¿Cómo influye la nota policiaca, o nota roja, en la novela negra? Es una cuestión que responde Caneyada en este ensayo donde la literatura y el periodismo dialogan no sin rispideces.
Donde termina lo rojo, empieza lo negro*
La influencia de la nota roja en la novela policiaca
Imanol Caneyada
No me atrevería yo a hablar de influencia de la nota roja en la novela negra. Podría, a lo sumo, señalar que la primera, en algunos casos, se convierte en materia prima de la segunda. La contribución de la llamada nota roja en la literatura que nos ocupa no alcanza ninguna de las acepciones de influir.
Es Gabriel Zaid quien señala que el periodismo es hijo de la literatura y que, curiosamente, la segunda ha sido poco a poco excluida de los medios impresos de la actualidad.
Los modernistas, por ejemplo, incursionaron en el periodismo mediante ese género flexible e híbrido como pocos, la crónica, concediéndole un destacado lugar en la narrativa.
A su vez, la novela de principios del siglo XX se vio, ahora sí, claramente influida por las técnicas del reportaje y por el estilo telegráfico y acelerado del periodismo de la época.
Posteriormente, de esta tormentosa relación surgiría lo que han llamado el nuevo periodismo, o periodismo narrativo, del que Tom Wolfe, Gore Vidal, Truman Capote, por supuesto, y en tiempos más recientes, el cuestionado Ryszard Kapuściński, son sus máximos representantes.
La línea entre periodismo y literatura, durante el siglo pasado, se hizo tenue y se llegó a desdibujar totalmente en textos como A sangre fría.
A pesar de ello, si tomamos la nota roja como tal, es decir, la consignación más o menos objetiva de un hecho violento, dudo mucho que pueda acercarse siquiera a lo que hoy en día se considera novela negra.
Sin embargo, creo que existen muchas semejanzas en la manera en que evoluciona la crónica policiaca de finales del XIX hacia la actual nota roja, y la forma en que la literatura de detectives desemboca en la novela negra.
Las crónicas policiales respondieron en un principio a la necesidad de encontrar nuevos lectores entre la incipiente clase media, resultado de la Revolución Industrial. Un lector no muy letrado que descubrió en los relatos sangrientos una eficaz manera de entretenimiento. La prensa de todo occidente en el siglo XIX seguía el modelo francés: un periodismo de opinión, de análisis, reflexivo y subjetivo, dirigido a la clase alta. Una tribuna en la mayoría de los casos para atacar y debatir.
Josefh Pulitzer sería el encargado de poner las bases para un periodismo con aspiraciones imparciales, donde consignar los hechos era más importante que opinar sobre los mismos. Así nacía un modelo de información algo tramposo que todavía impera en nuestros días.
El modelo en cuestión necesitaba nuevos lectores, una masa que poco a poco accedía a la educación básica y que encontraría en la crónica policiaca una forma de leer al mundo.
Esta misma clase social hallaría en la novela de detectives, de aventuras, de terror y de la naciente ciencia ficción una fuente inagotable de diversión. Todos estos “géneros” novelísticos, al igual que la crónica roja, fueron (aún hoy en día si a cánones vamos) considerados “menores” dentro de la narrativa y del periodismo respectivamente; sobre todo, por su carácter popular.
La información policiaca en los periódicos de la época y la novela de detectives respondían a lógicas semejantes: en la grandilocuente adjetivación de la crónica decimonónica, el reportero acostumbraba a condenar al delincuente y a emitir juicios de valor que formaban al lector, es decir, a moralizar en un mundo todavía ingenuo y maniqueo. La nota roja de la época se centraba en contar los horrendos crímenes del lumpen que la industrialización nos regalaba. El prototipo del criminal era miserable y vicioso. La clase media se regocijaba en ello. Por su parte, el modelo de detective de la novela policiaca del XIX (principalmente del mundo anglosajón), usualmente pertenecía a la clase alta ilustrada; era un caballero al servicio del orden establecido que gracias a sus profundos conocimientos científicos y a la implacable lógica (el positivismo aplicado al crimen) descubría el enigma para gozo de la pequeña burguesía, la cual, se sentía segura en un mundo cada vez más zozobrante.
Pero este mundo tan ingenuo comenzó a abrir los ojos y descubrió que la línea entre el bien y el mal era difusa, que los buenos eran corruptos, que los malos a veces tenían motivos legítimos, que las atmósferas viciadas de las grandes ciudades nos concernían a todos. El gran escenario para la novela negra surgía de las cloacas de un sistema que ya no acertaba a justificarse.
Del lado del periodismo, el modelo norteamericano de Pulitzer seguía apuntando hacia la añorada “independencia” y la imparcialidad informativa. El torvo borracho que violaba a una mujer de la vida alegre en un oscuro callejón fue desplazado por otros casos mucho más interesantes: la clase alta también mataba, la clase alta también robaba, el sistema judicial estaba compuesto por seres humanos tan débiles como cualquier hijo de vecino. En las secciones amarillistas de los principales diarios aparecían las fotos de aristócratas viudas que habían envenenado a sus esposos por cuestiones de herencia o celos o cualquier otra cosa. La sociedad industrializada paría asesinos en serie que, curiosamente, pertenecían a la clase privilegiada que apuntaba ya al aburrimiento.
La nota roja se volvió fría: hechos, hechos, hechos solamente. Su lenguaje también. Las húmedas mazmorras se convirtieron en los separos de la policía. El canalla que acechaba a la víctima desde la oscuridad, en el supuesto agresor que vigilaba a la supuesta víctima en una supuesta calle.
Y claro, la novela negra hizo a un lado el brillante análisis deductivo del detective para consignar los hechos con los que retratar una sociedad decadente. Y dejó de atrapar al ladrón para sumergirse en el ladrón.
Por ello, más que influencia, considero que debemos plantearnos semejanzas evolutivas para bien y para mal de ambos géneros.
Sí hay, por supuesto, una materia prima en la nota roja. Como a veces, cada vez menos, algunos reporteros se atreven a echar mano de figuras y recursos propios de la literatura.
Tal vez, entonces, podemos hablar de puntos de partida. Donde termina lo rojo, comienza lo negro. Donde el hecho consignado es un fin en sí mismo, para la novela negra nada más se trata de una puerta que abrirá a puntapiés con el fin de adentrarse en las profundidades del hecho mismo, en sus resortes, en sus antecedentes, en sus derroteros. No para desentrañar el enigma, es inútil hacerlo; sino para entender una sociedad en donde sucede el hecho.
Creo que el narcotráfico en México, en relación con el periodismo y la narrativa, puede ilustrar lo que afirmo. La novela del narcotráfico, al principio, buscó desentrañar los métodos operativos de los cárteles; en la actualidad –se lo escuché decir a Elmer Mendoza hace poco–, la “narconovela” intenta retratar en plenitud al sicario. El tráfico de estupefacientes no es más que un negocio ilícito como cualquier otro; el sadismo de los zetas o del pozolero que cocinaba a sus víctimas están al servicio de cualquier comercio, sean drogas, personas o armas. La novela del narcotráfico creo que está descubriendo que la violencia que vivimos en México no es producto del crimen organizado, sino que, muy al contrario, éste existe porque somos una sociedad violenta. Con nuestras mujeres, con nuestros niños, con nuestras etnias, en fin.
De manera que la novela negra en nuestro país está tratando de descifrar el laberinto que se nos plantea a raíz del reino del crimen organizado, mientras que la nota roja, salvo honrosas excepciones y algunos intentos (la crónica-entrevista de Julio Scherer al Mayo Zambada, por ejemplo), sigue confinada a su rol consignatario de los hechos.
Para terminar estos apuntes, quisiera señalar una curiosa coincidencia desde el punto de vista de la evolución de ambos géneros. Hace algunos años, difícilmente la nota roja llegaba a la portada de un diario, ahora es “la de ocho” obligada. Hace algunos años, un autor que se pretendía serio, si se adentraba en el mundo de la novela detectivesca, firmaba con seudónimo; en la actualidad, los novelistas del género son los reyes del mercado editorial.
Esto nos indica que el protagonismo de la nota roja y la novela negra en sus respectivos campos, más allá de influencias mutuas y divergencias, responde a una realidad cuyas costuras están reventándose. Cuando termine de desnudarse, creo que todos desearemos apagar la luz.
*El presente texto pertenece a la ponencia que el autor leyó en el III Foro de Novela Negra, organizado por la Universidad de Guadalajara, el cual se celebró los días 5, 6 y 7 de mayo.