Presentación de La Otra Gaceta 66
José Ángel Leyva
El último domingo de agosto de este año, en el Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México, se le rindió un homenaje nacional al poeta nacido en Santiago de Chile, Hernán Lavín Cerda, profesor de muchas generaciones universitarias y autor prolífico en la poesía, el ensayo y la narrativa. Con manifestaciones de mucha emotividad se le reconoció como un lobo Sapiens chileno de aullido mexicano.
A diferencia de su compatriota Nicanor Parra, Hernán Lavín Cerda ha renunciado pública y líricamente por segunda ocasión al premio Nóbel de Literatura, aún a sabiendas de que no lo recibirá y de que los miembros del jurado de la Academia Sueca se hacen los suecos para no dárselo. Estremecedor discurso ha vertido también ante el honorable Congreso de la Unión, cualquiera que se dé por aludido, ante las palabras de este vate nacido en Santiago de Chile en 1939 y mexicano por mano propia, para exigir que lo quieran un poco y le otorguen un bono lo más caudaloso que sea posible, a cambio de ejercer sus capacidades de escribir y leerse. Sus palabras, cargadas de vaticinios sobre lo que no sucederá, confirman su vocación política de no mezclar la poesía con la demagogia. Alto discurso de la Cámara Baja, Hernán, a quien lo cortés no quita lo Lavín, deja un testimonio fiel y valiente de que no acepta lo que de antemano no le ofrecen. A mí me conmueven hasta la risa los citados versos solemnemente irreverentes y autofágicos. Eso demuestra, además, que la poesía no es necesariamente una queja de dolor o un canto de desesperanza, tampoco un rosario de lamentos y depresiones programáticas, también puede ser un camino del humor y el optimismo, aun cuando la realidad se empeñe en demostrarnos lo contrario.
Hernán Lavín encarna el humor y el juego de sentidos. Los significados no son lo que parecen sino lo que son en su aparente engaño. Hombre de Letras, se autodefine como Lobo Sapiens, depredador natural de los silencios y solitario animal poético que sólo se deja acompañar de su pareja, la Nora de sus 24 horas del día, como la Zenaida de Juan Ramón o la Berta de León Felipe. Originario de Santiago de Chile y descendiente de migrantes españoles de Santander, víctima de la persecución pinochetista que lo empujo a tierras mexicanas, donde ha sabido sembrar en la docencia las inquietudes intelectuales y literarias en cientos de estudiantes universitarios, entre ellos yo, que asistí a sus cursos sobre Vicente Huidrobro y Pablo Neruda, dos de las luminarias de ese país donde recayeron dos Premios Nóbel, uno en Neruda y otro en la maestra Gabriela Mistral, a quien el cabeza de incendio, Volodia Teitelboim (Teitelbaum, le gustaba pronunciar al viejo comunista y biógrafo) junto con Eduardo Anguita, le negaron la presencia en la Antología de poesía chilena nueva, 1935. Nunca se perdonó esa omisión de soberbia juvenil el Volodia militante que, también al final, reconoció a tiempo la genialidad de Borges en una generosa biografía.
Es posible que se cometa también una injusticia con Hernán, más que por voluntad, por ignorancia o insuficiente difusión de su obra en Chile, su país de origen, y con certeza también su país de destino. México es la casa de este Hernán que no vino a conquistar, sino a buscar refugio y condiciones propicias para la única misión que tiene en este mundo: llenarlo de palabras. Aún tengo fresca la imagen del poeta profesor en una de las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, con su barba quijotesca y su figura espigada permanecer con los ojos entrecerrados esperando a que el último alumno rezagado pasara a ocupar su sitio entre los atentos jóvenes que esperábamos la luz de su discurso. Hernán entreabría los ojos y descansaba su mirada en un supuesto horizonte más allá de nuestras cabezas expectantes. No eran en verdad clases regulares, sino monólogos ante un público de perplejos estudiantes. Era un poeta el que hablada de otros poetas admirados y en ese afán ordenaba sus ideas e imágenes, administraba silencios en los que podía verse el fuelle del poema. Es de los muy poco poetas que recuerdan el día, la hora y el lugar donde fue investido como insalvable caso para la productividad e irremediable ciudadano de las letras, por el mismísimo Pablo Neruda, una tarde de mayo de 1961. Es un caso a estudiar Hernán, porque es quizás desde la infancia un poeta, pues como él lo dice, todo poeta es la respiración de su niñez, la respiración del balbuceo; es un hombre al que le corren palabras por las venas, un organismo 75 por ciento verbal y sólo un 25 por ciento terrenal. Es decir, un animal poético, un lobo sapiens con más de cincuenta libros publicados de poemas, narrativa de ficción, ensayo.
Lo he visto ir y venir con sus escritos en las diversas publicaciones en las que he estado, como Mundo, culturas y gente, Alforja y ahora La Otra. Es un autor extraño porque no suele hablar mal de los otros, inventa en todo caso ser los otros, dice ser Hernán Lara Zavala, Pasternak, Pessoa, el Mano peluda, Álvaro de Campos, Zaratustra, Pedro Infante, Roberto Bolaño, Gonzalo Rojas, Woody Allen, y es un apologista de los feos y las feas, de los gordos, los enanos. Sólo le he escuchado hablar con placentera crueldad de la muerte de Marcelo Mastroiani, porque nunca le perdonó ni le perdonará ser el galán en los sueños de Nora, su esposa. Y Marcelo aún luce joven y bello en sus películas. La envidia no es, al parecer, una emoción que se alimente de su tiempo.
Hernán es un polígrafo, la escritura es una herramienta transversal de la creación, pero es sobre todo poeta, un poeta irreverente con corbata, como corresponde a su compatriota Chico Molina, que solía exclamar ante sus mecenas: soy poeta, aristócrata y muy exigente. Pero cuando le tocaba alguien que le negaba la habitación y la comida por no tener suficiente plata, les decía, buen poeta sí, pero ni tan exigente ni tan aristócrata.
Traigo a colación ahora las propias palabras de Lavín Cerda, en su ensayo ¿Para qué sirve la poesía?, como una prueba contundente de lo que afirmo:
“Y a todo esto, ¿qué es la poesía? Si no me lo preguntan, sospecho que lo sé; si me lo preguntan, sospecho que lo ignoro. Este juego fue una invención magnífica de Agustín de Hipona, nuestro San Agustín de la antigüedad, quien estaba pensando en Dios, por supuesto. Es difícil olvidarse de Dios o de los Dioses: Dios es un fenómeno plural como el verbo encarnado, y ese verbo encarnado se llama Poesía y suele ser la cara oculta de Dios o algo por el estilo. A veces pienso que la poesía es una aguja sismográfica en el corazón del ser humano. Qué inteligente soy, ¿verdad?, me digo a lo lejos. ¿Cómo es posible? Más que un peligro, la inteligencia de Narciso toca las orillas del pecado y de la culpa. No sé, pero de repente soy como un hijo de Ingmar Bergman, aunque no me hagan caso; más de Andrey Tarkovski o de Federico Fellini que de Bergman. Siento que la poesía es el regulador de voltaje del espíritu por antonomasia."
Sin dejar de sonreír como un enano medieval, nuestro Iván (su hijo) dijo con un poco de euforia: "En mi salón de clase todos los niños tienen ombligo, y el señor profesor lo tiene muy grande. Es un ombligo ciego, según dicen, pero muy bien alimentado: un ombligo de campeonato mundial. En toda mi escuela no hay otro ombligo como el de nuestro gran profesor, don Julio Santillana".
Como ustedes pueden ver, la poesía también sirve para acercarnos, con humor, felicidad y misterio, a la región umbilical del Mundo.”
Hernán Lavín Cerda es mexicano por decisión propia, nos pertenece y le pertenece a él esta cultura, como también le sucede con esa patria, Chile, que no eligió pero que es suya. Celebremos y reconozcamos a Hernán como poeta del canon mexicano, porque si no le dan dos veces el premio nobel sí que al menos le hagan dos merecidos homenajes en sus dos terruños.
Canción de la súplica
Honorable Congreso de la Unión:
–Quiéranme, no me hagan sufrir, quiéranme.
¡Pido a gritos un bono de 300 mil pesos
o de 500 mil, o de un millón de pesos, ahora
o nunca, y antes que sea demasiado tarde!
Yo también sé leer y escribir, aprendí a escribir leyéndome.
Como les decía, yo sé leer y escribir
Al igual que las honorables señoras diputadas
Y los honorables señores diputados
(para concluir)
Lo ruego, lo exijo, lo merezco más que nadie en este mundo:
Ahora o nunca, yo lo suplico, y hasta las últimas consecuencias.