Entre el paisaje y la filosofía, la vida adquiere tonos bestiales por los que la razón pregunta. Así parece comunicarse la poesía de Aliaga.
Cristian Aliaga. Argentino. Nació en provincia de Buenos Aires, Argentina en 1962, pero desde hace años reside en la Patagonia. Entre sus libros de poesía destacan: Lejía, No es el aura de Kant, Estancia La Adivinación, Música desconocida para viajes y La sombra de todo. Además, publicó el CD Un ring para dios (Poetics of Resistence, Universidad de Leeds, Gran Bretaña). Entre las varias antologías que coordinó, figura una compilación de poesía mapuche y otra de poetas del sur de Argentina. En Gran Bretaña y EE.UU. Manchester University Press anuncia su antología El peso de la cabeza, con traducciones de Ben Bollig.
Actualmente dirige Espacio Hudson, Editorial & Centro de Artes, y el periódico El Extremo Sur (www.elextremosur.info, www.confinesdigital.com). Sitio web: www.cristianaliaga.com
CRISTIAN ALIAGA
EL RESULTADO ES EL SILENCIO (SELECCIÓN)
Los deseos irreprimibles
Cuando la mano ya inició
el movimiento
uno tiene la conciencia fugaz
del mal que está por cometer.
La ropa caerá,
el vino será derramado,
el corazón sangrará para siempre.
Pero uno no puede detener el movimiento.
Viaje II
Empecé mis viajes transoceánicos.
Viajo con una perra y un gramófono.
Los estribos están carcomidos por la sal
del Caribe y escupidos por quienes bajaron
maldiciéndome.
El canto se aplica sobre mi navío como una ley
que significa que no haya ley sino pasión.
Envuelto en dos frazadas,
preparo un golpe de otra realidad.
Mientras tanto, procuro no caer.
No es el aura de Kant
El resultado es el silencio.
Ocultos en los ranchos,
emparejados con la hacienda,
los peones carcomen la filosofía.
No es el aura de Kant
ni el primer motor de Tomás de Aquino:
es una bola de lento fuego
que se revuelca en el alma.
El sueño es un largo cuchillo en el vientre
de los blancos dioses
y un incendio de alpataco
que todo lo destruya.
La luna amontonada en los galpones
y el regreso de un interminable viaje
a caballo por las estrellas.
Los perros huelen el alma de los peones
y encuentran seres desconocidos.
Fuegos que la noche apaga
Al que canta mientras
se queman sus criaturas,
porque no lo sabe, porque no
siente el olor;
al que barre con la lengua
la alfombra de los dueños,
porque no puede, porque no
sabe si hay una técnica mejor;
al que se estira sin palabras
a pedir lo que no van a darle,
porque no entiende, porque no
quiere saber que no habrá;
al que enciende los fuegos
que la noche apaga,
porque aprecia la luz, porque no
olvida el calor que extravió.
Para esos escribo, que no
se detendrán a leer.
Brilla lo que no existe
Nos guían en la ruta como espejos, estrellas que han existido; pero apenas son reflejos, astillas, vidrios, trozos de metales, ventanas esparcidas que el ojo no divisa. Son estrellas, entonces, aún guardan el brillo de lo que han sido antes de la destrucción. Pedazos de chapa que fueron techo para cobijar a quienes han muerto o huido, hierro retorcido que era una torre para medir, aspas de molinos que se destruyeron antes de que el agua apareciera. Fragmentos de botellas, de las que bebían con avidez en el desierto, vehículos descalabrados sobre caminos que taparon los arbustos. Brillan a nuestro costado, al frente y atrás de nuestra ruta, como si en el reflejo de cada objeto ya desahuciado viviera el ánima que siempre ha de precedernos. El ánima de lo que existe o no, es lo mismo.
Los perros, los cerdos
nosotros
los perros los cerdos
nosotros
los pájaros
palabras negras
de material metálico
pueda uno reventar quiera
reventar sabe
reventar
eso tiene asegurado firme
palabras negras de sabor
ni amargo ni suave
gusto que revienta antes
de tragarse gusto que
sabe
ni ácido ni amargo
perdido
(ni reventar puede)
aquí muerden a los
cerdos los humanos
ellos hurgan en cuatro patas
muerden a los puercos
les comen su comida
pero antes
la ensucian
ellos huyen en cuatro
patas
el escozor de los pájaros
cuando ellos mastican sus granos
les impide remontar vuelo
ellos comen la basura
del mundo
ellos grotescos
ellos son ellos
y nosotros
los perros los cerdos
nosotros
los pájaros
son ellos
con una mueca
de silencio
y consideración
Un ring para dios
Queremos un ring para dios pero dios se recuesta contra las cuerdas permanece quieto sin responder al árbitro nadie podría pegarle sin ser considerado maricón pero entonces no hay box ni riña teológica que lo saque de allí el ring es enorme a los ojos de los incrédulos se tiran golpes sobre dios la lona alberga a una multitud de caídos no hay triunfo sino presas del KO de dios la mirada de él está húmeda el protector inguinal es de cuero virgen esa mirada de él dramatiza que no habrá golpes pero se posa sobre los caídos como al descuido generaciones de caídos no creemos en dios sino en sus golpes de KO su mirada húmeda su protector de cuero virgen.
La lengua, ésa
Dónde queda tu lengua, la impura aquella,
nunca críptica ni presuntuosa, la amada
en ropas mayores, desvestida, la usada
cuando no queda otra.
La lengua ésa, nada de espíritu, Spinoza nada,
mudas son las de afirmar, la picazón,
dónde tu lengua abyecta nunca Pura, la tuya rasposa,
sólo pronuncia en caída, hacia arriba, en barrancos
de cadáver, de impotencia, ciega.
La Puta grande enmudecida de hórror vacui.
Nunca perentoria, no, Pura nunca, sin pretexto
para ser hablada, amada del silencio amado,
obtenido tras escupir tanto, lengua mudísima
embarazada de un ángel impuro.