Los brotes de la Primavera Mexicana
José Ángel Leyva
Estamos a unos días de que se realicen las elecciones presidenciales en México. La amenaza del retorno del PRI es una realidad innegable. El problema no es que regrese un partido, sino que venga con su cortejo de males que nos aquejaron durante más de 70 años… y que venga reforzado.
El priismo no es un partido, es una cultura que nunca se fue, es una forma de ser del mexicano. Está en cada ciudadano y en cada aspirante a gobernarnos, está en los medios masivos y en quienes no aceptan el disenso porque lo consideran anti climático, está en la desmemoria, en las cabezas reducidas por la desinformación y le negación de la verdad.
Coincido con Javier Sicilia en que lo correcto sería anular el voto porque no se escucha a la ciudadanía, sino a las propias consignas. Pero lo cierto es que esa decisión abriría la puerta al dinosaurio y a todas las bestias que devastarían lo poco que han dejado de este país, de esta “democracia”. Sólo hay que ver quiénes acompañan a Peña Nieto para darse cuenta de sus tiranosáuricas intenciones. Eso ya lo advirtieron los jóvenes que se identifican como “Yo soy 132”.
Hay ahora muchos anti Sicilias porque se atrevió a decirle lo que piensa a López Obrador, que es autoritario, que no escucha, que es intolerante, entre otras linduras, y se le olvidó también recordar que tiene un intenso pasado priista. De cualquier manera, no se le puede meter en el mismo saco a López Obrador, por una sencilla razón, es un hombre que ha demostrado honestidad y mucha entrega, valentía y coraje para enfrentar la maquinaria en su contra. Él gobernó la Ciudad de México, y debemos reconocerlo, no lo hizo mal. La cultura le importó un comino y mandó a la señora Raquel Sosa, anterior Secretaria de Desarrollo social, como Secretaria de Cultura. De ella escribió bastante nuestro amigo, ya desaparecido, el dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, que no le dejó hueso sano. No hace falta abundar en el asunto, baste decir que yo le renuncié porque la considero una persona no sólo insensible sino enemiga de las artes y la cultura.
Nunca le hemos escuchado a López Obrador reconocer sus errores, o pedir perdón a las personas a quienes pudo haber atropellado con sus malas decisiones. Sería bueno para todos escuchar algo en ese sentido, lo humanizaría y lo pondría en otro saco. Pero no estamos ahora en el momento de los reproches y de las especulaciones. López Obrador es la única opción de hacer un cambio, por muy superficial que sea, para darle un respiro al país, para recuperar las instituciones y empujar la transición democrática de la nación. Él no es garantía de nada, pero es una oportunidad, es una apuesta basada en el privilegio de la duda. No obstante, como también lo ha dicho Javier Sicilia, si no hay ciudadanía no habrá cambio aunque López Obrador se parta el alma en el intento. La responsabilidad ahora no es de él, ni de los partidos que lo apoyan, que tampoco merecen nuestra credibilidad, pues además de todos los ejemplos de corrupción que han dado, también integran en sus filas a los viejos y vergonzosos cuadros del priismo más nefasto.
Sicilia puso varios puntos como condición indispensable para avanzar en la credibilidad electoral, en su utilidad de gobierno:
- Reconocer que en México se vive en el 98 por ciento de impunidad y sólo un dos por ciento de justicia. Cualquiera sabe que puede cometer un crimen con la casi absoluta impunidad a su favor. No lo dijo sólo Sicilia, lo dijo la Comisión de Derechos Humanos. Es una prioridad revertir esta deformación social.
- Es inaplazable conformar una Comisión de la Verdad para saber cómo y quiénes son los responsables de más de 50 mil muertos por la violencia, que según fuentes no oficiales asciende a más de 70 mil.
- Un compromiso para resarcir el tejido social, para construir ciudadanía.
- En síntesis, una agenda nacional que comprometa a todas las fuerzas políticas de México, ganen o no posiciones electorales, para enfrentar los principales problemas del país, para hacer las reformas que requerimos y transformar esta caída en picada en un vuelo de progreso y de paz, de justicia, del fin de la corrupción que nos mina por fuera y por dentro, que nos impide exigir, manifestarnos, denunciar, comprometernos a ser parte de este movimiento que nos llama al cambio.
López Obrador no debe ver nuestro voto como voluntad incondicional, como un acto de sumisión y entrega a sus designios, sino como un gesto de confianza en su palabra. No debe interpretar que la revuelta, la inconformidad, la protesta, el hartazgo son un cheque en blanco para gobernar este país. Debe saber que es el despertar de la ciudadanía, y que no puede llegar a la Presidencia sin tener claro que será acotado por las mayorías que emiten un voto no a favor de él, sino en contra del pasado, no un sufragio para que él decida y mande, sino para convocar a los mexicanos a sumarse en un esfuerzo colectivo por la transformación y recuperación de nuestra cultura, de nuestro porvenir, de la paz con justicia y dignidad como lo piden las víctimas de la violencia, y todos los que estamos conscientes de esa necesidad, de esa urgencia. Esperamos que cumpla el mandato ciudadano.
Yo daré ese paso, lo daré por el beneficio de la duda. Mi voto es de López Obrador.
La primavera mexicana
La primavera en México no es homogénea, en el centro y el sur es un despliegue de colores con oleadas de calor con lluvias aisladas, mientras que en el norte del país las flores pueden también ser el anuncio de la sequía. No obstante, la primavera es parte de un imaginario donde la luz se intensifica y el espacio adquiere un resplandor cromático advertido por la poesía arquitectónica de Luis Barragán.
Ahora hablamos de Primavera Mexicana para referirnos a los brotes de inconformidad, de indignación, de protesta, de organización ciudadana. Coincide, cierto, con los últimos días previos al verano que nos traerá las lluvias, a las tolvaneras que se avizoran en el horizonte electoral del primero de julio.
Reconforta y da aliento ver a los jóvenes, a esos ciudadanos que en su mayoría viven aún bajo la tutela paterna, no sólo manifestar sus puntos de vista y sus reclamos a una clase política que está muy lejos de ser representante de los intereses de una nación, de ser servidora de los anhelos de la mayoría, y sí usufructuaria de un poder que se mueve en la impunidad y entre las sombras para garantizar la inmensa riqueza de una cuantas familias que empobrecen y envilecen a nuestra sociedad. Los medios masivos por un lado y la corrupción por el otro son instrumentos de control y degradación en sus manos.
“Yo soy 132” no es un grito, es una declaración de reconocimiento del otro, de exposición de motivos individuales y colectivos, una aglutinación de conciencias, de voluntades que nos enseñan que ser joven no significa ser sumiso, indolente, apático, ajeno a las decisiones que determinan el futuro de su país. Son las conciencias más claras y transparentes que aún ven una posibilidad para salvarnos de la decadencia y el mal tiempo. “Yo Soy 132” son los primeros brotes de una primavera mexicana; no es un voto, es una necesidad inaplazable, un imperativo categórico, una voz que nos llama a ser.
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