En un silencio de pájaros, con las angustias servidas en un plato a la hora de la cena, igual que un cazador de sonidos, Henry Alexander escribe en busca de los espejos que puedan reflejar la noche y la soledad sobre el cuerpo. En esta ocasión ofrecemos una muestra de poesía, donde la muerte susurra un ritmo de ausencias y la bruma permite seguir dibujando el camino hacia la memoria.
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Coordinadora de la sección: Stephanie Alcantar
Velo de noche
Vivir la lentitud
de la hormiga,
confuso
en una ola de arena.
Entre el amor y mi sangre
hay un silencio de pájaros,
velos
como mareas de hielo
bordados
con filamentos de sal.
Alguien ha escrito mi nombre
en
una
roca
incendiada
con el carbón que tiñe
lentamente
la noche.
La lentitud
En lo profundo
del río
brama
a veces
un árbol
que no para de crecer.
La mosca
siempre teje
el hilo de su araña.
Es el diablo
quien desliza
el cerrojo
tras girar quedo la puerta.
El adiós
I
En la tarde,
las semillas del diente de león,
vulneradas por el viento,
se disipan
como limadura de espejo
en la memoria.
Atrás queda la página en blanco,
la mirada imposible, lo que ya no despierta.
II
Sin rumbo,
sin regreso,
en un vacío de huesos,
el crepúsculo devora los pies del caminante.
Georg Trakl en el ocaso
Un rostro púrpura se ciñe al abrazo calcinado de la noche.
El espíritu oscuro de los bosques, las sombras venenosas,
el grito moribundo de los guerreros otoñales,
cubren de opio el azulado cuerpo de espino.
Aletean los murciélagos alrededor del joven que sueña.
Se escucha un lamento crepuscular.
El niño Elis le besa la frente sangrante
y la hermana juega con mortíferos alcoholes,
deambulando entre los catres del centro hospitalario.
Qué luna más amarga. Qué triste es el último canto del mirlo.
Tierra negra amasa una música nocturna
y se extingue un corazón huérfano de flores amarillas.
La tumba aguarda a los ángeles caídos;
un venado azul corre en delirio a la primavera.
Traumbilder
…y yo, atónito, seguía y meditaba, meditaba y seguía.
Heinriich Heine
I
Extraña es la luz,
singulares las presencias.
La morfología inquietante
de unos labios
enhebrando un bosque,
traspasando
alcoholes,
esa tierra violenta que es el silencio
de los hombres.
II
La morada de ébano
donde se esconde
una nube.
Un lienzo
con el pigmento
de una lágrima.
III
El rastro
de una mirada
perdida en un instante
no conocido,
en el polvo
hilado por un pájaro
al lado del camino.
IV
Más sigo soñando,
simplemente sueño
con tu púbica infancia,
con tus angustias servidas en mi plato
a la hora de la cena.
V
Un tálamo
de barro
en el cuenco de mi mano.
Un
lacónico
poema
jamás
escrito.
Incandescencia
Escucho,
palpo,
a cada instante,
la voz
en la pupila extranjera.
He descifrado su desvelo,
el latigazo de una música antigua
que desorienta los rayos del sol.
¿Puedes escribir sobre la línea del árbol?
¿Puedes envenenar el trueno
que rodea
la luz del vigilante?
Jaguar
In the forests of the night,
What immortal hand or eye
Could frame thy fearful symmetry?
William Blake
El enigma de sus pieles me sorprende una vez más
a la hora de la muerte.
Otra vez la madrugada socavando las angustias
y los temibles secretos; he soñado un jaguar ciego
pariendo los miles de espejos que lo preceden
desde el primer tigre de Adán en el paraíso:
un laberinto de perlas negras, de negros anillos de fuego,
de umbrosos trazos de jade negro,
en el marfil dorado que yace en la penumbra
de la indómita selva.
¿Qué visión inmortal? ¿Qué misterio esconde su carne?
Sus flameantes ojos ciegos aún me siguen
en la oscuridad de mis pasos hacia la tumba,
como una piedra de oro inconmovible
en las molicies del firmamento de Alá en el desierto.
Lo soñé una y mil noches en esta eterna madrugada.
Lo soñé en la forma del tigre, del lince, del leopardo;
en la forma del puma, del león y de la imponente pantera.
Lo soñé en el rostro infame del cazador
y en el sagrado rostro del hechicero.
Lo soñé en el altar de sangre de una raza
que veneró tu terrible simetría con el universo.
Lo soñé al asecho, en la tarde de un árbol muerto,
y devorando un hombre bajo el amazónico diluvio.
De la mano de Poe y Blake soñé también a Tzinacán
en su hemisférico encierro, descifrando la escritura de Dios
en sus indescifrables pieles.
Espíritu del cometa que le ruges mil veces al alba
despertándome en mis noches ciegas y blandas,
¿Qué portentosos e inmemoriales sigilos
le guardas a la espesura de los sueños?
No soy yo el que presume de tu esfinge,
ni la ligera aurora que me trae tu recuerdo.
Es la soledad que encierra mis días y mis libros
y el tiempo de otros tiempos que nos revela nuestros miedos.
Lejanía
Huesos
que aborrecen la tierra fértil,
vahído
o crujir del viento,
en el jardín de mis arterias.
El rostro de animal
adormecido
invocando las manos
tejiendo
una lira plateada,
codiciando un vino huérfano,
añorando los insondables ritmos
africanos
de la nodriza muerta
bajo el canto sosegado de la devastación.
El cementerio
está cerca,
su bruma
aletarga
la soledad
del muerto.
Henry Alexander Gómez
Bogotá (1982). Estudió Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Gestor cultural, es fundador y director del Festival de Narrativa y Poesía “Ojo en la tinta”. Investigador del fenómeno sociocultural del rock, el metal y sus vertientes, ha realizado varios trabajos y conferencias acerca de la relación entre literatura, rock and roll y metal en diferentes universidades. Accésits del Concurso Nacional de Poesía “Si los leones pudieran hablar” (2008), Casa de poesía Silva. Sus poemas aparecen en las muestras de poesía Piedras en el trópico (2011) y Raíces del viento (2011). Actualmente se desempeña como promotor de lectura y escritura en la Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá–BibloRed y forma parte del colectivo literario La Raíz Invertida.