Héctor de Mauleón. “El secreto de la noche triste”

héctor-de-mauleónAntonio Moreno nos ofrece una crítica sincera de una novela que responde, como muchas otras, a la marea de los Bicentenarios de Independencia y a la tentación de la novela histórica. Pero ¿cuál es su suerte?

 

 

Antonio Moreno Montero

Nuestras fundaciones emocionales.

Tras leer El secreto de la Noche Triste (Joaquín Mortiz, 2009), del escritor mexicano Héctor de Mauleón (1963), el lector podría conjeturar que los primeros ochenta años después de la conquista, que van desde la caída de Tenochtitlan hasta el año1600, fecha en que transcurren las acciones de esta novela, estuvieron signados por una inestabilidad emocional que marcó profundamente la conducta cultural mexicana, un estado de ánimo promotor de melancolías y tercas obstinaciones. Además dela pródiga hibridez que supone todo mestizaje, los temas de la novela (los menos obvios): los mundos del saber, la conspiración,la transgresión, la intolerancia, la desconfianza, la insatisfacción y la sociedad constituida como si fuesen facciones, encuentran su actualidad en los lectores de hoy.

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Héctor de Mauleón
Para de Mauleón, un autor que ha sabido cultivarse en el cuento con dignidad y maestríaen Como nada en el mundo(2006) y en La perfecta espiral (1999), la transición a esta primera novela, parecería un reto sumamente oneroso. Su prosa es elegante, bien cuidada, pero esto es decir poco.La incógnita en torno a la confesión de Cuauhtémoc, el rey azteca, sobre la ubicación del tesoro perdido,y los misteriosos asesinatos de cinco descendientes de conquistadores, son los ejes narrativos que detonan gran parte de la trama de una novela que concluyecon un vago aire cortazariano; aunque se resuelve el misterio con la captura del asesino, la incógnita sobre el tesorono tiene porqué ser despejada; a nadie le conviene que el misterio sea esclarecido, dado que forma partedel imaginario nacional, quea su vezsirve de argamasa a una leyenda que potencia nuestra alienación cósmica: todos damos por hecho que seguimos poseyendo el tesoro.

No obstante, El secreto de la Noche Triste presenta evidentes vicisitudesestructurales queterminan por problematizar el concepto de re-escritura de la Historia, y todo por la necesidad de traslapar el contexto histórico en que toma lugar la acción novelesca y la manera en que el texto autoriza ser leído desde este presente, sin perder de vista las condiciones culturales y políticas de nuestra coyuntura local y global. Si la premisa de la novelahubiera sido la de simbolizar patologías de una época poco literaturizada, entonces la propuesta del autor adquiría otra densidad narrativa, y el contrato de lectura sería menos incierto, quizá; y así, los desajustes en la novela, como la falta de timing para detener y continuar con otro cabo narrativo, además de unainnegable falta de disposición(¿impericia?, desde luego que no) para garantizar un bordado fino al momento de trenzar y tensar la trama, estarían en función de reforzar la inevitable sospecha de que los notables cuentistas—como de Mauleón o Eduardo Antonio Parra—les cuesta trabajo adaptarse a las convenciones de largo aliento narrativo. El cuentista de cepa tiene que entender que su virtud se hace tangible en el terreno corto, a puñetazo limpio, de lo contrario su espíritu puro se disgrega; peor aún, (ha habido casos), tanto su herejía como blasfemia adquieren un timbre más que discreto, y repulsivo.

El desarrollo de la trama se agota, y también se acota, especialmente por el tono apostillado del narrador, Juan de Ircio,el cualresulta chocante por su omnipotencia y ubicuidad;no irrita sudemasiado saber (aprendiz de pintor  ytan culto como sus amigos poetas), sino su no hacer: soslaya las implicaciones eróticascon Doña Beatriz, su tía, bella dama que tuvo que refugiarse en un convento, esas pequeñas repúblicas, diría Octavio Paz, donde desafortunadamentese quita la vida por una cuestión amorosa. Por el contrario, lo más rescatable de la novela radica en las caracterizaciones de Rodrigo Segura, que era para ese año de transiciones una momia viviente (conquistador que estuvo bajo el mando de Hernán Cortés y Cristóbal de Olid); el ciego Dueñas (cronista de la ciudad y agorero infalible), y Nuño Saldívar (pirata y gran espadachín), personajes bien logrados que emanan o encarnan las anomalías de la época, seres errabundos convertidos en entelequias que corresponden a un estado de ánimo cultural que se ha prolongado hasta nuestros días: la insatisfacción, es decir, estar convencidos de que algo, no sabemos qué exactamente, nos hace falta.

El mundo de la ficción se habría enriquecido, con una vitalidad novelesca desafiante, si el autor hubiera recurrido al folletín (porque Nuño Saldívar merece más atención), o echado mano del género epistolar (con una carta robada de la dama suicida, destinada a su joven enamorado); o, pensando en esos personajes siniestros, hubiera incurrido en el recurso del monólogo, hasta llegar a las últimas consecuencias de la mano del sarcasmo y la ironía, con ese fantasma viviente que es el conquistador Rodrigo Segura. De Mauleón, claro está, no es un autor menor, pero como novelista nos deja sin el vértigo y la grave ligereza que uno encuentra en sus cuentos, pequeños artefactos en los que concurren realidades simultáneas, una mezcla de lo cotidiano y lo maravilloso.

De El secreto de la Noche Triste se destaca la voluntad por retratar la cultura y la sociedad novohispanas en una época poco explorada (1520-1600): un intervalo para escudriñar nuestras grandes fundaciones emocionales, que van desde el resentimiento, la molicie, el tozudo afán patibulario e incluso nuestro melancólico desencanto. Por suerte, o por desgracia, divago alrededor de dos relatos que me mantuvieron en vilo: el amor inconfesable entre Juan de Ircio y la tía Beatriz, y la espléndida descripción de la gran Ciudad de México como escenario y hábitat de nuestra des-herencia, y aquí parafraseo a Barthes,ese sentimiento penetrante donde todo subsiste y sin embargo nada pertenece a nadie.

 

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Antonio Moreno