Samuel Bossini. Argentina

Jorge Boccanera nos presenta a su coterráneo argentino, de quien podemos leer también sus poemas.

 

 

 

 

Mundo Natural, un ramo de imágenes astilladas

   Jorge Boccanera

Jorge Boccanera

Es infrecuente tener ante los ojos un espectáculo de la imaginación como este Mundo natural, donde el peso de la intensidad va de la mano de imágenes en las que cimbra una textura surrealista, un furor mecánico y el barroco condensado e incandescente que Luis Cardoza y Aragón olfateaba en Góngora.
Nada de esto sería posible sin una gran libertad creativa lactada desde lo lúdico. Vale decir que Bossini “abre el juego”. Y lo hace con un lenguaje que serpentea a sus anchas ceñido a la mínima instancia lírica o volcado como generosa crónica del delirio. Magnetizado por la búsqueda, el poeta –que escribe: “Un poco de saliva de yegua nos peina y la oscuridad nos viste con trajes blancos ante un espejo de tablas quebradas”- se abisma en extensos pasajes oníricos, constelaciones del sueño donde se agita un paisaje de imágenes encastradas.
Mundo natural alude a lo “usual”, lo natural crudo y  su revés: lo natural como propio de lo fantástico, lo habitual maravilloso. En ese juego de reversos, lo natural (lo evidente), remite a la videncia; el poseso y sus obsesiones guiándolo con la certidumbre de la ceguera. Así, bajo la piel de este libro respira el azar planeado.

Samuel Bossini
Mundo Natural ocurre en el espacio de una poesía en prosa, esa herramienta manejada diestramente (pienso en Max Jacob y Pierre Reverdy) dentro de riesgosos intentos vanguardistas. En esa poesía en prosa están las vecindades de la escritura de Bossini, sus cómplices: Girondo, el Cardoza y Aragón de Pequeña sinfonía del Nuevo Mundo, el Federico García Lorca de Poeta en Nueva York, (un mundo en cuarta dimensión, según Cardoza) en cuyas intersecciones se funden nacimiento y Apocalipsis, carrozas fúnebres y carnavales.
  Apoyado casi expresamente en el sentido de la vista -la palabra ojo martilla en casi todos los textos- el poema enredadera es conducido por un ojo sonámbulo; un ojo espía que reemplaza al cuerpo y que a la vez es alma y vida, o sea: cuerpo y alma: “La mejor verdad son dos ojos abiertos”, dice Bossini y también: “El arte es un Ojo”;  algunos de sus textos semejan la descripción de una pintura, de un video clip. En la pantalla se mueve un gran zoo donde pastan las almas, máscaras y cuerpos trozados, un bestiario donde rugen extraños insectos, y también rostros del extravío, cráneos enamorados, y la gran ballena de labios rojos danzando frente a sus amantes mendigos.
Un eje de este libro es el despedazamiento, rostros que el adiós quiebra como terrones de tierra seca; el desencuentro, la pérdida de la identidad, el ser que se debate entre disolverse y materializarse: “En cada esquina hay un disfraz abandonado”, dice el poeta. En ese torrente de ojos (donde verse es amarse), transitan: el Deambulador, argonautas, el Atleta, la Bacante, el Adorador, el espectro que recorre la ciudad con bordes de abismo, el amante vagabundo con aire de milagro y una lengua que emite consejos con aire de delirio. Los hombres de ceniza van cargados de sueños; los sueños están hechos de gestos humanos. 
Textos de gran originalidad – “Oh el Amor”, “Acabó el juego”, “Carta de despedida de un enamorado” y “Plegaria y talismán”, entre muchos- trabajan exigiendo a fondo la inventiva: “Mi carruaje es la imaginación”, dijo José Lezama Lima, y Bossini hace referencia a un sueño de manos tomadas para expresar: “él imagina que ella imaginaba”.
  Como los grandes libros inclasificables marcados por la búsqueda, Mundo natural, texto tentacular de imágenes fragmentadas, es a un tiempo ficción paranoica, guión dramático, narrativa de aventuras, cuento de hadas y relato de ciencia ficción.
La originalidad de Mundo natural deja, sobre la página de la  exasperación, un ramo de imágenes astilladas.

Jorge Boccanera
Diciembre de 2004

 

 

Poemas del libro Mundo Natural (inéditos)

 

 

Animales cansados. Luciérnaga destruida. Bichuelo fijado en el orillo del sombrero. Revoloteo de almas en un desván. No podemos asir las almas. Es imposible que giren y el Beso… un Beso muy fuerte que respire agua/vaho. Las almas oscuras viven en el Rostro desgastado por el reflejo de las paredes y el silabeante sonido de los llaveros que dan saltos. Llevan detrás de su sombra el boceto de un primer Amor. Almas como isla medrosa que boquea. Entre los yuyos, las almas sorben del cuello de los insectos la interminable serenidad y así logran cierto volumen frente al espejo.

 

 

Los muertos nada sabrían del adiós sin la mañana. Machacarían una nube entre los dientes. Pisadas de helechos en sábanas de lino. Intento de descubrir el otoño que todo verano esconde. Amante y muerte intercambian sus ojos. El amante con su extraña dicha en no presagiar nada bueno. Ver en el amanecer ese volcarse de compulsiones. La Mano va hasta una mesa y construye una tarde de lluvia, un muñeco que abrió el Corazón de un pájaro y fue cegado por su niebla. El adorador espera retener aquello que ocultó como reserva, cuando el deseo disminuye. De ahí que el gesto sea la muerte, pero cuando perdió su rostro.

 

 

El invierno vació la ciudad y dejó sus rasgos. Enfrió las paredes hasta llegar al centro de la casa. A los árboles les impuso Silencio, les impuso Indiferencia. A los niños los agolpó en los sótanos y los plegó. Dios no regresará hasta el verano. Las manos acercarán al invierno una tensa duda. En cada esquina hay un disfraz abandonado. La calle a merced de las Ocas. Los papeles ruedan hasta las bocas de tormenta y cubren a la muchacha escondida. La niña tímida y solitaria hará transcurrir su invierno sobre un gato como si de un ataúd abierto se tratara. Desde fuera: la vaguedad, los lagartos pálidos, las ramas secas; la felpa, todo como una cuestión pendiente. Un ingenuo en el centro del Camino cierra sus ojos, saca su lengua y es tomada por los mosquitos. El invierno le regala al hombre un Beso de labios blancos. El Corazón del ingenuo entiende, que el partir más intenso, lo posee quien espera.

 

 

Recetario

 

I

Con una serpiente petrificada trazar un círculo. Permanecer bajo el árbol. En un Espacio construir un ala que logre llegar a un extremo del ángulo. De no poder, alzar una dicha borrosa. Tomar un atajo. Con los sentidos buscar abundancia o sobriedad. La Vida parte, se divide, regresa. El crédulo amanecer dejará su propio sabor en las almohadas tibias.
Entonces que la tierra gire buscándonos.

 

II

Medir con la palma de la mano la amplitud del círculo. La intensidad del sol debe ser tal que la piel sentirá el peso del roce. Buscar y dejar las cosas donde estaban. Ver la llama de un fósforo agotarse como si de la frente de un canario envejecido se tratara. Recostarse. Rezar. Dormir. Soñar la parte nuestra que anida entre las costillas y el paladar. Dar el último vistazo. Una Oración no basta. Un sortilegio sí. El Silencio restablecerá el peso muerto y para ello se convertirá en Palabra. El hombre dirá en voz alta y ante nadie el secreto. Las hojas caerán sobre el tiempo que ni se equivoca ni niega.

Dicen que los Dioses ríen cuando las criaturas piden o hablan demasiado.

 

 

¡Oh el Amor es espléndido cuando lo vemos pasearse en el Cuerpo de otro!

La Vida nos adora pero invita poco.

Las manos finas de la muerte acarician nuestros botones.

El sol crea las sombras cuando cierra un Ojo.

La esperanza espera del hombre lo que ella no sabe hacer.

 

 

Carta de despedida de un enamorado

Nada hay Amor. Nada. Ni brazos emergiendo de los bosques con dedos inclinados. Nada Amor mío. Ya nadie recuesta el Alma sobre aquel árbol que se curva sobre Agua pura y abundante. Nada hay Amor. Los cuerpos buscan un espacio donde correr de una punta a otra sin acabar como hormigas nerviosas dentro de un vaso. Unos sonidos de tijeras anuncian la levedad. ¿Quiénes se aman? ¿Podemos sentir el roce de sus labios como el Ala de una avispa? ¿Cómo Amar sin sentirse frente a un espejo construyendo un rostro? Nada Amor. Ni el ademán de leer las huellas de los rostros grabados en la almohada. Las manos pueden cerrase y conservar un eco para luego liberarlo en un cuarto de baño. Todos somos ojos de una misma cabeza. Nada hay Amor. Puede verse con claridad, cuando intentas en mitad de la Noche, rehacer nuestros fantasmas famélicos y heridos. Suavemente el Cielo cambia sobre nuestras cabezas y nos hace danzar frenéticos sobre nuestros pies de toros y el decir: nada hay Amor, no sea nuestro desvalido apego en matar y devorar la presa.

 

 

Plegaria y Talismánpara conservar el Amor. Un Amor bajo los árboles que va de Tierra yerta a espuma rica. Amor de bebedores. El encuentro y la pérdida. Los escapados del libro de los condenados llegan en burbuja desde sus locuras. Los amados nadan en escalofríos. Plegaria y Talismán para conservar el Amor. Enloquecer en flotantes arrebatos. Luna en busca de cuerpos seguros de asir cada desprendimiento. estrella de un solo Ojo en espera que la Noche busque en el centro del Cielo, una fisura donde refugiarse.

 

 

Acabó el juego. El vagabundo olor de los cráneos enamorados. Acabó el ofrendar de lo que no existe. Fin al Amor semejante a vasos de Agua por lo inocuo y voluble. Muchos han muerto ya. Muerto amigos y amores. Ha muerto la flor que trepaba las paredes para lograr algo de vértigo. Murió la fábula del loco enamorado bajo un ceibo. Todo es azar en las manos de los muertos. El diablo siempre tiene la mejor excusa. Murió la atención de los abandonados. Murió el trapecista. Murió Dios que bajó, miró, se amargó y se fue.

El vacío suele instalar millones de pistas inciertas ante los ojos de un recién nacido.

 

 

Palabras de adiós del guerrero

 

Te recuerdo cuando todo es No.
Cuando mi Alma cierra con humo la imagen de la batalla.
El hábito de los amantes separados es comer pez rasgado y rama helada.
El único riesgo de regresar de la muerte, es retomar la Vida con los mismos amores.
Mejor es cambiar las líneas de las manos con una daga y partir.
Existen horrendos combates entre los recuerdos del Alma y los recuerdos del Cuerpo.
En tus ojos la liebre se enreda en un pañuelo verde.
Lograr acariciar la cabeza de una mosca y esperar que acabe la tarde.
La melancolía llega como una unción ante el fracaso desmedido.
Nombrar es perder. Decir es ya fue.
Este veneno es un manojo de harina arrojada sobre los ojos de un perro.

 

Después de todo, tendrán razón los poetas: el miedo es
ese desfile de minutos horrendos, en busca de todo aquello, que no tocó el Hastío.

 

 

3 comentarios

  1. jorge ariel madrazo