Sacrificio
La Otra impresa en línea para todos los lectores de La Otra-Gaceta
José Ángel Leyva
Decidimos compartir con nuestros fieles lectores electrónicos la versión impresa en nuestra página web. Desde ahora basta ir a www.laotrarevista.com y tener acceso a los 8 primeros números de nuestra publicación. No obstante, para los amantes de la letra y la imagen impresa aún la pueden adquirir y cooperar para que este proyecto respire por el lado de la dignidad y la conciencia. Por otro lado, hablemos del sacrificio, de esa voluntad de cambiar algo, de dar, de ofrendar para hacernos merecedores de la vida, simplemente eso, de aportar algo nuestro para el bien de todos.
Y bien, en dicha exposición concluyó el ponente que ante estas oleadas de reclamos e inconformidades de los sin tierra, de los indignados, de los indígenas, de los desplazados, de los revolucionarios que no juegan a la política sino a cambiar el mundo, se coloca la necesidad de generar nuevas utopías, de luchar por los ideales de un mundo posible, de mundos posibles donde la naturaleza no sea más la enemiga de la humanidad, donde el hombre no sea más el lobo del hombre.
Bueno, ante esa reflexión y la realidad que vivimos en una buena parte de Latinoamérica donde la corrupción y el autoritarismo son lacras, parásitos de sociedades que no crecen política ni económicamente, se hace indispensable y urgente un cambio de mentalidad y de conducta de nuestras ciudadanías que asumen como destino el vicio del fracaso y la derrota, de la frustración y la impotencia. Es cierto que un gesto, una acción aislada no cambiará el porvenir ni el curso de los acontecimientos de la historia, de nuestra suerte marcada por la tragedia y la infamia, el asesinato y un determinismo patológico que nos consume sin intentar siquiera construir un sueño, un ideal, una utopía, una oportunidad. La inconformidad, la rebelión, la desobediencia con objetivos son imperativas.
Pienso en Andrei Tarkovsky y su película Sacrificio, o en su guión cinematográfico (literario) publicado en Universidad Autónoma Metropolitana, de México. Si cada uno pone en práctica conductas cotidianas que nos reivindiquen en la responsabilidad ciudadana, si asumimos el compromiso individual de transmitir el mensaje a los otros, a nuestros interlocutores, a nuestros vecinos, si insistimos con regularidad y carácter, con sistema y disciplina en esos principios, debemos estar seguros que algo a nuestro alrededor cambiará. Pero lo más importante es que algo en nosotros mismos, en nuestra conciencia y nuestra sensibilidad, en nuestro yo colectivo, ocurrirá. El narcisismo que impide ver más allá de nuestras narices sufrirá una transformación de perspectiva. Al desencapsular ese individualismo feroz que nos separa de los otros, que nos convierte en bestias, en predadores de nosotros mismos, podemos pensar en la posibilidad de ser parte de la toma de decisiones, de la fuerza que sea aglutina para, no sólo resistir y demandar, sino para proyectar, diseñar y construir realidades más humanas, más solidarias, más comprometidas con la comunidad local, nacional, internacional.Pensemos en esa imagen de Tarkovsky del padre que le enseña a su hijo que para lograr algo hay que sacrificarnos, hay que esforzarnos por ser constantes en nuestros anhelos.
Eso que yo llamaría la ética del deseo. El adulto le enseña el niño que si planta una vara seca y la riega todos los días, de preferencia a la misma hora, lo que es a la lógica imposible, será un hecho demostrable, el palo seco volverá a tener vida, echará raíces, echará hojas. En esa misma dirección le enseña que si un grupo suficientemente grande de personas pisaran con fuerza al unísono sobre un puente de hierro podrían hacerlo tambalear e incluso caer. No debemos esperar nada de los políticos ni de los empresarios, sólo debemos esperar algo de nosotros como ciudadanos que nos rebelamos al individualismo que nos fragmenta como personas y como colectivos, que nos ciega y nos aleja del otro, que nos hace vengativos, revanchistas, prisioneros de la miseria que gobierna una sociedad de consumo, que se consume a sí misma.
Por allí comencemos, por sacrificar la comodidad y reconocer que el problema es de todos.