Robinson Quintero, Medellín, narra un encuentro con el ciclista Martín Emilio “Cochise”, orgullo de Colombia, que fue denostado por el fundador del nadaísmo hace 42 años. “En Colombia se muere más gente de envidia que de cáncer”, dijo alguna vez el medallista.
“COCHISE” Y GONZALO ARANGO
A VUELO DE TEQUILA
(Contrarreportaje a “Cochise a vuelo de tequila”, de Gonzalo Arango)
Robinson Quintero Ossa
En 1968, después de participar en la Vuelta a México, en la que quedó subcampeón –detrás del también colombiano Álvaro Pachón–, Martín Emilio “Cochise” Rodríguez concedió en Medellín un extenso reportaje al poeta nadaísta Gonzalo Arango, que luego es publicado en la revista Cromos de ese mismo año. En el reportaje, Arango se burla crudamente de los ideales y sueños del ciclista, a tal punto que destacados periodistas y escritores de la época reprocharon sin reserva el “avieso” proceder del escritor. En 2010, después de 42 años de pasado aquel suceso, tuve la oportunidad de conversar con “Cochise” sobre el citado texto, que tiene como asunto de entrada una lámina del sagrado corazón de Jesús que, comprada en México, el ciclista colgó en la sala de su casa. Esta es la impresión de dicho encuentro.
Era la primera vez en mi vida que conversaba de tú a tú con un campeón mundial. Por el teléfono le dije mi nombre lo más redondamente posible para que lo recordara de ahora en adelante. Me respondió de una vez, haciendo el gracioso:
—¡Ah, Robinson Crusoe!
Ya había leído que era un bromista de primera, de lengua fácil para las ocurrencias. En Medellín es estimado como un bacán de cuadra, un gregario al que no le pesan sus títulos mundiales, sus marcas al cronómetro, sus cuatro casacas de campeón de la vuelta a Colombia.
Eso me entusiasmó. Estaba liso de ánimo. Pero su voz, de repente, al otro lado de la bocina, caló cuando le dije el motivo de mi llamada: “Soy poeta, y quiero escribir un reportaje sobre el reportaje que le hizo Gonzalo Arango”.
Me parece que el campeón pensó en comienzo que la conversación giraría sobre pedales, bielas, pinchazos, nombres ilustres del ciclismo mundial, sus títulos, su leyenda, fisgoneos trillados de reportero deportivo; pensó que Cochise sería el protagonista del reportaje.
Yo, en cambio, le proponía algo inesperado, una conversación en la que él no sería líder del lote sino coequipero, un corredor más del pelotón; y el protagonista, el que llevaba la franela amarilla, un poeta que se hizo llamar loco, genial y peligroso.
El mismo poeta que bajo el seudónimo de “Aliocha” (reencarnando al único hermano piadoso de los Los hermanos Kamarazov, de Fiodor Dostoievski), en un reportaje publicado en 1968 en la revista Cromos, lo puso en ridículo y lo menospreció, junto a su familia, moviendo a risa a sus lectores.
Comprendí que eso lo trastornó. Después, su respuesta fue decidida.
—Cuando quiera. ¡Usted sabe que yo soy abierto pa´ lo que sea!
Le dije a Cochise que sería bueno que el encuentro tuviera lugar en su casa del barrio Simón Bolívar, al occidente de Medellín, que es la misma que visitó hace más de cuarenta años el poeta nadaísta. Era el sitio perfecto para reconstruir los hechos del reportaje. Me picaba, no lo niego, la curiosidad de ver si aún, presidiendo la sala de recibo, permanecía colgado el cuadro que Gonzalo Arango describió, en uno de los párrafos de entrada memorables del reportaje colombiano, como “el corazón de Jesús más feo del mundo”.
Quería, ubicado en el lugar de los acontecimientos, con uno de los personajes de aquel encuentro, entender por qué el mal alado poeta de Andes, malvado y burlón, trazó al campeón como un hombre presuntuoso, machista, pesetero, envidioso y desagradecido; por qué lo tiró a matar.
Pero Cochise me negó la entrada a su casa. Tal vez porque le era un desconocido; tal vez porque le entró mala espina cuando mencioné el nombre de Gonzalo Arango. De seguro, ya había aprendido la lección: no es bueno a una casa de familia dejar entrar poetas.
Le pregunté entonces si recordaba el reportaje, si conservaba la revista Cromos donde apareció publicado.
—Recuerdo lo que escribió, que el corazón de Jesús más feo del mundo estaba en la sala de mi casa. Y otras burlas que hizo. A mi mamá, que se enojó mucho cuando leyó eso, le dije: “No se preocupe vieja, él es un nadaísta, uno de esos que no creen en Dios, ni en lo que comen, ni en lo que beben…”.
El plusmarquista mundial dijo esto con evidente decepción. Quizás, por eso, no permitiría ahora que otro poeta, por más piadoso que fuera, rondara los predios de su casa.
***
Para mi gracia, el poeta de la cicla me citó para unos días después a una cafetería vecina al velódromo de Medellín, que lleva su nombre; nombre que, luego de mirar mucho, no vi grabado en la puerta de entrada ni en ninguna otra parte del óvalo.
Esto no es extraño en Colombia. No importa que el ninguneado sea el deportista del siglo XX, el artífice de los primeros triunfos internacionales del ciclismo colombiano y, para muchos, un ejemplo a seguir por los jóvenes ruteros y pisteros.
Para bordear los 68 años de edad, Cochise está hecho un pincel; al fin y al cabo, siempre retó al tiempo en los cronómetros. Su talla impresiona, su porte. Apenas sus ojos, cuando sostienen la mirada, desdibujan el retrato; parecen idos y opacos, como si empezaran a entrever no sé qué distancia, qué raya de meta, delante de él.
El pelo de su coronilla ha volado. En su pecho, a la altura de la clavícula, un bulto sobresale, lo que parece ser un hueso mal calcificado, traza de un accidente ciclístico. Gonzalo Arango, en 1968, lo describió así: “Es un tipo alto. Más de un metro con ochenta. Pesa 75 kilos, buen mozo, de aspecto ingenuo, pero viril…”.
En mi memoria de pronto hacen flash las tomas que le hizo en el esplendor de su juventud el fotógrafo Horacio Gil Ochoa, planos en los que il capo di squadra se ve imponente al lado de su caballito de acero. Algo queda de todo eso.
Por ejemplo, sus muslos. Anchos, poderosos, firmes. No pude dejar de volver a mirarlos, admirado, a ocultillas de su vistazo, como un niño al que se lo come el asombro. Eran realmente magníficos, impresionantes. Los muslos de un campeón.
Cochise parece ser de temperamento tranquilo, de modales llanos, alguien desprevenido que considera, sin embargo, tener todo claro. Los pódiums, las medallas, los titulares de prensa, los homenajes, la ovación de la multitud, parecen haberle dado con el tiempo esa chapa de hombre inequívoco, abierto y conversador.
Pero noto al campeón un poco reservado. No ofrece ese ánimo jocoso que muchos le destacan, ese talante a lo Cassius Clay que, de vez en cuando, lanza una frase achispada, retadora, que se vuelve adagio popular, como cuando soltó que en Colombia se muere más gente de envidia que de cáncer.
Pienso: la entrevista va a ser difícil. Pero eso me lo esperaba. En su reportaje, el “hermano piadoso” había estropeado sin miramientos su imagen, había saboteado su buena fe. Y a mí, en cierto modo, también me lo parecía.
Por eso estaba yo allí, conversando por primera vez en mi vida, cara a cara, con una leyenda del ciclismo mundial, con un número uno; un invencible. Para mí, el escritor de Sexo y saxofón había exagerado la nota en su retrato del rutero; para mí, muchas de las ilustraciones dadas a sus acusaciones rayaban en el amaño, la soberbia y el resentimiento.
Mi picaba también la corazonada de que el fundador del Nadaísmo se había aprovechado de la inmensa popularidad del personaje para, en un texto adrede escandaloso, atizar su fama de literato incendiario.
Eso, claro está, no ponía en duda la calidad y el vuelo del reportaje. Bien entendía que el poeta de Prosas para leer en la silla eléctrica manifestó así su repelencia a un modo de vivir demasiado recto para su aspiración de torcerlo todo. Pero, ¿excusaba eso su pedantería, su desaliño, sus malajosas descripciones?
Algo más no comprendía. ¿Por qué el afán del poeta por cuestionar el supuesto mal gusto del deportista, por caricaturizar su aparente ignorancia y frivolidad? ¿Qué esperó encontrar? ¿Un ciclista filósofo, a lo Cioran? ¿Un atleta poeta, a lo Camus?
No se trata de un asunto moral. Simplemente, las preguntas quedan en el aire. No hay que darle una vuelta al país en bicicleta para sospechar cómo se forma en Colombia un escritor y un deportista. Y Arango lo sabía, sabía que en sus adolescencias, mientras él leyó vorazmente a Fernando González y a Henry Miller, Cochise ganó el pan diario en una farmacia, a punta de calapiés, haciendo “El más rápido servicio a domicilio de la ciudad”.
Esta es una historia de destinos casualmente cruzados. Antes de ese encuentro, en sus andanzas de muchachos, cada cual por su lado, es muy probable que el uno soñara obsesivamente con una máquina de escribir Olivetti, y el otro con una bicicleta turismera o semiprofesional.
Entonces, ¿con qué argumentos su burla Arango de Cochise porque éste no sabe quién es el iluminado Blake, quién Mr. Miller?
La obviedad y la maledicencia campean en muchos pasajes del reportaje de Arango. Y ese impulso pedante, fachendoso, obsesivo también en otras prosas y declaraciones del poeta, que termina por fastidiar al lector. Esa poca disimulada intención de hacerse notar a la par con el personaje, de que éste vaya a su rueda, y no al contrario.
No pasaba por alto a quién ponía en controversia, al cartógrafo del movimiento nadaísta, al que quemó en plena plaza pública un ejemplar de Don Quijote, a quien dijo de él mismo: “no tengo moral”; a quien confesó que “el mejor método de persuasión es el escándalo”; a quien respondió, sin prudencias, a la pregunta “¿cuál es su mayor cualidad?” con la frase: ―la egolatría”.
Un hombre al cual, cuando se le pidió citar la frase que más influyó en su vida, citó a Cassius Clay: “Yo soy el más lindo… yo soy el más fuerte… yo soy el rey”.
Leídas hoy, muchas de esas declaraciones envanecidas son retórica hablantinosa, trazas de un discurso empalagoso, más impulsivo que lúcido.
Los desplantes de Arango son famosos. Algunos de ellos justificados, todavía hoy se recuerdan. Para ilustrar al lector, cito la respuesta dada por el escritor en 1962 a un redactor del periódico nadaísta caleño Esquirla, cargada de irónica indiferencia, cuando se le pregunta por el entonces renombrado poeta valluno Antonio Llanos:
Viajo a Bogotá con el exclusivo propósito de entrevistar al Profeta. Lo encuentro en ‘El Cisne’ saboreando un Ice Cream Soda de lulo. Me saluda y me dice que me retire, que La Monja (como le decía a su novia) no tarda. Le pregunto:
―¿Qué opinas de la coronación de Antonio Llanos?
―¿De cuál Antonio Llanos?
Me retiro del salón de té caminando en las puntas de mis zapatos.
***
Nos sentamos. Cochise no quiere nada de beber; ni siquiera agua. El ganador del Trofeo Baracchi en 1973 sigue distante; tengo la sensación de que se sentiría más a gusto en otro lugar, en compañía de otra persona. Parece haber venido por cumplir el compromiso. No sospecha que tal vez, después de largos cuarenta y dos años de publicado por primera vez el reportaje de Arango, su oportunidad para la réplica llegó. Le digo:
―Martín, ¿qué sabía del poeta nadaísta para que aceptara una entrevista con él?
―Nada. Que era Nadaísta. Sólo eso. Gentes que no creían en Dios, ni en nada…pero que creían mucho en ellos mismos. Yo poco sé de artistas, menos de escritores. Lo mío es el deporte. Sé de cantantes, si acaso. Usted sabe que todo el mundo habla de los cantantes; de los poetas poquito.
Si hay ironía deliberada en su comentario, la paso por alto. Prefiero ir a mi asunto. Le digo, “Cochise, ¿qué fue lo primero que se le vino a la cabeza cuando leyó el reportaje, cuando pinchó en el párrafo de entrada que dice: “El corazón de Jesús más feo del mundo está en el barrio Simón Bolívar: carrera 84 A No. 37 – 6, de Medellín”?
―Nada. Creo en Dios pero no soy fanático. Creo que las cosas tienen que suceder porque tienen que suceder. No soy agorero. Mi mamá fue la que, cuando leyó el reportaje, se enojó mucho.
―¿Cuál es la historia del cuadro?
―La lámina se la traje a mi mamá de México, donde quedé subcampeón de la vuelta de ese país detrás de Álvaro Pachón, y se la mandé a enmarcar. Tenía ese aire de estampa mexicana, muy pintoresca. Yo no soy tan amante de esas cosas, de las imágenes y las estatuas. ¡Qué tal una imagen de Cochise en todas las salas de Colombia!
―¿Cómo se sintió después de leer el reportaje?
―Decepcionado por la imagen que mostró de mi familia a los colombianos. El mismo Daniel Samper Pizano criticó la entrevista, dijo que el Profeta había tratado de acabar conmigo.
―¿Piensa que Gonzalo Arango transmitió a los colombianos una imagen diferente de lo que en realidad era Cochise?
―Sí. Pero creo que los colombianos tenían claro quién era yo, un deportista íntegro. No una persona de cigarrillo, ni de cantinas. No lo tomé para mí, sino para mi mamá, que era la dueña de la imagen.
La Antología de grandes reportajes colombianos, de Daniel Samper Pizano, donde aparece reproducido el texto, está sobre la mesa. Entonces le leo un aparte, aquél en que el poeta describe el encuentro con su personaje:
Mi hombre llega al fin. Se para al frente sin mirarme. Como no dice nada, me levanto y le doy la mano […] Sigue sin decir nada, como a mil kilómetros de distancia. Este campeón parece difícil de entrevistar. Su tontería o falta de hospitalidad me desaniman bárbaramente.
―¿Fue Cochise en realidad tan descortés?
—No. Yo lo atendí bien, normal. Le di el mismo trato que le doy a usted. No fui grosero con él, a no ser por la broma de la copa chimba de juguete, cuando le ofrecí un “tequilita” Cuervo, que había traído también de México. Eso fue lo que lo fastidió.
La broma de la copa falsa es uno de los pasajes más cómicos de los reportajes colombianos. No provoca risa, sí carcajadas. Para Arango debió ser tan mortificante como significativa, pues ella inspiró el título del escrito: “Cochise a vuelo de tequila”. El escritor describe la chanza así:
Vacié la copa de un solo trago… ¡Rayos! No había ni una gota dentro del cristal. Miré la cosa extrañado, sin comprender. El líquido seguía allí, sin derramarse. Entonces el campeón se tiró al tapete a morirse de la risa, feliz de haberme gastado una broma. La copa tenía doble fondo, era un juguete.
Cochise se ríe, apenas acabo de leer el párrafo. Y riposta: —Y eso de que yo me tiré al tapete a revolcarme de la risa es mentira. Eso es pura imaginación de escritor.
Le pregunto si son también falsos detalles del pasaje en que aparece su perro “Blek”, y que Arango late de este modo:
Un perro vino y se echó en mitad de la sala. Era grande y manso. El campeón lo acarició con cariño:
—“¿Cómo se llama?
—“Blek”.
Pensé en William Blake.
—¿”Blake”? ¿Como el poeta inglés?
—No, “Blek”.
Aunque no era negro, sino café con leche, pregunté si “Black”.
—No hombre, “Blek”. ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?
—Eso sí me parece recordarlo, dice la leyenda viva del ciclismo colombiano. Pero sigo sin entender qué fue lo que quiso decirme.
***
Las preguntas parecen medio divertir al que es tres veces campeón panamericano de los 4.000 metros persecución individual. De un momento a otro toma su agridulce experiencia con el poeta nadaísta como cosa del pasado que importa poco ya, después de tantos kilómetros recorridos.
Me pongo otra vez a la cabeza del lote. Quiero saber si en verdad, como dijo Gonzalo Arango en el reportaje, el as de los velódromos mundiales presume de seductor con las mujeres. Al fin y al cabo, siempre gozó de la fama de ser “pinta”, un hombre exitoso. Entonces ruedo en otro pasaje del reportaje.
Esa noche, un bus estacionó en la casa con 50 pasajeros. Querían verlo, conocerlo, admirar sus trofeos, pedirle un autógrafo. A Cochise se le despertó el seductor. A las bonitas les decía “mamacitas”. Me llamaba la atención para que tomara nota de su éxito:
—Oíste, vos que opinás de este bomboncito, ¿ah?”—
―Martín, de verdad, ¿usted se sobrepasa de faldero con sus fanáticas?
—Ese bus nunca llegó; no lo recuerdo. Esa es otra mentira. Usted sabe que los escritores llenan todo de imaginerías.
El campeón parece crisparse. No lo dejo tomar aliento, y le soplo otro fragmento en que Arango se burla a rabiar del decorado de su casa.
Las lámparas chorrean desde el cielo-raso una luz cegadora. Hay terracotas, porcelanas feas, pero baratas. Al lado de un conjunto de ballet clásico, hay un bigotudo horrendo fumando una pipa, o un cerdo barrigón que sirve de alcancía.
Frente a la sala está el barcito prefabricado, lleno de banderas y colorines. Todo delata el mal gusto del proletariado burgués.
El ídolo asimila el texto. No parece saber qué opinar. Tal vez, ahora más que nunca, se felicita de no haber permitido mi entrada a su casa. Los poetas fingen ser piadosos, los poetas hacen trampa. La siguiente pregunta me salta de la boca.
―Cochise, ¿que es para usted un proletario burgués?
―…es un hombre que consigue lo que se propone poco a poco…
La respuesta me deja frío. Sin prisas ideológicas, sin tics políticos, como lo haría un luchador de la vida, un ciudadano de a pie, el campeón me asombra con su comedida sabiduría. Éste de mamerto no tiene nada.
―… Hombre, yo no tenía cosas suntuosas. Vivía en una casa modesta. Qué quería ese señor, ¡que viviera en un rancho!
—Martín, Gonzalo Arango habló con sorna no por las cosas suntuosas sino por el estilo del decorado.
―Eran mis lámparas. Yo las quería así, mi mamá las quería así. Yo tenía pinturitas. No de Picasso ni de Fernando Botero. Sólo pinturas de óleo pequeñas, normales. Yo no era un Pablo Escobar.
La mención del plusmarquista mundial del narcotráfico me desconcierta. Cochise es esto, una mezcla de cosas predecibles e impensables. Sus palabras las dicta la experiencia doméstica, no la ilustración, tal como cabe a un colombiano que estudió apenas hasta quinto elemental.
En definitiva, aquello empieza a parecer demasiado cargante para el campeón. Noto, como nunca, su afán por resolver el asunto e irse. Yo halo de nuevo.
―Martín, el poeta también lo retrata como a un machista, moralista y católico empedernido. ¿Qué tiene que decir? Y ruedo en otro pasaje del reportaje; presiento que será el último. El desgano del campeón es visible:
―¿Te casarías con una reina de belleza?
―Yo soy modesto. Una reina no se fijaría en mí.
―¿Por qué no? Eres campeón, eres famoso, tienes “pinta”, tienes almacén. ¿Qué más quieres?
―No, reinas no. La que algún día sea mi esposa debe ser una mujer legal.
―¿Cómo es una mujer legal?
―Pues una que sirva para esposa, mejor dicho, que sea virtuosa, hogareña, que no use minifalda ni sea yé-yé.
―¿No te gusta la moda actual?
―Claro que sí, me gustan las chicas que usan minifaldas, esas que van a las heladerías, tengo muchas amigas de esas, pero mi novia tiene que ser seria, una dama.
―Según eso, ¿las que usan minifaldas no son damas?
―Yo no digo que no sean buenas muchachas, hay de todo, pero para mi gusto no hay como una mujer seria, una que no ande mostrando las pantorrillas por ahí…
―Veo que eres un antioqueño de armas tomar. Estoy seguro de que tienes un santo de tu devoción.
―Fray Martín de Porres.
―No tengo nada que decir sobre eso. Son cosas personales, responde con desaliento Cochise.
Temiendo que el campeón se fugue en la distancia y se vuelva inalcanzable, decido cambiar de estrategia.
***
Con un hombre que, como él mismo lo dice, “no se deja joder de nadie”, hay que saber andar en el lote. Yo preparo mi envión final. Ya es hora de llegar a la raya de meta.
―Cochise, ¿no lo fastidia que el reportaje en el que lo tiran a acabar se destaque como una de las piezas magistrales del periodismo colombiano?
―Se lo merece. Por su atrevimiento. En el ciclismo y en el periodismo ganan los atrevidos. Pero también ayudó el personaje que era yo en ese momento.
―¿No importa que el autor haya desdibujado a ese personaje?
—Lo que sucede es que cada uno escribe el reportaje a su modo, y cada uno también lo lee a su modo. Usted me lee del libro y cree que las cosas sucedieron de esa manera. Cada uno puede escribir lo que quiera.
La estrategia parece surtir efecto. Tengo por otro momento al patrón de las carreteras en el pelotón, antes de que se me escape en solitario definitivamente. Mis pedalazos de persecutor no podrían alcanzarlo.
―Cochise, ¿después de tantos años de fama, qué es para usted la gloria?
—Es alcanzar lo que uno buscó con trabajo, con dedicación. Es nacer para ser campeón.
—¿Qué piensas de los perdedores?
—Son necesarios. Estoy muy agradecido con ellos.
—Muchos dicen que has sido un poeta del ciclismo. ¿Qué piensas de eso?
—Claro, un poeta debe aspirar a ser un campeón, debe reconocer cuáles son sus enemigos en el pelotón. Un ciclista va armando el rompecabezas de la ruta así como un poeta arma su poema. La distancia a la meta es la misma para el ciclista y para el poeta.
Quedo lelo. Lo que oigo es una repuesta literal de Martín Emilio Rodríguez, “alias Cochise”. Mis colegas de versos no me lo van a creer. Los colegas de galápago del ciclista tampoco se lo van a creer. Por fortuna, sus palabras están grabadas en mi casetera para quienes piensen, maliciosos, que soy yo quien le ha dado un empujón.
Sí, el predilecto del ciclismo colombiano me ha regalado, para terminar nuestra conversación, nada más ni nada menos que un verdadero arte poética, un remate a todo pedal para mi reportaje.
Me despido. El campeón se aleja y, mientras lo veo irse, pienso en que le queda aún por competir una última carrera, la del tiempo límite, ésa que pasada la raya de sentencia, no tiene pódium.
En mi camino de regreso, bordeo el velódromo que aún no tiene inscrito en letras rutilantes el nombre del campeón. La gloria es desagradecida, me digo, con el deportista del siglo XX en Colombia, con el atleta del Bicentenario, con el hombre que fue una vez ídolo de mi niñez (detrás, claro está, detrás del ñato Javier Suárez, el tigre de Suramericana).
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