“No develarás el misterio” es el libro de entrevistas realizadas por diversos autores que Alfredo Fressia toma como pretexto para hacernos escuchar la voz de la poetisa y actriz que, afirma, tiene numerosos registros dialógicos.
NO DEVELARÁS EL MISTERIO, selección de entrevistas con Marosa di Giorgio realizada por Edgardo Russo y compilada por Nidia di Giorgio. Ed. El cuenco de plata, Buenos Aires, 2010. 165 páginas.
ENTREVISTAS A MAROSA DI GIORGIO
MAROSA POR MAROSA
Alfredo Fressia
Prefaciado por el poeta argentino Osvaldo Aguirre, No develarás el misterio reúne 31 entrevistas realizadas a Marosa di Giorgio (Salto, Uruguay, 1932-2004) entre los años de 1973 y 2004. La edición procura destacar la palabra de la poeta y para eso elimina la presentación de cada entrevista y evita los reportajes narrados, es decir, en tercera persona. No hay aquí una exposición periodística, lo que explícitamente se busca es oír una vez más a Marosa.
Resulta inevitable, en cambio, que las preguntas se repitan, y no sólo porque los reportajes a los poetas suelen frecuentar un repertorio de indagaciones previsible, por ejemplo, cuándo empezó a escribir, cómo lo hace en la práctica, las influencias, las intenciones, los proyectos (pero de respuestas imprevisibles, por cierto). En el caso de Marosa, el relativamente escaso margen temático se agrava por la misma naturaleza, reiterada, obsesiva, de sus temas poéticos.
Se podría decir, y sin que esto signifique en absoluto un empobrecimiento de la estética creada, que Marosa escribió durante décadas un único poema al que dio un número infinito de versiones, y esa fue en gran parte su labor más original. En dictadura o en democracia, en Salto o en Montevideo, bajo el signo de la pérdida, o del reencuentro o del mismo erotismo, Marosa creó un personaje-niña, situado en los límites de un jardín y de las chacras familiares, que permanentemente contempla un mundo mágico, o surreal, o sobrenatural (“lo natural es sobrenatural”).
Así, frecuentemente las preguntas versan sobre ese mundo campestre que resulta en una escenografía limitada, y Marosa responde por la paradoja: ese mundo limitado es infinito (“No; un mundo es siempre infinito, insondable; mana sin pausa”). Efectivamente estas entrevistas nos recuerdan que la paradoja es central en su obra poética (de hecho, no hay abajo ni arriba, puede ser de noche y de día al mismo tiempo, etc).
El registro del habla de Marosa resulta variado en este conjunto de reportajes vasto y extendido en el tiempo. Muchas veces, permanece en el registro de la poesía, es decir, es un habla que obedece a su propia lógica, que no coincide con el lenguaje “denotativo” del entrevistador. Es la poeta inspirada, con un discurso casi autónomo, tal vez un modo de guardar los secretos que ningún poeta debe develar. (“¿De qué naturaleza es el reino de su poética? –Es el reino de lo vegetal, de lo animal, de lo humano. El reino del fantasma y el ángel. Hay un ojo fijo de oro, rodeado de brillantes; es el ojo de Dios. – ¿A qué atribuye la voz propia de su poesía? –Un prado nuevo por el que empecé a andar el día de mi nacimiento, y en el que sigo descubriendo mariposas”). Otras veces comparece una Marosa que realmente dialoga, que da explicaciones pacientemente, principalmente sobre la infancia. Por un lado puede resultar casi excesivo ese volver al universo de las chacras, o la presencia de la familia y de los animales y plantas, pero por otro el lector se va percatando de un silencio –ese “misterio” del título-, es decir, de todo lo no dicho, opuesto a lo poco revelado y reiterado. Se intuye también en algunas entrevistas, que la poeta se sintió más cómoda, y se permite incluso el humor: “Cuando escribe, ¿qué es lo que hace?” –Escribo. -¿Y qué es lo que no hace? –No escribir.”
POP MAROSA
Además de poeta, Marosa fue actriz y sus performances en escena fueron muy apreciadas por el público. A veces las comenta: “Recité siempre. Al principio, a solas, delante de los rosales; ahora, en diversos sitios. Me acompaña esa seguridad de recrear la escritura, dar a cada sílaba el runrún que yo quiero. Recito mis poesías descalza, con un ramo de claveles.”
En cambio uno querría que los entrevistadores insistieran más en la performance fuera de escena -o en la “escena” urbana- que Marosa hizo con su cuerpo, con el aspecto de su persona, principalmente con sus ropas, con sus cabellos teñidos de rojo, su desplazarse en los cafés de centro de Montevideo. Es evidente que el personaje de Marosa resultaba casi una “puesta en abismo”: una mujer adulta que representaba a la poeta que quería exhibir signos de la niña que habita su literatura. Es decir, ella escribió también en su cuerpo como, en otro registro, lo hacen ciertas estrellas pop. Se puede decir efectivamente que Marosa fue pop, y esto por su universo temático limitado pero exasperadamente reiterado, buscadamente enrarecido a causa de su permanente representación, y también por haber suprimido en su performance cotidiana los límites de lo privado.
Mientras el cuerpo de los poetas suele situarse (o desdibujarse) en la grisura informe del gentío, el cuerpo de Marosa, con su cabellera, sus gafas, sus pendientes, llegó a ser icónico y explícitamente “tematizado” por poetas uruguayos de los ´90 (Julio Inverso, por ejemplo). En ese sentido, en la poesía local, el único antecedente de esa performance corporal e indumentaria debe buscarse en los dandys del 900, quienes a su manera también escribieron en el cuerpo (y en Montevideo tal vez el mejor ejemplo haya sido el de Roberto de las Carreras). Una de las pocas veces en que la interrogan sobre el tema, Marosa reconoce esa “escritura” corporal, contigua a la escritura “en papel”: “Yo no me propongo nada. Debe ser mi arco iris, mi aura, que me deja igual a lo que escribo. O, si no, que el lebrato es igual a la liebre madre…”
SIEMPRE EL MISTERIO
Pasan por los diálogos otros temas que también deben interesar a todo lector de Marosa, por ejemplo, su deslinde frente a la literatura feminista, los pocos nombres de autores que reconoce como próximos a su obra, su religiosidad de un catolicismo ecléctico. Pero el tema del misterio es central, ese enigma que acompaña a todo poeta, el no saber de dónde viene el primer verso, la primera idea (de los dioses, decía Valéry), ni en definitiva por qué les va la vida en escribir.
Como todos los poetas, Marosa conoce su oficio, sabe el trabajo del poema en prosa, el ritmo de las secuencias en la frase, las sonoridades. Y conoce la parte de misterio: “-¿Por qué has elegido el poema en prosa como tu forma principal, casi única, de expresión? –Y, la cosas nacen con la forma apropiada”. Es un modo elegante de admitir que no tenemos respuesta. Alguien le dirá: -Sabés cómo hacer un poema… -Sé cómo llegar hasta ahí. –¿Y cuándo lo aprendiste? –Ah, no sé. Siempre hay un misterio… Es una facultad. (…) Yo escribo sin rumbos, ni proyectos, ni fin alguno. Soy una princesa desnuda y descalza, una monja un poco gitana, esperando que le caiga, desde el cielo, algo a las manos. Algo, como ser, una vara de gladiolo, una rata. No necesito más”.