Para el traductor, ensayista y poeta argentino la poesía ha perdido lectores, no escritores, porque hay un distanciamiento con lo sagrado y con la palabra auténtica, más allá del mercado.
POESÍA O MERCADO
Rodolfo Alonso

En el prólogo a un libro de Olga Orozco: Eclipses y fulgores, no cualquiera sino un representativo poeta español, Pere Gimferrer, viene espontáneamente a coincidir con lo que imaginé sólo ansiedades personales: “se diluyó hace ya tiempo el diálogo entre las literaturas hispánicas, incluso en nuestra propia península y, momentáneamente, parece eclipsada además en ella la noción de poesía. Lo que sabían por igual Juan Ramón Jiménez, Aleixandre o Cernuda –es decir: que la poesía moderna, entre otras cosas, es la que sucede a Rimbaud y Lautréamont– parece hoy olvidado por buena parte de sus coterráneos.” Y, por si fuera poco, reafirma de inmediato: “Se trata de un olvido interesado y no espontáneo, como interesada y no espontánea es la dejación del diálogo de las literaturas, en la medida en que podría servir de recordatorio acerca de la verdadera naturalezade la poesía en la modernidad.”
Claro que fue alguien al parecer poco afecto a las sutilezas, Mario Vargas Llosa quien, en otra entrevista no demasiado lejana, con ingenuidad o desparpajo planteó nítidamente la inquietante disyuntiva: “El humor en mi obra tiene que ver con la necesidad actual de acercarse a un público que no está dispuesto a invertir mucho esfuerzo intelectual en la lectura.” ¿No es esto confesar que no se crearía ya de acuerdo con cierto ideal de la literatura o del arte, para intentar un diálogo o al menos un contacto con ese fecundamente superyoico tribunal de los mejores que (según el sagaz y digno australiano Robert Hughes, el mismo hombre que por cuestiones de ética estética supo renunciar al codiciado cargo de crítico de arte en “Time”) todo creador legítimo lleva en su conciencia? Ahora, viene a decirnos crudamente el autor de ”Pantaleón y las visitadoras”, escribes para vender o no escribes para nadie.
Pero fue el padre de la novela moderna, nada menos que Gustave Flaubert, en una carta a Guy de Maupassant y ya en 1872, quien había anticipado su propia respuesta para la misma cuestión: “¿Por qué publicar con los horribles tiempos que corren? ¿Es por ganar dinero? ¡Qué irrisorio! ¡Como si el dinero fuese la recompensa del trabajo!”. Y, por si fuera poco, en otra carta a George Sand, ese mismo año, se animó a sentenciar: “cuando uno no se dirige a la masa es justo que la masa no le pague. Es la economía política.” Mientras que mi compatriota, el escritor argentino Luis Chitarroni, refiriéndose al insólito dúo que alguna vez formaron nada menos que Joseph Conrad y Ford Madox Ford, apuntó con precisión que “Ninguno de los dos se ejercitaba en las genuflexiones de esa reverencia penosa por el mercado.”
Y yo no consigo dejar de preguntarme, hoy, con más angustia que ansiedad, ¿es que estaremos realmente tan lejos de lo instintivo y lo sagrado como para imaginarnos a Van Gogh reclamando un análisis de mercado antes de arrojarse a pintar sus Girasoles? “Han dejado entrar putas en Eleusis” clamaba, hace tiempo, el políticamente despistado pero artísticamente visionario Ezra Pound.
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