Antonio Avitia Hernández
A menos que se demuestre lo contrario, después de muerta, la gente no puede hacer nada por sí misma. Hay quienes creen que existe vida después de la vida y para los católicos que aprendieron el catecismo de Jerónimo de Ripalda, ante la pregunta de: “¿Dónde está Dios?”, la respuesta aprendida es: “En el cielo, en la tierra y en todo lugar”.
Por lo anterior, lo menos que debería de preocupar a los creyentes es el lugar en que se desarrollan los rituales y sacramentos de la propia religión: bautizo, comunión, matrimonio o extremaunción. Sin embargo, en la evolución de las maneras en que se desarrollan esos rituales, incluyendo los más novedosos como las presentaciones o los quince años, marca ahora el status de las personas, vivas o muertas, que los ofrecen a familiares y amigos.
En el caso de la muerte, lo cadáveres son, de acuerdo con la civilización y las costumbres en que nos toca fallecer: amortajados, embalsamados, cremados, incinerados, puestos a la intemperie para ser devorados por los buitres y otras aves carroñeras, enterrados y demás.
Un verso de un sabio corrido reza lo siguiente: Uno sabe dónde nace / pero dónde muere, no. Esta circunstancia hace que lo imprevisto del fallecimiento sea factor determinante para la industria funeraria. Cuando el familiar fallece, los deudos tienen que solucionar múltiples problemas administrativos y de logística que requieren de una buena cantidad de gastos, infraestructura y tiempo que el apenado doliente pocas veces puede cubrir por sí mismo, sin el apoyo de sus familiares o agentes funerarios. Es allí donde radica el gran negocio de las funerarias que, desde hacer firmar a los clientes contratos en blanco, hasta ofrecer servicios a un precio y terminar entregándolos a otro mayor, hasta, en calidad de buitres, buscar y convencer a los futuros clientes, en los hospitales, en las matanzas entre narcos y en cualquier lugar donde se puedan generar los cadáveres, materia prima de la industria funeraria.
Los servicios funerarios, de acuerdo con la capacidad de consumo de los que sobreviven al fallecido, van desde la velación en el domicilio, hasta los suntuosos funerales de renombre que ofrecen sus servicios en preventa a un precio que casi nunca es respetado al momento en que los descendientes intentan hacer valer sus contratos previos.
En la famosa pieza teatral satírica irlandesa Los clavos de plata, de Nicolás Bela, se muestra el comportamiento de competencia de estatus consumista en la trama en la que: Un hombre que está muy enfermo y sus familiares hacen cuentas de lo que les va a costar el funeral. Quieren que su funeral esté por encima de otro que acaba de organizar una familia vecina. Para ello no dudarán en obtener el dinero como sea, en ahorrar todo lo que sea posible, aún a costa de la salud del propio enfermo. Todo sea por comprar los clavos de plata que llevará el ataúd. Para el futuro muerto y su familia es más importante lo que diga la gente del lujo de su funeral, que su propia situación física y económica.
El tipo de la caja, la cantidad de coronas de flores, el tamaño y lujo de la sala de velación, el status económico y social de la gente que da el último adiós al cadáver, el templo en el que se desarrollan los servicios religiosos, los transportes en que se lleva a los parientes y amigos que acompañan al cadáver, así como el panteón, o la cremación, o los nichos en que se guardan los restos del cuerpo, son elementos que incrementan los costos de los servicios funerarios.
De manera inopinada, actualmente en nuestro país, las contradicciones entre la globalización, el neoliberalismo y los gobiernos conservadores y sus grupos de poder, impactan incluso hasta los servicios funerarios. Debería ser posible que en la apertura de mercado, cualquier empresa funeraria ofreciese servicios de calidad para cualquier tipo de cliente, sin importar su raza, preferencia sexual, religión, credo político o apariencia física, entre otros, mostrando al cliente las opciones de costos de los productos y servicios que ofrece con un amplio menú, para satisfacer cualquier situación especial. Así, si el cadáver es: budista, judío, musulmán, católico o pentecostal, el templo en que se desarrollen los servicios debería poder adaptar su escenografía a la religión del cliente en cuestión. Sin embargo, aun tratándose de empresas comerciales, en la intolerancia y la discriminación religiosa de los gobiernos conservadores católicos y yunquistas, en algunas funerarias de algunos lugares de la República las cosas no son tan de mercado y de respeto a los derechos del cliente consumidor y a la calidad de los servicios como deberían serlo.
En este contexto, el pasado 4 de marzo de 2012, asistí a los servicios fúnebres de mi finado cuñado, mismos que tuvieron lugar en los Funerales Hernández, sucursal Analco de la ciudad de Durango.
Todo hubiese transcurrido sin mayores y tristes contratiempos, de no ser porque, en un momento determinado, la administración de la funeraria llamó a mi hermana, la viuda, para notificarle que: “por políticas de la empresa”, por el hecho de que su religión no era la católica no iba a ser posible que el servicio religioso, en este caso cristiano, se celebrara en la capilla que se encuentra en el Mausoleo, a pesar de que en el contrato firmado se especifica claramente que el costo, por cierto altísimo, de los servicios incluyen el uso de la capilla. El ofrecimiento de la administración de Funerales Hernández, sin mayores argumentos, era que se instalarían unas sillas en el hobby de la capilla.
Lo anterior implica, que además de la pena por la pérdida del ser querido, la empresa funeraria en cuestión, somete, a quienes no son católicos, a la discriminación por ser miembros de una religión diversa.
En un país que se precie de ser democrático, lo primero que se debe observar es el respeto a la diversidad de género, de raza, de preferencia sexual o religión, entre otras, y una empresa que presume de gran prestigio, por los altos costos de sus servicios, no debería de desarrollar estas acciones discriminadoras. Solamente faltaría que, a pesar de cobrar los servicios, Funerales Hernández negara el uso de la capilla a los homosexuales, a los indígenas, a los discapacitados o a los ancianos.
Ante la discriminación y la violación de los derechos humanos, civiles y del consumidor, los miembros de la congregación ya han iniciados su movilizaciones y demandas jurídicas así como los boicoteos a la adquisición de los servicios de la empresa. Tal vez Funerales Hernández debería poner un letrero en su entrada advirtiendo a los posibles clientes: SE ATIENDE SÓLO A CATÓLICOS.
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