Brand nos confronta con la realidad que vivimos en el mundo, pero sobre todo en México: no basta matar, es necesario infligir dolor, destruir lo humano. Obediencia e indiferencia empujan a negar al otro.
La red de la crueldad se teje entre la obediencia y la indiferencia
Serás amado el día en que podrás mostrar
tu debilidad sin que el otro se sirva de esto
para afirmar su fuerza.
Cesare Pavese
Estos muertos están desinteresados del todo en los vivos: en quienes les han quitado la vida; en los testigos y en nosotros. ¿Por qué habrían de buscar nuestra mirada? ¿Qué podrían decirnos? “Nosotros” –y este “nosotros” es todo aquel que nunca ha vivido nada semejante a lo padecido por ellos– no entendemos. No nos cabe pensarlo. En verdad no podemos imaginar como fue aquello (Sontag, 2004, p. 144).
Escribo acompañado de las notas de Spiegel im Spiegel (Espejo en el Espejo) de Arvo Pärt, su tempo me obsequia la serenidad necesaria para redactar estas líneas tras el banquete atroz de letras e imágenes deglutido para preparar este artículo. La referencia a un festín no es fortuita, tiene la clara intención de remitir a la raíz etimológica de la palabra crueldad, la cual emana del concepto crudo, adjetivo de lo que sangra, de lo que se recrea en la sangre. Emerjo con manifestaciones de hematofobia, indigesto de la incomprensión suscitada por la exposición al sufrimiento extremo descrita por Susan Sontag (2004) en la cita que da apertura al texto y que es un fragmento de su inquietante libro Ante el dolor de los demás. Para esta autora, solamente tienen derecho a ver imágenes representando el dolor de otros quienes puedan aliviar el malestar o pueden aprender algo de dichas representaciones, agrega “los demás somos voyeurs, tengamos o no la intención de serlo”. Por tanto, mi esperanza es que al concluir la lectura del presente, la lectora o el lector, encuentren una expresión de alivio o aprendizaje en mi escritura, de otra manera, seré un voyeur más, un espectador que ante imágenes de la crueldad experimenta placer, ya sea por la fascinación por lo que sangra o por la tranquilidad nacida del pensamiento “que bueno que no soy yo”.Una de las imágenes mas estremecedoras resguardadas en mi memoria, es la fotografía capturada por Huynh Cong Ut, mejor conocido por Nick Ut, el 8 de junio de 1972 en una carretera de Vietnam, donde aparecen dos niñas y tres niños escoltados por soldados, en primer plano encontramos a un niño llorando con una profunda expresión de dolor pero donde parece predominar el miedo, atrás de él camina desnuda y con los brazos extendidos una niña llorando lanzando un escalofriante grito de dolor. Hoy sabemos que esa niña es Kim Phuc, quien a sus nueve años habitaba en la población de Trang Bang, ocupada por los norvietnamitas y sobre la cual los survietnamitas lanzaron una bomba de napalm, químico que cubrió el cuerpo de la niña. El napalm es una gasolina gelatinosa altamente inflamable y arde lentamente, lo que Kim gritaba al momento en que fue fotografiada era Nóng quá, nóng quá, que significa Muy caliente, muy caliente. Su piel en carne viva por los efectos de la combustión del napalm le provocaba los dolores más intensos, un dolor que solamente quienes han sufrido quemaduras graves pueden dimensionar. Tras registrar la escena, Nick Ut la llevó a un hospital donde permaneció catorce meses y le fueron realizadas diecisiete cirugías de injerto de piel.
La guerra de Vietnam marcó un hito en la historia del periodismo, en adelante, las fotografías han sido el principal estímulo en diarios y revistas y las filmaciones en la televisión. Internet ha dinamizado los fenómenos virales de las noticias, el hipertexto permite la combinación de recursos para atraer a diferentes públicos: predominantemente gráficos, predominantemente lectores, predominantemente auditivos, en fin, para todos los estilos cognitivos. Este imaginem maremagnum, impregna nuestra cotidianidad a tal grado que perdemos consciencia de los estímulos recibidos, en medio de este aluvión visual resulta excepcional la noche en que podamos afirmar que durante el día no fuimos testigos de una imagen de crueldad, particularmente en el caso de México, donde la crueldad se ha extendido como hiedra por todas las regiones y comunidades, el cuerpo humano ha perdido su dignidad para convertirse en carnada para atraer la atención de los adversarios, los reporteros, los gobiernos y los ciudadanos. Susan Sontag considera que el atractivo de las imágenes de crueldad puede tener su origen en el miedo, es como una vacuna, ver representados nuestros temores más angustiantes para inmunizarnos, para liberar a las imágenes de crueldad de cualquier envoltorio afectivo, para dejarlas estáticas en su origen con el cosuelo de que corresponden a otro lugar y a otras personas. La autora plantea que en la actualidad la memoria toma un lugar preponderante sobre la reflexión, de ahí que en las conversaciones la protagonista es la descripción, dependiente de la memoria, dejando en papel secundario a la pregunta y la crítica, emanadas de la reflexión. Relatamos sin plantear cuestionamientos sobre los responsables, la inevitabilidad o no de los hechos, la pertinencia de hacer algo al respecto, es decir, salir de la fascinación que nos distancia de lo representando en las imágenes, para reflexionar sobre las manifestaciones de la condición humana que se han expresado en los actos registrados en fotografías o filmaciones, las cuales pueden repetirse en cualquier país, comunidad o familia.
Cabezas cercenadas, mutilaciones, cuerpos desmembrados, acribillados o diluidos en ácido; excesos de violencia que trascienden el simple asesinato, no basta con quitar la vida, hay que transgredir para exhibir la deshumanización, mostrar la sequía moral y por tanto los alcances de los verdugos, aquellos que, como dice Lévinas, han borrado su rostro y borran el de sus víctimas, liberándose de todo mandato de amor para apelar exclusivamente a la violencia. Para Ana Berezin (2003) lo que la crueldad destruye es lo humano del otro, el otro es objeto de la crueldad no por su diferencia sino por su semejanza, el cruel, al no tolerar la propia humanidad, la cual conlleva vulnerabilidad, indefensión y desamparo; niega su humanidad al colocarse como amo del cuerpo del otro, jugando con él para marcar su distinción, su categoría de ser superior. La diferencia no crea la crueldad, sino la crueldad crea una diferencia radical.
Todos estamos en posibilidad de ser arrastrados por la negación de la condición humana y por tanto a la crueldad, de ahí que Sontag proponga que se puede aprender de las imágenes del dolor ajeno, sólo podemos evitar la crueldad cuando reconocemos nuestro propio potencial destructivo. El filósofo checo Jan Patocka (citado en Anne Dufourmantelle, 2000), en su libro Ensayos heréticos encontró en el “totalitarismo del saber diurno”, la crisis del mundo moderno y la decadencia de Europa. ¿A qué se refería con esto?, Anne Dufourmantelle lo explica con claridad:
Razonar a partir de los valores del día es estar animado por la voluntad de definir y subyugar lo real a los solos fines de un saber cuantificable subordinado a los valores de la técnica. Separando lo oscuro de la claridad, sufriremos sus estragos, predecía Patocka, mientras que por el contrario, habría que dirigir nuestra mirada hasta el umbral de esa oscuridad. Descifrar la claridad en su común pertenencia a la noche (p. 42 – 44).
Sobre las raíces de la crueldad sólo se puede hablar desde la noche del ser, es un tema que se escapa en cuanto sale a la luz de la razón diurna, es misteriosa evidencia, es el acompañante permanente de la humanidad que se disuelve en cuanto se le pretende comprender. Pero en última instancia, la crueldad se expresa en actos y su acción es la prueba misma de que es una manifestación de la voluntad. Por tanto, resulta riesgoso justificar los actos crueles como impulsos emanados de la subjetividad profunda del ejecutante, si algo hay en las acciones crueles es conciencia, se puede matar a alguien de manera accidental, pero la crueldad requiere un proceso, implica detenerse para ir más allá de la defensa y el ataque. Al ser un acto conciente, la indiferencia ante su ejecución nos convierte en encubridores del o los crueles. Como dice Antonio Gramsci (2011, p. 19), la indiferencia:
- “Es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida”.
- “Es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el pantano que rodea a la vieja ciudad y la defiende mejor que la muralla más sólida, mejor que las corazas de sus guerreros, que se traga a los asaltantes en su remolino de lodo, los diezma y los amilana, y en ocasiones los hace desistir de cualquier empresa heroica” .
- “Es la fatalidad, aquello con lo que no se puede contar, lo que altera los programas, lo que trastorna los planes mejor elaborados, es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la estrangula”.
La indiferencia es colocarse en la posición de la “no vida”, es vacío devorando la inteligencia, en el caso de la crueldad, conlleva complicidad, es negarse a tomar posición, pero esta negación es por sí misma una posición.
En el capítulo XVII de su libro El príncipe, titulado De crudelitate et pietate; et an sit melius amari quam timeri, vel e contra [De la crueldad y la clemencia, y si es mejor ser amado que temido o viceversa], Nicolás Maquiavelo (1513/1998) plantea lo siguiente:
Un príncipe no se debe preocupar por la mala fama de cruel, a fin de mantener a sus súbditos unidos y leales. Porque con algunos castigos ejemplares, será más clemente que aquéllos guiados por excesiva clemencia y que permiten la continuidad de los desórdenes, de los que nacen muertes y rapiñas; además, estas últimas suelen ofender a toda la sociedad, mientras las ejecuciones ordenadas por el príncipe sólo ofenden a un particular (p.119).
Continúa su argumentación, enfatizando que el príncipe debe evitar que sus acciones de crueldad deriven en el odio de sus vasallos. Para Maquiavelo, ser amado y temido al mismo tiempo sería lo deseable, pero aceptando la dificultad de que esto se logre, considera que es mejor ser temido, porque “los hombres aman según su voluntad y temen según la voluntad del príncipe, un príncipe prudente debe apoyarse en lo que es suyo y no en lo que es de otros” (p. 121).
Estos planteamientos de Maquiavelo han inspirado a infinidad de gobernantes desde hace cinco siglos y probablemente su contundencia haga cabecear afirmativamente a muchos. El riesgo de estos argumentos es la legitimación de la crueldad como medio para favorecer “la unidad y la lealtad”, sostener el bienestar común en el dolor de algunos. Con la crueldad no puede existir el “más o menos”, si no la combatimos, la denunciamos o la rechazamos estamos en peligro de coludirnos con ella.
En 1963 Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, publicó el artículo Behavioral Study of Obedience [Estudio conductal de la obediencia]. Su investigación se inspiró en el juicio a Adolf Eichmann, el miembro del partido nazi a quien se le atribuye la orquestación de la solución final y que fue juzgado y sentenciado a muerte en 1961. Milgram partió de la pregunta ¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes? Recurriendo a un experimento con evidentes fallas metódicas y éticamente cuestionable, Milgram comprobó que al menos el 65% de los participantes en su proyecto quebrantaron sus principios morales bajo los imperativos de la autoridad, accedieron a causar profundo dolor a otro ser humano impulsados por la obediencia. El restante 35% no se negó a causar un malestar medio. Es decir, la totalidad de los participantes colocó los mandatos de la autoridad por encima de sus bases morales. Al analizar la investigación de Milgram en su libro Modernidad y Holocausto, Zygmunt Bauman (2006) afirma: “La noticia más aterradora que produjo el Holocausto, y lo que sabemos de los que lo llevaron a cabo, no fue la probabilidad de que nos pudieran hacer ‘esto’, sino la idea de que también nosotros podíamos hacerlo” (p. 181). Páginas adelante agrega: “En resumidas cuentas, Milgram sugirió y demostró que la inhumanidad tiene que ver con las relaciones sociales. Como estas últimas están racionalizadas y técnicamente perfeccionadas, también lo está la capacidad y eficiencia de la producción social de inhumanidad” (p. 184).
La historia de la humanidad nos ha mostrado recurrentemente, como los actos de crueldad más estremecedores se han dado bajo el amparo de autoridades legitimas. El imperativo de resguardar la “unidad y lealtad” ha sido obedecido por millones de seres humanos que han cometido incontables actos de crueldad siguiendo los lineamientos de lo que se considera políticamente correcto. El agravio sentido por muchos, ante los resultados obtenidos por Stanley Milgram, quizá no sea por lo cuestionable de su investigación (en realidad “las víctimas” eran colaboradores de Milgram y en ningún momento sintieron dolor, todo era simulado), sino porque dio sustento a una premisa que ha probado su veracidad al paso de los siglos: actuar éticamente implica, en muchas ocasiones, actuar con desobediencia. Esta verdad escandaliza a los paladines del orden, de la “unidad y la lealtad”, pero es quizá el principio básico para conservar nuestra humanidad, no ser indiferentes y evitar la crueldad.
Referencias
Bauman, Z. (2006). Modernidad y Holocausto. Madrid: Sequitur.
Berezin, A. (2003). Clínica psicoanalítica ante las catástrofes sociales. La experiencia argentina. Buenos Aires: Paidós.
Gramsci, A. (2011). Odio a los indiferentes. Madrid: Ariel
Lèvinas, E. (1993). Entre nosotros. Ensayos para pensar al otro. Valencia: Pre-Textos: Valencia
Maquiavelo, N. (1513/1998). El príncipe. México: Gandhi Ediciones.
Pärt, A. (Compositor) (1978). Spiegel im Spiegel [Pieza musical]. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=RYypmgIYOVQ&feature=fvst
Sontag, S. (2004). Ante el dolor de los demás. Madrid: Punto de lectura.
Ut, N. (1972). Fotografía sin título. Disponible en: http://digitaljournalist.org/issue0008/ng7.htm