De la mano de nuestro amigo Santiago Espinosa nos llega esta nota que, como la de Campos, evoca la importancia que tuvo esta música, el vallenato, y este personaje, Durán, en la vida de Mariamatilde, y en su modo de ver el mundo.
LA ESCRITORA MARIAMATILDE RODRÍGUEZ NOS DEJA ESTA HERMOSA SEMBLANZA SOBRE ALEJO DURÁN. TESTIMONIO DE CUANDO EL VALLENATO ERA EL ULTIMO REFUGIO DE LA DIGNIDAD, DESDE LOS PATIOS DE LA INFANCIA.
Alejandro Duran
Mariamatilde Rodríguez Jaime
Para mi padre el universo comenzaba en el patio de la casa. Era el único espacio en el que aún no se había vertido cemento y las hojas de los arboles debían barrerse muchas veces hasta dejar su sombra intacta. Barranquilla era una ciudad incierta para los hombres que venían del otro lado del rio, tal vez por eso buscaban el refugio de la tierra húmeda de los patios que les recordaba el silbido con el que se junta el ganado, las madrugadas cerreras y los cantos llorosos del oficio solitario de la vaquería.
Fue en ese lugar y bajo una luna que dolía, donde vi por única vez al señor Alejandro Durán ___Levántate, dijo mi padre. Te voy a presentar un Rey que se coronó el año en que tú naciste. Mí incredulidad estaba hecha de un terco antagonismo que intentaba buscar el destino entre las líneas de un incomprensible rock de colegio y unas ganas humeantes de salir para no volver nunca. Sospechaba que no era posible que existiera un rey negro, pobre, campesino y que de paso pudiera estar honrándonos en el patio de la casa envuelto en su ascética monarquía. Sí. Alejandro Durán fue un monarca asceta nacido en el Paso, cesar, a principios del siglo pasado. Por lo menos, así me lo conto mi padre. No sé qué parte conoció él y que parte inventó pero tiempo después viaje al Cesar y comprendí una tarde en el cauce del Ariguaní que la sabana muriendo en los playones pueda desatar una necesidad irremediable del canto. Que esta forma de olvido habitaba la voz de Alejandro Durán con una hondura apacible que hiere los sentidos y dan ganas de llorar.
Hay quienes se acercan a la poesía a través de los libros. Otros, a través de un pedazo de acordeón. No podría ser diferente,si la madre se llama Juana Francisca Villareal y es cantadora de chandé, si su abuelo es Juan Bautista Durán, gaitero de paso reconocido, si el tío es Octavio y canta en cuanta parranda se trasponga, si Alejandro es el hijo de Alejandro Nefer Durán el que nació en el cuenco de una cesta Zenú de donde salió para atravesar el pasillo y eternizarse en el fondo de la casa.
Porque el tiempo pone las cosas en su sitio y si lo que me contaron es cierto, los oficios punzantes e ingenuos que hiciera Durán antes de colgarse para siempre el acordeón y salir de correduría, fueron los que tallaron sus designios de Poeta. Había sido racionero en la finca Mata de Indio. Custodio de los pozos de agua en la Soledad, desgranador de maíz y cortador de leña en el Guayacán, aserrador y corralero en el Rancho. Así había aprendido a lidiar la penumbra con sus propias manos y esto se notaba en su carácter y en su voz. No en vano y sin saber porqué en un atardecer de pascua en Altos del Rosario, un caserío triste en Barrancos de Loba, todos los hombres lloraron sin consuelo la partida de Durán a bordo de la Argelia María.
Se iba para continuar con la faena de pregonero de sí mismo, llevando de pueblo en pueblo su voz de humo. Sus manos de maleza y las notas ennegrecidas de sus recuerdos.
De nuevo logro ver la silueta de los hombres rodear en silencio el lamento del acordeón sostenido por una escultura solemne. La risa de mi padre era el único estruendo. Para un bebedor irredento como él, la religión de Durán que excluía el licor e incluía todo lo demás era una comunión sin cuerpo de santidad. Intentaba disculparlo diciendo que él no podía beber porque sus manos aparte de hacer milagros con el acordeón también eran de jornalero, que si por alguna razón se emborrachaba y le pegaba a alguno, seguro que lo mataba. Que era mejor así. Gilberto le había dicho que con Durán era mejor no pelear. Que al igual que Francisco el Hombre, él se había enfrentado varias veces con el diablo y todas las veces había salido vencedor. Que la última vez se había salvado por que él “sabía cosas”-refiriéndose al más allá-, tenía cebo de lobo en las coyunturas, había compuesto la canción del Perro Negro por que lo había visto y la señora Minga le había dado un rezo de tucura que llevaba siempre como amuleto. Durán rezaba y aunque se había enfrentado con el diablo, le seguía teniendo miedo.
Esas historias hicieron estragos en mi mente. Imaginaba al hombre del color de la noche cantando para espantar los malos augurios con un acordeón en lugar de un crucifico. Sin otras preocupaciones que no fueran el mundo invisible de las animas, el mundo que veía a través de las miradas de las 18 mujeres con las que tuvo 25 hijos y los secretos montunos de la sabana que lo ayudaban en los temas anteriores. Me gusta especialmente eso de Alejandro Durán, su distancia del poder y sus formas. Porque si alguna vez dejo de ser un vaquero sinuano fue por andar en bicicleta por las calles de Planeta Rica donde aún lo veneran como a un santo.
Sobre todo las mujeres. Ellas son las que te van a acabar___ le decía Luis Enrique Martínez y él mostraba esa amplia sonrisa obstinada que no cedía terreno ante ninguna de ellas. Las mujeres fueron para Durán el dolor necesario, la espina clavada en el corazón del pájaro que lo obligó a cantar. El dolor que viene de buscar en la vigilia una hembra con el corazón de Dios.
Dicen que era un perseguidor implacable. Que una vez la mujer llevaba puesta su mirada con filo, no era posible el retroceso. Entonces un tigre andaba suelto y buscaba linaje en la espesura. Eso era lo que mi padre contaba mientras derramaba un hilo de whisky a nombre de los muertos. Esa noche le oí decir que a todas las había querido a su modo. Pero la realidad sobre el rosario de mujeres que viajaban por su vida serán solo conjeturas a menos que esa existencia se halle en las notas de su acordeón. Durán se bajara en San Marcos una y otra vez mientras Irene seguirá por siempre en el 039. Y tendrá el corazón sembrado en Patillal por Joselina Daza y Evangelina, Sielva María, Cholita, Maruja, Ángela y todas las que estacionaron una noche o una vida bajo el ala del sombrero sinuano que nunca se quitó.
Y eso que para él era fácil quitarse de encima casi cualquier cosa. Como esa tarde de 1987 cuando sin más ni más se proscribió a sí mismo en la tarima del Festival de la Leyenda Vallenata. Su integridad de emberá no le permitió un error imperceptible aún para los mismos expertos. Detuvo los sonidos de su fuelle y advirtió, “pueblo, me acabo de descalificar yo mismo”. Así en medio del estruendo y la algarabía enfurecida del pueblo le entregaba al señor Colacho Mendoza, la gloria de una corona que le pertenecía por derecho propio, la de Rey de Reyes.
Esa frase, “Rey de Reyes” fue la que debió quedar impresa en su tumba. La tumba que lo cobijó dos años después del suceso de la tarima cuando una multitud agradecida por su existencia lo sacó en hombros de puro reconocimiento. Solo que esta vez los hombros curtidos por el llanto sostenían el ataúd que junto con su acordeón lo llevaba tierra adentro.
“Lloraban los muchachos
Lloraban los muchachos
Lloraban los muchachos ya se fue el pobre negro
Dinos cuándo vuelves
Dinos cuándo vuelves
Dinos cuándo vuelves y nos darás consuelo..”
Todavía los veo sonreír en el patio bajo una luna que lastima la memoria. Mi padre lo siguió por su inaudito sendero de notas. Con ellos partía una raza de hombres verdaderos y la única monarquía de la que fui testigo.