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Marco Antonio Campos (México, 1949)

UN HOMBRE DE PALABRAS

 

ENTREVISTA CON MARCO ANTONIO CAMPOS

 

Guillermo Carballo Iturbide

 

campos-marco-antonioMarco Antonio Campos (México, D.F. 1949). Es poeta, narrador, cronista, ensayista, entrevistador,  traductor y miembro de la Asociación Mallarmé. Se hizo acreedor de la medalla Presidencial Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile en 2004. Ha obtenido los premios: Diana Moreno Toscano (1972), a la promesa literaria,  Xavier Villaurrutia (1992),  Nezahualcóyotl (2005), Casa de América de Poesía Americana, por su obra “Viernes en Jerusalén” (2005), y Antonio Machado 2008. Ha traducido a Rimbaud, Baudelaire, Trakl, Saba, Cardarelli, Ungaretti y Drummond de Andrad., Se ha desempeñado como profesor universitario, promotor cultural y  ha sido lector huésped y profesor invitado en países como Austria, Estados Unidos, Argentina, España e Israel.  También ha entrevistado a los poetas y narradores más importantes de América Latina como: Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Fernando del Paso, Ernesto Sabato, Adolfo Bioy Casares, Ricardo Piglia, Gonzalo Rojas, Juan Gelman y Lêdo Ivo. Marco Antonio Campos, confiesa que el año de 1968, fue clave en su vida para convertirse en escritor, se presume un hombre discreto a pesar de ser de los pocos mexicanos reconocidos fuera y dentro del país, ser colaborador de los principales medios impresos del país, haber escrito prácticamente todos los géneros literarios (incluyendo el teatro, aunque después lo abandonó), y ser un viajero incansable. Campos, ofrece una entrevista para LA OTRA, donde habla de sus orígenes como poeta y traductor, de la amistad, uno de los valores más significativos en su vida. Reconoce ser amante del buen cine y cómo la poesía se ha convertido en su más grande aliada.

Hace unos meses fue galardonado por su poema “Aquellas cartas” y ha sido acreedor de los premios y reconocimientos importantes de poesía y literatura a lo largo de su trayectoria. ¿El reconocimiento y el prestigio es importante en la vida de Marco Antonio Campos?

El reconocimiento siempre es una satisfacción, pero es una satisfacción mayor darle una alegría a la familia y para los verdaderos amigos, que para el propio autor. Los honores y las distinciones, ya se sabe, no hacen ni menos ni más a un escritor, a un intelectual o a un artista, sirven para llamar un poco la atención, pero como decía un gran pensador político del renacimiento italiano, Francesco Guicciardini, es mejor tenerlos que no tenerlos. Yo sólo he tratado, como quiso Nietzsche, de escribir libros hermosos Eso es lo que uno intenta, si lo logra o no, eso ya lo deciden los lectores. Si eso me ha dado menos o más prestigio literario, tengo mis dudas.

 

¿Por qué decidió convertirse en escritor?

 

Por insatisfacción. No sabía bien desde niño qué iba a hacer como carrera, y al fin me decidí a ser abogado, porque creí que después de la carrera me iba a dedicar a la política. Por eso entré a estudiar Leyes, porque prácticamente todos los políticos habían salido hasta ese entonces de la facultad de derecho de la UNAM. Pero poco antes del 68, con un amigo del barrio de San Pedro de los Pinos (sólo recuerdo que le decíamos el Guffy) empezamos a intercambiar libros, sobre todo de literatura, no excluyendo varios best-sellers, como los de Irving Wallace y Morris West. Los best-sellers tienen su utilidad, en la medida que al principio te van habituando a la lectura, aunque después los abandones, y si es lo más rápido posible, claro, mejor. Entonces me fui interesando y me fue gustando cada vez más la literatura, y en enero de 1968, empecé a escribir mis primeros poemas, y durante dos años no me cansé de escribir poemas, sin darme cuenta que eran malos o muy malos (no teníaalguien avezado que me dijera si iba bien o no), y escribí cientos de páginas de mala literatura que después quemé.

 

El 68 fue un año absolutamente clave para mí por cuatro causas: primero, porque empecé a escribir y me volví un lector furibundo (llegaba a leer hasta doce horas diarias); luego, porque murió un gran amigo, lo cuál me marcó profundamente y me dio toda la conciencia de la fragilidad de la vida; en tercer término, me enamoré dolorosa e intensamente de una bella muchacha, y cuarto, viví como pequeño actor y azorado testigo el movimiento estudiantil.

 

¿Entonces a raíz del movimiento del 68 decidió dedicarse a las letras?

 

No, como le decía, yo ya leía mucho desde fines del 67 y empecé a escribir en enero de 1968. Luego del movimiento  estudiantil tomé dos decisiones: no iba a ser abogado ni trabajaría para un gobierno de asesinos. Desde entonces no sólo no he  trabajado para gobiernos priístas, tampoco para panistas ni perredistas. Una cosa es colaborar y otra es trabajar para la nómina. Mi vida ha sido en las universidades, y ante todo en mi universidad, la UNAM. Políticamente siempre he podido decir lo que quiero, haya estado equivocado o no.

 

En ese año de 68, como le dije, leía muchísimo, leí mucho libros de Hermann Hesse, Giovanni Papini, Somerset Maugham, García Márquez, lo primero de Fuentes y Vargas Llosa, y en poesía sobre todo a García Lorca, a Neruda, a Gibran y a León Felipe. Pero no tenía con quien hablar más o menos en serio de lecturas. Sin duda me faltaba también en la lectura una buena guía, y esa buena guía llegó en mayo o junio del 69 cuando conocí en la casa de Carmen y Manuel Moreno Sánchez al poeta Juan Buñuelos, luego de la entrega del premio Diana Moreno Toscano,  que se daba a la promesa literaria, y que yo ganaría también en 1972. Esa noche de mayo o junio Bañuelos me invitó a asistir a su taller -yo creo que era el único taller de poesía que existía en la Ciudad de México-, y que él lo daba en el décimo piso de rectoría de la UNAM.

 

¿Y cómo fue la experiencia en el taller?

 

Llegué a las dos o tres semanas. Fue la primera vez que pude confrontar mis textos con gente que estaba en el medio y  más o menos enterada. Al principio fue muy difícil porque me hacían picadillo, calcinaban mis textos, pero con el tiempo, a los tres o cuatro meses, empezaron a cambiar las cosas. Esa experiencia me fue básica. Si bien Juan Bañuelos no era ni es un crítico de poesía, tenía una gran intuición para detectar si algo andaba mal o bien. Juan fue el primer poeta importante que me dio confianza para seguir escribiendo.
   También fue clave que todos en aquel taller, salvo algún miembro, hubieran vivido el movimiento estudiantil del 68, el cual nos marcó a todos, pero creo que muy especialmente a mí. Por desgracia la mayoría dejó la poesía o la poesía los dejó. Pero recuerdo con el más hondo afecto a aquellos compañeros de la primera aventura.

 

Usted es un polígrafo, ha escrito: poesía, narrativa, crónica, ensayo, entrevistas, reportajes, ¿Cuándo y por qué comenzó a ejercer éstos géneros literarios?

 

Polígrafo, no sé, uno no deja de ser un principiante en cualquier género. Yo, con toda honestidad, creí que iba a escribir muy poco. Creí al principio que iba a escribir un libro cada 5 años, e inclusive con mis amigos Luis Chumacero y Bernardo Ruiz nos burlábamos (y vaya que sabíamos burlarnos) de los que escribían demasiado. Pero después la obra se me disparó; no sé en verdad si tiene una unidad, y si no es así, ya no es posible rehacerla. Lo lamento, desde luego. Pero al menos creo que si aislamos de ese conjunto la poesía, puede verse en ella una línea más o menos continua.

 

Empecé escribiendo poesía. Sabía que me iba a dedicar a la poesía, pero también supe poco después que iba escribir ensayo y cuento.  Debe haber sido a finales de 1970 cuando escribí mi primer cuento, por cierto muy garcíamarquesiano, y un año después mi primera tentativa de ensayo, por cierto sobre los poetas malditos, tan malos –esos cuentos y ensayos- como mis primeros poemas. Por fortuna, se publicaron sólo uno o dos. Después escribí otros géneros, pero nunca pensé que fuera a ejercer, por ejemplo, la crónica, por la que entonces tenía un desprecio injustificado, porque me parecía un género efímero, cuando, por poner un ejemplo de muchísimos, es inexplicable la historia del México antiguo y del primer siglo de la colonia sin los cronistas españoles e indígenas.

 

¿Y las entrevistas?

 

Por varios años no me pasó por la cabeza que fuera a hacerlas. Sólo se me ocurrió hacia 1977, luego de leer un libro, El oficio del escritor, que publicó editorial Era, donde se hallan entrevistas con verdaderos grandes como Hemingway, Truman Capote, William Faulkner y Eliot, entre otros. Guardando las infinitas proporciones, creí que podía realizar algo parecido, algo riguroso e imaginativo, creí, digo, que podía seguir esos pasos de alguna manera, y entrevistar entonces a los mejores poetas y escritores mexicanos. En 1987 publiqué De viva voz, donde están de hecho al menos los que eran entonces la gran mayoría de los más importantes poetas vivos (Octavio Paz, Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines y Eduardo Lizalde).
   Después de publicar este libro, y otros dos como Literatura en voz alta (sin duda el más ambicioso) y El poeta en un poema, debo decirle, contra la que suele creerse, que no considero un género la entrevista: no es una cuestión de talento sino de habilidad y conocimiento, es decir, uno se  prepara muy bien leyendo al autor, después edita lo hablado lo más hábil e idóneamente posible, la hace que lleve su ritmo para que sea fluida, hasta que siente que ha terminado y realizado un trabajo limpio. Pero a diferencia de la poesía, el cuento o la novela, que pueden corregirse infinitamente, una vez terminada, no queda más por corregir.

 

Empezó a traducir en 1969, al parecer disfruta la tarea de traducir diversos textos, desde un poema de Rimbaud hasta un histórico documento alemán de la guerra ¿por qué decidió empezar a traducir?, ¿y cómo ha sido su experiencia desde entonces?

 

Fue muy importante para mí una opinión de Julio Cortázar en una entrevista que le hizo Evelyn Picon Garfield, donde respondía que cuando él entraba en un periodo de esterilidad literaria, se dedicaba a traducir y que recomendaba a otros hacerlo. Y yo tomé muy en serio su consejo o recomendación. La traducción la he hecho más o menos con cierta continuidad, pero además, cuando he entrado en periodos de esterilidad literaria, la he tomado como un ejercicio, o mejor, una tarea. La traducción ha sido para mí un verdadero complemento de la obra creativa, y con cosa de treinta libros de poesía traducidos me enorgullece haber hecho asimismo una obra de traductor.

 

La primera traducción que hice fue una versión de Una temporada en el infierno, cuando tenía 20 años. La llevé al taller de Juan Bañuelos, pero como el único miembro que sabía francés era Héctor Olea, y no asistió, me dijeron que era muy interesante. A la verdad era un desastre, pero la fui puliendo con los años, y se publicó por primera vez en 1975, como separata de una revista. Después la publicó Fernando Tola en la editorial Premià, en 1979,  traducción que, me sorprende, tuvo un gran éxito. Incluso algunos jóvenes poetas en los años ochenta me decían por ese entonces que la traían en el bolsillo del pantalón en sus viajes. Si me preguntara, le diría que las traducciones que más quiero son ésa, la de los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire, libro del que aprendí tanto, y la antología que traduje del austriaco Georg Trakl, si bien en esta fui ayudado, cuando vivía en Austria, por amigos austriacos, principalmente Michael Rössner, profesor de las universidades de Viena y Munich. Me gusta pensar que es una traducción realizada con muchas manos. En ese 1969 también empecé la traducción La Alegría, de otro poeta que admiraba mucho, el italiano Giuseppe Ungaretti, la cual publiqué también hasta 1979, en la colección de Poemas y Ensayos, gracias a una recomendación del poeta Rubén Bonifaz Nuño y de la aprobación de Juan García Ponce, que dirigía la colección. Yo he traducido de varios idiomas, pero principalmente del francés y del italiano, que son los idiomas con los que menos tropiezo.  

 

¿Por qué, habiendo incursionado en casi todos los géneros literarios, no ha escrito teatro?

 

Lo intenté. Es una historia curiosa, diría, chistosa. Ha de haber sido por 1983, cuando la escribí, la cual creo que se llamaba Esos días que no volverán.  Era la reunión de varios amigos, que habían convivido juntos en los años de la adolescencia, a fines de los años sesenta,  y lo que se va viendo poco a poco a lo largo de la obra es su fracaso. En lo que yo escribo la mayoría de las veces los personajes acaban mal, pero como me dijo alguna vez Adolfo Bioy Casares,  eso es baladí: lo que importa es que el texto termine bien. Yo estaba muy ilusionado con la obra y se las di a leer a Vicente Leñero, espléndido dramaturgo, y los directores teatrales Luis de Tavira y Germán Castillo. Al preguntarle su opinión a Vicente Leñero, con quien llevaba una afectuosa relación (yo colaboraba en la revista Proceso y él era el subdirector), hizo un gesto como diciendo: “Esto hay que rehacerlo completamente”. Entonces yo la rehice, y cuando le volví a preguntar qué le había parecido, me dijo secamente: “Bien”. Entonces yo entendí ese “bien” como una forma de salirse de la jugada, que no le gustaba, y ni hablar. Luego se la di a Luis de Tavira,  (dirigía Teatro y yo dirigía Literatura en Difusión Cultural de la UNAM y por esa razón nos encontrábamos a menudo), y cuando le pregunté su parecer, me dijo: “Luego te doy mi opinión, luego te doy mi opinión…”.  Después de decirme cinco veces: “Luego te doy mi opinión, luego te doy mi opinión…”, comprendí que simplemente no le había gustado y era una manera de evadir una reprobación. Por último la leyó Germán Castillo. Nos vimos en el desaparecido Café Las Américas, al lado de donde estaba el cine, y me dijo que le había gustado mucho y que la quería poner en escena… pero como parodia. Le dije que mejor no,  porque yo había querido escribir un drama, y desde ese momento y 25 años después, nunca se me ha ocurrido volver a escribir teatro.

 

No, no soy hombre de teatro. Casi todo el teatro lo he leído; prácticamente he ido muy poco. Después de la literatura lo que más me gustan son el cine y la pintura.  

 

¿Alguna vez ha escrito cine?

 

Para mí, mi segunda pasión, después de la literatura, ha sido la cinematográfica. Aunque el cine me ha influido poquísimo en lo que he escrito, he visto una cantidad enorme de buen cine, de lo que me envanezco. Le voy a contar una historia curiosa: Yo tenía de muy joven el proyecto de hacer una película, pero nunca tuve los contactos convenientes, y quizá, ni la voluntad real de llevarla a cabo. La película –personajes, paisajes, música de fondo, color- los tenía en imágenes en la cabeza. Tuve algunas veces acercamientos con críticos de cine, escribí crítica una muy corta temporada, y tengo una videoteca muy completa con cientos de las mejores películas, y me dedico a ver buen cine -veo un promedio de 3 o 4 películas por semana-, pero aquella película fue siempre una quimera, porque nunca me he parado siquiera en un set cinematográfico. ¿Mis gustos? He admirado del gran cine italiano, la magia de Federico Fellini, los primeros dramas neorralistas de Roberto Rossellini  la elegancia perfecta de Luchino Visconti, Bernardo Bertolucci (hasta El conformista) y los filmes con tema mitológico y religioso de Pasolini; del francés, el riguroso y lúcido cine de Robert Bresson y de Alain Resnais, un buen número de películas llenas de tristeza y ternura de Francois Truffaut, y las innovaciones, con momentos geniales, de Jean Luc Godard; he visto, creo que toda la filmografía o casi, los he admirado muchísimo, a Bergman, Buñuel, Kurosawa y Kubrick. El cine mexicano de la llamada época de oro me marcó profundamente en mi infancia y mi adolescencia, fue una de mis educaciones sentimentales, mucho de la forma de comportarme en la vida me viene de allí, y aun algunos de los tipos femeninos de entonces, como Lilia Prado, Ana Berta Lepe, Christiane Martel, Silvia Pinal y Rosita Arenas, modelaron entonces mi imaginario.

 

¿Todos los temas pueden ser admitidos para convertirse en poesía y en literatura?

 

La respuesta es invariablemente afirmativa; sólo depende cómo los trabaje y los vuelva -en el poema, en la crónica, en el cuento o en la novela-, una pieza artística. En el poema debe haber un tema debajo de otro, pero también, sobre todo en los extensos o medianos, deben subyacer subtemas y micro temas, que el lector vaya descubriendo algo nuevo en cada lectura, porque si no, el poema se evidencia, cae, muere. Sé cuándo voy a escribir un poema, un cuento, una nota crítica, un ensayo, una crónica. Sin embargo, debo confesarle que las tres novelas que he escrito (Que la carne es hierba, Hemos perdido el reino y En recuerdo de Nezahualcóyotl) creí que iban a ser en cuentos, y luego fueron alargándose, y las dos primeras me llevaron dos años escribirlas y la última cinco.

 

¿Qué elementos debe tomar en cuenta Marco Antonio Campos para escribir un poema o un cuento o un ensayo?

 

Un poema nace a menudo de la unión de una sensación, una imagen y un tono. Decía Paul Valéry, en una frase que cualquiera cita y en la que casi todos estamos de acuerdo, que la primera línea la dan los dioses y luego te las arreglas como puedes. Mario Luzi, con ironía lúcida, me contestó en una entrevista: “Sí, pero no necesariamente es la primera…” Esa línea te suele crear al mismo tiempo una sensación y un tono.

 

Es esencial que un poema empiece y termine bien, porque si tienes una mala línea final, se cae, digamos, un 50% del poema. La poesía debe ser, como quería Borges, sencilla en la forma y compleja en los contenidos, pero debe guardar siempre un secreto, porque si no es prosa. Por demás, puedo apreciar pero no tengo mucho entusiasmo por la poesía abstracta o intelectual, salvo grandes ejemplos como Eliot, Montale, Huidobro o Gorostiza; prefiero la poesía –objetiva o subjetiva- donde habla el corazón del hombre. La poesía es ante todo emoción; por eso suele muy aburrida la poesía abstracta, la llamada poesía del lenguaje o la excesivamente barroca, o recientemente, la neobarroca o neobarrosa.

 

Cuando escribo poesía, trato de poner los nombres propios de un lugar que muestren que esa experiencia es mía y sólo mía, pero que esa experiencia trascienda y emocione al lector. El poeta, decía Pessoa, es un gran fingidor. En mi caso he tratado de ser lo más sincero posible, pero en momentos, por la necesidad misma de la música o de lo que hay de irracional en el poema, he inventado o fingido situaciones. A fin de cuentas, lo que importa no es la verdad biográfica sino la verdad poética. Le pongo un ejemplo ilustre. En su poema “No me condenes”, López Velarde, que era en general un poeta muy sincero, escribió: “Yo tuve, en tierrra adentro, una novia muy pobre,/ ojos inusitados de sulfato de cobre.” La muchacha a la que se lo escribió (María Nevares), cuando leyó el poema, dijo: “Pero si yo no era muy pobre”. Claro que no, pero López Velarde necesitaba la rima, necesitaba ese primer verso no muy bueno para crear el otro, que es uno de los más maravillosos de la lengua española. ¿Cuántas rimas hay con “cobre” que le ayudaran a encabalgar ese verso: “Ojos inusitados de sulfato de cobre”? Yo lo he leído, lo leo, lo repito, lo vuelvo a repetir, y el verso me cautiva, me hace imaginar una y otra vez los ojoes verdiazules de la muchacha. Si María fue pobre o no, es importante para el biógrafo de López Velarde, pero no para el lector de poesía.

 

¿Corrige mucho  sus poemas?

 

Muchísimo. A veces un poema me lleva meses, a veces años, y puede haber toda suerte de modificaciones, pero trato de que no se dañe la emoción inicial que es la piedra de fundamento. El poema debe parecer que acaba de ser terminado hace un momento.

 

Y cuando viaja ¿dónde y cómo escribe los poemas u otras piezas literarias?

 

Cuando estoy un tiempo más o menos largo en una ciudad, o cuando la he visitado mucho, por ejemplo en mi caso, Salzburgo, Viena,  Florencia, Amberes, Bogotá, Buenos Aires, Arles o París busco nuevas maneras de verlas y leerlas. Por ejemplo cuando llegué por primera vez a Arles, donde tendría una estadía de tres meses, desde antes había pensado que, además de traducir las Cinco grandes odas de Paul Claudel, podía también ser muy interesante¿Qué me ofrece esa ciudad de información? Tal vez escriba poemas, me digo, pero sería muy interesante seguir las huellas de Van Gogh y escribir una crónica-ensayo de Van Gogh en la ciudad, y, bueno, la escribí. Cuando he estado o pasado por París he seguido algunas veces las huellas de Vallejo, alguna vez de Baudelaire, otra de Rimbaud. Por ejemplo, en el año 2000, me era muy importante para un capítulo de Las ciudades de los desdichados, un texto sobre Modigliani,  y sólo fui a París un mes del verano para hacer un trabajo de campo en Montmartre y Montparnasse. Por fortuna todo lo que buscaba sobre Modigliani lo encontré. Es decir, de alguna manera hago que los sitios hablen o desde los sitios se hable, un poco lo que hizo magistralmente Claudio Magris en el Danubio, libro, por cierto, que yo no había leído cuando empecé a escribir mis libros de crónicas-ensayos.

 

Uno, como extranjero, o más bien –en mi caso- como forastero, puede ver las cosas mejor desde fuera que en su propia ciudad. A veces, cuando he escrito cuentos, puedo utilizar esas experiencias para adaptarlas literariamente a una ciudad que ya he conocido antes, por ejemplo Roma, Salzburgo, Gotemburgo, Amberes o Bruselas.  Cuando viajo, soy un espectador continuo, trato de ver de otra manera las cosas, hago apuntes en cualquier papel en blanco, y luego, en un café o en una estación de tren o en un cuarto de hotel, pergeño, por ejemplo, la primera versión del poema, la voy corrigiendo, y cuando regreso a México paso las versiones a la computadora (antes era la máquina de escribir), y, por supuesto, sigo corrigiendo.

 

¿En qué proyecto se encuentra trabajando actualmente?

 

Acabo de terminar un libro de poemas en prosa, tengo varios libros detenidos, y corrijo y aumento libros ya publicados, como las crónicas de ciudades (De paso por la tierra), las crónicas-ensayos como Las ciudades de los desdichados y  Los cafés en Ciudad de México en los siglos XIX y XX. Desde hace quince años he escrito apenas unos cuentos y ninguna novela.

 

¿Cuál es la mayor satisfacción en la vida de Marco Antonio Campos?

 

Como dije en un aforismo, la amistad es lo mejor que hay en el mundo. Por supuesto, como decía Sastre, hay más lenguajes en el amor, pero la amistad es un lenguaje más directo, siempre es menos conflictiva la relación de amistad, Me enorgullezco de los amigos que he hecho, y aunque quizás una o muchas veces he fallado, he tratado de ser buen amigo. El florentino Francesco Guicciardini, de quien hemos hablado, también dijo en uno de sus admirables aforismos, que uno no debe de extrañarse de la ingratitud, porque es la moneda corriente, y las pocas o poquísimas personas que nos tengan gratitud compensan todas las que han sido ingratas. Yo espero haber sido lo menos ingrato posible. He tratado a veces, pero quizás no llegué a lograrlo, de mostrar y demostrar con claridad mi gratitud con los que me han ayudado e incluso he llegado a excederme, pero algunos lo valoran y otros valoran más lo que creen haber hecho. Dos de las bases esenciales de mi vida han sido la ética y el respeto.

 

¿Se considera un hombre exitoso, un hombre afortunado o simplemente un hombre que ha sido persistente para alcanzar el éxito?

 

Exitoso no, qué va, absolutamente no. ¿Qué es el éxito sino un falso reflejo o un follaje que un viento imprevisto se lleva? Tal vez persistente, sí, porque como decía Goethe,  el aprendiz hace al maestro, aunque muchos nos quedamos sólo como aprendices. Uno trata siempre de evitar los errores, de no repetirse, de escribir lo mejor posible, de tratar de hacer cada vez un libro diferente, pero muchas veces, tengo la impresión, me quedé en el mero intento. Sólo le diré de mí lo que está escrito en la lápida de Francois Miterrand: “Hice lo que pude”. No hice la obra que quise sino la que pude hacer. Quizá me equivoqué en haber escrito tanto, pero también pude escribir tanto porque las universidades me dieron como regalos tiempo y libertad. Quisiera haber escrito menos y quisiera haber escrito mejor. Yo no busqué la felicidad, Guillermo; busqué vivir y hacer, pero no hubo planes definidos, o si quiere sistemáticos, para vivir ni para hacer. ¿No recuerda ese bello verso de Eliot en los Cuatro Cuartetos?: “No feliz viaje,/ sino adelante, viajeros”. No me importó la felicidad, sino seguir, seguir, ir siempre adelante. ¿Me equivoqué? Es posible, pero el pasado es inmodificable, y ya no hay nada qué hacer, y qué remedio. Pero puedo decirle  que viví la vida intensamente y que tal vez en la novela que escribí sobre Nezahualcóyotl, en las crónicas-ensayos de Las ciudades de los desdichados y en el libro de poemas Viernes en Jerusalén alguien, en algún momento, les encuentre algo o un mínimo de valor. Y si no, qué más da.

 

 

3 comentarios

  1. Ludmila Holkova Oborna