Sergio Téllez-Pon expone las razones de su predilección por este poema homoerótico de Bautista.
Sobre un poema de Juan Carlos Bautista
Sergio Téllez-Pon
La otra noche, caminando por las calles solitarias de la ciudad, le leí a Él uno de mis poemas predilectos, “Caín y Abel” (en Lenguas en erección, 1990; 2da., ed., Quimera, 2007), de Juan Carlos Bautista.
Trepado en mí
casi no hacía ruidos,
pero desaforadamente
su bestia comía de mi culo.
Un hombre silencioso en tiempos de guerra.
Este hambriento –dije– es mi hermano.
Y me abrí delicadamente
como un jacinto a la pisada del buey.
Le di agua de mi boca,
manos que fueron pañuelos para su frente,
mi espalda como un pan
y ojos que supieron cerrarse a tiempo.
Trepado en mí,
dije este hombre es mi hermano
y lo quiero
porque somos igual de pobres
y estamos igual de hambrientos.
—Habla de un incesto—contestó Él cuando terminé la lectura.
—Sí —respondí con cierta resignación.
Leí ese poema por primera vez en la antología de poesía erótica gay que publicó Víctor Manuel Mendiola bajo el sello de Plaza y Janés en 2001.Desde entonces no sé cuántas veces lo he leído y releído en voz alta hasta aprenderme algunos de sus versos y medir la inflexión de mi voz para acentuarlos.
Digo que le contesté a Él con cierta resignación porque su respuesta me pareció una obviedad: para empezar, el título es muy evidente, luego, ese antecedente hace una lectura sesgada, más cuando dice: “Ese hombre es mi hermano”, y el categórico final no deja duda. Tal vez a base de tantas lecturas, creo encontrarle otro sentido. Antes diré que las imágenes del poema me deslumbran, pero una en particular me fascina: “Y me abrí delicadamente/ como un jacinto a la pisada del buey”: cada vez que leo el poema me deleito diciendo esos versos.
No se sabe quién habla, bien puede ser Abel, bien puede ser Caín (puede deducirse que es Abel, pero el poema no se llama “Abel habla a Caín” o algo parecido). Así que “ese hombre” al que se dirige el hablante es su hermano, un hermano que lo sodomiza, es decir, lo humilla casi de forma fratricida, pero de cuya humillación ambos obtienen placer. La oración “ese hombre” se repite dos veces, estratégicamente, desde mi punto de vista: así empieza el poema y luego, al estar al principio del último párrafo, es la inflexión que conduce al final arrebatador. Ese hombre es, pues, para mí, el compañero, el amado de un amante que da, que provee: “mi espalda como un pan”.El amado, por otra parte, que se vuelve un hermano, más cerca de la consanguinidad. Una relación amorosa que roza la fraternidad. Ese hombre-hermano con el que, gracias a la convivencia, se está en igualdad de condiciones y en igualdad de circunstancias, justamente como termina el poema: “estamos igual de pobres/ y estamos igual de hambrientos”.
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