Juan Pablo Brand, psicoanalista y poeta, revisa la pintura de Gustave Coubert, artista francés. Una mujer desnuda, con el sexo elocuente y satisfecho, es el motivo o pretexto para ligarlo a la experiencia lacaniana.
Lacan y “El origen del mundo”
Juan Pablo Brand Barajas
Con el paso del tiempo, me acostumbré a darme cuenta de que, después de
todo, podía decir un poco más, y luego me di cuenta de que lo que constituía
mi transitar era algo del orden del “no quiero saber nada al respecto”.
Jacques Lacan
“Si dejo de escandalizar, dejo de existir”, afirmación de Gustave Coubert, el gran pintor realista francés, cuya historia se vio entrelazada con la del psicoanalista Jacques Lacan por esos inescrutables recorridos que solamente hacen las obras de arte, particularmente las pinturas y esculturas. La frase citada fue inspirada precisamente por el revuelo que provocó la salida a la luz de su obra El origen del mundo (L’Origine du monde), la cual realizó para el diplomático turco Khalil-Bey. La pintura retrata el vientre de una mujer desnuda, mostrando la zona que va de los muslos a los pechos, acostada en una cama cuyas sábanas han sido partícipes de una intensa actividad. Las piernas están separadas y el sexo mostrando una dilatación que da cuenta de una visita reciente. El impacto de la escena hace pensar en el amante de la mujer con el gesto del autorretrato del artista denominado El hombre desesperado, pues nada es tan misterioso como el placer de la mujer y los hilos que detonan cada uno de sus orgasmos.
El origen del mundo es considerada una de las imágenes más inquietantes de la historia de la pintura, su título no fue dado por el autor sino por una tradición anónima que se fue transmitiendo hasta nuestros días. Lo cierto es que la vulva es una representación de nacimiento, de origen, un lugar al cual todos los seres humanos nos sentimos remitidos, en una mezcla de fascinación y terror, en su connotación de entrada a un espacio oculto, puede resguardar la vida y los más grandes placeres, así como las fuerzas para extraviar a los más ecuánimes.
Al morir el diplomático turco, la pintura recorrió varias colecciones privadas, son varios los testimonios sobre el pudor de los dueños que les llevó a mantenerla oculta de la mirada general, como si se tratara del cuerpo de la esposa, de la madre o la hija. Quizá la inquietud no es sólo por el cuerpo, que podría ser el de cualquier mujer, sino su posición gozosa, que rompe el mito que asocia la intensidad del orgasmo de la mujer al tamaño del amor que guarda por su amante. El origen del mundo nos muestra a una mujer solitaria, arrojada a un placer que trasciende al coprotagonista del acalorado encuentro, no es una escena romántica, es una representación del más puro erotismo.
De las manos (¿o la mirada?) del dueño original, la tela pasó al dominio del anticuario Antoine de Narde. Dos décadas después se encuentra la imagen en una casa de antigüedades cubierto por otro cuadro de Courbet, La casa de Blonay. Tiempo después, el Barón Ferenc Hatvany, quien era pintor y coleccionista húngaro, las adquirió y llevó a Hungría, conservando siempre oculto El origen del mundo. Al invadir su país durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes confiscaron su colección, la cual fue recuperada por los soviéticos al finalizar la guerra, quienes la devolvieron al Hatvany.
El Barón migró a París y en 1955 vendió la pintura a Jacques Lacan por la cantidad de 1.5 millones de francos. Resulta relevante mencionar que el psicoanalista la compró por recomendación de Georges Bataille, lo que no es un dato menor, ya que para esa fecha, Lacan ya estaba casado y tenía una hija con Sylvie Bataille, quien fuera esposa del escritor y del que se separó definitivamente para irse a vivir con el psicoanalista. A su vez, Lacan dejó a su esposa Marie Louise Blondin, en el momento en que tenía ocho meses de embarazo de su tercer hijo, para mudarse con Sylvie quien a su vez estaba embarazada de quien sería llamada Judith. Sin embargo, la relación entre Georges y Jacques prosiguió en buenos términos, es más, en 1943, cuando Bataille se separa de Denise Rollin, le ofrece el departamento de 3 rue de Lille para que se mude con Sylvie, Laurence (hija de Bataille) y Judith.
Una vez adquirido El origen del mundo, Lacan decide exhibirlo, pero Sylvie le solicita su retiro de la vista pública, argumentando: Los vecinos o la muchacha de servicio no comprenderían. Lacan solicita a André Masson, cuñado de su segunda esposa, la elaboración de un panel donde se reproducían, en una imagen abstracta, los elementos eróticos de la tela original. Un sistema de marco con doble fondo y corredera, permitía cubrir y descubrir el lienzo. De esta manera, Lacan fue consecuente con su concepción del sexo de la mujer “como un lugar de horror, un agujero totalmente abierto, una ‘cosa’ de una oralidad extrema, con una esencia incognoscible: un real, una erotología”. El psicoanalista no pudo romper con la represión que perseguía a la pintura de Courbet, sin embargo, la conservó en su casa de campo La Prévôté situada en Guitrancourt, junto con una magnífica biblioteca llena de incunables.
Al morir, en 1981, el estado francés embargó los bienes de Lacan para cubrir deudas importantes. De esta manera es que El origen del mundo llegó a las paredes del Museo de D’Orsay, el cual se encuentra en la misma calle donde vivió y atendió Lacan por cuatro décadas, sólo que en el número 62. ¿Coincidencia o sarcasmo del destino? Lo cierto es que en la actualidad El origen del mundo se muestra sin pudor a la vista del público, lo cual nos remite al mismo Bataille, quien consideraba como una de las condiciones del erotismo, la prohibición y por tanto la trasgresión. ¿Será entonces que al legitimar el estado francés la exhibición de la pintura, levanta la prohibición y por tanto borra de la imagen todo su fuerza erótica? o ¿Quizá su impacto no esté enclavado en la imagen sino en la ubicación subjetiva del observador? En una visita a París estuve frente a El origen del mundo, considero que su condición trasgresora se conserva. A diferencia de la fotografía, el cine y el video; la pintura requiere al autor, permanecer un tiempo extenso frente al objetivo de su obra. La inferencia de las horas que Coubert estuvo frente a la modelo de su pintura nos trasladan inmediatamente a la posición de voyeurs, nos hacen cómplices de la mirada perversa que fragmenta el cuerpo denegando todo elemento subjetivo, el sexo sin rostro, el placer por el placer mismo. Los observadores no se inquietan por la imagen, sino por las fantasías que los atrapan al mirarla, por la invasión de los fantasmas de su propio erotismo, de sus propias trasgresiones. El que esté en un museo, facilita el acceso intelectualizado a la obra, el discurso suplanta los recursos físicos que han servido para ocultarla en el pasado, llena de palabras lo innombrable.