El poeta veracruzano (Xalapa, México, 1949) nos obsequia una primicia de su producción poética con tintes experimentales y de tradición.
La orquesta
1 ♫
Con la actitud de un experto
traza sus líneas oscuras
para colgar las figuras
de su próximo concierto.
Deja su balcón abierto
y ya brinda por la musa.
Al definir la anacrusa
empieza a vencerlo el sueño
y a la postre sólo es dueño
de una página inconclusa.
2 ♫
Soñé una música pura
y me quedó la armonía
como el destello de un día
bajo una luz insegura.
Afirma la noche oscura
un ensueño de amapolas
donde nunca han de estar solas
ni las dichas ni las penas:
fluir de aguas serenas
por la curva de las violas.
3 ♫
Esta es una sinfonía
sin dos silencios iguales
donde callan los metales
con pareja algarabía.
La tempestad mantenía
su tensión en los jardines
y el cielo abrigaba fines
tan graves como secretos.
Dos compases incompletos
y un silencio de violines.
4 ♫
Pablo Casals le dio al arce
una voz tan bien templada
que, absorta y ensimismada,
la musa optó por callarse.
Mientras la ola se esparce
en semifusas de hielo
el canto se torna vuelo
de un scherzo malherido
que viene a tejer el nido
del alma del violonchelo.
5♫
El majestuoso edificio
que tan solo al cielo aspira
finca en la nada su vida
y en la oquedad su principio.
Y cuando vuela hasta el limbo
de este sustento increado
es porque tiene el exacto
monto de sombra y porfía
que le confiere la cifra
robusta del contrabajo.
6 ♫
La luz tiende sus cadenas
entre cristales de roca
mientras el agua desboca
un atolón de sirenas.
El rumor de las arenas
se precipita en la escarpa,
iza las velas y zarpa
con destino circunflejo
dejando solo el reflejo
de los arpegios del arpa.
7 ♫
En su origen un carrizo
herido acaso de Eolo
(ha de haber estado solo
y de ánimo antojadizo),
a Pan le llegó el aviso
por alguna ninfa incauta
que, si no le dio la pauta,
al menos lo habrá inspirado,
y soplando por un lado
insufló voz a la flauta.
8 ♫
Cómo no evocar a Mozart
y a Goodman en su concierto
si infundieron tanto aliento
y amor al palo de rosa.
Gracia y sigilo se tocan
bajo la esfera celeste
como la quilla que hiende
el haz de la mar salobre.
Aire tan cálido y noble
tiene solo el clarinete.
9 ♫
Prokófiev le dio el papel
de un anciano circunspecto
cuyo nieto predilecto
convirtió un lobo en laurel.
Al instrumento novel
Vivaldi puso bigotes
y con él fundió lingotes
de áurea música que aprecia
la juventud de Venecia.
¡Ah, la voz de los fagotes!
10 ♫
¿Qué estará ensoñando el día
adormecido en el viento?
Éxtasis del movimiento
en inquieta lejanía.
Al nacer, la melodía
va develando el entorno
y, austera, sin un adorno,
agua desnuda es el canto
que vuelve de tanto en tanto
a la cadencia del corno.
11 ♫
Tras aquella algarabía
de los instrumentos todos,
casi el silencio. De pronto
–primer vagido del día–
una nota definida
les va imponiendo su orden
y alrededor de aquel vórtice
de voces abigarradas
la música abre las alas
y vuela en pos del oboe.
12 ♫
El silencio cierra puertas
en esta noche sin luna
y de las aves ninguna
a emitir su voz acierta.
Tanta quietud desconcierta
y se antoja sobrehumana.
Como una mantra lejana
pronunciada a media noche
en la espesura del bosque,
se oye tañer la campana.
13 ♫
Desde lejos se adivina
un coral hecho de luces
que pausado se traduce
en imagen cristalina.
Entre las nubes se empina
papalote de sonidos
que diáfanos y cumplidos
revuelan en los trombones
hasta prender cual tizones
el pabellón del oído.
14 ♫
Una escala de redondas
se trenza en fruto sonoro
como engarzando el oro
de las musicales frondas.
Con frutas limpias y mondas
bailando sobre el pautado,
el coro se ha apaciguado
al aliento de las tubas.
El vino se hace de uvas
que la música ha cifrado.
15 ♫
¿Quién no recuerda su entrada
en la obertura Leonora?
(El tiempo sólo mejora
esta música hechizada.)
Multitud ensimismada
a responderle se apresta
y la batuta enhiesta
a los músicos acalla.
¡La trompeta hasta la orquesta,
desde el campo de batalla!
16 ♫
Y tras un callado espacio
que se adueña de la sala
un nuevo timbre se instala
a la suavidad reacio.
Golpetea muy despacio
y luego busca el crescendo
de la música huyendo:
es la voz de las tarolas
que irrumpe como las olas
y acaba en un diminuendo.
17 ♫
Qué mejor voz de barítono
que la de Fischer-Dieskau
sólo comparable a Arrau
en lo terso del sonido.
Y cuando ya ha anochecido
en el coro de maderas
se plantan como señeras
las notas de la soprano
apoyadas por el piano
en dos escalas austeras.
18 ♫
Pero qué más podría ser
si no una canción de amor
cuyo acendrado rigor
no puede más que crecer
para más languidecer
con el tiempo despiadado.
Así lo ha dispuesto el Hado
y en la música se vive
según dispuso el que escribe
en el cuaderno pautado.
19 ♫
La línea del clarinete
sigue la pista del piano
y tomados de la mano
delinean un firulete
que nuevas ideas promete.
El uno al otro responde
pero enseguida se esconde
al fondo del contrabajo.
No hay pífano que de un tajo
la orquesta entera no monde.
20 ♫
Tataraniento del arpa,
culminación del ingenio
mecánico y carpintero,
añade a la voz del alma
el susurro de las aguas,
la tormenta del verano
y la tersura del lago.
De la orquesta fiel compendio
en la intimidad de un templo,
¡la voz sublime del piano!
21 ♫
Y es que, sin Bach, el marino
se queda sin coordenadas,
mientras Mozart deja ahogadas
las tormentas del destino.
Beethoven abrió el camino
de Chopin ultramundano
y Bartók buscó en el piano
del Microcosmos las sendas.
Son las mejores ofrendas
de este arte soberano.
22 ♫
Por encima del silencio
que alfombran los contrabajos
salta el tañido del triángulo
marcando el final del tiempo.
Se oye un trémolo siniestro
que estremece los atriles
y los crótalos febriles
arrastran la melodía
hasta culminar el día
en el acorde más triste.
23 ♫
De Monteverdi a Kodaly
los coros nos han dejado
el ánimo despejado
y en los pulmones más aire.
El horizonte se abre
para albergar a las voces
que animan la mar salobre
de las contraltos, sirenas
que han tomado de la arena
tonalidades de bronce.
24 ♫
En la canción de la vida
que entona la orquesta toda
no podía faltar la coda
de cuerdas en estampida.
La tormenta embravecida
aullando con los metales
retumba con los timbales
y acaba en la mar, inerte.
La música es de tal suerte
que nos ha vuelto inmortales.
Exequias de la risa
Hoy ha muerto la risa. Nubes grises
extendieron las alas sobre el puerto
y el sol mismo derrama su negrura
desde la cima del abatimiento.
Se abre hoy un paréntesis oscuro
tras un rayo de nácar extraviado
y las gaviotas tejen el silencio
en la espesa neblina del pantano.
A lo lejos, el bosque indaga luces
y el lobo tasca el miedo enloquecido
en pupilas inquietas. Solo el ciervo
conserva entre las astas el destello.
El aullido del lobo es un relámpago
a mitad de la noche congelado.
13-XI-2010
Jorge Brash nació en Xalapa, 1949. Autor de varios títulos de poesía, entre ellos A la mitad del puente (2001). La alcayata (2006), poemario publicado en por el Ivec, es su título más reciente. Ha sido director de las revistas Información Científica y Tecnológica y Ciencia y Desarrollo, del Conacyt, así como de La Palabra y el Hombre de la UV. Poemas, reseñas y traducciones suyas han aparecido en La Palabra y el Hombre, Diálogos del Colegio de México, Siempre!, la revista Vuelta, Letras libres, la Gaceta del FCE, Literal, Riff-Raff, La nave y Contrapunto, entre otras.
Traductor de poetas como Galway Kinnel y Jay Wright, para la Universidad Veracruzana, así como de La diplomacia de la anexión del historiador David Pletcher, Jorge Brash colabora actualmente en el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la UV. En breve aparecerán, también con el sello editorial de la Universidad Veracruzana, sus traducciones de la autobiografía del pianista Artur Rubinstein y la Breve historia de la medicina de Francisco González-Crussí.