Desde su experiencia comunitaria allá en Solentiname, el chileno Jaime Quezada, vuelve a Nicaragua y nos da su versión del Festival de Poesía de Granada, multitudinario y carnavalesco, afectivo.
Jaime Quezada
FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA
GRANADA. NICARAGUA, 2011
El Festival fue algo grande y pluralísimo con las tantas relevantes presencias poéticas y generacionales de una Nicaragua y de poetas provenientes de los cinco o siete continentes. Todos convocados en la colonial y eterna Granada, tan abrasadora de soles y de sus abrazadoras gentes. Encuentro o reencuentro emotivo y literariamente vivencial con las geografías, la historia, la literatura de una Nicaragua tan hoy como ayer. Y, a su vez, con la lectural poesía viva de de estos y otros tiempos. Aunque la mismísima Granada era ya, por tradición, abolengo y orígenes (José Coronel Urtecho, 1906-1994; Joaquín Pasos, 1914-1947; Ernesto Cardenal, 1925) la leyenda dorada de una ciudad más allá de sus vigentes y siempre portentosos vanguardismos y exteriorismos.
Durante una activa y atractiva semana -en su poesía y en su folclore, en su oralidad y en su idiosincrasia, en su escritura y en su lenguaje-, 120 poetas hicieron de Granada verdaderamente la capital poética de un país. En Granada 2011 se hizo espíritu y sentido el lema del encuentro, que el poeta Francisco de Asís Fernández Arellano, presidente del Festival, repitió elocuentemente tantas necesarias veces: “La poesía es el reino de la imaginación y el más feliz y doloroso testimonio del ser humano sobre la tierra”. Y así fue, reino e imaginación y testimonio de lo humano y de lo poético. Con razón Rubén Darío escribiría la palabra harmonía con h, con h de hermandad, con h de humanidad. Se cumplió así con el el kumi-kumi (un solo corazón) en el decir de los indios miskitos de la costa caribeña nicaragüense.Organización perfecta y al divino detalle; actividades muchas dignificadoras del evento; lecturas atentas y rigurosas en el oficio de cada poeta; programa extenso, atractivo y revelador de acercamiento a todo y a todos. La poesía entrando en los parques públicos, en los atrios de las iglesias, en los bulliciosos y pintorescos mercados; en las calles bajo los amplios aleros de casas coloniales; y hasta en los cuarteles de policía (“cuídate, diría Nicanor Parra, la policía-poesía te sigue los pasos”); así sea en las salas de colegios y en auditorios universitarios. La poesía también como trato cariñosísimo y fraternal en afecto y simpatía en el día a día de las juntas y rejuntas, de verse y reverse. Raíz y canto en la lectura y el diálogo y el resuelto conversatorio. Llama ardida, además, de bebedura en el vaso de ron flor de caña o en la copa alta de una cerveza victoria heladísima.
Realidades e imaginaciones fueron posibles también gracias a la poesía y a la emotividad del estar, por ejemplo, en una aldea-ciudad-metrópoli de Niquinohomo con un Augusto Sandino resurrecto. “Gracias, poetas, por venir a este valle de guerreros” -que eso quiere decir Niquinohomo: valle de guerreros-, dijo en alta voz una sencilla mujer de Niquinohomo que era toda la digna voz de una raza y de un pueblo y de una conciencia viva de todo tiempo. La poesía invadió la aldea para hacerla universal (aunque ya Sandino, ese “pequeño hombre de un ejército loco”, como lo definió in situ Gabriela Mistral, la había hecho universal) al ritmo y sonido de petardos, bandas populares y marimbas. Estaban floreciendo los malinches.
Un Festival de poesía de todos, sin duda, en un mismísimo afán de hermandad literaria y de acercamiento de vida y esperanza de nuestros pueblos. Y en un estar ahí, sentido atento y rostro abierto, con las voces o vertientes o vasos comunicantes de una poesía contra-reloj: luminosa, lúdica y terrestrial (Blanca Castellón); de una poesía graciosamente gatuna y de irónica perfección maulladora (Darío Jaramillo); de una poesía rigurosa, ajedrecística y quevediana (Marco Martos); de una poesía de orgullosa identidad y de radiante mujerío (Gioconda Belli); de una poesía ritual y contagiosamente delirante (Serge Pey); de una poesía objetivista, coloquial y trascendida de cotidianidad (Forrest Gander); de una poesía puro sentimiento y del aire al aire, festiva y de genuino carnaval y de magia y de encantamiento (todos los poetas en su voces triunfales); y, en fin, idiomas, lenguas, razas en materias y elementos de singularísimos quehaceres: eufónicos, sonoros, permanentes. Tal cual la palabra Mom-ba-cho, el volcán tutelar y sagrado de Granada.
“Mirar el mundo sin recelo”, en el certero verso de Claribel Alegría (Estelí, Nicaragua, 1924), la bienaventurada y bienamada poeta nicaragüense-salvadoreña homenajeada meritoriamente en esta séptima versión del Festival. “No creo que Claribel haya podido imaginar una mejor manera de abrir los fuegos de esta reunión de poetas y de esta celebración de la poesía del mundo”, dijo la poeta y escritora nicaragüense Gioconda Belli en el acto inaugural. “Es una coincidencia feliz porque esta pequeña gran poeta que honraremos estos días se ha distinguido toda su vida, no sólo por la intensidad y perfección formal de su poesía, sino por su amor a la libertad y su amor a la vida; un amor que la llevó a retornar a Nicaragua cuando aquí derrotamos a nuestro tirano de turno, Anastasio Somoza y que, desde entonces, la ha mantenido enraizada en esta tierra milagrosa que aun está por ver su extraordinario potencial de felicidad”.
Y sin descuidar también a los jóvenes -a los llamados emergentes-, los jóvenes poetas que dicen lo que tienen que decir con fervores y gracias de amor por la palabra poética. Las voces nuevas de hoy para las significaciones de mañana, atentas al rumor de la creatividad literaria en sus temas y lenguajes varios. Y paradigmas de aquel otro vigente poeta de toda época: Joaquín Pasos, ese joven poeta de su natal Granada que conoció el mundo sentado en un petate sin haber salido nunca del patio de su casa.
Ya decía Ernesto Cardenal: “Muchas veces se hace la pregunta por qué es que Nicaragua es un país de poetas. No hay respuesta segura. Pero yo a veces he aventurado una respuesta: por el precedente de Rubén Darío en primer lugar, y, segundo, porque los mayores han acogido siempre a los más jóvenes, desde Rubén Darío”. Así fue, así es. Privilegiado yo, entonces, poeta de Chile y del fin del mundo, el haber estado en la tierra azul-Darío en un mismísimo afán de hermandad literaria y de canto permanente de vida y esperanza.
Granada, Nicaragua, 25 de febrero, 2011.
Santiago de Chile, 2 de marzo, y 2011.