Si las rutas que nos hacen el mundo, desde la palma de la mano que miramos, fueran mensajes escritos, como el gesto de la crisis de la fe o el reloj sin dirección del terremoto. Si los tiempos que vivimos se sumieran en algún otro silencio, tal vez la poesía de Martín Grinberg Faigón contaría esos segundos y desde la visión interminable de una gota, caerían las palabras, en pausa y movimiento.
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Coordinador de la sección: Luis Dellamary
Martín Grinberg Faigón (Barcelona, España, 1990) es estudiante del grado de Estudios Literarios en la Universitat de Barcelona. Desde muy temprana edad lleva a cabo sus ejercicios de escritura. Ha participado en diversos talleres literarios como Escritores ante su oficio, dirigido por Leonardo Valencia en la Escola d’Escriptura Ateneu Barcelonès o el Taller de Lectura de Poesía Francisco Urondo, dirigido por Juan Gelman desde la Universidad de San Martín. Ha colaborado con la incipiente revista digital de literatura Evohé. Actualmente, se encuentra elaborando su primer poemario, “Manos”, aún inédito.
Martín Grinberg Faigón
1
La poesía no es un camino.
La vida tampoco.
Yo no sé si hay algo
detrás de la bruma
por nacer.
Yo mismo estoy yendo
detrás de la bruma
por nacer.
2
Pero nace:
con y sin espejos
y memoria
y el mar a veces
con y sin poemas
y luz
y sombra.
A Mariana
duerme
tu árida tierra piel baldía
duerme mientras tiemblan
cometas ahí abajo
mientras lloran como astros
como niños
Niña, ramita cortada,
clavada aún, cantando, creciendo aún
como astros que respiran
casi a la orilla
de tu aliento bálsamo
sueñándose
balsa del sueño
como lunares bajo el cielo intemperie
de tu espalda.
Salir del poema,
de ti.
Queda un lugar
de no haber estado.
Quién reside en la palabra, Mariana, que te nombra.
Quién habita en el ocaso de los signos,
en tu seno estéril, Memoria,
la palabra de tu vientre.
Quién reside en la palabra que te nombra, palabra,
quién nace en el nacimiento de tu sombra perpetua.
el presagio aparece
en el centro preciso
un sólo instante
un sólo instante
hierve el resquicio
la luz completa
el presagio inmóvil
indeleble
fragua el vacío
en el centro preciso
materia de luz
mentida
la dicha del día
que ahora
se está yendo
¿será memoria
después?
¿qué sabor tendrá
la luz
esta tibia memoria
que no ha nacido
todavía?
Porfías, desvalido, los límites.
El dintel de una puerta obstinada.
Tientas
su velo hierático,
su grave silencio, su rostro impasible.
Qué hallarías, acaso.
¿Tras ella un dios?
¿amanecer de la memoria
redimida?
¿desnudez, inmóvil presagio,
dulce latir de la luz, amor
de su piel amanecida?
Si pudieses abrirla, acaso
para qué.
Es esto que buscabas.
Tumultoso silencio.
Puerta, roída luz,
transparencia opaca.
Éste es tu hallazgo.
Celébralo, si puedes.
1
Mis pies desnudos
pisan su luz sobre la luz
de la sombra a su paso.
Hollan
un cero profundo
en su incierto dual.
2
Mis pies son los cabos
del uno atado
consigo mismo.
Encontrar el gesto
de no hacerlo
el signo primitivo
y verdadero
el puro cielo
sin marco
el puro amor
sin pena.
El ocho nació, como un árbol, de un infinito.
Como un infinito: de pie sobre la tierra.
El ocho en sus dos edades, como las noches de la luna.
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