuida nunca su toque de metafísica— la concepción poética se desentiende o se protege de la supuesta esencialidad que es la máscara de tantos discursos pedantes puestos en verso o prosa. La buena salud se robustece:
La idea era
beber un poco
ponernos alegres
pero nos emborrachamos
en exceso
y lo que hicimos
fue tener una opinión
demasiado buena
de nosotros mismos
[Dificultades de la poesía, pág. 73]
Precisión absoluta, control de la anécdota. En esta poesía se cumple la fusión de lo contado (no es que haya un relato estricto, pero sí un hilo que va uniendo retazos pictóricos, sensoriales) y lo cantado. Un Antonio Machado, pues, con el beneficio de las tijeras2. Y como lo recomendaría el poeta de Soria, el desafío está en el tiempo: “Como la construcción / de las catedrales / de la Edad Media / que duraba siglos // así tu poema” (pág. 60).
Si hay alguien con madera de seguro artesano es el creador de estos poemas. Madera fina, de larga duración.
Edgar O’Hara
Universidad de Washington
(Seattle)
Notas
1 Cf. la insistencia en estos límites: llené el cuenco de agua // se salieron todas las estrellas (pág. 18); Alguien abre / una llave de agua / y tiembla la casa (Mester de plomería, pág. 20); En el agua transparente / se reflejan los juncos… (pág. 34); las imágenes del noticiero / se repiten en la jarra de agua (Habitación, pág. 42); Arden la infancia / y aquel caballo muerto // se han vuelto vapor de agua // niebla / nubes // tal vez estos versos (Humo, pág. 57); los que vienen del agua / y los que vienen de la tierra // los parásitos los libres los malignos… (Calor sin jerarquías, pág. 66).
2 Para las presencias “orientales” y su función decisiva —ser conciso, ir al grano—, cf. Li Po (pág. 18), Libro de grabados (pág. 23), La luna y el solar (pág. 33) y Basho y el eco del mundo (pág. 50).