Emilio Díaz Cervantes y Dolly R. de Díaz evocan la obra y la presencia de ese gran músico nacido en Durango, México, a 105 años de su muerte.
RICARDO CASTRO, parteaguas en la música mexicana
Emilio Díaz Cervantes
y
Dolly R. de Díaz
Los inicios de la música instrumental o cantada en México se encuentran sin la menor duda en Tiempos de la Colonia; la época virreinal fue prolífica en autores sobresalientes, criollos, mestizos o indígenas, pues las enseñanzas musicales de los frailes españoles cundieron sorpresivamente dejando profundas raíces entre los habitantes de la Nueva España: Ignacio Jerusalén, Manuel de Sumaya, Antonio Salazar, entre muchos más, quienes dejaron escuela en la música barroca del México novohispano. Más adelante, en el siglo XIX, luego de consumarse la Independencia nacional en 1821, la música local señala un rompimiento total con la tradición colonial. Los habitantes del país liberado, buscando su propia identidad, abandonan el añejo barroco-religioso virreinal y abrazan la música melódica-romántica de moda en el Viejo Mundo, auxiliándose para ello, entre otros instrumentos, del violín, la guitarra, el arpa, y el piano; este último introducido al país a finales de la Colonia y que rápidamente se avino tanto a los músicos y maestros, digamos profesionales, como a todos aquellos que deseaban aprender música.
Mientras tanto en Europa, Rossini, Bellini, Donizetti, y otros más, imponían el arte supremo de la Ópera Italiana. Consecuentemente, los compositores mexicanos de entonces se sumergen en el océano lírico de la música italiana; de ese modo, Cenobio Paniagua, Miguel Meneses, Aniceto Ortega, Tomás León, Julio Ituarte, Melesio Morales, y muchos más, aceptan la escuela melódica moduladora del “Bel Canto”, como única opción musical digna de seguirse en la cultura nacional. Posteriormente Paniagua y Meneses, primero, y Morales después, escriben óperas sobresalientes que inclusive merecen la gloria de ser interpretadas en Europa, logrando aplauso unánime del público y reconocimiento de los grandes maestros italianos y franceses. En esa misma época surgió en México Ángela Peralta; cantante con voz y talento interpretativo extraordinarios, fuera de serie, quien rápidamente alcanzó el máximo reconocimiento que artista alguno pueda lograr en las salas de concierto de Europa. “El Ruiseñor Mexicano”, “Ángela de nombre y de voz”, son algunos epítetos que la señalan en la cúspide artística del “Bel Canto” mundial.
Sí; la música nacional evolucionaba espectacularmente, conquistando su máximo esplendor durante la corta vida del Imperio de Maximiliano y Carlota, cuando surge el Conservatorio Nacional de Música, pues si algo bueno hicieron los gobernantes europeos fue apoyar los escasos destellos culturales, imponer el novedoso “Sistema Métrico Decimal” y trazar el distinguido “Paseo de Carlota”, luego “De la Reforma”; no hubo tiempo para más. Ulteriormente, al estatizarse de forma inexplicable, la música nacional comienza a declinar pues nuestros compositores más sobresalientes se apoltronan cómodamente en los sillones de la fama, y durante muchos años continúan viviendo sólo del recuerdo, soslayando, cuando no ignorando, los avances musicales europeos; sobre todo en lo referente a la ópera y la música sinfónica. Hará falta la aparición de una nueva generación de creadores para cimbrar desde sus cimientos al imperio musical italianizante muy arraigado ya, y que para entonces, para lograr el aplauso del público, sólo buscaba los impresionantes “Do de pecho” de las cantantes, y los fortísimos “Tutti finales” de la orquesta (sobre todo de los “metales”).
Y fue durante 1862, 1863 y 1864 que nacieron bajo el cielo de México Ricardo Castro, Felipe Villanueva, Gustavo E. Campa y Juan Hernández Acevedo; ellos, aunque educados en el ambiente de la ópera melódica del “Bel Canto” italiana, con su genio creador impulsarán nuevamente el desarrollo musical nacional, dedicando todos sus esfuerzos para transformar el gusto musical de la sociedad mexicana de entonces. Luchando afanosamente erradicarán la mafia italiana para impulsar la moderna escuela franco-alemana imperante en el Viejo Continente. De ese modo, en la ópera, la tradicional línea melódica y el “Bel Canto” italianos abandonarán la preponderancia espectacular a favor de una mayor expresividad orquestal puesta de moda por Richard Wagner, la cual elevará la intensidad dramática o poética a niveles jamás soñados.
Ricardo Castro fue el primer compositor mexicano en abordar las creaciones clásicas modernas en el siglo XIX, rescatando la música mexicana del encasillamiento en que la tenían compositores e intérpretes de mediana capacidad. Los músicos de aquella época sólo buscaban escribir óperas en estilo italiano, o bien transcribir fantasías pianísticas de las mismas óperas que se presentaban por todos los rumbos del país, además de danzas, polcas, valses, nocturnos y popurríes de canciones y jarabes de moda, repitiéndolos una y otra vez hasta el cansancio. Nadie se atrevía a crear obras con las formas mayores de la música. Castro lo hizo, convirtiéndose en el primer músico mexicano en escribir Sinfonías y Conciertos, además de óperas, música de cámara, canto y orquesta, convirtiéndose de ese modo, en “PATRIARCA DE LA MÚSICA SINFÓNICA MODERNA EN MÉXICO”. Por esa causa, la vida y obra de Ricardo Castro representa un parteaguas de referencia obligada para comprender mejor la evolución musical del país: ¡Antes y después de Ricardo Castro! Debemos decir cuando hablemos de la música clásica nacional.
Además, el músico duranguense fue el primer virtuoso del piano que llevó triunfalmente el nombre de México a través de varios países en América y Europa. Sus propias composiciones, su personalidad impactante y el virtuosismo pianístico desplegados, deslumbraron a todos los públicos que lo escucharon. Los conciertos siempre se ofrecieron a sala llena. A sus audiciones acudieron lo mismo fanáticos ávidos de escucharlo, que familias reales, presidentes y primeros ministros. Donde quiera que se presentó cosechó carretadas de aplausos y críticas favorables, y no es exagerado afirmar que los públicos de París, Bruselas y Amberes, en donde más se presentó, estuvieron a sus pies. Tal era el deseo de verlo y escuchar las interpretaciones de sus obras para piano solo, orquesta y música de cámara; mismas obras que rápidamente fueron publicadas exitosamente por las principales casas editoras de música en Europa y América, dándolo a conocer en el mundo entero; editoras selectas muy exigentes que no admitían en sus catálogos a cualquier compositor. Sí; la carrera artística de Ricardo Castro fue ¡Sensacional, maravillosa, artística, fuera de serie! Ningún artista mexicano, salvo la cantante Ángela Peralta, había alcanzado tales alturas en Europa.
Entonces… ¿qué pasó después?, ¿por qué ahora no se habla de él y se encuentra en el olvido? La explicación es sencilla: tras la caída de Porfirio Díaz, luego de la Revolución, surgió en el país un nacionalismo radical en todos los órdenes de la vida nacional, que para olvidar el pasado porfirista intentó enterrar el siglo XIX con todos sus protagonistas, lanzando al olvido toda una época espléndida de humanismo, arte y cultura nacionales; sin embargo, tal medida perjudicó temporalmente a muchas personalidades de mérito positivo que nada debían y mientras se aclaraba la situación muchas de ellas, temiendo por su vida, abandonaron el país, entre otros: Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Amado Nervo, Manuel M. Ponce, Luis G. Urbina, Julián Carrillo; situación que poco tiempo después, en el terreno musical, fue aprovechada por algunos compositores de mediana capacidad pero astutos y sagaces, quienes llegaron al absurdo de considerar inválido cualquier periodo musical de la vida del país que no estuviera sustentado en el nacionalismo triunfante o las corrientes vanguardistas de moda; y, porque además, dichos individuos aspiraban ocupar el lugar principal ante el favor del público.
Sólo que, al no tener la obra musical necesaria ni la inspiración y conocimientos requeridos, lo único que se les ocurrió fue ocultar, opacar, soslayar, cuando no difamar la vida y obra de aquellos con mayor talento e inspiración. Así vimos cómo las magníficas creaciones de Ricardo Castro, Felipe Villanueva, Ernesto Elorduy, Melesio Morales, Gustavo E. Campa, Juan Hernández Acevedo, Rafael J. Tello, Julián Carrillo, Manuel M. Ponce, Estanislao Mejía, Arnulfo Miramontes, José F. Vázquez, Juan León Mariscal, Antonio Gómezanda y Bernal Jiménez, entre otros más, fueron hechas a un lado durante muchos años para que el público, al no escucharlas, los olvidara. Sólo ahora que la verdad se abre camino y la niebla del tiempo comienza a disiparse, la obra de nuestros grandes compositores asoma nuevamente, maravillando y subyugando con su riqueza armónica a las nuevas generaciones amantes de la buena música. Consecuentemente, vemos como nuestros grandes solistas concertistas como Carlos Vázquez, Jorge Federico Osorio, Héctor Rojas, Guadalupe Parrondo, Eva María Zuk, Silvia Navarrete, Carlos Prieto, Raúl Herrera, Gustavo Rivero, Armando Merino, así como grandes orquestas sinfónicas del país y el extranjero (Berlín, Londres, etc.), realizan grabaciones modernas con la música de Castro, Campa, Morales, Elorduy, Ponce, Villanueva, Carrillo, Revueltas, Bernal Jiménez, etc. llevando esa música de inspiración celeste a todos los países del planeta.
La vida del maestro Ricardo Castro fue una existencia consagrada a la música, tanto a la composición como al concertismo. Adepto fervoroso de la escuela franco-alemana luchó tenazmente contra la tiranía de los armonistas mexicanos de su época, encerrados en añejas fórmulas donizettianas. Cuánta energía debió acumular el maestro Castro para alcanzar su propósito, finalmente se desligó de esa corriente musical, aprovechando solamente la parte sana de tales enseñanzas. No obstante, las necesidades urgentes de la vida obligáronle también a dedicar tiempo y energía a la enseñanza, conformando así los tres aspectos sobresalientes de su personalidad: Compositor, Concertista y Educador.
El buen gusto; ese precioso don de los espíritus tocados por la mano de Dios, presidió las creaciones musicales del maestro. La armonización usada para revestir sus líneas melódicas es siempre elegante y sobria buscando alcanzar el equilibrio perfecto entre lo emotivo y lo racional. Como orquestador es insuperable; sus conciertos y óperas conocidas en México (“Atzimba” y “La Leyenda de Rudel”) demuestran ampliamente la sabiduría del compositor en el uso de los diversos recursos y matices de la orquesta, así como su dominio en el género polifónico.
Como educador, Ricardo Castro tuvo singular empeño en propagar el culto por la música noble y los autores selectos. Dispuesto siempre a aceptar las nuevas corrientes europeas, soñaba introducirlas al Conservatorio Nacional de Música cuando dicho plantel educativo estuvo bajo su Dirección. Desafortunadamente la muerte lo sorprendió a los 43 años de edad, en el pináculo de su vida creativa, arrebatándole la existencia física, pero elevándolo a la inmortalidad de los genios que moran para siempre en la mansión de los elegidos. Ahora, a 105 años de distancia (nació en el No.7 de la 2ª. Calle del Ángel, ahora Negrete, de la Cd. de Durango, el 7 de febrero de 1864), podemos, pues, afirmar sin temor a equivocarnos, que RICARDO RAFAEL DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD CASTRO HERRERA no ha muerto; su espíritu vive en su música y mientras ésta se escuche ¡Y cada vez se escucha más! su recuerdo permanecerá entre nosotros.