Óscar de la Borbolla

oscar de la borbollaLa libertad de ser distinto es el título del libro de próxima aparición de este narrador y filósofo mexicano. Aquí presentamos un adelanto donde el jueves no sólo es día, sino destino.

 

 

Óscar de la Borbolla (Cd. De México)

Fragmento del libro LA LIBERTAD DE SER DISTINTO, próximo a aparecer en librerías, bajo el sello de la editorial Plaza & Janes

8 textos del capítulo JUEVES.

 

Oscar de la Borbolla
Oscar de la Borbolla

Jueves

 

1
Aunque en principio todos los días de la semana son iguales –comienzan y terminan, están ceñidos a tres estaciones: día, tarde y noche, y miden lo mismo–, para mí cada uno posee una personalidad distinta y me es imposible confundirlos: el domingo, por ejemplo, lo siento: sé que es domingo sin necesidad de ver el calendario: algo tiene de holganza y de sábanas tibias, de ruinosa rutina familiar; los lunes también los distingo con absoluta nitidez, pues empiezan con el chirrido de un cruel despertador y de pronto todo corre demasiado aprisa. Me resulta increíble que haya quienes no sepan que ya es viernes: los viernes uno suele amanecer contento y con la sensación de que la vida existe. Los martes, en cambio, son extremadamente huecos, lánguidos, casi tan sosos como los domingos, pero uno sabe que son martes, porque los martes son tristísimos. Los miércoles, por mí, podrían desaparecer de la lista, pues son únicamente productivos, son los días en los que uno ya está hecho a la costumbre laboral y no protesta sino que da de sí. Los sábados, por su parte, son otra cosa o, al menos, lo fueron antes de fundirse con los domingos, porque los sábados eran unos días en los que desertaba de mi vida y lograba acampar en una realidad que no era mía.

Con todo, los jueves son los días que más aprecio, pues por azar o por destino resulta que siempre ha sido en jueves cuando ocurren las cosas que me cambian la vida. Vistos secamente, quiero decir con mirada estadística, los jueves tienen la misma probabilidad que los martes, los miércoles o cualquier otro día; sin embargo, en mi caso, la importancia fatídica de lo que me pasa en jueves ha hecho que todas las semanas los espere con ansia.

Cesar Vallejo dijo que moriría un jueves y yo comparto ese presentimiento.

 

oscar de la borbolla

2
Fue un jueves cuando perdí la inocencia. El día se me quedó marcado no por lo memorable de la experiencia, sino porque mi novia de la secundaria solía decir: Soy huérfana los jueves. Ese día, sus padres –nunca supe la causa– se ausentaban desde temprano y regresaban hasta pasada la media noche. Ella se alegraba enormemente, pues no era igual estar la tarde juntos bajo la vigilancia de sus padres, o hacer la tarea de matemáticas con la zozobra de que en cualquier momento se asomaran, que tener la casa vacía para nosotros.

Un lunes me anunció su decisión: El jueves será el día, me dijo con una voz mitad de niña y mitad de adulta, y a mí, obviamente, se me hizo más grande aquel vació de estómago con el que viví toda mi pubertad.

Insisto en que la experiencia no fue despampanante, pero en aquel tiempo la creí grandiosa, pues, al no tener con qué compararla, era el absoluto, aunque fuera un absoluto pálido y sin chiste (como suelen ser todos los absolutos y por la mismas causa).

Me sirvió para inaugurar el aspecto interactivo de mi vida erótica, aunque más para percatarme de la importancia de los jueves.

 

3
Hacia finales de mi adolescencia ya estaba convencido del valor de los jueves y, sobre todo, de que para mí tenían una carga de buena fortuna. Había una compañera de la preparatoria que me gustaba y armé todo lo necesario para que un amigo me la presentara un jueves. Ella, sin embargo, no mostró ningún interés y eso que yo me esforzaba todos los días, incluidos los domingos, por complacerla.

        

Era bonita, era dulce y, sobre todo, nos habíamos conocido un jueves. Mis amigos me decían que no le hallaban lo bonita por ningún lado y, en cuanto a la dulzura, ciertamente era dulce con ellos, pero no conmigo. Mira cómo te trata, me decían, es mejor que la olvides; pero no podía: me dediqué a asediarla; se me fue el hambre, el sueño y las ganas de vivir. Le regalaba libros, discos, cajas de chocolates; pero me dejaba plantado o llegaba con dos horas de retraso a nuestras citas.

Un jueves, creyendo que estaban de mi lado los augurios, decidí tomarla de las manos y besarla. Me apartó con disgusto. Le expliqué todo lo que sentía por ella, incluida, por supuesto, mi creencia en los jueves. Me escuchó con atención y, debo reconocerlo, fue la única vez que se portó dulcemente conmigo. Ese es nuestro problema, dijo y apretando mi mano agregó: En verdad lo siento. Ojalá nos hubiéramos conocido un viernes. ¿Un viernes?, repetí decepcionado. Sí, para mí los días decisivos son los viernes.

 

4
Una de mis peores pesadillas fue soñar con un mundo donde las semanas carecían de jueves. No era un sueño estrafalario, sino hiperrealista, donde simplemente ocurría lo que suele ocurrir todos los días: todos los días que no son jueves. Desperté agitado y fui a la cocina a revisar el almanaque: miré el mes de marzo y descubrí que las semanas eran más angostas: obviamente faltaba el espacio destinado a los jueves, y lo mismo pasaba con los demás meses. Estoy dormido, estoy sonámbulo, me dije y regrese a la cama a terminar ese mal sueño.

Al día siguiente desperté de veras y, al asomarme al almanaque, ahí estaban los jueves. Me tranquilicé y con el ánimo recuperado asumí mi vida: en esa época trabajaba formando una revista y apenas si me quedaba tiempo para cumplir a la carrera con mis funciones básicas: comer, dormir… los días y las noches se me iban reparando ripios y quitando erratas, persiguiendo colaboradores, discutiendo el número siguiente, buscando ilustraciones, maldiciendo a los negativeros y a los distribuidores.

Un jueves, por fortuna, levanté la vista de unas galeras donde estaba buceando, vi el calendario y me di cuenta de que habían transcurrido doce meses desde mi pesadilla. No sólo los jueves, sino las semanas enteras habían adelgazado tanto que a todo ese maldito año anoréxico sólo le había cabido trabajo. Redacté con faltas de ortografía mi renuncia y, sintiendo que la sangre volvía a dar de vueltas por mi cuerpo, la firmé y la feché en jueves.

 

5
Y es que no sólo a mí me fascinan los jueves: también le ocurre a la naturaleza. Las nubes de los jueves tienen siempre formas más alargadas. Yo pude ver un jueves una nube, sólo una, que iba de norte a sur de la ciudad de México; era angosta como una carretera, era una raya que partía en dos el cielo y recorría todo Insurgentes. Y también cuando llueve, llueve mejor en jueves: el agua no se encharca, pues las hojas de los árboles y de las plantas se abomban como platos y la detienen.

        

Los jueves las hormigas salen por batallones de los hormigueros y se desplazan como lunares rojos o lunares negros casi al ras del suelo; no sé qué hagan las hormigas los jueves, pero lo hacen juntas como si supieran, como si entendieran que es jueves.

        

Yo también despierto más contento los jueves, pues me emociona que todos los jueves el jueves sea noticia de primera plana, aunque aparezca acompañado, claro, del número y del mes correspondiente. No le dan el espacio que merece, me digo, no lo ponen como titular a ocho columnas; pero al menos lo citan hasta arriba, pues los jueves, invariablemente, lo único que vale la pena leer en los diarios es que es jueves, y si no, que lo digan las hormigas, las nubes, los pájaros y hasta las estrellas que, a la media noche, cuando está a punto de dejar de ser jueves, titilan y parece que fueran a apagarse.

 

6
Como la esperanza me domina los jueves, procuro no ver ni de reojo los billetes de lotería que me ofrecen. Una vez caí en la trampa de un billetero que me agitó 10 millones de pesos en la cara: le entregué todo mi sueldo sin pensar que el sorteo se llevaría a cabo al día siguiente.

No me fue tan mal, sin embargo, y no sólo porque la ilusión me duró todo el jueves haciéndome vivir un sueño diurno en el que viajé por más países que si realmente hubiera ganado el primer premio, sino porque horas más tarde, ese mismo jueves, me asaltaron y yo no traía nada conmigo, salvo aquellos billetes de lotería que los asaltantes despreciaron.

        

No gané ningún premio, pero saqué reintegro y, cuando recuperé íntegro mi salario permití que el billetero intentara volver a convencerme, pero ya no era jueves.

 

7
Como todos sabemos, las excepciones invalidan la regla. Así que hubo un jueves que entró al certamen de los días sin chispa. Los peores días de mi vida concursaban para ver cuál de ellos había sido el más insulso. Había miles de domingos anodinos; había viernes insípidos de esperas largas y expectativas incumplidas, y lunes raquíticos.

Cuando todos los días intrascendentes estuvieron reunidos llegó un jueves. Pero, ¿tú qué haces aquí?, preguntaron los sábados, los lunes y los viernes, tú eres un jueves, ¿cómo se te ocurre? Este concurso es para determinar cuál de nosotros es el día menos importante. Por eso. Vengo a ganar, dijo tranquilamente el jueves. Y todos se tiraron al piso de mi memoria muertos de la risa

Obviamente, yo era el único jurado y los días de mi vida empezaron a desfilar recordándome el tedio que me habían provocado. Luego de horas, ya tenía dos finalistas: un domingo de febrero del año 84 cuando ni siquiera me había levantado de la cama y un lunes de marzo de 2006 que me había parecido más duradero que la eternidad. Cuando daba por concluidas las entrevistas se presentó el jueves y yo, por el prejuicio a favor que les tengo, le pregunté molesto: ¿Tú?, ¿qué haces aquí, tú? ¿No crees, me preguntó, que el día menos importante de todos, el menos especial es, precisamente por esa razón, muy especial e importante? Ante aquel planteamiento de lógica impecable me quedé desarmado y respondí que sí. Pues entonces el día que andas buscando soy yo, me dijo, y lo coroné como el menos importante de mis días volviéndolo así muy especial.

 

8
No todo lo que ocurre en jueves es bueno; pero siempre es memorable. En jueves los amantes se encuentran y los viejos se mueren. Son los días cuando suceden más eclipses y más descarrilamientos de trenes. Mis mejores recuerdos van anclados a un jueves, y los malos, a jueves siniestros. Porque hay de jueves a jueves; pero ninguno resulta intrascendente.

        

Fue un jueves cuando Arquímedes dio su grito de ¡Eureka! y un marinero de Colón gritó ¡Tierra! Un jueves cuando Velázquez terminó Las Meninas y un jueves, pero del otro lado del planeta, cuando en el Polo Norte apareció la nieve.

        

Si en la banda del tiempo sólo hubiera jueves, la humanidad estaría siete veces más loca y yo, setenta veces más contento. Pero como los jueves son tan sólo un séptimo del tiempo, la humanidad está sencillamente loca y yo, ligeramente cuerdo.

         

Ya sé que es falso todo, pero lo que tampoco es cierto es mi amor por los jueves.

 

3 comentarios

  1. Marizela Ríos Toledo