Siete preguntas a Saúl Ibargoyen
NO SOLO DE POESÍA VIVE EL POETA
Juan Carlos Castrillón
¿De qué manera renuevas tan constantemente la inspiración?
Si suponemos que la “inspiración” existe, casi no haría falta elaborar una respuesta, y no porque la pregunta sea obvia. Es una pregunta que sugiere una especie de introspección que apunta más a lo anímico que a lo estético. En mí, la escritura nace de la necesidad; ni los dioses escapan a ella, según los griegos de la época clásica. Más que la escritura, lo que aparece es una necesidad de expresión vinculada con una pulsión que empuja al ánima a comunicarse consigo misma. O sea a generar un intercambio de luces y sombras entre los yoes que nos habitan; y, claro, con los otros: la vapuleada Otredad. Allí está tal vez la raíz de los deseos, los primarios o esenciales, y los secundarios o desechables. La “inspiración” sería la puesta en acción del deseo, que en el poeta conduce, por mero fatalismo, a la escritura o la oralidad, mejor dicho, a la impermanencia verbal, metafórica, sonora, silenciosa y simbólica que, en su avatar, denominamos poesía.
¿Cómo se atrapa la imagen poética en una hoja en blanco?
La hoja en blanco señala una versión de un no-lugar, del vacío, de la nada. Atrae por eso mismo; pero antes, en el proceso que lleva a la manifestación escrita, esa imagen (o metáfora o símil o comparación o…) ya fue originada en el sistema sensorial, sensitivo e intelectivo. El cerebro reptílico y el cortex se entrelazan, pienso, para alcanzar un resultado que sólo los receptores podrán definir según su preparación, su entrenamiento poético, sus prejuicios, etcétera. Sin embargo, el suceso físico de la escritura (en mí el escribir significa escuchar lo que escribo)
puede modificar la pulsión originaria. Y si hay luego correcciones, no son para mí asunto meramente formal sino más bien el intento de recuperar o actualizar el o los instantes de la necesidad creativa. En esta veloz reflexión es seguro que haya contradicciones, pero ni modo.
¿Puede la poesía consolar a la mujer y al hombre de sus dolores, de sus miserias?
Quizá dependa del carácter de esos dolores y esas miserias, quizá dependa de cada persona o del momento en que una sociedad es agredida desde afuera y/o desde adentro. El alivio que se buscaba o se busca en la religión o en el Estado paternalista y protector o en la filantropía privada o en la diversión banal o en la alienación de diverso tipo o en el deporte de masas o en la autocompasión, parece que no funciona para las mayorías de la población mundial. “Vivir es peligroso” escribió Joao Guimaraes Rosa, y el actual capitalismo salvaje, aunque derrotado ideológicamente (v.g. sus grandes crisis), tiene capacidad para producir todavía más sufrimiento a miles de millones de personas. ¿Y la poesía? Es casi seguro, sí, que ayude, en casos individuales o grupales o en actos más o menos masivos y circunstanciales, a que el dolor personal y/o social se alivie. ¿Pero en qué medida y por cuánto tiempo? A saber… Habría que estudiar su posible función en estos tiempos revueltos.
Muchos de tus textos están llenos de una “rabia juvenil” que no termina, y a veces hasta puede llegar a asustar al receptor desprevenido. ¿Cómo se trasmuta ese duro sentimiento en algo artístico?
Es probable que cierto sentido de la justicia social, de la negación de la desigualdad, del rechazo a todo tipo de discriminación, etcétera, forme parte orgánica de la personalidad. Es algo adquirido, por supuesto, pero está en mí desde los años de la infancia, aun desde antes del ingreso a la escuela primaria. La pobreza huele mal, y mi familia (procedente por un lado de la clase media provinciana y por otro de la pequeña burguesía rural vencida por la crisis de aquellos años), fue entrando en esos feos olores, aunque sin tocar fondo. La experiencia social con los de abajo, sin ser de los de abajo, generó en mi ánima infantil una total repugnancia por las incontables situaciones de injusticia que percibí y viví, como reflejo en cierta proporción del autoritarismo de arriba. Esto me llevó a no idealizar a ninguna clase social, por más que ideológica y anímicamente estaré siempre de parte de “la humanidad sufriente”, de los trabajadores: soy uno de ellos. Esta postura, salvo algunas breves etapas de “ablandamiento”, se volvió inseparable de mi concepción general de lo humano concreto. Es el motivo por el cual eso que llamas “rabia juvenil”, que es en verdad una convicción pasional y racional sedienta y buscadora de justicia, se añade pues de modo natural al discurso creativo, tanto en poesía como en narrativa. Y en ello no hay concesiones ni conciliaciones, más allá del resultado artístico; aunque este último debe apuntar, decidida y aun ambiciosamente, a la más alta calidad posible.
¿Qué hace gozar a un poeta como S.I.?
La felicidad o la alegría compartida, sin importar su origen. Y la presencia del padre Sol cuando la recibo en el jardín, pues me recuerda que todavía soy un hombre más cerca de la naturaleza que de la cultura posmoderna o como se llame. Y cuando las fuerzas democráticas, de izquierda, progresistas avanzan en algunos países de Nuestra América.
Y la relectura de la carta de Don Quijote a la Dulcísima Dulcinea del Tobosa, la primera musa de que tuve conciencia…
¿Y qué lo hace sufrir?
Los desgarrantes efectos sociales de la corrupción del sistema neoliberal, de la Iglesia Católica y de las “izquierdas cómodas”, de las guerras interminables, del dinero en sustitución de la política, del cambalache cultural e ideológico que vivimos, de la vanidad de las pasarelas, de las mafias culturales, de los fundamentalismos absurdos, del éxito de las ferias de banalidades, de la hipocresía en cuanto pretensión ideológica, del consumismo insultante, del tráfico ilegal de lo que sea como una mera rama del capitalismo, de la degradación de media humanidad alienada, explotada, prostituida…
Y asimismo, el sufrimiento que he causado a otros.
¿Cuál crees que puede ser la poesía del futuro?
El futuro ha sido negado desde la derecha (Fukuyama, Octavio Paz, el Consenso de Washington…) para que así el capitalismo se eternice. Si la poesía (los poetas) no advierte en el tiempo de hoy señales de un futuro, o sea de un cambio en sentido contrario al actual sistema predominante, una transformación en cuanto a construir -al costo que sea- un sistema económico y cultural alternativo; si la poesía (los poetas) no percibe esas señales, entonces probablemente se registre a la larga o a mediano plazo una parálisis, una fatiga, una oxidación, un desánimo metafórico. La poesía, como todo discurso liberador, si se vuelve paralela al discurso social, se disuelve en la pura retórica, una especie de lirismo vacuo, como dijo no sé quién. Además, la poesía (y la cultura creativa y libre) tiene aún muchos enemigos, aunque el sistema suele levantar o inventar a algún poeta o artista que otro como símbolo y adorno de su propio poder, pues como sabemos ningún verso ha derrumbado ningún sistema ni tumbado un dictador (Cardenal) ni apagado las hogueras de la Inquisición (Saramago). Pero, mientras haya palabras y resuenen en nosotros los primeros aullidos de la especie para movilizar las metáforas históricamente acumuladas (Marx), habrá chance para la poesía del futuro. El futuro, no olvidemos, está en la nuca, pues no lo hemos visto; y el pasado está delante nuestro, pues lo conocemos. En fin, la palabra originaria y la palabra más reciente habrán de unirse, musas mediante. No sólo de poesía vive el poeta.
México DF, mayo 2010
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