Casa Silva de Poesía de Bogotá
José Ángel Leyva
A reserva de hacer algo semejante para La Casa del Poeta Ramón López Velarde, de México, que cumplió este 2011 veinte años de existencia, retomo esta breve nota para referirme a los 25 años de permanencia de Casa Silva de Poesía y a su inspiración fundacional hacia otros países que han creado casas o centros dedicados al cultivo y el culto de la poesía y de los poetas. En Casa Silva fue mi primera lectura en Colombia, y ante ese público nutrido y atento, respetuoso y crítico, se afianzó mi amor por su gente, por su historia, por su empeño en desterrar el terror con la palabra.
Casa de Poesía Silva… y la nave va
José Ángel Leyva

A Colombia y a México los une la paradoja. Pueblos sensibles a la cultura son también víctimas de la barbarie; el optimismo y la tragedia se revuelven en su historia con semejante furia; la palabra y su contradicción con la realidad nombran la imaginación impresa en su literatura. Quizás por ello mismo la fundación de la primera Casa o centro dedicado al culto y al cultivo de la poesía en América Latina haya tenido lugar en Bogotá, con sus muchos y relevantes significados en una época en la que recaían sobre Colombia estigmas de desesperanza. Cinco años después, el poeta y promotor cultural Alejandro Aura fundaría en la Ciudad de México la Casa del Poeta Ramón López Velarde, bajo diferentes circunstancias, pero con propósitos similares y un simbolismo muy aproximado. Luego vendrían otras Casas en diversos países, inspiradas en el modelo colombiano.

Casa Silva, a diferencia de la López Velarde, aglutinó desde sus inicios a poetas de distintos perfiles estéticos e ideológicos en torno a la figura de la poeta María Mercedes Carranza. Vínculos que se han roto y unido de manera intermitente. Pero las causas de tales veleidades no atienden a otras razones que a las propias del ser humano y en este caso de la dinámica de las vanidades, de las disputas propias del gremio versificador que no está exento de las tentaciones del poder, los privilegios, el olor de la fama o por lo menos de la notoriedad.

Complicada gestión de recursos financieros para mantener a flote esta nave cultural, no sólo ante las instancias gubernamentales, sino en la elaboración de programas que produzcan autogenerados para sostener el rumbo y la movilidad, la asistencia de públicos fieles a los recitales, las conferencias, los conversatorios, los performances de carácter poético, la revista anual Casa Silva, que funge como memoria y referente imaginativo de las actividades que se realizan y presentarán en sus instalaciones. Pedro Alejo Gómez, me consta, ha empeñado su voluntad en desplegar todo tipo de posibilidades que atraigan recursos y den nuevos vientos a esta casa insignia de la poesía iberoamericana, universal, diría yo. Una visibilidad más nítida, quizás, para quienes no somos colombianos, pero profesamos un profundo amor por este país y sus virtudes expuestas o inhibidas.

Casa Silva es ya patrimonio cultural de Colombia y de América Latina, parte de la memoria y de los significados de una sociedad que no se resigna a ser identificada por la violencia que la asola, sino por la fuerza de su imaginación y sus afanes de paz, de justicia, de belleza.