José Revueltas, cuentos como del odio de Dios.
José Ángel Leyva
Me encuentro de visita en la Universidad Nacional de Colombia para hablar de dos temas fundamentalmente, uno es el proceso editorial de las revistas y el otro “La revolución mexicana en el arte y la literatura, el caso de la familia Revueltas”.
Un conjunto de personalidades creativas que motivó, entre muchas otras cosas un libro de mi autoría: El naranjo en flor. Homenaje a los Revueltas”. Silvestre y José ofrecen las obras más interesantes y polémicas, cada uno en su género, y las biografías más complejas y conmovedoras entre sus hermanos, sin restar méritos a Fermín y a Rosaura. En esta ocasión hablaremos de José.
José Revueltas, cuentos como del odio de Dios
José Ángel Leyva
La hipersensibilidad que solía mencionar el escritor duranguense como parte intrínseca de su existencia, de su persona, es, sin duda, más que una expresión o una manera de describir su naturaleza y personalidad, la propia esencia de su escritura y la mirada que conduce y guía su pluma, el mito donde construye realidades literarias que, como él mismo expresara, no son más que la sombra, el reflejo de la bárbara, terrible realidad. José Revueltas, como sus hermanos, es parte del mito de sus obras, es él mismo personaje y espectador de lo que narra, de lo que cuenta a través de la novela, el cuento, el teatro, el guión cinematográfico, la crónica, el reportaje, y es él mismo con quien dialoga y rompe el diálogo a la hora de revisar su trabajo y sus ideas. Él es el hombre y es el concepto, es el ojo y es la imagen, es el camino y el explorador que examina sus pasos, el inventor y el filósofo que reflexiona sobre el descubrimiento y los procesos del hallazgo, también de los errores y los alejamientos del deseo, de los objetivos iniciales. Revueltas es una mente activa y constructora, moral, es palabra y es acción, es malicia y es pureza, es pasión y es comedimiento, mesura intensa para moldear la forma breve del relato o para el andamiaje arquitectónico de la novela. Hoy, ya no puede escatimársele a este gran escritor la maestría en los cuentos y en las novelas, en ambos géneros se desenvuelve implacablemente, impecablemente, sin concesiones. Por su forma y por su fondo es la narrativa revuelteana.
Es cierto, como afirma José Joaquín Blanco, uno de los estudiosos más exhaustivos de su obra literaria (junto con Evodio Escalante), que fue un juicio común el alabar su cuentística para desacreditar su novela, a la que solía restársele méritos, ya por razones ideológicas como fue el caso de Neruda y sus compañeros del Partido Comunista, que veían en Los días terrenales y en Los errores juicios lapidarios contra el estalinismo de la época, contra la militancia de la obediencia ciega, contra el sacrificio inútil de los seguidores de una idea y una promesa, cuasi religiosa, de cambio social, o para quienes Revueltas era un recreador de la fealdad, de lo grotesco, lo monstruoso de un medio envilecido hasta la bestialidad, de tan humano. La vida carcelaria, sí, pero no sólo, el bajo mundo de la miseria, del crimen, de la ignorancia, de la injusticia, de los excluidos por su condición económica o por sus ideas. Octavio Paz se equivocó al calificar a Los muros de agua (1941) como una pieza insuficiente que poco auguraba sobre el crecimiento del escritor. Revueltas fue el autor y el emblema intelectual de los jóvenes rebeldes de 1968, pero no deja de serlo para quienes vivimos desde la infancia, o desde la memoria, el significado de ese graffiti en las inmediaciones de Ciudad Universitaria durante el movimiento del CEU: “Ay José, como nos acordamos de ti en estas Revueltas.” Pero Revueltas es, además de ícono de la rebelión y de la inconformidad, una presencia indeleble en sus letras. Es un cable de alta tensión en cada historia que narra, en cada situación que crea y devela en esa esfera donde alguna vez pensó en colocar toda su obra: Los días terrenales. El humor y el pesimismo se amalgaman de la misma manera en cada una de sus obras narrativas. No obstante, aún me sigue pareciendo que en los cuentos la escritura revuelteana alcanza mayor claridad y eficacia. El Apando, novela breve, es, ni duda cabe, la cumbre entre esas dos grandes placas tectónicas que empujan una a favor de la otra. Es la pieza del genio revuelteano donde encontramos la sustancia de ese lado “moridor” de su escritura y, por qué no, de su misma vida.
De los narradores mexicanos nacidos en la primera mitad del siglo, José Revueltas (1914) me resulta el más audaz, el más corrosivo y certero cuando de economía del discurso se trata. A pesar de los límites que demanda el género breve, busca construir complejos andamiajes estilísticos y existenciales. Sus relatos y sus personajes son de una sustancia espesa y ácida que a veces se resuelve en formas ágiles y planos definidos, pero en otros momentos se mueve con ritmo de lava, con ánimo incendiario ante todo lo que se mueve a su paso, para luego acabar en río petrificado. En otros momentos esa misma materia se transforma en silueta que se desplaza como llamarada sobre la gravedad de la prosa.
A veces gana el acento rotundo, el impacto de percusiones muy graves que nos abren una rendija hacia atmósferas trágicas. Su intención es que el lector avance sintiendo que no le es posible penetrar en ese mundo, no obstante que ya desde la primera línea ha traspasado el umbral. Las palabras caen como baldes de tierra, como masas de aire que nos aprisionan junto con los personajes. Así ocurre con su cuento Dios en la tierra. Desde el epígrafe sabemos por donde camina el desenlace, Dostoieveski y Nietshe lo guían.
“Pero esto no se alteraba, este odio venía de lo más lejano y lo más bárbaro. Era el odio de Dios. Dios mismo estaba allí apretando en su puño la vida, agarrando la tierra entre sus dedos gruesos, entre sus descomunales dedos de encina y de rabia. Hasta un descreído no puede dejar de pensar en Dios. Porque, ¿quién sino Él? ¿Quién sino una cosa sin forma, sin principio ni fin, sin medida, puede cerrar las puertas de tal manera? Todas las puertas cerradas en nombre de Dios. Toda la locura y la terquedad del mundo en nombre de Dios.”
Al abrir el relato nos encontramos ante un muro de emociones y de sentencias: "La población estaba cerrada con odio y con piedras. Cerrada completamente como si sobre sus puertas y ventanas se hubieran colocado lápidas enormes, sin dimensión de tan profundas, de tan gruesas, de tan de Dios. Jamás un empecinamiento semejante, hecho de entidades incomprensibles, inabarcables, que venía… ¿de dónde? De la Biblia, del Génesis, de las tinieblas, antes de la luz." Poco a poco se va abriendo esa cortina de elementos secos y sin rostro para dar cauce a las fuerzas telúricas que se agazapan detrás de esos tabiques de silencio. Un ¡Viva Cristo Rey! suelta el castigo, la venganza, la ira, el fin. En una estaca, nada menos que en un palo afilado, es montada la piedad, la débil convicción de justicia que decidió negar el agua a los federales. La ira del pueblo es infinita, su crueldad no tiene límites. Fuente Ovejuna es apenas una insinuación de justicia colectiva al lado de este acto que trae consigo la frase de César Vallejo: "Como del odio de Dios."
Edmundo Valadés escribió en su antología Cuentos mexicanos inolvidables: "En esos cuentos (los de Dios en la tierra, 1944) afloraba un aliento creador de gran densidad dramática, con una prosa como bisturí implacable para hender simas torturadas o alucinadas, de seres en conflicto con divinidades infamantes. Prosa distinta en la narrativa mexicana, al imponerle una respiración dilatadamente angustiosa, con un retumbar bíblico, eco de la voz de profetas que eternizaron maldiciones, tósigo que doblega a sus personajes". (Asociación Nacional de libreros, México, 1993, p. 13.). Para Valadés, Revueltas afina sus maestrías de cuentista al escribir y publicar Dormir en tierra (1960). José Joaquín Blanco comenta al respecto que en general, los relatos de Revueltas establecen la trayectoria de un personaje desde el nudo de su conflicto hasta "el final más trágico posible que lo redima al revés, devolviéndolo al caos, a la monstruosidad, la suciedad o la atrocidad de la vida: una condena radical transfigurada en una fascinante e insoportable salvación." (José Revueltas, CREA/Tierra Nueva, México, 1985).
El personaje niño de ese cuento, “Dormir en tierra”, es el equivalente de Antelmo, el protagonista de resurrección sin vida. Ambos son puestos a salvo por seres a la deriva, por otros náufragos igual que ellos, que el autor salva mediante ese sacrificio en la situación límite en que los coloca. La prostituta y el contramaestre del Tritón que naufraga, son hermanos de la misma calamidad, sombras o manchas de esas estampas goyescas que plasma Revueltas con acidez, sin melodrama, al descarnado. Sus personajes y sus anécdotas pueden semejarse entre una novela y cuento, entre un cuento y una obra de teatro.
Por ejemplo, Hegel, el compañero de celda del personaje narrador del cuento “Hegel y yo” es equivalente al Carajo de El Apando. En su deformidad física y en su degeneración moral hay expresiones clave que iluminan el espacio donde los coloca el autor, y que de algún modo expresan su propio sentir, su propio pensamiento: “Hegel sonríe, pues, cuando pongo objeción a la oscuridad de sus ideas y lo contradictorio de sus términos. Replica que no hay una sola idea verdadera que no sea oscura, ni una sola palabra, tampoco, que pueda tener un sentido único, todo depende del tiempo y la colocación: de lo que se comprometan a decir y a suscitar las palabras y las ideas. Para él, el lenguaje es un rodeo, un extravío pernicioso.”
No es la metáfora, es el oximorón lo que lo atrae, lo que cultiva en cada acto humano. Lo contradictorio de la vida humana y su conciencia. Lo contradictorio que se resuelve en una afirmación.
Edith Negrín trabaja dicho aspecto y señala como Paul Ricour la verdad que se quiere mostrar mediante esta lucha aparente de contradicciones. Aparte de la paradoja, Revueltas utiliza la ambigüedad como una vía central para alcanzar la duda y el desenlace de la tragedia, que no deja lugar a dudas sino a preguntas que emergen de una certeza soberbia.
En El material de los sueños, sobre todo en “Virgo”, la pureza alcanza un grado de capricho y de ingenuidad bajo la malicia del autor. La prostituta no cobra porque está embarazada. Ese hecho, animal y humano, la gestación de otro ser, purifica a la mujer al margen de y circunstancias como haya sido concebido. Ella, la prostituta, hace el amor, la caridad sexual que necesita el hombre, el macho, pero ella en ese momento es una madre que reconoce lo divino que tiene la vida. En "El sino del escorpión" sucede algo similar con dicha criatura que ignora su letalidad, su naturaleza venenosa, su nombre, su estirpe, su hambre, su propia capacidad de amar matando. Resurrección sin vida es el cuento en el que Antelmo es salvado por una prostituta y él en gratitud la ama.
Frank O´Connor (Teorías del cuento I, Teorías de los cuentistas, UNAM, 1993) comenta, lo mismo que Cortázar, que el cuento es lo más cercano a la poesía, esto lo descubrió cuando se dio cuenta de que el camino de la lírica le estaba negado. Le resultaba familiar porque ambos géneros tomaban distancia de las circunstancias, él se preocupaba por el diseño del cuento y no por el tratamiento. Cuando era capaz de concentrar el tema en cuatro líneas sabía que tenía una fábula, un asunto reducido a su máxima simplicidad, el tratamiento dependía después de otras consideraciones anímicas o circunstanciales, teóricas o de experimentación. O’Connor revela que el cuento es lo más cercano al arte moderno, que representa, más que el drama o la poesía, nuestra actitud ante la vida, como una evolución de un arte privado en el que el autor buscaba satisfacer sus propias exigencias de crítico, individual y solitario. Tal vez por eso funcionen tan bien los talleres de cuento, donde se leen siempre los textos pero casi nunca salvan la vida o por lo menos no salen maltrechos frente a los pelotones de fusilamiento y los francotiradores. Los cuentistas pueden salir o surgir de los talleres, pero casi nunca los buenos cuentos. Estos nacen bajo la responsabilidad y el oficio del escritor sin testigos ni jurados, aunque después deba enfrentarlos. O’Connor recuerda una cosa muy importante, la frase de Turguéniev de que: "Todos salimos de El Abrigo (El capote) de Gogol". Sí de ese relato del escritor ruso en el que nos narra la historia de un burócrata, Akaki Akakievich, en el que el autor emplea el recurso del cómico heroico, la figura de los hombres de cuyas vidas no importa nada, salvo ese instante que el narrador consagra como un gesto patético, caricaturesco, esperpéntico o simplemente absurdo por el valor que se le otorga a su mediocridad. El personaje de Gogol nos mueve a la lástima y al mismo tiempo a la risa, al deseo de que se resuelvan sus males y simultáneamente de que continúen debido a que él mismo es un ser mezquino y vacío. Es el humor negro en el que el propio lector termina burlándose de sí mismo, incómodo en el sillón en el que lo ha colocado el relato.
De esta misma factura son los escritores del Cono Sur, como Roberto Arlt, Felisberto Hernández o el mismo Cortázar, quienes recogen la mirada y el oficio de Quiroga, pero le inyectan la ironía y la paradoja, la ambigüedad del mundo cotidiano que se vuelve fortuito. Sin duda la economía de los recursos narrativos, los aciertos del lenguaje poético, los ritmos y la plasticidad de sus formas dan como resultado piezas muy finas de inteligencia y habilidad verbal. Cuando O’Connor refiere esos cuatro renglones de la fábula es porque sabe que ha encontrado la sustancia activa con la cual podrá elaborar un producto al gusto o de acuerdo a la necesidad; su proceso dependerá de técnicas y de oficios. Adquiriría la forma moderna que busca la sensibilidad del escritor. En ese sentido me parecen escuchar las palabras despiadadas pero ciertas de un amigo: cuando un relato nace muerto, no hay nada que pueda devolverle una vida que no tuvo. Es mejor echarlo al olvido"
En su Antología personal, publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1975, Revueltas sienta su posición personal frente al papel de la escritura y selecciona siete relatos que dan fe de esa intención de agrupar su obra narrativa en la novela que escoge para publicar un fragmento: Los días terrenales. Allí escribe: “Lo trágico de nuestro tiempo reside en que esta conciencia lúcida, que se expresa por un signo negativo, sea precisamente la única conciencia humana real, auténtica, indiscutible. Esto quiere decir que la enajenación humana ha llegado a un extremo tan radical que lo humano verdadero sólo puede realizarse con la muerte.” Y más adelante afirma: “Esa racionalidad que somos nosotros mismos, como la otredad de aquellos que existen en alguna parte.” Revueltas ensaya sobre este complejo tópico de la otredad, del otro, al tiempo que lo convierte en materia literaria, cuentística con fuertes tonos poéticos, para apartarlo justamente de su dimensión teórica, reflexiva y liberarlo en el horizonte del mito, donde no hay respuestas, sino espacios que se abren a otros territorios abiertos, como sucede en cuentos del corte de “El reojo del yo (Géminis)” o Cama 11 (relato autobiográfico), en el que el humor es literalmente infecto: “La llevaba metida entre ceja y ceja, goteante e incurable como las antiguas gonorreas anteriores a la penicilina”
En Material de los sueños el humor escatológico es recurrente y puede jugar con la situación dramática de los enfermos, que es, de algún modo, similar a la que vive cualquier colectivo humano donde la convivencia es forzada y cotidiana, donde el contacto reduce la privacidad en las personas y los hechos triviales se convierten en acontecimientos relevantes. El autor mira con una sonrisa el ritual de los pacientes que esperan su turno para ser intervenidos quirúrgicamente: “—Sí gracias a Dios –responde Moctezuma II satisfecho–, acabo de obrar muy bien y sin hacer hartas fuerzas, con todo y los días que llevaba yo de no ir al excusado –pero su informe aún es incompleto: el señor V. Desea más precisiones. –Moctezuma II sacude la cabeza y mira reflexivamente hacia el suelo. –Pos ora hice blandito; yo crioque por ser la primera vez. Cuando Toño sea devuelto del quirófano y regrese a la sala (lo han tenido que operar una segunda vez), alguno de nosotros dos lo recibirá con la buena nueva. –El señor don Ángel ya fue al excusado. Obró blandito.”
Por otro lado, Revueltas nos conduce a ciertos episodios líricos donde podemos advertir su atormentado existencialismo, su debate interior, como sucede cuentos del tipo de “Géminis”, en donde el narrador se enfrasca en una discusión con su alter ego, con su otro, con su yo: “Porque estoy solo, siempre he estado solo, y Él no existe ni ha existido jamás, me repito. Me repito me repito me repito me repito…: me procreo.”
En Dormir en tierra, en el cuento “La frontera increíble”, la atmósfera de espiritualidad y de solemnidad fúnebre se transforma en un guiño sarcástico del escritor ante la escena que describe –que bien podría ser la de su hermano Silvestre en su agonía–, como para dejar que respire el lector, como una travesura en medio del sufrimiento y la presencia implacable de la muerte: “Recibe, Dios inmenso, esos espíritus en tu seno. Los hilos de oro mugroso de la estola, al inclinarse el sacerdote, se metieron en la bacinica infecta que estaba a un lado de la cama, en el suelo. (…) Entonces el cura miró hacia el recipiente y su asco y su vergüenza fueron horribles por ser él mismo un hombre capaz de pudrirse, de tener pus y arrojar deyecciones (…) Un grito de bestia sin fronteras para el sufrimiento salió de las entrañas de la madre. (…) El hermano, de rodillas, llorando como un niño, hundió el rostro entre los pies del muerto. Aquellos eran unos pies que ardían, llenos de una gran lumbre misteriosa.” Un cuento que podría tener esa misma carga biográfica puede ser “Lo que sólo uno escucha”, en el que el protagonista evoca la admiración de José por su hermano músico y quizás la identificación que hay entre ambos en el proceso creativo, en el trance de un lenguaje que sólo vive quien lo crea y lo recrea, quien lo invoca.
Los cuentos de Revueltas parece que salieron en buena medida de El Abrigo de Gogol. Los personajes sufren la condena, padecen los filos de su ironía bañados en un clima de piedad palpable, como si se riera de sí mismo. Como un dios que no se perdona haber hecho mal el mundo y padece su propio escarnio con sus criaturas. Como la prostituta solidaria o la otra puta que está embarazada. En el lodo, esos seres se baten en la pureza. Son víctimas no victimarios. El mundo huele mal y es necesario como dijera María Zambrano, intentar estar lo más cómodo posible, o por lo menos no tan jodido. Ese humor es el de Revueltas, que en la cárcel encuentra efectos positivos, pues se dedica a escribir y a leer, gana tiempo y concentración, una beca del Estado, como él mismo decía. El humor revuelteano de la novela en la que el héroe fármaco, el sacrificado, el Cristo que busca la redención no tiene salida, no es el que predomina en sus relatos ya que choca contra fuerzas que buscan el humor involuntario, la risa frente a la tragedia, la desolemnización del drama, que no deja de ser tal. La fatalidad es infalible y casi un letimotiv.
Cuando se habla de estos valores intrínsecos al cuento o al relato breve no podemos imaginar a un mal escritor, son demasiadas las exigencias estilísticas y las cualidades personales como para tropezarse con una mala prosa. Por eso es que el cuento es lo más cercano a la poesía, a la buena poesía. A José Revueltas se le pueden hallar deficiencias o excesos en algunas novelas, se puede o no estar de acuerdo con sus tendencias morales e ideológicas, con sus devaneos literarios en la política, pero en sus relatos domina el carácter del buen pugilista que se sube al ring en extraordinarias condiciones físicas y mentales, bien entrenado para soltar movimientos de cintura y cabecear los golpes del contrincante, hacer fintas sobre las puntas de los pies como una bailarina y deslizarse como sombra al lado del rival para descargarle barrenos en los puntos más sensibles, sin hacer concesiones de ningún tipo. El proceso se gana de manera contundente, por la vía corta. Revueltas tiene en este género a sus mejores exponentes, sabe que no puede alargar el discurso con explicaciones ni adornos discursivos, con disertaciones filosóficas, políticas o morales, simplemente la historia sucede en medio de todas las emociones que puedan acusar al autor o que delaten su experiencia propia.
Revueltas es capaz en ese ejercicio de verticalidad que es el cuento de salirse de lo local y meterse en las calles de una ciudad europea cualquiera para montar su escenografía y como un magistral tramoyista mover a capricho los tiempos y los espacios para luego conjugarlos en el punto donde la serpiente se toca la cola con la cabeza. Manipula los módulos con precisión de relojero para que podamos ver y sentir el golpe seco de la ironía. En “Noche de epifanía” o en “Los hombres en el pantano”, por citar dos ejemplos, realiza un montaje casi cinematográfico. Podemos, en el primer relato, respirar el aire de guerra, la devastación masiva de las bombas y sin embargo allí coloca los cuatro renglones de la condición humana, la fábula donde los celos se amasan con la desesperanza y el amor y el brillo de la mirada acaban siendo apagados por quien recibe el sacrificio, la ofrenda. La suerte, la fatalidad, el malestar social, el espíritu destructivo que anida en los personajes que habitan en la guerra, no lo sabemos, tampoco al autor le preocupó aclararlo. Allí están las situaciones para que cada uno las digiera como pueda. En el segundo cuento, los personajes de la guerra de Estados Unidos contra Japón, los personajes son soldados de origen mexicano y afroamericano, son las víctimas y los victimarios, son los chivos expiatorios de sus otras historias, y el escenario es, simplemente la guerra, la lucha por vivir o matar para vivir, el grado donde la enajenación nos determina como depredadores y presas, simples objetos y números que la literatura salva, que los coloca en la tragedia.
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