En Ciudad Obregón, o como gusta llamarle a los locales, Cajeme, Sonora, tuvo lugar el encuentro de escritores. Estas son dos visiones de Carlos Sánchez y José Luis Amparo.
Asedio y signos: encuentro de escritores
Carlos Sanchez
02/Noviembre/2010
Empezó el asedio de los signos / la escritura de sangre / de la estrella en el cielo…
(Repaso nocturno, Octavio Paz)
Este viernes es distinto para el Chebo, porque le han dicho que un escritor venido de la capital del estado dará una charla sobre el oficio de la literatura. La charla es en el marco del Octavo Encuentro Internacional de Escritores Bajo el Asedio de los Signos, convocado, organizado, por escritores de Cajeme, Sonora.
En el área escolar, un cuarto diminuto donde las lámparas no funcionan, el Chebo, junto a otros siete internos, abre sus oídos, escucha una historia en un audio desde una computadora, mientras un piano de fondo acompaña el contenido literario que emerge desde las bocinas que otro interno facilitó a Christel y Sofía, organizadoras de la charla. Profesionales del compromiso para con los otros.
El Chebo es inquieto, al final de la historia en audio levanta la mano, pide permiso para preguntar, pregunta, después comenta, con la voz, con los ojos, con las manos. Y concluye que ahora sabe que un escritor no necesariamente debe ser periodista o licenciado para poder escribir. El Chebo es panadero, y cuando puede reparte el pan entre los que no tienen visita, como esa tarde, en la que aprovecha la necesidad de un movimiento técnico para ir a su celda, y después volver a la charla y contar lo que hace unos instantes vivió con unos cholos que le pidieron pan. El Chebo no lo supo, o tal vez sí, pero su historia fue tan elocuente e interesante, como la que el escritor les compartió en un par de horas. O tal vez mucho más interesante.
El encuentro de escritores Bajo el Asedio de los Signos, tiene eso: el tino de ir a estos lugares, en los que también la palabra es necesaria como un vehículo para entender la vida, ofrecer la vida.
Es viernes por la tarde, antes de caer el sol, escritores de diversos puntos del estado de Sonora, de diversos puntos del país, de otros países, incluso, conviven y ofrecen fragmentos de sus obras. En el Museo de la Revolución, en Ciudad Obregón, y en un rincón bajo el cielo, las voces ofrecen poesía, narrativa, metáforas e imágenes, cantos y toques de actuación. Recursos para decir el pensamiento, las obsesiones, el deseo, los desconsuelos, la esperanza, los imposibles y posibles: mostrar lo que acontece es competencia del escritor, ya lo dijo Rafael Ramírez Heredia, y en este Asedio de letras la muestra se diversifica.
Es viernes y la noche también pertenece al día y a la palabra. La dramaturgia celebra a un escritor oriundo de Obregón, Aldo León Flores, quien con su obra se hace presente en el Asedio, no obstante con el cuerpo es ausencia, porque en una cama de hospital la escenografía le tuvo un lugar reservado a su presencia. Aldo padece del páncreas, como padece el oficio de la escritura, y por eso lo ejerce. Porque la literatura es sanar el alma, y los escritores, familiares, reunidos están ahora para reconocer los personajes de Aldo y premiarlo por su obra Zapata ¿a dónde vas?, con la cual se convirtió en ganador del Concurso del Libro Sonorense. Y esta noche su esposa ha venido a recibir la constancia y el premio que son dineros y el compromiso de la publicación, divulgación, de la obra.
Aldo está allá, dentro de los personajes que enfrentan batallas, en una lucha en la que aspira, aspiramos, tener un final feliz. La celebración en su nombre es un vaho que vuela sobre el viento, el reconocerlo es también el deseo de que sus letras le fortalezcan para seguir diciendo.
Es viernes y la tertulia es una orquesta de motivos para la emoción. Ya hay toquidos de tambores, notas de rolas oldies, un trompo que gira para sazonar la carne y el apetito presto. Es viernes y después de la jornada, en torno a una alberca de hotel, la cerveza es comparsa para la continuación de las palabras, amistades que se fundan, coincidencias que se extienden, toma de nota y dirección para mantener la comunicación. Los escritores apuntan nuevos nombres en sus nóminas de camaradas.
Obregón amanece y es una olla de birria, dos campechanas, tacos de cabeza, carne asada. Obregón amanece en sábado y es la resaca de la bohemia. En el hotel Valle Grande un jugo de naranja, café, mitigan los dolores de cabeza de los escritores.
Obregón en la noche previa fue un hot dog en la esquina, ahora de mañana es la noticia de ocho en los diarios estatales que informan la detención de connotado empresario y pareja de una cantante de prestigio. Obregón sigue en sus latidos el curso de la vida. Por las calles el ruido de motores es la velocidad hacia el seguir viviendo.
Aquí la historia de identidad es precisa, se tiene el valle y el esfuerzo, un prócer con carácter yaqui, Cajeme para saber que se levanta la mano si de manifestarse se trata. Obregón es también una mañana de tianguis donde la oferta es además del empleo, las historias de búsqueda porque los pesos son argumento de manutención.
Sábado por la mañana y ya los escritores continúan en su Asedio, toman de escenario el auditorio de la Biblioteca Pública Jesús Corral Ruiz. Leen y escuchan, a intervalos se carcajean, o guardan silencio por el impacto de la historia en el aire. En el umbral hay libros, mesas para el regocijo de los ojos, dubitativa actitud al momento de elegir. Porque la oferta también se diversifica. Es sábado y ya se acerca la hora de escuchar la historia de un poeta portugués, Fernando Pessoa, en voz de un poeta mexicano: Eduardo Langagne. Después de la conferencia, charla, cita de poemas y heterónimos del escritor portugués, los escritores refrendan la magnitud del poeta de marras.
La noche desinhibe. Después de la poesía en voz (y desde su autoría), de Laura Delia Quintero, el auditorio quedó impávido. Certera construcción de versos de la maestra. Y los aplausos como gratitud.
La noche refresca el deseo del cuerpo. En el jardín del hotel un grupo de muchachos con gustos de canciones viejas, hace su mejor esfuerzo. No falta el poeta que levanta sus brazos y las rodillas, da media vuelta y ya va la dama que también escribe para manifestar la emoción con el cuerpo, lo acompaña, se aparejan, bailan. Bailan y parecen un reencuentro de dos enamorados. Bailan y se miran, se multiplican de felicidad en las sonrisas.
De pronto más desinhibición y ya muchos bailan, el vino sobre la mesa aguarda, los que no se animan a entrar con sus pasos en el césped del divertimento, observan con fruición y son niños felices de tanto ritmo.
El Asedio del placer en el cuerpo es la consecuencia de las notas construyendo rolas oldies. No falta el poeta que toma la lira y canta. No está ausente el intelectual que haciendo su mejor esfuerzo también se divierte, aunque sean sus pasos un tropiezo tras otro. Bailar es la consigna. Que también es crear un poema con los pies, un cuento con el movimiento de brazos y caderas. Muévanse todos.
En Cócorit, municipio de Cajeme, está la casa de los yaquis. Es un museo. Vive allí la historia, un recuento de sus costumbres. Hay una enramada en un patio grande, un álamo también inmenso, un columpio de cuerda y madera, hay también el itinerario para la poesía, las conferencias, conversaciones continúas sobre la literatura que es arte.Domingo apacible y cielo azul. Una hornilla que ya enciende el candor con los leños, y el talento para construir tortillas también se enciende desde las manos de una cocinera oriunda de Cócorit.
Mientras las palabras se cocinan en las mesas de lecturas, el wakabaque, que es un platillo tradicional de la etnia, se cuece de a poco. También en una olla está el chile en hervor sobre la carne. Domingo feliz y de clausura. Inicio de semana para saber que el Octavo Encuentro de Escritores Bajo el Asedio de los Signos, concluye.
Las miradas se llenan de gratitud. Las miradas son, de los escritores, hacia los otros escritores, hacia esos, los anfitriones, los de las horas de lucha en organización: Juan Manz, Mara Romero, Ismael Serna. En el Museo de los Yaquis, ofrendas de palabras, convergencia de ideas y el mismo deseo: llegar a un noveno encuentro Bajo el Asedio de los Signos. Que así sea.
José Luis Amparo González
Octavo Encuentro Internacional de Escritores 2010
“Bajo el asedio de los signos”.
Era el día veintinueve de octubre, hacia las inmediaciones de la caída del sol por la empinada cuesta de la tarde, bordeando la ladera este para llegar al frontispicio sur del Museo Sonora en la Revolución primera sede del Octavo Encuentro Internacional de Escritores 2010 Bajo el asedio de los signos en alusión a un verso de Octavio Paz (Repaso nocturno).
Arribé por unos estrechos pasajes hacia la parte posterior, a donde se accede a una estancia de tamaño mediano que estaba repleta de sillas para la ceremonia, en cuyo fondo había un estrado con manteles largos y en su ala norte una pequeña fuente que fluía…de primera instancia avisté a Mara Romero ocupada en sus afanes de organizadora del encuentro que nos daba la bienvenida, luego nos regalaron una bolsa que contenía las memorias del encuentro previamente editadas, una camiseta con el logotipo y una taza como recuerdo del evento. Ya estaba por allí quien luego supe que era Laura Delia Quintero poeta y David Cibrian narrador que coincidentemente es nayarita, y de Ruiz, y de El Venado para más señas.
En la mesa número 1 como expositor, abrió Daniel Camacho de la narrativa sonorense y gran señorón abuelo cuenta cuentos, quien nos enfrentó con un toro que comía pétalos, le siguió Mario Meléndez poeta chileno, quien tenia un gato escribidor de poemas excelentes, de acento nerudiano, se lo hice saber y me regaló una estrofa de Alturas de Macchu Picchu, Pablo tenia una voz más cancina, aclaró.
Luego Alejandro Campos de la ciudad de México, quien nos leyó sus poemas concisos. Después su servidor Jose Luis Amparo González con un fragmento del libro ganador del Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2010: Del desierto, de amplias reminiscencias sonorenses.
Enseguida se dio lugar a la inauguración del Encuentro Internacional de Escritores con la presencia de autoridades del Instituto Sonorense de Cultura, del H. Ayuntamiento Municipal, del Museo Sonora en la Revolución, del ITSON, de APALBA, de Escritores de Sonora, A. C. siendo enfáticos en reconocerle en merecido homenaje a Juan Manz su compromiso con la literatura y con los hacedores de la misma. En agradecimiento del mismo, Juan no pudo inicialmente articular palabra, porque la emoción del instante lo avasalló ineludiblemente…
La participación de la mesa número 2 arrancó con Mara Abdalá de la mismísima Villa Juárez, Sonora, quien nos platicó de un oso hormiguero succionador de masas encefálicas, luego David Cibrián que nos describe El cerro Volantín a donde no podía subir un cura perezoso y regordete a la par de su feligresía. Siguiéndole Jesús Martín Mariscal cajemense quien nos habla de un uxoricida impelido por su odio a la mayonesa, y Cristina Murrieta nada menos que de Nácori Chico, quien nos interpela: Soy mejicana, así con la jota/ con la que se escribe “jodidos”.
Se continuó con la presentación del libro: Matamoros: El resplandor en la batalla, de Silvia Molina de la ciudad de México, quien nos presenta al gran insurgente, brazo derecho del Generalísimo Jose Maria Morelos y Pavón.
Luego nos tocó en el ala sur del museo disfrutar la actuación de la Banda Marchante de Bellas Artes, de Guaymas, con sus uniformes en blanco y celeste y sus célicas bastoneras, para luego ejecutar un desfile inédito de narradores(as) y poetas en torno a la manzana del museo y en donde los instrumentos musicales dictaban su ritmo y su medida…
Día treinta de octubre, segundo día del encuentro con sede en el auditorio de la Biblioteca Pública, en la mesa número tres arranca Silvia Rousseau con su Busco caballero de edad madura en donde los hilos del ciberespacio se enredan y se desenredan hasta hacer una madeja de humor ultramontano.
Luego Mar Ruiz de la ciudad de México, poeta. Emilio Robles narrador y Alba Brenda Méndez poeta, sonorenses ambos.
Enseguida Eduardo Langagne de la ciudad de México, ganador del Premio de Poesía Aguascalientes y de la Medalla Juan Manz entre otros, para su conferencia dedicada a Pessoa: persona de múltiples poetas y dueño de los heterónimos más disímbolos.
Luego la mesa número cuatro de raigambre sonorense con Arturo Soto narrador cajemense, Carlos Sánchez, Miguel Ángel Avilez narrador de La Paz BCS, radicado en Hermosillo; Sylvia Manríquez narradora navojoense y Juan Diego González narrador guaymense que nos regaló Katy y el hada que vivía en la cajita de colores en donde nos habla de Kela el hada que duerme en la cajita de colores, abraza el color verde y es feliz.
La mesa número cinco con Edmundo Lizardi narrador de Baja California Sur, Miguel Manríquez poeta sonorense, Nylsa Martínez narradora de Baja California, Diana Espinal poeta de Honduras y Alfonso Orejel, sinaloense ganador del Premio Gilberto Owen 2008.
Luego fue la presentación de la Revista Blanco Móvil (en su 25 aniversario) por su fundador y director Eduardo Mosches de Argentina.
Mesa número seis con Karina V. Balderrábano, poeta de Baja California quien replica: porque aquí somos frontera de un país y no de dos/ esta ciudad no es España. Frank Meza, poeta sinaloense quien fue parte del jurado que me otorgó el Premio de los Juegos Florales Nacionales de Guamúchil el12 de febrero del 2010, y ganador el poeta sinaloense del Premio Clemencia Isaura, el mismo 12 de febrero. Hablamos en un receso sobre Residencia en la tierra de Neruda. Elia Casillas, poeta de Guadalajara, residente en Navojoa, quien nos leyó uno de sus extensos poemas de corte amoroso, Sandra Mortis, poeta sonorense quien nos revela una poesía desesperada, desenfreno que subyuga los misterios, y el escritor Ramón Iñiguez Franco (Quehacer Cultural) promotor ídem, dueño de una prosa que nos nutre el anima del anima como en sus Memorias de un cablista que las relata como una experiencia humana enriquecedora y al mismo tiempo reconfortante, de esas que le permiten a uno darse cuenta que aun anidan en el hombre las virtudes de lo bueno como imperativo categórico.
Mesa numero siete con Gloria Barragán (Gloria del Yaqui) poeta sonorense:
Niña sahuaro/ niña copechi/ canta/ cuando la soledad te agobie /canta cuando el colibrí no cante, Abdul Machi narrador cajemense, Laura Delia Quintero poeta de Mazatlán, residente en Hermosillo, ganadora en dos ocasiones de los Juegos Florales Anita Pompa de Trujillo: Amor/ más que decirse/ debe amoldarse en nuestros actos, Josefa I. Rojas y Esteban Domínguez, ganador del libro sonorense: novela y cuento.
Día treinta y uno de octubre, tercer día del encuentro con sede en el Museo de los Yaquis, en Cócorit, Sonora; la mesa número ocho con Inés Martínez de Castro, poeta sonorense, Ignacio Mondaca, sonorense, autor de Entrevistando a Bogart, Mara Romero, poeta cajemense organizadora del evento y devota de Arthur Rimbaud en cuyos versos campean Eros y Thánatos como en: Tu beso, olor a muerte, Jose Ángel Leyva, Vilma Edith Pérez (Ausencia de ti) y Eduardo Mosches poeta México-argentino como él se nombra, quien nos leyó Primaveras y algo más, un poema que convulsiona entre palabras lúbricas.
En el intervalo coincidimos con Ismael Serna poeta cajemense, organizador del encuentro de escritores Bajo el asedio de los signos, quien menciona tener su libro ganador del Premio Nacional de los Juegos Trigales del Valle del Yaqui 2009, en proceso de edición.
Luego vino la conferencia El múltiple Alfonso Reyes de la narradora y ensayista Paola Velasco de Xalapa, Veracruz.
La mesa número 9 con Martha Durazzo, poeta veracruzana quien nos habla en su poema de cómo se desborda el Nilo/ sobre calzadas bordeadas por ibis/ en donde nace el loto, Nelson González, narrador de Montevideo, Uruguay, quien nos relata Una noche, una vida, Flavia Cosma, poeta canadiense quien nos dice que Besado en la boca, el bronce de las estatuas se transforma en oro, Margara Russoto, poeta venezolana quien nos regala Ejercicio de polifonía, Sergio Valenzuela, narrador sonorense quien nos hace conocer en Consagración, a Valeria la desnudista del piercing en el pezón izquierdo, Irma Arana quien en La dama de negro nos aproxima a los días que flotan en el ambiente y Juan Manz que en Aguaje mayor, desde el topos uranos en que andábamos, en olor de poesía, nos vuelve de nuevo los pies a la tierra: Allá vas hermanito venado/ por entre las ramas del monte con tu sed.
Para pasar después al patio posterior del museo, donde después de un guacabaqui que no era guacabaqui, como lo explicó Daniel Camacho el abuelo cuenta cuentos, disfrutamos la contemplación de una danza del venado cuando pardeaba la tarde, y escuchamos con todos los sentidos el tambor dentro del agua, los ralladores y el sonido de los ténabaris y del cinturón hecho de pezuñas de venado.
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