Dos relatos de este poeta, artista visual y narrador español.
Pablo del Barco
La casa de la P
viajaba apacible en mi buick del 53 camino de la cita, o del reto, que más me parecía. el auto, admirado; yo, envidiado, daba al conducir una teatralidad medio dramática, medio cómica, como un ánsar viejo de las marismas. algo me sobresaltó en aquella presiesta al volante: creía no haber leído bien: JOPDING FOPC, que, aun en su grave incorrección, debería aceptar como propia del inglés norteamericano. por lo que yo sabía de inglés aquello me sonó a grosería mayúscula encarnada en lo sexual. la grosería en este pueblo no me extrañaba: educado yo en los más renombrados colegios religiosos, no era capaz de asimilar aquel vocabulario, incluso en mis mejores momentos de actuación como un irresistible moderno. se contradecía con lo que había postulado yo en mi conferencia «Los orígenes del mal gusto»; creía, y así lo dije, que este pueblo, formado por gente inculta y montaraz, aventureros sin formación ni modales, con el éxito económico había tenido necesidad de crear una cultura «ad hoc», alejada de la vieja Europa y sus afanes colonizadores. lo ven- día ahora como «una forma diferente de ser», de entender el mundo, de romper los viejos esquemas caducos y superados. y como el buen gusto no se improvisa habían llega- do a un estado envidiable en el que reconocían y hacían que se reconociera su liderazgo cultural, sin reflexionar lo más mínimo sobre sus particularidades. qué lejos del sabio arabesco sintáctico español, de la sensual cantárida del portugués de Brasil, los misterios guturales del árabe amistoso, las caricia fonética de los hindúes, el atropellado y eficaz signario fonético de los guaraníes, los precolombinos mágicos. contra estos himnos a la belleza se alza el norteamericano de rompe y rasga, aestético, vulgar, sucio, en una palabra, norteamericano.
JOPDING FOPC, qué sería? yo ponía mi mejor pose de pájaro alado apoyado en el volante del buick del 53, descansando de reojo sobre los restos de naranjos y olivos que jalonaban el margen derecho de la carretera, ribera residual para nuestro tiempo enfrentada a hileras de casas adosadas del otro margen, símbolo de la más mediocre seudomodernidad. y, aisladas, unas palmeras que daban el único sabor de residuo oriental, del que tan orgullosos se sentían sus habitantes. palmeras como las de la casa de la P: palmeras, pomelos (me gustaba más decir toronjas, por su sabor caribeño), pimientas, perales, piñeras, plataneras… la casa que se constituía con la P, de manera que adornaban sus paredes obras de Pablo Picasso y Pollok, cerámicas de Pickman, esculturas de Pablo Palazuelo, junto a inscripciones en las paredes interiores formadas por familias de palabras, sinónimos y antónimos. nadie era recibido allí sin haber antes dado cuenta de la consigna, que allí llamábamos «pansigna», y que era muchas veces la antesala de fabulosas fiestas en las que se coreaban aquellas listas, se hacían concursos de inteligencia y recursos lingüísticos a base de la P, se rebautizaban los participantes con nombres iniciados por esta letra mágica, con una voluntad en el fondo de rescatarla del mal sabor que en el diccionario se le atribuía: pedo, polla, puta, puerco, payaso, pringue, putañero, plasta, pedante, pícaro, patoso, pingajo… en aquella vida mía de la P aquel JOPDING FOPC me rechinaba; tal vez si eliminara la P de los dos términos. pero aquello era imposible porque creía además que estaba escrito en mi honor, con aquellas P tan manifiestamente preponderantes en el texto, tan ostentosas y protagonistas. no obstante la vulgaridad que implicaban los términos y que me repugnaba, o precisamente por ello, podía pensar en una mano dañina y agresiva dispuesta a intranquilizarme hasta hacer perder mi bendito sueño.
JO movía a la risa y al sexo, risa socarrona, de personalidad segura, propia del aragonés bonachón o riojano sereno. insinuada, esta partícula era el llamador de la malsonancia sexual, el hipócrita aldabonazo a lo que, siendo tan importante, se le restaba importancia en las conversaciones de buen tono a modo de castigo ejemplar. no lo crees? nunca te has parado a sentir el son de las palabras? nunca te has preocupado de nada más que de saber lo que significan, lo que el otro te dice? lo que te estás perdiendo, colega! escucha: JO, JJJO, JJJJJOO, JJJJJJOOOO, JJJJJJOOOOOOOO, no sientes cómo un huracán sale del cielo de tu boca? desde esa J que anuncia el viento lejano, que se cierra luego, OOOOOOO, en las profundidades próximas del más allá, del terror, de la noche tenebrosa? y ahora que lo has sentido, te invito a recuperar ese sonido familiar, de risa, de burla, de humor, de jaculatoria virtual, JO, JO…, JO! JOJO, JOJOJO… y todo cae en el vacío sobre un gran estanque de agua. JOP JOPJOP JOPD JOPDJOPD que, al batir sobre la superficie, produce un barullo sordo de chapoteo sobre un agua sucia, sucísima, embarradísima, y un desliz formal de esa D que anuncia el tintineo metálico de la campanilla de coche de bomberos, de campanil metálico brillante y estimulador que despierta, que da un respingo de emoción, que dispara el intelecto en la persecución de un sueño, de una utopía. y la P en medio de todo, mayestática, sublime, mandando a derecha e izquierda, gobernando el texto, dándome la razón por haberla elegido como principio y origen, como pretensión y promesa, como letra pura y pilar de mi prosa, de mi personalidad y de mi propia pureza que deseo trasladar a mi poesía y a mi sacrosanta estética…
PPPP, mi mundo lleno de esa mágica P, cómo explicar la emoción y el desasosiego que me causa esta P asfixiada entre esta antijaculatoria —JO— y el DING campanero, avisador y divertido? sentía el agobio como una losa a la vez alada y plúmbea, pero el otro término, FOPC, me instaba a otras consideraciones, a otros deseos, a otras preocupaciones. si eliminaba la P, el resto, FOC, me que- maba en la retina y me chamuscaba el cerebro. FOC como fuego, que arde y consume, destruye y esteriliza. FOP como lo que cae en el vacío si eliminaba esa C que se pegaba a la garganta como una garrapata. FOC-FOP culminaba el desvarío porque la fonética que producía, dependiendo de la rapidez de la ejecución daba un mosaico de resultados: lenta, era el andar de un cojo; más rápida, en ritmo intermedio, el canto avisador del esfuerzo que un ciclista imprimía a su bicicleta; rápidorápido, una vieja máquina de émbolo, y el ritmo del AVE cuando se produce a velocidad escandalosa.
esta urgencia me llevó a una aceleración impremeditada, incontrolable, que hice propia de mi buick del 53, obediente a mi necesidad de ir más rápido cada vez hasta superar sus pobres fuerzas… hasta estrellarme violenta- mente con el vehículo que me precedía, aquel impune transportador del texto que me llevó al accidente.
ahora lo relato con la objetividad que impone la distancia en el tiempo y el espacio, en esta memoria desmemoriada que se empeña en mezclar pasado con presente, atado a la cama de este hospital de PetriSanti, donde han accedido a mi petición de que enfermeras y médicos tengan nombres iniciados por una flamante P y me alimenten por productos P: pescado, peras, pomelos, piña, pan…, después de haber salido de aquella pesadilla que me hizo repetir noches y noches la frase con la que machaqué los nervios de medio hospital: puta pancarta! puta pancarta! puta pancarta!
Lagarto lagarto…
el reparto es perfecto: él representa la autoridad, ella la ejerce; ella parece digna, él lo es; ella exige atenciones, él las posee. está altanera delante de mí, tocándonos con la punta de los zapatos, quiero decirle algo para que no macule mis lotus recién estrenados, pero elijo el silencio, está bien decorada, siempre fue muy «visual»; la miro atentamente a los ojos, no soporta la mirada, quizás no quiera reconocerme, o una cierta semejanza con alguien que conoció le haga parapetarse en una displicente actitud ahora que es «la mujer de»; tal vez no recuerde la situación, que yo nunca he olvidado, ahora que uso melena, barba ya gris y visto como un cuarentón con huella del 68. en aque- lla época era lo joven que pertenece a un recién titulado médico, con una ignorancia que disimulaba el mayor atre- vimiento a la hora de establecer diagnósticos, amparado, porque eso sí lo sabíamos bien, en la impunidad que siempre tuvo la clase médica. era mi primera guardia, ella mi primer cliente; la vi llegar con una cierta sorpresa y algo de zozobra; venía muy lenta, con las piernas abiertas en un compás exagerado; me hice la broma de la «jineta» exce- lente que tendría que ser, con cierta reconvención interiorporque aquello era ya el sagrado ejercicio de mi profesión. traía una falda amplísima que no parecía suya, como luego demostró. el blanco de mi bata hizo más rotundo su rubor cuando le mandé levantar la tela por encima de la cintura. no se atrevía a hablar, ni a levantar la cabeza, mientras yo trataba de verle los ojos, que adivinaba muy hermosos y prometedores. Finalmente, entre hipidos, aclaró la situación, algo confusa, diciendo a medias las cosas, muy per- turbada, sintiéndose herida por algo que había fallado en un propósito suyo: entre sus piernas colgaba la botella, introducida en la vagina, como un pene monstruoso y burlón. y lo más sorprendente: una lagartija verdeamarilla se moría en su interior, dando las últimas bocanadas, por la evidente falta de oxígeno, asustada, sabiendo que la exis- tencia se agotaba al mismo ritmo que el aire.
—estaba sola, soy la única de los amigos que no tiene novio, la desesperación me ha llevado a esta situación ignominiosa, qué afrenta, dios mío!, especialmente para una educadora tan laureada como yo.
le ofrecí una solución inmediata después de que aca- bara entre sollozos la historia: romper la botella y alige- rarla de la presencia inadecuada de la lagartija verdeama- rilla. su reacción fue violentísima:
—no, doctor, no!; nunca sentí tanto placer como el que me dio la lagartija con su morrito, nunca nadie me dará más placer, tengo la seguridad; salve usted a mi lagar- tija verdeamarilla, por favor! nunca desearé ni querré a nadie como a ella…!
sé que ha olvidado el suceso; encontró su lagartija definitiva; viaja al lado de ella, soportando el cuitado su aire autoritario; es obediente y formal, ella lo trata con suficiente desdén mostrando quién es quién; cumplió su promesa de no querer a nadie como aquella vez, pero está pálida; fue entonces el rubor lo que la creó hermosa, lo que hizo que su recuerdo permaneciera hasta hoy, pero ignoro si pudo la lagartija sobrevivir a la pasión de aquella joven solitaria que, sin dar las gracias, salió corriendo de la consulta en cuanto le aseguré que el animalito ya respi- raba regularmente.