A sus veinte años, la poeta duranguense se pregunta cómo se puede escribir poesía en un país de tantos poetas por leer.
La poesía: el vértigo de la palabra o el arte del asombro.
Stephanie Alcantar
Los poetas pertenecemos a la duda, a la búsqueda de la verdad más que a nosotros mismos. La poesía es una salvación a la realidad que nos persigue. El prodigio del asombro permite al poeta colocar un dique sobre correr del tiempo, para crear un sitio donde revienten los olvidos como la marea.
El poeta busca la fertilidad de la palabra, el germen del misterio para hacerlo madurar, un arsenal de símbolos con qué enmarañar el silencio y crear su propio mundo. Un mundo infinitamente profundo que pueda tocar la raíces de su alma y el cual sea más perdurable que el que ya habita. Porque cabe decir que parte de los indultos de ser poeta es el traducir el presentimiento de los sentidos, apoderarse de la nada, mirar el trasfondo de los objetos. Privilegios o no de poseer una intuición que permite que el discernimiento vaya más allá de las imágenes, más allá del juicio, tal vez como una metamorfosis de lo invisible a la palabra.
Porque la poesía como cualquier obra de arte es buena siempre que se haya creado desde el más puro estado de necesidad, como un golpe de energía íntima.
Ese impulso de creación nace a partir de una conciencia noble y sincera para sí mismos. El poeta debe tener siempre firme su cualidad como creador. Y ante todo no perder el asombro, ya que la poesía se encuentra a la vista de todos, mas no ante la intuición de cualquiera.
El poeta es un traductor de los sentidos invisibles, de otros mundos que por sí mismos no pueden nacer, pero que existen. Por ello, cuando se logra crear un poema cuya vida perdura a pesar de la existencia del poeta, entonces se habrá creado una obra de arte.
Y por tanto, cuando un poeta consigue crear más de una obra de arte, significa que ha encontrado ese impulso natural al que se refería Rilke, un móvil interno que le impulsa a escribir, ese poeta posee un estado de conciencia sincero, que le da la capacidad de modelar el arte a su antojo. Ya que es un hombre que ha desafiado el proceso de la creación, dándose la posibilidad de traer al mundo seres, en este caso poemas que sobreviven por sí mismos, a pesar de su autor. Ahora nos preguntamos, si es eso suficiente para que el poeta llegue a ser considerado un hito de la literatura. Puede un poeta, un creador volverse hito de la literatura sin conocer aquellas obras que lo anteceden, obras que críticos, lectores y hasta Instituciones han considerado como parte fundamental de la tradición literaria. ¿Es realmente necesario conocer la obra de los poetas nacionales que marcaron la historia antes de pretender crear un estilo propio?
Estas reflexiones resultan a partir de preguntas como: si los poetas de mi generación los nacidos en los noventas conocemos realmente el legado de los poetas mexicanos que han abierto la pluma para nutrir la tradición literaria. Es decir, realmente nos preocupamos por encontrar como sugería Rilke ése móvil invisible que empuja a escribir. ¿Podremos identificar ese gancho que nos sujeta para crear sin haber leído antes la obra de poetas como Gorostiza o Villaurrutia?. Se puede tener la suficiente sensibilidad como para describir la finitud de la soledad o el desgarro de la incertidumbre sin haber leído antes a Elias Nandino. Me pregunto, como poeta de la generación de los noventas, podremos ambicionar a escribir poesía que perdure a pesar de su autor, cuando no hemos profundizado completamente en la lectura de poetas que son pilares de la literatura mexicana. supongo que para hacer una aportación original, encontrar un estilo propio y poner la palabra al servicio de la poesía, hará falta leer a Jaime Sabines, a Octavio Paz o a José Emilio Pacheco para sospechar al menos del mundo que crearon con su poesía. No nos alcanzaría la vida para tragarnos el vacío a solas y digerirlo. Para desgarrarnos el corazón las suficientes veces como para escribir un Nocturno a Rosario o imaginar Los amorosos. Hace falta recorrer el camino andado por otros, para poder, en un futuro aportar algo y que con la posteridad quizá llegue a considerarse valioso. Y la palabra valioso ahora que la nombro, ¿significa lo mismo para todos?
Para aspirar a crear una obra de arte: un ser lleno de misterio que tenga identidad por sí mismo. Para escribir un poema que cada vez que sea leído perdure como un pensamiento flotando en el aire, no pueden ignorarse los poemas que ya lograron abatir el tiempo y siguen presentes como una sombra de la inmortalidad, perenes y luminosos como los astros. Es clave destacar poemas como Nocturno a Rosario, escrito a finales del siglo XIX por el poeta Manuel Acuña, quien impregnó sus versos de una firme y contundente sensibilidad. Igual puedo reconocer La duquesa de Job obra preciosista, recreación del esprit francés, poema de Manuel Gutiérrez Nájera de finales del siglo XIX, obra en la que Gutiérrez Nájera supo ver la causa primera y fundamental del arte, el aislamiento que obraba en la decadencia de la poesía española de entonces. Sería inaudible no referirse a un poema escrito en 1921 que hizo de la patria el poema más luminoso, me refiero a Suave patria creación de Ramón López Velarde, caracterizado por su adjetivación insólita, sus metáforas inesperadas, los juegos de palabras, y su predilección por los vocablos esdrújulos. López Velarde cerró el modernismo y dio paso a la fundación de nuestra poesía contemporánea. Y si hablamos del infinito y del intento por derrotar la muerte, de la lírica y de la luz y del monólogo de la ilusión basta recordar Muerte sin fin escrito por José Gorostiza en 1939.
La labor del poeta es conocer las metáforas que forjaron sus predecesores, escudriñar en el espíritu de cada uno de los que nutrieron la tradición literaria. Ser poeta no es buscar un compromiso social, sino buscar la voz preñada de la situación que vive a su alrededor; sólo así su poesía se verá pincelada por el color de la época que habita. La poesía de López Velarde, o los cantos a la tierra de Carlos Pellicer, el Reposo del fuego del que habla José Emilio Pacheco son sólo algunos ejemplos de las metáforas en que han convertido a México. De esta forma la poesía es una línea del tiempo, que marca tendencias características de cada generación.
¿Qué poeta mexicano puede avizorar la estética de la poesía clásica, invocar la libertad moral y la alegría inviolable de lo efímero, sin haber leído uno de los más de quinientos versos que Octavio Paz tituló Piedra de Sol? Cómo pretender crear poesía cuando no se reconoce la obra de los poetas mexicanos y en cambio se releen a poetas extranjeros intentando marcar una vanguardia cuando ni siquiera se reconoce el estado actual de la poesía mexicana.
Mi reflexión propone reconocer a los poetas nacionales, así como la historia reconoce a los héroes o a los personajes que inmolan y les adjudica ciertas garantías de la patria. Porque “quien no conoce la historia está condenado a repetirla” nos aclararía Santillana. ¿Qué ha sido de la patria después de dos siglos, cuánta libertad sobrevive a los insultos de la moral y la justicia? La poesía es un dialecto que ignora fronteras y ensancha horizontes. Mejor sería preguntarse: ¿actualmente los poetas escriben con la certeza de conocer el panorama nacional?, ¿escriben con la ferviente conciencia de temporalidad?, ¿acaso altera el ejercicio de la creación el suceso histórico como una reflexión social? Es decir, ¿incide en la poesía el hecho de conmemorar 200 años de independencia? Considero que la respuesta no se conoce del todo ahora, al menos no se puede tener la seguridad de que el bicentenario de la independencia de México guie a una nueva tendencia a la poesía mexicana. Supongo que es más sano pensar en la germinación del arte como dice Rilke: “[…] todo está en llevar algo hasta su conclusión y luego darlo a la luz; dejar que cualquier impresión, cualquier sentimiento en germen, madure por entero en sí mismo, en la oscuridad, en lo indecible, inconsciente e inaccesible; hasta quedar perfectamente acabado esperando con paciencia la hora del alumbramiento[…]”
Para saber si la situación actual es capaz de inspirar una obra de arte, será necesario esperar esa incubación de la idea, lo suficiente hasta que se vuelva traducible a un verso, y entonces valoremos el suceso histórico, no sólo en el contexto social sino en el literario también.
Será acaso que Rosario Castellanos tiene razón cuando dice que Matamos lo que amamos. Lo demás ha estado muerto. Amamos aquello que nos apasiona y eso que nos hace dudar de lo que creemos nuestro. Los poetas de la generación de los noventas podremos aportar a la tradición literaria mexicana, en la medida que conozcamos el camino que recorrieron nuestros predecesores dentro del maravillo laberinto que es el arte. Un laberinto que siempre oriya al asombro. La vida hace de nosotros el verso profundo, la metáfora milagrosa, el poema más largo que termina de corregir la muerte. Por eso hablar de poesía, es hablar de la consumación de la palabra en la perdida de la vida. De la pérdida de la memoria a través del ejercicio del recuerdo. La poesía es el talento de traducir la memoria en un caos de ideas en orden, de volver la poesía el vértigo de la palabra y el arte del asombro.
Ponencia presentada dentro de las
II Jornadas Universitarias e Internacionales de Poesía
Bogotá, Colombia.
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